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La firma de CC OO y UGT del «Pacto Social», vista desde otro ángulo

Fuentes: Rebelión

En mi larga vida en la actividad sindical, los últimos 20 años antes de mi jubilación, en CC OO, he visto de todo. Reflexionando sobre mis experiencia, me viene a la mente un aspecto de la actuación de los sindicalistas que he conocido, que creo que cobra toda su trascendencia como justificante de la firma […]

En mi larga vida en la actividad sindical, los últimos 20 años antes de mi jubilación, en CC OO, he visto de todo. Reflexionando sobre mis experiencia, me viene a la mente un aspecto de la actuación de los sindicalistas que he conocido, que creo que cobra toda su trascendencia como justificante de la firma de este pacto por esos sindicatos.

En las redes de información alternativa se encuentra de todo, desde una catarata de insultos a los firmantes, tildándoles de «burócratas» o acusándoles de estar pensando en las subvenciones que los mantienen, e incluso, algunos mas moderados les justifican, alegando que no hacen más que seguir la estela de los propios trabajadores, que no están dispuestos a luchar.

Hay un aspecto de la lucha sindical que he podido observar en múltiples ocasiones, pero que nunca he trabajado a fondo. Se trata de las actitudes que he observado en las relaciones a nivel de fábrica entre los sindicalistas y los empresarios o sus representantes. La atmósfera de todas las reuniones a que he asistido con la Dirección estaba marcada por una mas o menos disimulada deferencia y respeto de los sindicalistas ante los representantes de la empresa. Y lo que más me impresionó fue que el virus también afectaba a los sindicalistas de grupos comunistas radicales, los que pronunciaban discursos encendidos ante una audición de trabajadores.

Estas y otras que siguieron me llevaron a la triste conclusión de que el obstáculo mayor que tiene estos sindicalistas para entenderse y confraternizar con los trabajadores es el hecho simple de que ninguno (ni los más radicales de boca) ha roto las ataduras que desde la infancia les inculcan el respeto a las jerarquías sociales. Para ellos, los poderosos están ahí y los pobres estamos aquí. No importa si en esas reuniones, los empresarios o sus representantes ponen de manifiesto una y otra vez su soberbia, su doblez y su capacidad de mentir. El respeto hacia ellos está ahí, como un yugo del que no pueden desprenderse. Naturalmente, puede haber excepciones, pero en mis 50 años de trabajo en diferentes empresas he conocido muy pocas, lo que me confirma que lo son..

Creo que yo escapé de esos condicionamientos porque cuando mi padre (comunista) me llevó con 5 años a la escuela pública y le exigieron que me bautizara, me cogió de la mano y me dijo: «Vámonos, yo te enseñaré en casa lo que tienes que aprender». Y jamás pisé escuela alguna. Tampoco recibí la influencia de mi padre, que murió cuando yo tenía 9 años. Nadie me obligó a cantar el «Cara al sol» ni la tabla de multiplicar.

En mi opinión, y con esto entro en el terreno de la psicología, que no es precisamente el mío, la adscripción ideológica de una persona, formada de experiencias y lecturas, se sitúa en el intelecto, mientras que el respeto y deferencia ante alguien a quien los que te rodean consideran «superior», que empieza en la más tierna infancia, con el padre primero, el maestro de escuela después, el superior jerárquico en el trabajo (porque este virus afecta principalmente a la clase obrera) y finalmente en el servicio militar cuando era obligatorio, se debe de instalar en otro departamento del cerebro que no tiene relación con el del intelecto, esto es: que lo ignora.

Solo con esta particular teoría puedo explicarme lo que parece una contradicción: Un comunista que se jacta de serlo y se considera a sí mismo como marxista, pero se muestra incapaz de sustraerse a la atmósfera que se crea cuando se sienta a negociar con personas que están situadas en una capa social superior a la suya. Quizás en el subsconciente o en esa «inteligencia emocional» que tanto dio que hablar. Parece como si la disposición del cerebro para escuchar a otra persona estuviese influenciada por el estatus social de esa persona. En fin, dejo esto para los entendidos, me limito a relatar lo que he visto.

En Alemania, (donde he trabajado durante 6 años) por ley, todas las empresas tienen que celebrar, al menos una vez al año, en horas de trabajo, una asamblea general con todos los trabajadores que quieran asistir, mas el Comité de Empresa y la Dirección de la misma. En ella se hace un repaso a las reivindicaciones que ha presentado el Comité desde la asamblea anterior y el grado de cumplimiento de la Dirección. Que se hizo, que no se hizo, que falta por hacer, etc.

Cuando yo me referí a estas asambleas, en conversación con los delegados de CC OO en la fábrica, se quedaron poco menos que horrorizados, ante lo que consideraban algo así como una traición de los sindicalistas a los trabajadores. Yo me quedé pasmado, porque lo había relatado como algo normal, sin mayor trascendencia. Hasta que fui descubriendo que estos sindicalistas tienen dos discursos, uno cuando hablan con los trabajadores y otro para los representantes de la empresa. Juntar a ambos sería, en su opinión, algo así como descubrir las cartas en el juego. Tiene que hablar con ambos bandos por separado, para decirle a cada uno lo que les parece oportuno.

En Brasil hay una expresión muy extendida para definir a estos sindicalistas. Se les coloca el nombre de «pelegos» sindicales. ¿Qué es un «pelego»? Es una manta que se coloca al caballo debajo de la silla para que amortigüe el efecto de los movimientos de la silla sobre su piel. En sindicalismo, son los que soportan los desplantes y humillaciones que reciben de los patrones y no se lo transmiten a los trabajadores, para que no se alboroten.

Solo reconociendo esa servidumbre hacía los poderosos se puede entender toda esa mandanga del «diálogo social» y esos malabarismos de lenguaje para justificarse. Si yo he vivido esas experiencias a nivel de fábrica, puedo imaginar la dimensión que toma esa actitud cuando se sientan con ministros o con el propio Presidente del Gobierno.

Todo debe transcurrir como una pieza de teatro, donde cada uno tiene un papel asignado y por lo tanto, el representante de los trabajadores tiene que amenazar con huelga, el del gobierno y la patronal se encarga de calmarle los ánimos, etc. Y lo que transforma la pieza en una opera bufa es la declaración final de los sindicalistas, después de haber terminado la pieza: «Si no hubiésemos estado nosotros, habría salido un pacto mucho más perjudicial para los trabajadores». El silencio de los «socialistas» del gobierno ante esa afirmación, que no deja de ser grave, dice bastante respecto a la «seriedad» de tales negociaciones. Les tiran en la cara que querían perjudicar aún más a los trabajadores y no tiene nada que decir. Solo puede ser porque todo formaba parte de un guión.

Una comedia bufa para ellos que desemboca en una tragedia real para los trabajadores.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.