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Respuesta a José María Lassalle, Secretario de Estado de Cultura

La criminalización de la movilización popular

Fuentes: Rebelión

«Ante la mayor crisis de las últimas décadas urge recuperar la virtud y los valores «. José María Lassalle. Toma de posesión como Secretario de Estado de Cultura (26-12-2011).   La imagen que acompaña al artículo «Antipolítica y multitud» de José María Lassalle -secretario de Estado del actual gobierno de España- en el periódico El […]

«Ante la mayor crisis de las últimas décadas

urge recuperar la virtud y los valores «.

José María Lassalle.

Toma de posesión como Secretario de Estado de Cultura (26-12-2011).

 

La imagen que acompaña al artículo «Antipolítica y multitud» de José María Lassalle -secretario de Estado del actual gobierno de España- en el periódico El País (01-10-2012) es muy ilustrativa de las consecuencias que para el propio autor conlleva el posicionamiento que ha manifestado respecto a la movilización popular española en curso desde el 15 de mayo de 2011. Es pertinente precisar que Lassalle es, además, profesor de historia de las ideas y de las instituciones en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Se trata, por tanto, de alguien con ribetes de intelectual y al que se le supone un alto grado de formación científica y humanística, lo que marca el ámbito en el que hemos de valorar y criticar sus textos, sobre todo teniendo en cuenta que su artículo «Antipolítica y multitud» está escrito en clave filosófico-política.

La imagen antes aludida muestra un león, secular representación simbólica del poder, a punto de devorar la cabeza de una persona que bien podría ser el propio Lassalle, vestido, por cierto, de azul, como la muñeca de la canción o la policía nacional o la Falange. Mi interpretación contextual de la imagen es que el intelectual de la derecha política, de ahí su atuendo azul, está siendo devorado y decapitado por el poder en su expresión más animalesca y, por ello, carente de Razón y Moral.

Esto es precisamente lo que ha conseguido Lassalle al escribir un texto tan sesgado y carente de fundamento científico. Desde cualquier perspectiva que lo analicemos -crítica de fuentes, criterio en la selección de hechos, tratamiento de las fuentes secundarias, objetividad y honestidad científicas en el análisis de los fenómenos, rigor interpretativo respecto al análisis realizado, etc.- se trata de una aberración científica y filosófica con sesgos de tal magnitud como para tirar por la borda definitivamente la credibilidad intelectual de quien lo ha escrito.

Para Lassalle la actual movilización popular sería la expresión de un malestar colectivo -las causas profundas no parecen preocuparle tanto- similar al que, a su parecer, en los años 20 y 30 del siglo XX alimentó el auge de los fascismos y demolió algunas de las democracias liberales europeas. Con citas sacadas de contexto, con un estilo académico afectado y sin la más mínima honestidad analítica y comunicativa -en el sentido de la pragmática habermasiana- Lassalle trata de convencernos de que la multitud que se ha movilizado en Madrid, durante el mes de septiembre, es una masa aborregada y manipulada por oscuros intereses antidemocráticos e incluso antipolíticos. Ello supone una calculada y peligrosa vuelta de tuerca respecto a la caracterización negativa que ya se venía haciendo del movimiento 15M y, por ello, no debe pasar inadvertido para todos los que nos sentimos y formamos parte de la actual movilización ciudadana.

No hay, por parte de Lassalle, un análisis científico-social, histórico o politológico que sostenga tal tesis, la cual, a pesar de ello, se envía a la opinión pública envuelta en una retórica pseudo-filosófica y pseudo-científica trufada con los peores mitos y obsesiones que las tradiciones conservadoras y reaccionarias españolas -desde Balmes y Donoso Cortés hasta el nacional-catolicismo vía Menéndez Pelayo- han alimentado sobre todo lo que se ha movido fuera de su control. El resultado es la creación, por parte de Lassalle, de un espantajo que, a modo de sujeto colectivo de paja, está ya listo para ser quemado y que encaja a la perfección con los monstruos que pueblan las obsesiones de sus correligionarios.

