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Introducción al martirio del desplazamiento forzado: “Quienes olvidan el pasado están...”

La dolorosa historia de las migraciones: quinientos años de desplazamiento forzado de mano de obra

Fuentes: Tlaxcala

Traducido por Atenea Acevedo


¿Por qué la mayoría de los trabajadores usamericanos se muestra dispuesta a volver a los momentos más vergonzantes de nuestro pasado racista y antiinmigrante, a correr el riesgo de regresar a una era anterior al progreso social conseguido con la Lucha por los Derechos Civiles? ¿Por qué estamos dispuestos a bordear peligrosamente la posibilidad de aceptar una situación de marginación legal para braceros y así abrir un resquicio a algunos de los momentos más repugnantes de nuestra historia como nación? ¿Por qué estamos nuevamente dispuestos a autorizar legalmente el trato de visitantes de segunda clase en nuestro país? ¿Permitiremos que nuestros vecinos latinoamericanos más cercanos, mexicanos y de otras nacionalidades, sean clasificados como seres humanos inferiores? Las implicaciones políticas de largo plazo de cualquier programa de trabajadores temporales que convierta a los braceros en el equivalente actual de los sirvientes bajo contrato destruyen nuestra noción colectiva de igualdad y acabarán por minar los derechos de los trabajadores en los USA y en todo el continente americano.

Los prejuicios raciales y étnicos, atribuidos deliberadamente a muchas de las nuevas minorías inmigrantes, vuelven a surgir como temas con una enorme carga emocional y generadores de discordia. La migración es sólo un asunto en la larga lista histórica de «temas controversiales» interrelacionados, comúnmente usados por un grupito de timoratos para dividir y sembrar cizaña entre los inmigrantes. Una vez más se pone concientemente sobre la mesa una mezcla de temas como raza, género, origen étnico, idioma y valores culturales con cuestiones de lealtad a fin de fomentar una atmósfera de sospecha frente al «Otro». ¿Por qué nos empeñamos en revivir los errores del pasado? ¿Acaso no somos capaces de reconocer las viejas tácticas bajo disfraces nuevos? Lejos de celebrar la diversidad cultural, se echa mano del color de la piel, el idioma y las preferencias étnicas para separarnos. Con justa razón el tema de la migración ha sido denominado la gran cuestión de los derechos humanos en el siglo XXI, pero también habríamos de reconocer a la migración como un problema fundamental de justicia social y económica que exige resolución inmediata.

La cuestión de la migración/inmigración constituye, de hecho, la trayectoria ineludible y más completa de la historia social del continente americano. La mano de obra importada, ya sea en calidad de esclavos, sirvientes bajo contrato o trabajadores libres conlleva, en cada una de las personas que se desplazan, toda la influencia de costumbres y tradiciones profundamente arraigadas que suelen convertirse en blanco de menosprecio y en arma de ataque en manos de los habitantes de la nueva patria. Siempre se ha recurrido a las diferencias más evidentes y superficiales para clasificar y aislar a un grupo inmigrante de otro, hasta que la sospecha del «Otro» exacerba las ansiedades, inflama los temores, enardece la ira y cultiva prejuicios útiles para intimidar a los grupos segregados. La exageración de las diferencias entre grupos inmigrantes y migrantes es un recurso histórico empleado a modo de instrumento para controlar a la mano de obra. Desde la esclavitud romana hasta la esclavitud racial en el continente Americano y la esclavitud salarial y de la deuda que caracterizan a la era industrial, la mezcla racial y étnica de los trabajadores ha sido una práctica común para controlar a la mano de obra mediante una división fundada en nociones creadas en torno a las diferencias extremas. El otro lado de la historia de la migración/inmigración es la constante lucha por superar la intimidación y los miedos a fin de construir la unidad de una clase trabajadora multicultural y racial para hacer frente a múltiples formas de opresión.

Como ha pasado con frecuencia en la historia de los USA (y con demasiada frecuencia en períodos de creciente tensión económica), el fomento deliberado del miedo y la sospecha vuelve a surgir como instrumento de táctica política dentro de la más amplia estrategia «divide y vencerás». Debemos preguntarnos, ¿por qué se dedican tantos esfuerzos y recursos nacionales a la propaganda diseñada para dividir y enfrentar a la mayoría trabajadora? Sin lugar a dudas, la respuesta está en las ganancias seguras detrás del abaratamiento de la mano de obra en el proceso de producción capitalista. A lo largo de todas y cada una de las etapas de la dominación europea que duró 500 años y la actual dominación de los USA en el territorio del continente americano, la acumulación y concentración de una riqueza sin parangón ha sido posible gracias a las divisiones creadas para controlar a la mano de obra indígena e importada en ambos continentes. Si luchamos entre nosotros no podemos luchar por nosotros.

En gran medida debido a la influencia actual de la derecha radical en los USA se vuelve a promover abiertamente legislación y programas que popularizan lemas que subrayan la responsabilidad individual, la privatización, la seguridad nacional y la superioridad cultural con una retórica de gran carga emocional cuyo objetivo es intimidar y controlar a la fuerza laboral mediante el divisionismo y el desequilibrio. En la actualidad, al igual que durante los cinco siglos transcurridos desde la conquista del norte y el sur del continente americano, la movilización y el control de la mano de obra se encuentra en el centro del proyecto de globalización neoliberal para abaratar los salarios y maximizar las ganancias. El costo de la mano de obra en todas las etapas de la producción y el transporte es un factor clave para el impulso implacable de los capitalistas: maximizar las ganancias a cualquier costo humano y ambiental. El proyecto económico neoliberal discrimina abierta y agresivamente a los trabajadores al pretender restringir sus movimientos a fin de distribuir sus destrezas conforme al capital. Mientras se permite que el capital deambule por el mundo en busca de inversiones lucrativas, los trabajadores enfrentan muros y leyes excluyentes cuyo objetivo es limitar sus desplazamientos geográficos y explotarlos al máximo. Los esquemas propuestos hasta ahora, como el programa de trabajadores temporales, no son sino programas de control de la mano de obra que recuerdan otras detestables formas de contratación.

Tenemos que volver a cometer los errores del pasado porque aún no aprehendemos la historia de nuestra propia clase trabajadora ni los métodos capitalistas para controlar y explotar la mano de obra. Porque nos hemos dejado distraer con cuestiones que ocultan el fondo del problema, como la superioridad racial y las inseguridades económicas; hemos perdido de vista el cuadro completo de la realidad social: un sistema opresor, de explotación económica implacable que enfrenta a cada trabajador con todos y cada uno de sus congéneres. No hemos aprendido la lección, nuestra memoria es de corto plazo y no hemos conseguido enseñar a nuestros hijos a defenderse de las tácticas y estrategias de siempre, las que han dividido y enfrentado a blancos y negros, irlandeses e italianos, cristianos y judíos, y ahora a muchos usamericanos asustados y braceros mexicanos. ¿Tenemos que volver a los mismos yerros? ¿Volveremos a caer en las mismas trampas y a creer las mismas mentiras? ¿Permitiremos que la construcción de otros miedos intensifique y manipule nuestro propio temor?

