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Reagan

La fábula del «gran comunicador»

Fuentes:

Ahora que, a su muerte, crece la leyenda del «Gran Comunicador» percibimos que esa gesta construida no es sino el disfraz en que se oculta el «Gran Vendedor», que cobra dimensiones heroicas en un tiempo en que el mercado es la línea divisoria entre el triunfo y el fracaso. Hoy es transparente que, más allá […]

Ahora que, a su muerte, crece la leyenda del «Gran Comunicador» percibimos que esa gesta construida no es sino el disfraz en que se oculta el «Gran Vendedor», que cobra dimensiones heroicas en un tiempo en que el mercado es la línea divisoria entre el triunfo y el fracaso.

Hoy es transparente que, más allá de la fábula, el gran mérito de Ronald Reagan fue el de perfeccionar no el arte de gobernar sino el de manipular, controlar e inclusive mentir «con buena cara» siempre que hizo falta. Su mayor corrupción como gobernante: haber impuesto la imagen por arriba de la verdad y la realidad.

Como ha dicho William Rivers Pitt (Truthout Editorial): «La habilidad de Reagan se centró en vender al pueblo estadounidense un gran paquete de políticas envenenadas. Hizo sentir bien al pueblo inclusive actuando en contra de sus mejores intereses».

Ronald Reagan proclamó en sus discursos las virtudes de un gobierno reducido cuando, en los hechos, «infló» a su administración desmesuradamente. (De paso: ¿no se parece en esto a otro «vendedor» más cercano a nosotros aunque menos distinguido?). Sin olvidar que el escándalo Irán-contras puso a su gobierno al borde del colapso: al final de su administración 138 funcionarios habían sido condenados, acusados o investigados por actividades criminales.

Debe decirse igualmente que su gobierno apoyó con entusiasmo a varios de los peores tiranos de que tengamos memoria, desde luego en América Latina: Duarte, Ríos Mont, Duvalier, también Marcos, todos ellos modelos de sangre y corrupción. ¿Y quién puede olvidarse de su apoyo incondicional al apartheid en Sudáfrica como paradigma de gobierno «civilizado»?

Sin olvidar a dos de sus criaturas ejemplares: Saddam Hussein y Osama Bin Laden. El primero recibió de Reagan armas (el enviado para la entrega, en 1982, se llama Donald Runsfeld, secretario de defensa de Bush hijo, cuyos ejércitos han derrocado a Hussein), e información de inteligencia a fin de atacar con ventaja a su adversario en la guerra, el Irán del Ayathola Khomeni. En la época se difundió ampliamente que el gobierno de Reagan proporcionó a Saddam Hussein armas químicas y biológicas que utilizó contra los iraníes y contra su pueblo.

También es sabido que el gobierno de Reagan entrenó a un ejército de fundamentalistas islámicos en Afganistán para luchar contra del invasor soviético: Osama Bin Laden fue el líder espiritual de ese ejército y Reagan le enseñó una de sus lecciones mejor aprendidas: que es posible poner de rodillas a un superpoder. En 1998 dos embajadas estadounidenses (en Kenya y Tanzania) fueron reducidas a escombros utilizando Semtex, el poderoso explosivo que Reagan hizo llegar a Al-Qaeda diez años atrás, y no hay duda que los suicidas que destruyeron las Torres Gemelas el 11/09/01 se convirtieron en avezados terroristas con la contribución de Ronald Reagan.

Tampoco olvidemos que Ronald Reagan y la heroína de su tiempo, la «Dama de Hierro» Margaret Teacher, son los reales creadores de esa «fábrica de pobres» y de devastación que es el neoliberalismo. Ambos «formalizaron» sus reglas y las afirmaron política y militarmente, contra viento y marea. Los sectores económicamente dominantes requerían apuntalar sus tasas de ganancia. ¿La salida?: exigir a los gobiernos la eliminación de toda función económica del Estado y levantar cualquier regulación que limitara las inversiones extranjeras. Naturalmente, tales reglas draconianas únicamente serían aplicables a los países débiles, no a las grandes potencias y mucho menos a la del «Gran Vendedor». Los beneficios sólo eran para un lado y no para todas las sociedades.

En recientes artículos en New York Times Paul Krugman hace mofa de dos «mitos» que ahora iluminan las exequias de Ronald Reagan. La primera, que el «milagro» económico de final de los noventa en Estados Unidos, el de la era Clinton, fue el resultado de las políticas económicas de Reagan. Nos dice Krugman: «Piénsese un poco: Reagan pasó sus fuertes recortes a los impuestos al inicio de su presidencia y después, muy pronto, se vio obligado a retirarlos. ¿Cómo podemos creer que un recorte a los impuestos de 1981 fue el responsable de un «milagro» que se materializó hasta 1997?».