Sin duda, Cristina Cifuentes (delegada del gobierno en Madrid), el señor ministro del Interior y otros muchos altos y bajos cargos habrán visto confirmadas -nada más y nada menos que por parte del lumbreras del partido en lo referente a cultura- sus patológicas obsesiones políticas, pero José María Lassalle sabe -no tengo ninguna duda- que toda su argumentación se basa en la falacia del hombre de paja, en la caricaturización y tergiversación de la posición del oponente para facilitar un ataque lingüístico o dialéctico. Lo terrible -a la vista de la represión violenta llevada ya a cabo por el gobierno- es que Lassalle también es plenamente consciente, por su posición y bagaje, de que su argumentación no se contiene dentro de los límites del debate retórico, sino que está orientada a legitimar la acción política del gobierno a través de la estereotipación y criminalización del movimiento popular como sujeto colectivo antipolítico, lo que constituye la antesala para su represión y eliminación. Así, al parecer, se hace carrera política: calentando las orejas, la cabeza y los ánimos de quien te puede ayudar a trepar al siguiente escalón, aunque para ello se tenga que pisotear cualquier atisbo de honestidad científica y comunicativa.

No contento y probablemente con mala conciencia filosófica que limpiar al respecto, Lassalle cita a Jurgen Habermas descontextualizando, sin ningún rubor, alguna de sus ideas respecto al eje central del pensamiento habermasiano en torno a la pragmática universal, la teoría de la acción comunicativa y la explicación del surgimiento de la esfera pública en las sociedades occidentales. Constituye una burda farsa intelectual citar, formando parte del actual gobierno, a un autor que ha tratado de sentar las bases para la comunicación no distorsionada en la esfera pública de la democracia liberal.

Debe el señor Lassalle -si quiere o le importa recuperar cierta credibilidad- analizar la manipulación de la opinión pública que está operando su gobierno a través de la purga sistemática de los medios de comunicación públicos o privados afines, los cuales constituyen a día de hoy instrumentos dóciles para asentar el proceso que Noam Chomsky definió como «manufacturing consent«. Si presta atención a la BBC o lee las ediciones digitales de la principal prensa extranjera de toda tendencia, el señor secretario de Estado podrá reflexionar adecuadamente sobre la destrucción consciente y planificada que su gobierno está operando de la pragmática comunicativa y de la propia esfera pública en España, la cual constituye, tanto como las propias instituciones políticas representativas, el soporte último de la Sociedad civil y del Estado liberal-democráticos que el propio Lassalle dice defender en su artículo.

El gobierno por decreto-ley y el incumplimiento sistemático de su programa y promesas electorales prueban más allá de toda duda -en la era de la comunicación las fuentes probatorias de todo ello son abrumadoras- que su gobierno y la mayoría parlamentaria que lo sostiene están socavando y demoliendo los fundamentos mismos de la representación política en cualquiera de sus versiones democráticas. Nada argumenta al respecto el señor secretario de Estado en su artículo y, con ese lastre de omisiones, difícilmente se puede aspirar, como de facto ha intentado, a erigirse en el Catón que ilumine los designios de la Res pública española. Si el señor Lassalle relee la bibliografía básica sobre la teoría e historia de la representación política -comenzado por las Consideraciones sobre el gobierno representativo de John Stuart Mill- podrá observar, en primer lugar, que son diversas las formas de representación política que caben dentro de la esfera de legitimidad democrática y que, en segundo lugar, el hecho de cuestionar alguna característica de la forma de representación no equivale mecánicamente, como sostiene acrítica e interesadamente el señor secretario de Estado, a cuestionar la política y las instituciones democráticas en su conjunto.

Supongo que, en este asunto, Lassalle se refiere, aunque como en tantas otras cuestiones no lo afirma explícitamente, al grito de «que no, que no, que no nos representan«. Al respecto hay que precisar que a quien se cuestiona es a los representantes concretos -¿hay razones para ello a la vista de lo ya explicado en este texto?- con nombres y apellidos, con símbolos, adscripciones partidarias y bagajes políticos por todos conocidos. Es a la actual plaga de mediocres -en la que Lassalle quiere jugar el papel del tuerto en el dicho popular- que detenta los centros de poder político-administrativo a la que cuestionamos e interpelamos de forma masiva y directa en las calles, en Internet y en cualquier espacio público.