En lugar de corregir el cúmulo de problemas económicos que agravan las ansiedades sociales en franco aumento a ambos lados de la frontera, las políticas están diseñadas para acentuar la inseguridad que genera las tensiones sociales útiles para dividirnos. Se manipulan los miedos y las preocupaciones humanas reales y se exacerban con imágenes de presuntos enemigos. Por ejemplo, a los crecientes índices delictivos se les asocia con determinados grupos étnicos o raciales. A medida que nos adentramos en el siglo XXI, el cúmulo de consecuencias negativas de las políticas económicas neoliberales en la esfera de lo social en los últimos treinta años se hace cada vez más evidente y se hace necesario echarle la culpa a alguien. Si bien ocasionalmente echamos un fugaz vistazo al tema de la delincuencia en las salas de juntas, ahora la atención pública se enfoca al desplazamiento de millones de personas morenas desesperadas que atraviesan la frontera en busca de trabajo y las presenta como la principal amenaza a la seguridad económica y la estabilidad social. Las tendencias interrelacionadas de largo plazo (la caída de los salarios, la contracción del ahorro, el crecimiento de la deuda pública y privada, el aumento vertiginoso en el costo de la vida y la caída generalizada de los niveles de vida) están provocando un sentido real y difundido de inseguridad que, lejos de encontrar una explicación oficial, dirige la atención pública a amenazas externas que exageran los temores del pueblo ante la imagen de enemigos fabricados que tocan desesperadamente a nuestras puertas. No obstante, una mirada más cercana revelará que no es sino el asalto neoliberal y capitalista transfronterizos contra el nivel de vida de las familias trabajadoras a lo largo y ancho del continente americano lo que acaba con las oportunidades de empleo y la calidad de vida, y obliga a los desempleados a sumarse a la incesante y frenética marcha en pos de un trabajo.

En este amplio período de contracción económica y dificultades financieras, la cuestión de la mano de obra migrante surge como otro lugar común fácil y con la carga social suficiente y probada para distraer al pueblo del análisis crítico de una larga serie de políticas económicas internas e internacionales fallidas. Políticamente, es más fácil usar los miedos para incendiar la animosidad social contra 11 millones y más migrantes mexicanos, sin olvidar los muchos otros grupos de inmigrantes, que explicar por qué se han perdido alrededor de 43 millones de empleos en los USA desde 1979. Hacer de las minorías el chivo expiatorio es un recurso clásico y efectivo para distraer la atención pública de las causas reales de los problemas sociales y económicos. Levantar un muro en la frontera entre México y USA constituye un artificio barato y ofensivo para no diseñar programas sustantivos con el objetivo de mejorar la calidad de vida en todo el continente. A pesar de la vergonzante construcción del muro y de los centros de arresto, el capital necesita un suministro abundante de mano de obra barata en todos los lados de muchas fronteras. La meta del capital no es mejorar los niveles de vida, sino multiplicar las ganancias. El muro y la propuesta del esquema de trabajadores temporales forman parte del plan de los neoliberales para mantener la disponibilidad de mano de obra al precio más barato para su futura explotación. En este crítico momento, cuando los trabajadores corrientes a ambos lados de la frontera entre ambos países necesitan, más que nunca, desarrollar vínculos comunes de confianza, cooperación y apoyo mutuo, la clase gobernante profundiza las divisiones y acentúa el miedo a las amenazas externas e internas a la vida, cuando en realidad lo que la clase gobernante hace es amenazar el sustento por nosotros compartido.

El creciente ritmo de obtención de ganancias por parte de unos pocos y sus implacables esfuerzos por multiplicar sus utilidades a cambio de la caída de la calidad de vida de las mayorías en todo el continente americano no es sino más leña al fuego en el conflicto político entre las tendencias autoritarias de las corporaciones trasnacionales y aquellos que desde las mayorías exigen terminar con la explotación y la pobreza. La creciente tensión entre una minoría de por sí pequeña y cada vez menos numerosa en poder de los recursos y la creciente mayoría de desposeídos se ven agravadas por los esfuerzos cada vez más intensos por controlar las condiciones laborales en el mundo. El invariable problema social/político de la minoría acomodada es controlar a la creciente mayoría conformada por trabajadores descontentos mediante la limitación de su desplazamiento físico y su situación legal. A medida que la inestabilidad económica tiende a profundizar el descontento social, la minoría tira más febrilmente de sus palancas de poder e influencia, primero para convencer y luego para coaccionar a las mayorías a ajustarse a las normas de los métodos capitalistas de explotación de la mano de obra. La tendencia que tiene el estilo corporativo autoritario de organización de invalidar las necesidades humanas y los principios democráticos requiere de la constante distribución controlada de recompensas y castigos para moldear la conformidad del pueblo. En todos los niveles de la resistencia popular se incrementan las recompensas de unos cuantos al tiempo que los instrumentos de coerción se ejercen en contra de la mayoría. La inactividad y la pasividad se nutren y cultivan en un clima de aprehensión fundado en la feroz competencia por empleos cada vez más escasos, la mayor inseguridad social y la cada vez más calculada construcción deliberada de temores que incrementa las sospechas frente al «Otro». La sospecha y el miedo a los extranjeros o a cualquier persona que sea diferente es el instrumento psicológico por excelencia que ha servido para dividir a la oposición cuando ha sido mayoría en nuestra historia.

Inmersos en el clima económico actual en los USA, no observamos la defensa política de los valores conservadores; observamos el ataque radical y frontal contra principios constitucionales y conquistas sociales que debemos a 150 años de lucha de la clase trabajadora. En los últimos treinta años hemos sido testigos del desarrollo de una regresión política y antidemocrática, una regresión que se vale de todas las formas típicas y conocidas de coerción económica y represión policíaca desde el Estado. Desde el resurgimiento de los grupos racistas y de odio hacia los inmigrantes y la expansión de las instituciones de la policía estatal se nos exhorta a volver a la oscuridad de algunos de los momentos más vergonzantes de nuestra historia. El «conservadurismo compasivo» ahora se manifiesta como un lema vacío, un nombre en clave para ocultar el abandono oficial de la mayoría a la explotación más rapaz.

El actual sentimiento antiinmigración en muchas partes de los USA recuerda a un nacionalismo extremadamente intolerante y teñido de racismo, y también recuerda a un extraño neonativismo que resuena a través de una larga historia de xenofobia despiadada que se remonta a las Leyes de Sedición contra Extranjeros. A lo largo de la historia de los USA, particularmente en momentos de crisis económica y política, los instrumentos de la propaganda han sido usados repetida y efectivamente para convertir al «Otro» en el enemigo que vive entre nosotros. Las imágenes arquetípicas del «Otro» malvado son harto familiares en la historia de los USA: papistas, anarquistas, subversivos, comunistas, socialistas, personas de piel oscura e incluso los llamados «rojillos» e inconformes formaron y forman parte de una turbia mezcla de estereotipos antiétnicos y blancos del racismo para aparecer como el amenazante «Otro». Conocemos de sobra los patrones y las consecuencias históricas. La creación del «Otro» es el preludio a su aislamiento y deshumanización, condiciones necesarias para clasificar a los diferentes como seres de segunda o tercera clase, prácticamente inhumanos, a quienes se les niega el reconocimiento legal o social pleno.

El sentimiento antialgo o antialguien se populariza y se codifica, tal como sucedió con los Códigos Negros decretados para restringir la libertad de los antiguos esclavos, lo que siempre antecede a la represión política y oficial. Los «Otros», satanizados, son perseguidos, cazados, encarcelados y, a veces, asesinados. La lista de incidentes terriblemente trágicos sería demasiado larga, pero conocemos muchos de los nombres de las víctimas que evocan aquellas tragedias: Dred Scott, Emma Goldman, John Reed, Joe Hill, Andrea Salcedo, Sacco y Vanzetti, los Rosenberg, Leonard Peltier, Mummia Abu Jamal, Pedro Albizu Campos, por citar a unos cuantos y, más recientemente, Filiberto Ojeda Ríos. Negros, indígenas, nacidos en el país, nacidos en el extranjero, marginados y pobres, todos son convertidos, una vez más, en el temido «Otro», perseguidos como si fueran criminales, inadaptados sociales, desviados… cuando su único delito siempre ha sido percibir la amenaza que representa el desorden capitalista de su tiempo.

