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La amiga americana

Fuentes: Rebelión

Somos un estado de derecho, no una monarquía con un rey”

Nancy Pelosi

El corazón de la democracia liberal está podrido. El asalto al Capitolio por una horda fascista armada, alentada por el presidente saliente de los Estados Unidos de América, Donald Trump, es un precedente alarmante para el conjunto del planeta, pues no en vano es la nación que acumula el poder militar más gigantesco, jamás conocido en la historia de la humanidad.

La reciente actuación de Trump, jefe de estado y mando supremo de sus fuerzas armadas, recuerda el autogolpe del 23-F de 1981 en España. También una banda fascista, armada hasta los dientes, no con cuernos pero sí con tricornio, penetró en la sede de la soberanía popular en nombre del Jefe del Estado, con el mismo fin: consolidar su poder, que se debilitaba a ojos vistas por efecto del proceso democrático. De igual forma que el rey, el presidente americano dio marcha atrás, pidiendo a sus huestes armadas, asaltantes del Capitolio, que depusiesen su actitud.

La diferencia esencial entre ambos sucesos es que el jefe del estado español es un rey, es decir clave de bóveda de un Estado cuya constitución, la de 1978, fue redactada bajo el chantaje armado de un ejercito fascista. Recordemos que una de sus divisiones había sido derrotada no hacia demasiado tiempo en el frente del Este, mientras combatía a las ordenes del jefe del partido nazi Adolf Hitler, al que habían jurado obediencia y lealtad. Por lo tanto, se trata de una constitución que cualquier estado de derecho aboliría, pues está contaminada por las leyes de sucesión, impuestas por la dictadura.

Por si fuese poco, tal constitución fue redactada sin que se diese un acto previo de ruptura constituyente; por el contrario, se trató de una reforma de la dictadura, torticeramente manipulada. Una constitución que otorga al Jefe del Estado una inviolabilidad absoluta: es decir no puede ser depuesto, ni sometido a procesos electorales, ni investigado, ni procesado y menos condenado.

De ahí que cobre todo su sentido la frase de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de los Estado Unidos de América: Somos un estado de derecho, no una monarquía con un rey.

Puede que la democracia americana haya sido admirable en otros tiempos, aunque los malos augurios que el pensador francés Tocqueville (1805-1859) predijo en su célebre obra “La democracia en América”, se están revelando estruendosamente en estos días.

La democracia, de la que el pueblo americano ha venido disfrutando en un pasado reciente, no es la forma de gobierno que ha impuesto a otros países, como lo prueba su implicación en golpes militares fascistas en América latina, o las invasiones de Irak o Libia, que eran poblaciones relativamente prósperas.

Pueblos que han quedado sumidos finalmente en un caos de destrucción y muerte, tras las intervenciones imperialistas del Gobierno USA y de sus aliados. Por no citar el inmisericorde bloqueo económico a la República de Cuba, un pueblo hermano al que tanto daño le ha causado y le sigue causando el imperialismo americano. O también el acoso permanente a la democracia de la República de Venezuela, con pretextos similares a los de Donald Trump o la derecha franquista española. Igualmente el golpe militar contra el socialista Salvador Allende, Presidente de la República de Chile, que fue asesinado y sustituido por el general Pinochet, un tirano ladrón, fascista y sanguinario.

Abundando en esa falta de sensibilidad hacia el sufrimiento y las necesidades de otros pueblos, habría que destacar el apoyo que el Gobierno de los EE.UU de América dio a la dictadura franquista. Las bases militares extranjeras instaladas en nuestro suelo, violentando nuestra soberanía y seguridad, lo fueron con la sumisión del dictador Francisco Franco al amigo americano, a cambio de que le garantizase su permanencia en la Jefatura del Estado. Un dictador que, además de ser amigo de Hitler y de Mussolini, fue un vendido a los intereses militares y económicos de una potencia extranjera.

Se trata, pues, de bases militares extranjeras que siguen apuntando directamente al corazón de la Federación Rusa, un Estado que no amenaza en absoluto la seguridad de nuestros pueblos ni de la Unión Europea, de la que formamos parte; a fin de cuentas una pequeña península del gran continente euroasiático. Sin embargo, contribuimos de este modo a que Europa siga siendo una gran base militar estadounidense, con el consiguiente peligro de vernos envueltos en una catástrofe de proporciones definitivas.