Si algo caracteriza a la actual plaga, que asola nuestras instituciones democráticas, nuestra sociedad civil y nuestra economía, es su descomunal egocentrismo que, cultivado por una legión de periodistas y voceros serviles, les lleva -el artículo de Lassalle es paradigmático- a pensar, como Luis XIV respecto al Estado, que la Política y la propia Democracia son ellos mismos y que sin su presencia éstas no pueden existir. Es la plaga la que nos sobra, la Democracia y las instituciones, por el contrario, nos sirven, pero si tenemos que reformarlas para que no vuelvan a ser presa de una jauría como la actual, lo haremos y será, que nadie lo dude, profundizando la política e instituciones democráticas y respetando las bases del Estado social y de derecho -bases que no se deben confundir con la forma histórica y contingente que adopta en un momento dado.

Por ello, cuando escuchen el grito «que no, que no, que no nos representan«, el señor Lassalle y sus correligionarios no deben pensar en ataques a la democracia y a sus instituciones, sino en cuestiones más simples y cercanas. Deben pensar, por ejemplo, en cómo están gestionando el mal llamado rescate y en por qué no liquidan algunas instituciones bancarias -como han llevado a cabo otros sistemas democráticos, liberales y capitalistas- haciendo que recaiga el coste sobre quienes (inversores y accionistas) apostaron su dinero en un negocio privado y les salió mal.

Del mismo modo, las instituciones democráticas y las estructuras de equidad que salvaguardan nuestra paz social -que tan afectadamente cita Lassalle en su artículo- también están siendo socavadas sistemáticamente por su gobierno tanto por su calculado ataque a la esfera pública y a la democracia liberal, como por su desmantelamiento del Estado del bienestar y por su defensa a ultranza no de la ciudadanía española, sino exclusivamente de los intereses de una parte de ella: la de los citados inversores y accionistas de unas entidades bancarias en quiebra absoluta y con una carga de afrentas y atentados al bien común de magnitud histórica.

Por ello, sorprende y sonroja que José María Lassalle, perteneciendo al actual gobierno, se atreva a hablar de «demagogos mediáticos» y de «vocaciones de poder irresistible» y hasta a atribuírselos al espantajo inexistente que él mismo ha construido de forma falaz y anticientífica: una multitud monstruosa y prefascista que, a su entender, ataca a la desvalida democracia. Ni hay tal ataque, ni hay tal monstruo, ni la democracia española es una damisela desvalida, ni al señor secretario le sienta bien el traje de don Quijote -mucho ha de leer aún.

Respecto a la «conmovedora» defensa que Lassalle realiza de los buenos sentimientos de quienes gritan en las calles, cabe hacerle la siguiente pregunta: ¿Por qué afirma que están siendo «utilizados«? ¿Ha analizado, acaso, la racionalidad práctica que guía la actual movilización popular individual y colectiva? No hay atisbo de tal análisis en el artículo. Se da por hecho que los ciudadanos que salen a la calle son política e intelectualmente incapaces o menores de edad y, por ello, están siendo manipulados. Tal argumentación muestra, una vez más, las carencias estructurales que apuntalan el discurso de Lassalle en la falacia del hombre de paja y en la anticientificidad. La tradición conceptual de esa mitología política puede rastrearse, desde siglos atrás, en los discursos reaccionarios, conservadores y anti-demócratas españoles que defienden que quienes se mueven fuera de las márgenes fijados por quien se halla en el poder -aunque sea dentro de la esfera de legitimidad democrática- lo hacen siempre utilizados y manipulados.

Esto, debe saberlo el señor Lassalle, donde ocurre siempre no es en las calles y en las movilizaciones populares, sino en las clientelas caciquiles que estructuran de forma antidemocrática los grandes partidos políticos españoles actuales, como el suyo, y que nuestros representantes políticos concretos -a los que se alude en las calles- vienen, desde hace décadas, apuntalando en el conjunto de las instituciones liberal-democráticas, al tiempo que tratan de extender sus redes hacia la sociedad civil. Contrariamente a lo que de forma harto afectada afirma Lassalle, las costuras de una democracia así construida no se desgarran con facilidad -desgraciamente- por efecto de una movilización popular. Están demasiado cosidas e incluso atadas y bien atadas desde antes de que buena parte de los que él califica como «utilizados» naciésemos. En ese sentido sí que podría aceptar que la juventud actual ha sido utilizada e incluso mediatizada e ignorada.