Otra vez estamos al borde del precipicio, enfrentando una prueba social de enormes proporciones históricas. ¿Remontaremos las repetidas manipulaciones de nuestros miedos? La cuestión actual de la migración no es meramente un asunto económico; se trata de una cuestión social que toca el centro mismo de nuestro sentido de dignidad humana. Otra vez, en medio del estancamiento económico y de un sentimiento xenófobo salvajemente irracional, se cultivan nuevos temores a fin de aislar y controlar a la población separándola de sus vecinos más cercanos, los del sur. Se nos dice que los vecinos mexicanos y las personas de otros países latinoamericanos y caribeños se quedarán con nuestros empleos, harán polvo nuestra cultura y tal vez incluso nos quiten a las mujeres. Mientras las viejas artimañas para manipularnos adquieren un nuevo disfraz debemos luchar por identificar su origen, analizar cuidadosamente el objetivo de las políticas económicas y gubernamentales para construir cimientos interculturales y socioeconómicos alternativos más sólidos, bases que nos sirvan para desarrollar una mayor cooperación internacional más amplia entre las clases trabajadoras. ¿Permitiremos la resurrección de los fantasmas de nuestro trágico pasado racista y antiinmigración? ¿O insistiremos en soluciones igualitarias, basadas en la justicia social y en la protección de las familias? ¿Acabaremos, de una vez por todas, con los efectos nocivos de los prejuicios sociales, raciales y étnicos que nos dividen? ¿Construiremos nuevas formas de solidaridad social o aceptaremos el barbarismo que, sin duda, nos destruirá a todos?

«Los hombres (y las mujeres) hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio…».

En realidad, la nueva corriente de nativismo y su fuerte expresión antiinmigración se opone al reciente cálculo de necesidades de mano de obra y los intereses del capital nacional y trasnacional. Si bien los sentimientos xenófobos generan una discordia que hay que atender, en este momento la necesidad del capital nacional de mano de obra barata constituye el factor económico. Los demógrafos señalan que el índice de natalidad actual entre los usamericanos es de 0.92%, porcentaje inferior al índice de reemplazo. Las tres «explosiones demográficas» de 1973, 1983 y 1993 no podrán cubrir las vacantes que se esperan conforme 77 millones de personas de la generación posterior a la Segunda Guerra Mundial se jubilen en los próximos cinco a siete años. La cifra estimada de once millones de trabajadores indocumentados que ya están en los USA no alcanzará siquiera para cubrir el déficit de mano de obra. El nuevo y creciente sentimiento en contra de la inmigración no es un tema vinculado al empleo, sino una política de control del costo de la mano de obra y una política de intimidación. Cuando la Cámara de Comercio de los USA recientemente hizo un llamado para formular un plan nacional y ampliar legalmente la inmigración a fin de adelantarse a la escasez de trabajadores, la propuesta reemplaza la discriminación por oportunidades y los esfuerzos aleatorios de intimidación con una política de control directo y constante de los trabajadores mediante el desarrollo legal de un estatus de segunda clase para los trabajadores temporales. Podemos identificar de inmediato la estrategia de la Cámara para controlar los costos de la mano de obra. El consenso corporativo que se está fraguando en favor de un programa de trabajadores temporales está diseñado para cubrir la escasez de mano de obra ampliando la fuerza laboral para abaratar los costos generales de la producción. Al limitar los derechos de los trabajadores temporales se socavan los derechos de los trabajadores nacionales, aquellos nacidos en el país. Los programas de trabajadores temporales crean legalmente una categoría de trabajadores de segunda clase y deben verse como amenaza directa a los derechos laborales en todas las fronteras que cubre el TLCAN, deben verse como un tema trascendental para la clase trabajadora internacional. Los capitales nacionales y trasnacionales usarán el programa de trabajadores temporales para reducir los costos de la mano de obra en los países del TLCAN, y los trabajadores sentirán de inmediato la amenaza de la saturación de las reservas de mano de obra. Los instrumentos de la intimidación y la coerción están integrados a los programas de trabajadores temporales. Los trabajadores usamericanos que han perdido 43 millones de empleos en el mercado laboral nacional, empleos bien pagados, albergan preocupaciones justas, pero la historia de su propia clase como trabajadores advierte que su fuerza futura se encuentra en esa solidaridad internacional que aún está por construirse. Enfrentados a la contracción de los sindicatos, las múltiples restricciones a la organización y la frecuencia de los despidos, los trabajadores verán en la inmigración una nueva amenaza a la seguridad laboral, un factor que presionará a la baja los salarios y afectará los paquetes de prestaciones. La historia de la animosidad racial y étnica que ha obstaculizado la solidaridad entre la clase trabajadora en el pasado debe superarse con nuevas modalidades y métodos de formación y organización, diseñados para desarrollar la cooperación internacional y el apoyo mutuo. Habremos de ser más creativos que nunca. Nuestra renovada inventiva y creatividad debe fundarse en una estrategia que combine la organización del trabajo y la comunidad, una estrategia que integre lo laboral y lo doméstico.

Si bien debemos analizar de manera crítica todos los elementos de la legislación sobre trabajadores temporales y prepararnos para insistir en modificaciones que aseguren la igualdad entre los trabajadores, nuestras estrategias deben estar diseñadas para reconstruir la solidaridad entre la clase trabajadora. Como primer paso, debemos señalar y argumentar en forma convincente que la migración no es causa de los problemas del país, sino consecuencia de una agresión militar y económica coordinada a lo largo y ancho del continente. Los cambios estructurales impuestos durante treinta años de una agresiva y rapaz «terapia de choque» financiera gracias a los planes de reajuste estructural y la degradación de los acuerdos comerciales definen las nuevas condiciones que obligan a millones de personas a cruzar la frontera en busca de trabajo. Ahora que la migración, desde la postura de la Cámara de Comercio de los USA, es vista como parte de la solución a la esperada escasez de mano de obra, debemos reconocer que las propuestas de ley constituyen un intento por acortar los déficit previstos y favorecer las prioridades de las corporaciones nacionales e internacionales, y organizarnos para que todos los trabajadores en el país gocen, como mínimo, de la protección que estipula la Constitución de los USA.

El presente argumento defiende la tesis de que la historia de la gestión del flujo de la mano de obra hacia el continente americano fue y sigue siendo un elemento integral de la mercantilización sistemática del trabajo en ambos continentes y en las islas del Caribe. En pocas palabras, la temprana redistribución de mano de obra indígena mediante encomiendas y la introducción prácticamente simultánea de mano de obra esclava proveniente de África definió los métodos europeos de reasignación del trabajo conforme a sus nuevas formas de producción en América. Posteriormente, la mercantilización capitalista del poder de la mano de obra en el continente que iniciara poco después, en el mismo período de la conquista y los reasentamientos, y sus propios métodos de producción, conformó las condiciones básicas que continúan afectando la redistribución internacional de la mano de obra hasta la etapa actual del neoliberalismo trasnacional. Históricamente, la movilización de la mano de obra en ambos continentes se conseguía, en gran medida, por la fuerza económica y militar. Ya fuera mediante el sistema de la encomienda y su consecuente particularidad tributaria o mediante la esclavización de los pueblos indígenas y africanos, la mano de obra se redistribuyó con el objetivo general de producir para un mercado de exportación desde los primeros años de los asentamientos permanentes en América. Al igual que en Inglaterra durante la Ley de Cercamientos para separar las tierras privadas de las tierras comunes, el proceso se llevó a cabo con violencia organizada.