No parece descabellado pensar que esta vez una conflagración acabaría siendo termonuclear, con efectos incontrolables que podrían provocar la extinción de cualquier forma de vida sobre el planeta. Lo que quizás sea una señal inequívoca de desequilibrios fundamentales en el cerebro de nuestra especie; incapacitada, tal vez, de gestionar, de forma segura, el terrorífico poder de destrucción que ha generado; cuya única solución sería la prohibición de nuevos desarrollos y la destrucción total del armamento atómico existente.

Prueba de ello es que la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, ha pedido al Pentágono que retire al Presidente, Donald Trump, la posibilidad material de desencadenar una agresión nuclear.

Tras este lúgubre pronóstico, regresemos al hilo principal de estas reflexiones.

Los poderes del actual monarca Felipe Borbón emanan de su padre, que abdicó en su hijo por motivos que el pueblo español empieza a conocer, pese a la espesa cortina de humo que sigue ocultando los tejemanejes de la Familia Real. De nuevo -esta vez el hijo del rey emérito- se siente amenazado por el proceso democrático en curso. Por ello los sectores monárquicos del ejército español vuelven a manifestar sus delirios, en forma de algaradas golpistas en las redes, así como con nuevas oleadas de firmas amenazantes.

En su reciente carta a la ministra de defensa, 750 militares retirados -entre los cuales más de setenta generales- instan al Gobierno de España a que cambie su rumbo, mostrando nuevamente su odio fanático hacia los miembros del Gobierno; excusando , eso sí, a Margarita Robles.

De nada sirve que la Ministra de Defensa intente ocultar la realidad, pues sus mismos fans la desmienten con nuevas firmas, advirtiendo de que son muchos más los que están en activo. Es decir, que disponen de mucha más potencia de fuego de la que se les supone; cuyo fin no es otro que el de crear un estado de terror que paralice al Gobierno, o le sirva a este de pretexto para amputar parte de su programa, frustrando de este modo unas expectativas de progreso social y democrático esenciales.

Quizás estos militares monárquicos no vean como un obstáculo, a sus delirantes pretensiones, la existencia de numerosos militares demócratas a las órdenes del Gobierno legítimo, como es su deber. Pero resulta grotesco y ridículo que no tengan en cuenta la formidable potencia disuasoria de la Unión Europea, que no toleraría se materializara tal amenaza en uno de sus estados miembros.

La inquietante componente de ultraderecha en el ejercito español es algo corroborado de forma fehaciente mediante los datos que aporta la importante obra “El ejército de VOX”, de la que es autor el Teniente del Ejército D. Luis Gonzalo Segura, un militar demócrata expulsado por denunciar tramas internas de corrupción.

El pretexto para una expulsión tan provocadora e injusta ha sido que el citado Oficial del Ejército ha quebrantado el sagrado principio de la “obediencia debida”, un principio totalmente ilegal en el caso que nos ocupa. El manido argumento de la falta de disciplina militar, como respuesta a una denuncia de corrupción de sus superiores, solo puede haber salido de una mente calenturienta, más próxima al nazismo de los años 30 que a una democracia del siglo XXI.

La expulsión del también demócrata Cabo del Ejército Marco Antonio Santos, prueba el peligroso desequilibrio ideológico existente en el seno de las Fuerzas Armadas, que no se corresponde en absoluto con el apoyo mayoritario con que cuenta el Gobierno de coalición progresista entre la población. Mientras tanto el Gobierno tolera y encubre el impúdico exhibicionismo fascista con la que no pocos mandos militares pretenden amedrentar al pueblo español.

Es responsabilidad, pues, del Gobierno el dar una solución efectiva al recurrente problema militar, cesando de forma inmediata a la Ministra de Defensa Margarita Robles por su evidente incompetencia para dirigir un ministerio “de Estado” (sic), como a menudo le gusta a la Sra. Ministra proclamar.

Manuel Ruiz Robles. Capitán de Navío de la Armada (R), antiguo miembro de la disuelta UMD, miembro de Anemoi, presidente federal de Unidad Cívica por la República.

Referencia: La estrategia trumpista en España