No debe sorprenderse el señor secretario de Estado de que «no sean muchos los que denuncian» la actual movilización popular. Son muy pocos los que dentro de su partido y en sus amplios aledaños tienen la capacidad intelectual para hacerlo -es una cuestión de selección de personal- y, por otra parte, son pocos los que se hallan en la encrucijada personal en la que él se encuentra. Debe comprender José María Lassalle que hay que estar sometido a grandes presiones -intentando mantener o conseguir un estatus, un cargo o lo que sea- para que alguien con su formación y bagaje profesional sostenga una interpretación de la actual movilización popular tan falaz y anticientífica.

Quisiera hacerle al señor secretario de Estado una consideración más respecto a la comprensión del papel que juegan -han jugado y jugarán- las multitudes en la Historia: le faltan lecturas. Muchas. Tantas que se siente vergüenza ajena al leer como despacha de un plumazo la movilizaciones colectivas en España, durante la Edad contemporánea, con una referencia -tan sacada de contexto como las relativas a Jurgen Habermas y George Bataille- de un trabajo de Elías Canetti.

Días atrás se podía leer en la edición digital de un periódico que el ministro José Ignacio Wert estaba quemando con sus políticas a su secretario de Estado, José María Lassalle, frente al mundo de la cultura. Probablemente sea cierto, pero no lo es menos que el propio Lassalle, con su artículo en El País, el solo -o acompañado- se ha calcinado intelectual y científicamente. Espero que piense en ello cuando retorne a su puesto de profesor en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Mucha maquinaria mediática le va a hacer falta para recuperar credibilidad. Conservará, sin duda, el apoyo de sus correligionarios, a pesar de que en su inmensa mayoría no entiendan ni una palabra de lo que escribe, pero le va a resultar difícil que fuera de ese corral -con buena representación, no obstante, en las universidades madrileñas y de provincias- alguien vuelva a tomar realmente en serio sus ensayos y artículos. No nos angustiemos, siempre le quedará la FAES.

Desconozco -y Lassalle no nos sacará de dudas porque su formación política le inhabilita para ello- si lo ha escrito bajo presiones y en base a un currículo cerrado y marcado desde más arriba para tratar de legitimar las declaraciones y acciones represivas del gobierno. Lo que sí debe de haber hecho el señor secretario de Estado es exigir una buena compensación -¿quizás sustituir al quemado Wert en la remodelación del gobierno cuando se pida el rescate?- porque la autoinmolación intelectual que ha realizado le deja para vestir y desvestir santos políticos en los conventillos conspiranoicos de la ultraderecha. Será interesante observar cómo, en tiempos venideros, intentará recolocarse José María Lassalle para recuperar algo de su prestigio dilapidado.

Tiene razón el señor secretario en que debemos aprovechar la oportunidad para mejorar y salvar lo que de bueno trajo la Transición y en que el camino empieza y acaba en la legalidad, pero no es la caterva a la que él pertenece la que nos debe guiar. Han perdido la legitimidad democrática que les dieron las urnas al incumplir su programa y promesas electorales de forma tan sistemática como para calificarlos no ya de malos políticos, sino incluso de personas carentes de la honestidad y la moralidad mínimas para vivir armoniosamente en sociedad.

Recuérdelo el señor Lassalle -quien, a buen seguro, con su erudición académica hallará la manera de hacérselo entender también a sus correligionarios- no se ataca a la democracia, sino que se les interpela a ustedes en concreto para que se vayan de la política y, a poder ser, no vuelvan. ¿Y sabe el señor Lassalle por qué deben irse? Porque, como el mismo dijo en la toma de posesión de su cargo, «ante la mayor crisis de las últimas décadas urge recuperar la virtud y los valores«.

Blog del autor: https://n-1.cc/pg/blog/read/1474363/la-criminalizacin-de-la-movilizacin-popular-respuesta-a-jos-mara-lassalle

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