Migración: el denominador común en la historia de todos los usamericanos

En la actualidad, la cuestión de la migración/inmigración vuelve a surgir con plena fuerza económica y a ocupar un lugar en la agenda política/social como resumen de la historia de 500 años de la mano de obra en América. Nadie está exento. Nadie puede escapar a las consecuencias de la fuga de capitales y las invasiones del capital. Aunque enfrentamos enormes fuerzas militares y económicas, no estamos indefensos. Los trabajadores del continente debemos abrevar en nuestras largas y valerosas tradiciones de lucha y capacidad de organización para moldear el cambio social a nuestra imagen. Debemos encontrar los hilos de nuestra propia historia y pulir nuestra capacidad de análisis para lanzar la búsqueda cooperativa de una alternativa a la globalización capitalista. Debemos tejer redes entre nosotros a medida que los trabajadores de todo el continente se ven forzados a desplazarse ante las cambiantes condiciones políticas y económicas y el impacto de la migración en las zonas expulsoras y receptoras. La necesidad histórica constante de nuevas fuentes de mano de obra en todas partes de América nos convierte en trabajadores del mundo. Ya no podemos darnos el lujo de pensarnos como exclusivamente mexicanos, portorriqueños, haitianos o tejanos. El capital globalizador nos hace trabajadores internacionales de una fuerza laboral mundial. Debemos organizarnos globalmente.

Debemos hacer el esfuerzo de poner la migración actual en una clara perspectiva histórica e identificar su carácter contemporáneo específico. Una referencia excelente es mirarnos a nosotros mismos, analizar nuestra historia personal. Cuando analizamos la constante diáspora a lo largo y ancho de América desde la invasión europea, debemos ubicarnos en el contexto de la conquista y los reasentamientos europeos, y la larga historia de dominación económica europea y usamericano en el continente. Unos cuantos hemos podido vivir en paz en un solo lugar durante largo tiempo. Tan solo dentro e los USA, desde la Gran Depresión, hemos sido testigos de uno de los cambios demográficos más significativos debido a la migración de las zonas rurales a las ciudades en toda la historia del país. El sentimiento antiinmigración en los USA se contrapone a las realidades concretas de la historia migratoria de todos los habitantes del continente, pero es una reacción impulsiva ante las formas en que el racismo y el odio étnico han sido usados para dividir y controlar a nuestras sociedades durante siglos. Las tácticas divide y vencerás no son nuevas, pero nosotros, personas comunes y corrientes, parecemos olvidar el suplicio de nuestro propio tránsito por la senda de la migración.

¿Quiénes son los migrantes/inmigrantes? ¿Américo Vespucio o los carib, Jim Bowie o Santa Anna, Cabeza de Vaca o los indígenas que encontró camino a Texas, Sam Houston, Zachary Taylor, William Walker o Benito Juárez, los soldados búfalo o los indios que cazaban, los mormones o los huérfanos desplazados en tren, los indios llevados a las reservas o los antiguos esclavos recorriendo el continente en busca de sus familias, mis padres y los tuyos, Schwarzenegger y Tancredo o el joven mexicano que cruzó la frontera hace cinco segundos?

¿POR QUÉ HAN MIGRADO LAS PERSONAS? ¿POR QUÉ NOSOTROS SEGUIMOS MIGRANDO?

¿CUÁLES SON LOS PATRONES HISTÓRICOS CONSTANTES Y QUÉ HA CAMBIADO?

¿CUÁLES SON LOS TEMAS REALES? ¿Cuáles son las poderosas fuerzas que expulsan y atraen a los migrantes?

TODOS SOMOS MIGRANTES/TODOS COMPARTIMOS UNA HISTORIA DE MIGRACIÓN

UNA PERSPECTIVA AMPLIA:

Un breve repaso de la migración humana transatlántica, transcontinental e intercontinental nos permite señalar, parafraseando a Chomsky, que estamos en el «Año 515» y la diáspora continúa. ¿Por qué después de 500 años de explotar algunas de las reservas más ricas de recursos en el mundo las personas siguen desplazándose en pos de un empleo bien remunerado y de estabilidad social? ¿Por qué los habitantes de las regiones más ricas en recursos en el mundo son también las más pobres? ¿Y por qué los más pobres caminan al frente de la infinita marcha en busca de empleos? Nuestra conflictiva historia está pautada por una larga lista de decisiones económicas y sociales cuyas consecuencias afectan todas y cada una de las decisiones que tomamos hoy. La privatización, el agotamiento de los recursos, la mala planeación y la falta de planeación, y el daño irreparable al medio ambiente son algunas de las causas económicas que obligan a las personas a sumarse a los migrantes en su larga marcha en pos de empleo.

Desde la conquista europea y los reasentamientos en el continente Americano se destacan claramente tres grandes fases de migración: la migración generalizada hacia el oeste, incluida la constante expansión hacia el sur seguida, en la actualidad, por un reflujo de migración de sur a norte de personas provenientes de toda Latinoamérica y el Caribe. La migración hacia el oeste empezó prácticamente enseguida de los reasentamientos de europeos en las costas de Norteamérica. Primero, a través de los Alleghenies hasta el Valle de Ohio, y después a través de las Rocallosas, la migración hacia el oeste empezó a fluir a cuentagotas y se transformó en un verdadero torrente como consecuencia de los avances tecnológicos y las limitaciones o incentivos económicos y políticos. Con «el cierre de la frontera» y el cumplimiento de la conquista transcontinental, el diseño imperial de los USA, inherente al Destino Manifiesto, volvió la mirada al sur y al este. De costa a costa y allende los mares, la expansión usamericano atravesó el Pacífico y llegó hasta las Filipinas, llegó al Caribe, México y Centro y Sudamérica. La historia de la continua dominación económica usamericano también es la dolorosa historia personal de todas las personas demonizadas cuyas vidas fueron y siguen siendo afectadas. Se trata de nuestra tormentosa historia colectiva. Tal vez no seamos plenamente responsables de su factura, pero es nuestra historia, nos pertenece. Para evitar los yerros sociales más gravosos por ella registrados habremos de revisarla, volver a analizarla, aprehender nuestras experiencias similares aunque individuales, volver a adueñarnos de ella, entender sus causas y rediseñar su futuro. No es la historia de hechos impersonales: es la dolorosa y continua historia de un pueblo abusado y explotado. Es nuestra historia, mas no la historia que creamos nosotros mismos. La sospecha y la desconfianza creadas y fomentadas sembraron divisiones raciales y étnicas. El racismo y los prejuicios étnicos, elementos clave de las divisiones sociales en el continente, fueron construidos e impuestos por ley. Ya hemos sido objeto de los designios de otros demasiadas veces. Tenemos que convertirnos en sujetos de nuestro propio plan correctivo, el cual empieza por comprender cabalmente el porqué y el cómo debemos construir una unidad multicultural y multirracial más allá de tantos supuestos obstáculos.

Este somero repaso de nuestra identidad obliga la formulación de la siguiente pregunta: ¿quiénes son los migrantes? A lo largo de todo este tiempo hemos permitido que nuestro temor al «Otro» sea manipulado para afectar nuestras necesidades humanas comunes más profundas. Hemos permitido que otros definan nuestra imagen pública. Nuestra conflictiva historia también está manchada con los resultados de nuestros constantes yerros sociales: ingleses contra españoles, católicos contra protestantes, blancos contra negros, blancos contra indígenas, cristianos contra judíos… la lógica del todos contra todos ha generado una gresca entre la clase trabajadora internacional al más puro estilo de pelea de cantina, en la que los capitalistas barren con todo después de nuestras golpizas.

