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La agencia desclasifica cientos de páginas de los años 50 hasta los 70 con escaso valor y con gran parte censurada

La CIA evaluó en 1960 pagar 150.000 dólares a un mafioso para asesinar a Fidel Castro

Fuentes: El Mundo

Seymour Hersh, la veterana estrella del periodismo de investigación del semanario The New Yorker, sigue produciendo noticias. Aunque esta vez se trata de informaciones relativas a sus exclusivas de hace 32 años, cuando publicó en el diario The New York Times -en el que trabajaba entonces- un artículo sobre las actividades de espionaje interno de […]

Seymour Hersh, la veterana estrella del periodismo de investigación del semanario The New Yorker, sigue produciendo noticias. Aunque esta vez se trata de informaciones relativas a sus exclusivas de hace 32 años, cuando publicó en el diario The New York Times -en el que trabajaba entonces- un artículo sobre las actividades de espionaje interno de la CIA. Aquella información procedía de un informe realizado por la agencia de espionaje de EEUU sobre sus actividades ilegales entre 1959 y 1973. El propio autor del documento advertía que las actuaciones recogidas en él «violan, en mi opinión, las normas de la Ley de Seguridad nacional de 1947», en virtud de la cual se había creado la propia CIA.

Ahora, la CIA acaba de hacer público todo el documento, conocido en el argot de la agencia de inteligencia como las joyas de la familia. Son 693 páginas en formato PDF, que se pueden descargar desde internet. Aunque estos textos no lo cuentan todo. De hecho, el primero de los ocho casos que analizan está censurado en su totalidad, con lo que ni siquiera es posible saber de qué se trata. La información contenida en los demás también ha sido fuertemente controlada. De hecho, la Universidad George Washington explicaba ayer en su página web que las referencias a las actividades de espionaje de los activistas contrarios a la Guerra de Vietnam están más censuradas en el texto que acaba de ser divulgado que en una versión que había sido hecha pública en 1977.

Esas alteraciones de los textos originales restan credibilidad a la afirmación de los portavoces de la CIA de que, con la desclasificación, el servicio de espionaje de EEUU da un paso decisivo a la hora de reforzar su transparencia. Claro que eso no quiere decir que el documento no tenga interés. Sobre todo, por los detalles de lo que cuenta. Por de pronto, el segundo caso -en la práctica, el primero, dada la censura antes mencionada- sería toda una joya para un guión de una película de Hollywood: la contratación por la CIA de los gángsteres Johnny Rosselli (alias, El Guapo), Santos Trafficant y Momo Giancana -este último, el sucesor de Al Capone en Chicago- para que envenenaran al presidente cubano Fidel Castro. El acuerdo, realizado por medio de un empleado del excéntrico multimillonario Howard Hughes, incluía la promesa de 150.000 dólares de la época -un millón de dólares actuales-, aunque, con gran espíritu patriótico, Rosselli se comprometió a hacerlo gratis.

El plan, sin embargo, nunca fue puesto en práctica. La mafia, que controlaba gran parte de la economía de Cuba antes de la llegada de Castro al poder, no tuvo la oportunidad de envenenar al cubano, y toda la operación fue suspendida tras el catastrófico fracaso de la invasión de Bahía Cochinos, promovida por Estados Unidos. Finalmente, aunque esto no sale en los documentos, el cadáver de Rosselli acabó apareciendo descuartizado y en avanzado estado de descomposición dentro de un barril de petróleo en el mar, frente a la costa de Florida.

Otros casos incluidos en el informe rozan la ciencia ficción. El más espectacular es la utilización de LSD -la droga alucinógena favorita de los músicos de la era de la psicodelia, a finales de los 60- para alterar el comportamiento de los ciudadanos. La CIA también explica en el documento cómo colaboró con la policía de Miami para espiar a personas en esa ciudad durante la Convención del Partido Republicano de 1971, en la que Richard Nixon fue reelegido como candidato a la Presidencia. Este capítulo, sin embargo, se encuentra tan fuertemente editado y censurado que resulta imposible determinar quién estaba siendo espiado.

El director de la CIA, el general Michael Hayden, declaró la semana pasada, al hacer pública la desclasificación de estas 693 páginas, que «los documentos ofrecen una visión de un tiempo muy diferente y de una agencia muy diferente». Algunos de sus contenidos, sin embargo, recuerdan a las controversias en las que EEUU está metido de lleno en la actualidad. El caso más obvio es el de la violación sistemática de las comunicaciones de ciudadanos estadounidenses sospechosos de tener simpatías hacia China y la Unión Soviética, y el espionaje a periodistas. Aunque tal vez lo más sorprendente sea leer el artículo que la semana pasada publicaba Seymour Hersh en The New Yorker, en el que Antonio Taguba, el general que investigó las torturas en Abu Ghraib, en Irak, acusaba al Departamento de Defensa de haber tratado de ocultar el maltrato sistemático a los prisioneros de la cárcel iraquí. Es un escándalo que, esta vez, no afecta a la CIA, sino al Pentágono. Pero que demuestra que algunos hábitos persisten en la Administración de EEUU a través de las décadas.

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Roberto Montoya