El segundo mito: que Ronald Reagan derrotó a la inflación económica que se abatía sobre su país a principios de los años 80 valiéndose de «una economía izquierdista de corte keynesiano que impulsó la más larga expansión económica de la historia estadounidense. De hecho, la ‘prosperidad’ reaganiana apenas se sitúa en un tercer lugar en la historia reciente, después de la de 1991-2001 y de la que se vivió en 1961-69, e incluso la comparación subraya indebidamente la dimensión del éxito económico» (de Reagan).

Otra leyenda: que la política internacional de Ronald Reagan causó el hundimiento del bloque soviético. En estos días Georgy Arbatov, quien dirigía el Centro de Estudios sobre Estados Unidos en la Unión Soviética, ha mostrado con abundantes razones que el colapso soviético se debió en primerísimo lugar a la parálisis interna y a la corrupción al interior de la URSS, y no a la influencia que pudo tener sobre esa caída la política internacional, militar y económica de Reagan.

Y ya en nuestro ámbito se ha silenciado la criminal política de Ronald Reagan en Centroamérica en los años 80, que se significó por el la determinación de acabar con la revolución sandinista que había llegado al poder en Nicaragua después de derrocar a la sangrienta dictadura de los Somoza apoyada durante más de cuatro décadas por el gobierno de Estados Unidos. Una verdadera hecatombe de hermanos nuestros centroamericanos: en Nicaragua no menos de 50 mil muertos, causados por la intervención imperial y terrorista del gobierno del «Gran Vendedor».

Noam Chomsky nos recuerda (Hegemony or Survival) que la evidencia de asesinatos, tortura y devastación causadas en Centroamérica por Estados Unidos ha sido ampliamente registrada y denunciada por organizaciones de derechos humanos, grupos de iglesias, investigadores latinoamericanos y otros, y que tales crímenes son casi desconocidos por los ciudadanos estadounidenses… Un periodista guatemalteco-insiste Chomsky- escribió que Estados Unidos instaló en Centroamérica una fuerza que podría competir con Nicolae Ceaucesco y sus fuerzas de seguridad por la Copa Mundial de la Crueldad…»

Y todavía: «Después de haber superado (invadiéndola) la terrible amenaza para Estados Unidos que significaba Granada…, (Ronald Reagan) declaró que Nicaragua representa un inusitada y extraordinaria amenaza contra de la seguridad nacional y la política internacional de Estados Unidos». Nicaragua, con buen juicio, llevó el caso de la agresión estadounidense ante el Tribunal Internacional de Justicia de la Haya, concentrando la demanda en un hecho comprobable: las minas que se plantaron en diferentes puertos nicaragüenses para hacer estallar a las embarcaciones de ese u otros países.

La Corte Internacional condenó a Washington por su «ilegal empleo de la fuerza». El gobierno estadounidense de inmediato calificó ese fallo de «irrelevante», el mismo adjetivo que se aplica a la ONU cuando no se ajusta a los deseos estadounidenses. El Tribunal Internacional ordenó a Estados Unidos pagar fuertes indemnizaciones a Nicaragua que, por supuesto, jamás han sido cubiertas. En el Consejo de Seguridad, en que se pretendía reforzar la validez del fallo del Tribunal, Estados Unidos interpuso su veto y nada ocurrió.

Véase que no han variado demasiado las líneas políticas del reaganismo de las actuales de George W. Bush. En ambos gobiernos ha sido constante el desprecio por el derecho y las instituciones internacionales. Para el Imperio, lo único que cuenta son sus intereses y voluntad. No en balde se ha señalado que varios de los principales funcionarios fundamentalistas que hoy participan en el gobierno estadounidense vienen en línea directa de las administraciones de Ronald Reagan y de Bush padre.

He aquí algunas de las «hazañas» del «Gran Comunicador» que son parte de su real dimensión: la de un Vendedor que se sirvió de los medios y de una cierta facilidad histriónica (de segunda clase) para ocultar la verdad: la mentira y el disimulo del actor se trastocan en la sustancia efectiva de las mistificaciones aduladoras con que ahora se le despide. Un legado que fue sobre todo de violencia y negación del derecho internacional, y que no se detuvo ante el asesinato y la conquista de pueblos débiles, también en nuestra región latinoamericana.