La historia de la expansión colonial y la dominación del continente Americano no fue, es el proceso continuo y constantemente combatido de explotación militar y económica que afecta la idea que tenemos de nosotros mismos como seres separados de «los demás»: anglos, latinos, negros, blancos y todos los matices morenos, pero todos somos usamericanos. La nuestra es una historia interminable de migrantes: los que llegaron antes y los que llegaron después; los que se mezclaron y los que se integraron; demasiados que insistieron en su pureza y superioridad racial y otros que fueron y han sido vilipendiados, demonizados y segregados. Se trata de una historia de reyertas brutales cuya factura no sólo es responsabilidad nuestra, y no olvidemos que quienes no conocen su propia historia «…están condenados a repetirla». A medida que volvemos a analizar nuestra historia, aprehendemos el enorme potencial de evitar nuestros más graves errores.

Migración transfronteriza y migración interna

En el caso de la mayoría de nuestros ancestros migrantes, la experiencia de la inmigración estuvo dolorosamente pautada por una larga serie de abusos que no sólo sufrieron ellos, sino también nosotros. Todos podemos identificarnos con el dolor padecido en carne propia o padecido por otras personas cuando escuchamos los más sutiles comentarios raciales y los más crudos chistes étnicos. El legado del odio racial, los prejuicios contra las mujeres y las divisiones étnicas ha afectado nuestra conciencia social desde el principio de la Colonia. La esclavitud racial, momento definitivo en la construcción de la noción del «Otro», es la sombría compañera del difundido odio étnico que se hace patente en la discriminación laboral, la intimidación, el «internamiento», la deportación y el asesinato. Las olas sucesivas de inmigrantes al continente Americano han tenido que soportar ultrajes interminables, como la segregación y la clasificación racial y étnica. Con demasiada facilidad hemos olvidado nuestra propia historia, razón por la que hemos permitido y seguimos permitiendo que nos utilicen para generar una confrontación entre nosotros mismos. Debemos preguntarnos cómo es que dejamos que esto sucediera y sería conveniente hacer una pausa de vez en cuando para pensar en los nuevos migrantes, los que serán inmigrantes, a partir de la forma en que hemos sido tratados, las ofensas de las que hemos sido objeto, las condiciones en las que hemos vivido y nuestra propia lucha para adaptarnos a un nuevo entorno cultural. Sí, como dice nuestro himno, los USA son «la tierra de los valientes»: los inmigrantes deben ser valientes para sobrevivir. Tal vez llegaremos a ser más amables y sensibles, tal vez nos mostremos más acogedores y dispuestos a ayudar cuando decidamos no perpetuar los abusos del pasado, sino proteger a los abusados y reconocer en el rostro de los demás a nuestros hermanos y hermanas.

De manera menor pero muy significativa, quienes nacimos en los USA podemos y debemos tomar nuestro propio desplazamiento en el interior del país como referencia para sensibilizarnos ante los enormes desafíos que han enfrentado los migrantes transfronterizos a lo largo de la historia de los USA. El tejano que se muda a Nueva York o el oriundo de Virginia que se muda a Los Ángeles tienen que adaptarse a fuertes cambios sociales y culturales. Ya sea que nos hayamos mudado, hayamos cambiado de escuela o de empleo, abandonamos un espacio familiar para adentrarnos a un entorno social desconocido. Adonde llegamos esperamos encontrar nuevas oportunidades, pero enfrentamos muchos desafíos: aprender a adaptarnos a un nuevo entorno cultural y encontrar un lugar donde vivir constituyen importantes retos de adaptación. Para desarrollar nuestra sensibilidad, sugiero hacer una pausa y también reflexionar sobre las diferencias: nosotros ya hablábamos el idioma y conocíamos las costumbres y las leyes. Sin embargo, nosotros, los blancos, rara vez sufrimos las consecuencias de los prejuicios raciales o étnicos. Por lo general, nos desplazamos libremente por el país con ciertos recursos, cosa rara cuando se trata de los migrantes transfronterizos. Para ser todavía más sensibles a la situación actual, reflexionemos compasivamente sobre las recientes víctimas de la negligencia, las personas obligadas a dejar sus hogares en la zona del Golfo, golpeada por el huracán Katrina. Pensemos nuevamente en nosotros. Somos migrantes. ¿Por qué migran las personas? Somos capaces de identificar las razones históricas, generales y particulares, de la migración. ¿Por qué los migrantes son tratados como los «Otros»?

La construcción del «Otro»

La noción del «Otro» está construida con muchos elementos sórdidos. Lamentablemente, es necesario dedicar demasiado tiempo a descorrer el velo de diferencias fabricadas para echar un vistazo a las profundas similitudes. Las diferencias sociales, como las diferencias raciales, son menores en relación con nuestra humanidad común, pero nos permitimos enfatizarlas porque cuesta trabajo tender puentes sociales hacia el respeto y la comprensión mutua. Nosotros, ciudadanos de los USA, podemos empezar de nuevo pensándonos como migrantes voluntarios privilegiados y así, tal vez, desarrollaremos una mayor sensibilidad hacia los «otros», los que se ven forzados a migrar.

Primero, debemos reconocernos como participantes de la continua y creciente diáspora mundial, aunque sabemos que hay una enorme diferencia: algunos de nosotros somos migrantes voluntarios. «¡Nosotros volamos, ellos caminan!» Nosotros somos turistas, ellos son migrantes. Nosotros somos visitantes bienvenidos, ellos son considerados extranjeros ilegales. A nosotros nos reciben con una sonrisa, a ellos los recibe el Muro de la Vergüenza, los gruñidos de los perros de los patrulleros y los guardias fronterizos armados. Nosotros viajamos por placer, ellos migran obligados por las poderosas presiones políticas y económicas internacionales. Nosotros buscamos ansiosamente estilos de vida interesantes y alternativos, ellos huyen aterrados de países donde las opciones económicas son exiguas y la represión política los amenaza. Nosotros disfrutamos factores de atracción como los lugares excitantes, las hermosas playas, las ciudades históricas. Nosotros viajamos para enriquecer nuestras vidas, ellos migran para poder comer. Ellos sufren los factores de expulsión, como las privaciones económicas, los efectos de la guerra y nuevas modalidades de esclavitud. «…Sólo porque el destino así lo quiso, esos no somos nosotros». ¿Por qué habríamos de suponer que estaremos exentos de las crecientes fuerzas del viraje de la historia? Casi podemos escuchar a alguien decir: «Eso no puede pasar aquí». Pero ya ha pasado, demasiadas veces. ¿Cuándo? ¿Por qué?

La expulsión y la atracción en la migración

Para aclarar el debate en curso en torno a la expulsión y la atracción en la historia de la migración hacia y en el interior del continente americano, es necesario adquirir una perspectiva histórica más lúcida y repensar mitos comunes. Para ello, basta reflexionar acerca del primer viaje de Colón: estableció el patrón y las prácticas de casi 400 años de dominación colonial europea en América. Colombo, el italiano que había migrado a España, se convirtió en Colón y por su propia voluntad cruzó el Atlántico. Poco después de alcanzar tierra firme reclamó la propiedad de ese suelo para España, esclavizó a taínos y siboney, y se los llevó a España como trofeos. Eso se llama secuestro. La historia de 350 años de imperialismo europeo en el continente Americano debe ser la primera referencia analítica para estudiar el argumento de la atracción y expulsión de la migración. De Colón a Chávez, ampliando la propuesta que refleja el título de la obra de Eric Williams, «De Colón a Castro», y llevándola al análisis histórico de Andre Gunder Frank, mi argumento es que seguimos viviendo las fuerzas de la expulsión de la dominación política y económica como primera causa de la diáspora incesante alrededor del mundo, una diáspora de la que la migración mexicana no es sino una parte muy nueva. Si añadimos al análisis la larga historia de las causas actuales de la migración continua, la historia del «desarrollo del subdesarrollo», brillantemente presentada en la obra de Andre Gunder Frank, podemos ver claramente que el poder de la expulsión que implican las tensiones económicas constituye el principal motivador de la migración forzada. La historia de la diáspora de 500 años entre los cinco continentes, desde el año 1500 hasta el presente, está atravesada por el racismo, la construcción del imperialismo moderno, el surgimiento del sistema capitalista y su incesante y voraz demanda de recursos naturales y mano de obra barata.

La mano de obra se convierte en mercancía

El control y el abuso de las Fuentes de mano de obra fueron y siguen siendo centrales a la larga historia neocolonial de explotación económica de América. Los cultivos industriales y la extracción minera requirieron de una vasta provisión de mano de obra para imponer los nuevos modos de extracción de la riqueza de la pródiga naturaleza del continente. Los conquistadores y colonizadores trajeron consigo nuevas prácticas agrícolas y mineras que exigieron un despliegue distinto de mano de obra nativa. Dichas prácticas apuntaban al monocultivo y la extracción mineral para la exportación, y modificaron por complete la relación orgánica de los nativos con el medio ambiente. Después, conforme la agricultura intensiva en mano de obra dio paso a la industrialización agropecuaria y las fábricas, se requirió nuevamente de la reorientación el desplazamiento de la mano de obra. En cada etapa de la transformación económica y social el suministro de mano de obra resultó insuficiente y, en ocasiones, se encontraba en el lugar equivocado. A lo largo de todas y cada una de las fases del nuevo proyecto industrial se importó mano de obra para cubrir los faltantes. Desde la mano de obra esclava Africana, pasando por la mano de obra campesina irlandesa hasta la actual desbandada para cruzar la frontera, la desestabilización de la situación nacional sirvió para llenar las filas del suministro de mano de obra internacional. Después de la proscripción oficial del comercio de esclavos africanos a mediados del siglo XIX, la Europa en proceso de industrialización expulsó su excedente de mano de obra. Desde la década de 1840 hasta el período de la Primera Guerra Mundial, las hambrunas, las guerras civiles, el desempleo masivo, el racismo y la persecución política y étnica desplazaron la mano de obra europea hacia América. Irlandeses, alemanes, suecos, finlandeses, italianos y rusos, nuestros ancestros europeos, se vieron obligados a migrar.

El debate atracción/expulsión debe enmarcarse propiamente entre la expulsión de personas de su tierra y la atracción simultánea debido a las nuevas demandas de mano de obra. En el caso de nuestro continente, tanto en el sur como en el norte, todo empezó con Colón y la historia se repite hasta el TLCAN y el TLCCA. La expulsión es el factor predominante. Prácticamente en todos los casos, desde la Reconquista hasta la actualidad, primero se expulsó a las personas de sus tierras y después se les forzó a trabajarlas o a migrar internamente o a abandonar la zona: pasó allá y pasó aquí. Es necesario detenernos a considerar algunos de los ejemplos más trágicos de migración forzada: la expulsión de los judíos de España a partir de 1492, la hambruna irlandesa debido al añublo en los cultivos de papa, el éxodo italiano después de la reunificación en la década de 1870 y los «refugiados del desierto de polvo en Norteamérica… casos que representan momentos similares en la historia mundial de la expulsión del hogar hacia la incertidumbre.

Cuando los indígenas empezaron a morir masivamente durante el primer siglo de conquista del continente americano, la mano de obra fue reemplazada con esclavos africanos. Conocemos bien estas palabras: encomienda, esclavitud humana, servidumbre por deudas, contratos forzados, trabajos forzados y muchos otros esquemas y sueños capitalistas para recortar los costos de la producción de caña de azúcar y algodón, y ahora autos o zapatos. En cada nueva etapa del trabajo forzado la práctica característica de dividir para controlar se convirtió en parte integral de nuestra compleja y conflictiva historia. Por ejemplo, cuando los esclavos fueron emancipados en las Antillas Británicas, se importó deliberadamente a habitantes de las Indias Orientales a Trinidad para doblegar a la mano de obra insurgente negra recién liberada en la isla. Es fácil señalar los repetidos esfuerzos de las potencias imperialistas y capitalistas por dividirnos y confrontarnos. La raza y el origen étnico, profundamente enraizados en la historia del control de la mano de obra, han sido armas efectivas de la estrategia del divide y vencerás. William Lynch, dueño de esclavos antillanos, ofreció este consejo explícito a los propietarios de plantaciones en James River en 1712. En un discurso titulado «Consejos para conservar a los esclavos» declare con precisión: «Recurro al miedo, la desconfianza y la envidia para controlarlos».

La migración forzada y los métodos para controlar a los trabajadores siguen un estremecedor patrón constante, desde la época colonial de nuestro continente hasta el presente. Las técnicas coercitivas elementales para controlar a la mano de obra por la fuerza física, el miedo y la intimidación se ajustaron a los diferentes estilos de explotación, pero el miedo y la desconfianza siempre han desempeñado un papel central. Cuando las demandas de mano de obra están vinculadas al modo de producción capitalista, notamos claramente un patrón repetido desde los inicios del capitalismo en Inglaterra hasta el día de hoy en el continente americano. La violencia en todas sus formas es la amenaza latente cuando el miedo y la intimidación fallan. Primero, se separó a las personas de sus medios de subsistencia; después, se les arrojó a lo que denominamos el mercado de trabajo. Desde la Ley de Cercamiento en Inglaterra hasta la expulsión de campesinos de sus tierras en la actualidad, somos testigos de la repetición del desplazamiento forzado de las poblaciones de sus medios tradicionales de subsistencia. Las fuerzas que debemos reconocer son la coerción, directa e indirecta, económica y militar. El capital necesita «liberar» a la gente para su explotación en el mercado. Si bien el proceso de «liberación» puede adoptar formas variadas, como las Leyes de Remoción y Emancipación de los Indios o la venta actual de tierras ejidales en México, la marcha masiva de la mercantilización forzada de la mano de obra va acompañada de la amenaza y el uso de la violencia. Todo período histórico de separación de seres humanos de sus medios de subsistencia se ha basado en decisiones económicas con el respaldo del poder. Lejos de la fuente conocida de recursos y vida, «liberados» para errar en busca de trabajo, hombres y mujeres «libres» se convirtieron en el «Otro» y fueron llamados vagabundos o bandoleros, transformados artificialmente en personas que causaban miedo, merecían el aislamiento y no pocas veces la cárcel o la horca. Ah, no, aquí, en los USA, no podría pasar. Pero ha pasado y sigue pasando. Nuestra vergonzante historia de intimidaciones por medio del linchamiento no es un hecho aislado o remoto del pasado, sino el elemento que precede y acompaña el uso constante de la fuerza militar en el continente. Desde la violencia del Ku Klux Klan después de la Guerra Civil hasta la diplomacia de cañonera y la subversión abierta de gobiernos, el «garrote» siempre ha estado listo para abrir el paso a la «libre» explotación que hace el capital de la tierra y la mano de obra.

En este momento, en la creciente migración mexicana y de otros países latinoamericanos hacia el norte, apreciamos la repetición ya conocida de un poderoso proceso económico registrado en la historia. La profundización de la pobreza, el desplazamiento de los pequeños agricultores tradicionales, las tensiones económicas que sufren quienes ganan un ingreso medio y la contracción del empleo son factores de expulsión que obligan a un número cada vez mayor de vecinos del sur a abandonar sus hogares y emprender precarios viajes que implican recorrer largas millas por terrenos peligrosos en busca de trabajo. La nueva ola de migrantes mexicanos y otras almas errantes que viajan desde Centro y Sudamérica no es sino la reacción a los efectos impactantes de los nuevos acuerdos comerciales que han clausurado las opciones económicas de las personas en edad laboral a lo largo y ancho del continente, tanto en el norte como en el sur. Los acuerdos comerciales desiguales, los reajustes estructurales, los ataques cambiarios y las devaluaciones forzadas generan las condiciones económicas que causan el desplazamiento obligado de la oferta de mano de obra internacional. Los casi cincuenta años de guerra sucia constante en América y las fluctuantes depresiones económicas cuya mayor intensidad se registró en la década de 1990 fueron clave para las trágicas condiciones que impulsan a los migrantes de hoy a dejar sus tierras en Centro y Sudamérica, México y el Caribe.

Debemos entender que no somos meros testigos pasivos de estos rápidos reajustes en la oferta de mano de obra: también estamos siendo arrastrados a la continua reestructuración militar-económica que influye en la reasignación del trabajo en el mundo. Todos nos vemos afectados por el proceso neoliberal continuo y en expansión de la movilización de la mano de obra y la explotación de los recursos. Todos intentamos reaccionar racional e inteligentemente a las opciones cada vez más exiguas de la mejor manera posible. Mientras nosotros, los norteamericanos de los USA y Canadá, así como cada vez más europeos, tratamos de encontrar estilos de vida alternativos y satisfactorios que nos permitan sobrevivir con pensiones más y más míseras, nuestros compañeros latinoamericanos tratan de sobrevivir recurriendo a cuanta posibilidad aparece en su horizonte, incluso si ello significa desplazarse a pie hasta donde está el trabajo y morir en el camino. Al actuar individualmente perdemos de vista los problemas que enfrentamos como colectivo.

¿Qué soluciones podemos recomendar?

En el caso de la clase trabajadora, como lo somos nosotros en todos los lados de las muchas fronteras del continente americano, el tema de la inmigración debe enmarcarse en nuestras necesidades humanas comunes y abrevar en nuestro creciente conocimiento del necesario respeto por los derechos humanos y las necesidades humanas fundamentales para tener justicia social y económica. Las personas sin acceso a un medio para ganarse la vida en su región o país de origen se ven obligadas a tomar decisiones sumamente difíciles para sobrevivir. ¡No se trata de decisiones tomadas en libertad! Son decisiones condicionadas por la violencia del hambre, el miedo y la carencia. Desde la expulsión de los tainos a España, pasando por la expulsión de los cheroqui de las Carolinas, hasta el hecho de hacer huir a los pueblos latinoamericanos y caribeños de sus bellos terruños en la actualidad, demos reconocer que todos somos víctimas del apoderamiento de recursos y la explotación sistémica de mano de obra alrededor del mundo que acaba por convertirnos en enemigos. Dejaremos de ser las víctimas cuando reconozcamos el potencial de cosechar victorias comunes y asegurar la satisfacción de nuestras necesidades humanas básicas. No hay gran diferencia entre un trabajador despedido de la Ford mexicana y un trabajador despedido de la Ford en Detroit, pero a aquel le llamarán migrante y a éste desempleado, después dependiente de la asistencia social; más tarde ambos serán llamados haraganes. Los dos son víctimas de los cálculos de las ganancias de un capitalista. Si no actuamos colectivamente para contrarrestar la explotación rapaz y continua de los recursos y el creciente desempleo y la competencia por los empleos, viviremos una lucha encarnizada por la supervivencia. Tenemos que formular nuevos criterios sociales para un nuevo cálculo de la satisfacción de las necesidades humanas. Las cuantiosas ganancias para unos cuantos se han convertido en una medida clara de la profundización de la pobreza de la mayoría. La búsqueda de alternativas económicas decididas desde lo colectivo para acabar con la naturaleza destructiva de la competencia capitalista de hoy es condición indispensable para formar un nuevo paradigma de relaciones sociales basadas y orientadas a la satisfacción de nuestras necesidades humanas comunes. Conforme las crecientes ganancias de los menos se convierten en la medida de la creciente miseria de los más, podemos predecir que se recurrirá con más frecuencia a los instrumentos del miedo y la coerción, y que su fuerza destructiva será mayor.

Dentro y fuera del país nos vemos arrojados a una lucha feroz contra nuestros semejantes dentro de los manipulados mercados de la mano de obra globalizada. A medida que se subrayan las diferencias raciales, étnicas y culturales tendemos a perder de vista nuestras necesidades y aspiraciones humanas comunes y profundamente interrelacionadas. En la actualidad vemos una reacción masiva ante las múltiples fallas y los problemas sistémicos de la globalización neoliberal que se extienden por todo el mundo. Una de las formas más caóticamente extremas de reacción individual al fracaso económico de neoliberal es la migración. Mientras el capital esté organizado y nosotros sigamos dispersos, las víctimas seguiremos derrotadas. La solución que propone Jay Gould de contratar a la mitad de la clase trabajadora para que mate a la otra mitad será innecesaria: nos masacraremos solos. Esa será la nueva barbarie.

Cada vez es más evidente que todos somos víctimas, en mayor o menor grado, del intento de las corporaciones de movilizar y reorientar los flujos de mano de obra alrededor del mundo a fin de satisfacer las exigencias de la producción trasnacional en serie. Algunos estamos desempleados, otros jamás hemos tenido un empleo. A los ojos de las corporaciones trasnacionales somos desechables, sustituibles. Seguiremos enfrentando los desafíos y las consecuencias cada vez más peligrosas de los métodos neoliberales y globalizados de la producción capitalista, diseñados para recompensar a unos cuantos mediante la explotación de la mayoría. Imposible corregir, en lo individual, los yerros sociales y políticos en nuestra historia de largo aliento. En lo individual, seguiremos absortos en nuestros miedos y sospechas frente al «Otro», trabajadores aterrados y aislados, inseguros. Sin embargo, si combinamos y prestamos nuestras voces a quienes demandan la satisfacción de las necesidades humanas, si creamos nuevas formas de equidad social sustancial y justicia social fundada en alternativas económicas sólidas, tendremos la oportunidad de superar las presuntas diferencias y generar las condiciones materiales propicias para trabajar a favor de una resolución más humanitaria de los problemas que subyacen a la creciente migración laboral. El primer punto de referencia consciente debe ser nuestra propia historia de migrantes, nuestro sentido de la dignidad humana y nuestro compromiso decidido para evitar repetir el absurdo de nuestra historia antiinmigrante. Por último, debemos transformarnos en el nuevo sujeto colectivo de nuestro propio diseño social.

Debemos acoger al nuevo migrante en calidad de socio. Los y las migrantes son el recordatorio viviente de nuestra propia historia, dolorosa aunque distante. Debemos aprender a aceptar a los trabajadores migrantes como socios en la lucha por la supervivencia. El capital trasnacional se ha unido; nosotros, mano de obra internacional, estamos divididos. Debemos romper con la noción del «OTRO» y adoptar el lema «¡SOMOS IGUALES!» Cuando nos veamos verdaderamente como iguales podremos celebrar nuestras diferencias con respeto mutuo. Recordando que, en lo individual, todos seguiremos siendo víctimas del insaciable apetito de ganancias del capital a cualquier costo humano, debemos revisar el lema «los pueblos antes que las ganancias». Debemos generar el marco político para una «diplomacia de la justicia popular» que celebre nuestra diversidad como base sólida para una nueva etapa en la creación de una unidad familiar trabajadora multirracial y multicultural que se duradera. Tendremos que desarrollar este nuevo sentido de unidad a partir de la construcción real de la cooperación transfronteriza, basada en la necesidad, el respeto y el apoyo mutuos. Frente al autoritarismo de los métodos autocráticos del capital debemos empuñar la bandera de la democracia cooperativa. No hay más opción que construir una serie de organizaciones culturales, económicas y de apoyo mutuo que sean transfronterizas y pertenezcan al pueblo trabajador, organizaciones para derrumbar barreras y fomentar la confianza. Debemos aprender a superar las divisiones imaginarias y artificiales de raza y origen étnico para crear un amplio marco de cooperación mutua dentro de la labor fundamental de la movilización de recursos para satisfacer necesidades humanas. Por ello debemos universalizar y promover nuestro concepto de humanidad común, contraponiéndolo a la acumulación particular y privada de riquezas. Debemos enfrentar la codicia capitalista con la necesidad humana.

No podemos darnos el lujo de repetir los yerros sociales de nuestra historia porque quedaríamos enfrentados contra nosotros mismos. Tenemos una opción, pero muy poco tiempo para llevarla a la práctica. Basta hacer una evaluación aproximada de la pérdida social colectiva de talento intelectual y creatividad como consecuencia de la segregación. Ese es sólo un ejemplo histórico. Nuestros conocimientos sobre las incalculables pérdidas socialmente generadas por los obstáculos raciales y de género artificialmente impuestos a las oportunidades deberían guiar el llamado insistente a abrir nuevas vías de oportunidad social para ampliar la inclusión. La inclusión social sustancial requiere de apoyo económico. Más vale que empecemos lo antes posible a formular una nueva política de migración para trabajadores y estudiantes internacionales que contemple el desplazamiento físico ilimitado y el acceso a la educación para todos los habitantes del continente. Somos el mismo pueblo arco iris. Cuando José Vasconcelos tituló una de sus obras más famosas La raza cósmica, señaló la dirección hacia la que se proyecta nuestra historia. Ahora debemos crear la oportunidad de superar nuestras diferencias culturales y celebrarlas como los nuevos cimientos de la unidad o bien mirarnos como el «Otro» y hundirnos en un conflicto infinito de competencia laboral. Podemos volver a revisar nuestra historia como clase trabajadora, evaluar críticamente lo que hemos logrado, reinstituir nuestras tradiciones para la organización y trabajar juntos en pro de nuevas soluciones creativas de cooperación.

Hago un exhorto a participar en el debate con una reflexión sobre las conmovedoramente proféticas palabras de Phil Ochs a fines de la década de 1960: «perder los eslabones de la cadena». Al tiempo que recogemos información importante a partir de un cuidadoso análisis de los motivos y las políticas neoliberales en lo político y lo económico, debemos pensar en soluciones que nos lleven a poner en práctica nuestras ideas y nociones de justicia social y económica. Parafraseando a Rosa Luxemburgo, nuestra opción es clara: humanismo o barbarie. El neoliberalismo corporativo ha sido definido como una carrera al fondo del barril de los recursos económicos, pero si nos permitimos ser tragados por el torbellino acabaremos en un abismo autodestructivo de hostilidad racial y étnica que hará palidecer a los peores excesos humanos de la historia.

La construcción del «Otro»

Primero, debemos entender plenamente la naturaleza discordante y antidemocrática del capital; después, debemos volver a analizar la forma en que continua y efectivamente utiliza el proceso de dividir y vencer. Una vez más tendremos que estudiar su propaganda a fin de reconstruir nuestros innovadores métodos de cooperación. Podemos poner fin a este período destructivo de desorden social capitalista de escala mundial si generamos una mayor necesidad de unidad humana fundada en la producción democrática y las prácticas del comercio justo. Los haitianos desesperados, los salvadoreños y guatemaltecos devastados por la guerra, los hondureños azotados por la pobreza y los mexicanos depauperados por el TLCAN no difieren en nada de nosotros en la época en que nuestros padres y abuelos huyeron de las penurias económicas y el fascismo italiano, los pogromos rusos o las máquinas de la muerte nazis. Ellos y nosotros, juntos, nos debatimos en el remolino del caos social consecuencia de la globalización capitalista. En nuestra propia época, después de la Segunda Guerra Mundial, los usamericanos hemos sido parte de uno de los procesos más extensos de desplazamiento de personas en el mundo desde el final de la Guerra Civil en Europa y en nuestro país. Nosotros, el pueblo de los USA, hemos creído en la ilusión de la movilidad física como una medida de nuestra movilidad social cuando, de hecho, nuestra calidad de vida ha caído desde fines de la década de 1970; nuestra deuda ha aumentado y nuestra tasa de ahorro es negativa, nuestros horizontes se cierran y nuestro futuro se torna sombrío. Nuestros miedos y frustraciones ante la posibilidad de crecer nos ciegan e impiden generar las alianzas necesarias para superar la vertiginosa debacle económica y política surgida en el país y extendida por todo el mundo. Hoy nos acercamos peligrosamente a la reconstrucción del «Otro». Para nuestros amigos mexicanos y de otros países latinoamericanos, el Muro significa «Fuera» y marca una nueva discordia cultural entre nosotros. Además, debemos estar concientes de que el Muro nos encierra: a ellos los etiqueta como el «Otro», pero en realidad unos y otros somos los mismos. Debemos aprender a reconocernos en los demás. Juntos, habremos de superar esta nueva fabricación del miedo al «Otro» mirando nuestro reflejo en aquel al que llamamos «Otro». ¡Somos Iguales!

Desde los días de la teoría de la terapia de choque económico de la Escuela de Chicago y su largo asalto neoliberal en todo el continente americano, empezando por la expulsión de Arbenz, el bloqueo a Cuba y el derrocamiento del régimen de Allende en Chile, y siguiendo con el TLCAN, las vidas de las personas a ambos lados de la línea divisoria entre el norte y el sur en América han sido destruidas por el aporreo corporativo neoliberal. En el país y en el extranjero hemos sufrido la constante agresión de las grandes corporaciones contra nuestra seguridad económica y social. Las políticas económicas y sociales neoliberales han depauperado los ingresos a ambos lados del Río Bravo, han agravado el desempleo y la pobreza, han forzado las migraciones y han profundizado el sentimiento mutuo de sospecha al arriesgado punto en que vemos a los vecinos como a un «Otro» intruso, y ahora algunos están convencidos de que nuestros vecinos son nuestros enemigos. A medida que repensamos nuestra relación con los demás, habremos de revisar algunas de las lecciones aprendidas durante la lucha por los derechos civiles. Debemos volver a aprender que ellos no son los «Otros», sino nuestros hermanos y hermanas.

Volvamos a analizar cómo se construye la idea del «Otro» en nuestra mente y reconozcamos en esos «Otros» a nuestros semejantes. Unidos en la lucha. ¡Venceremos!

Fuente: http://www.tlaxcala.es/pp.asp?reference=2689&lg=en

Arturo Yarish fue líder sindical en USA. Es activista y busca lograr el reconocimiento mutuo entre los trabajadores de uno y otro lado del Río Bravo para desarrollar una lucha común. Este trabajo fue presentado durante el Simposio de Invierno del Centro para la Justicia Global, San Miguel de Allende, México, el 15 de febrero de 2006, y revisado por el autor en abril de 2007. Lo cede a Tlaxcala como aportación a una amplia evaluación de alternativas a la globalización neoliberal a fin de satisfacer las necesidades humanas comunes.

Traducido del inglés al español por Atenea Acevedo, miembro de Tlaxcala, red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción es copyleft para uso no comercial: se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, la traductora y la fuente.