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La gira de Obama busca una nueva subordinación a Estados Unidos

Fuentes: Cambio, Número 35

En su segundo mandato, Obama decidió recalcular su estrategia y avanzar en una nueva ofensiva, con las dos facetas habituales, zanahoria y garrotes. Por estos días, podemos apreciar ambas: el avance de la distensión con Cuba y, a la vez, un nuevo ataque contra Venezuela. ¿Cómo debe leerse esta gira clave, que incluye la histórica visita a Cuba y la vuelta a la Argentina?

En sus últimos meses como presidente, Barack Obama intensifica la ofensiva de Estados Unidos para recuperar el liderazgo regional. Si en la posguerra fría su hegemonía en América Latina y el Caribe parecía estar exenta de grandes desafíos, en los primeros años de este nuevo siglo debió enfrentar tanto los proyectos de cooperación política e integración alternativa que impulsaron los llamados gobiernos progresistas, como la competencia china, que se transformó en un socio comercial y financiero indispensable para muchos países.

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos consolidó su dominio regional y llevó a fondo la doctrina Monroe de 1823: América para los (norte)americanos. Logró erigir un sistema interamericano bajo su dominio, en torno a la Organización de Estados Americanos (OEA), cuya sede no casualmente se encuentra en Washington, a escasos metros de la Casa Blanca (un «ministerio de colonias», según la caracterizó el Che) y cuyo instrumento militar, el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), solo se invocó cuando Estados Unidos lo necesitó y no, por ejemplo, cuando debió intervenir en favor de la Argentina en el conflicto con Gran Bretaña, en 1982. Esa hegemonía fue desafiada por la Revolución Cubana y por los movimientos de liberación nacional y de izquierda en los años sesenta y setenta. Estados Unidos impulsó la Doctrina de Seguridad Nacional, entrenó a millares de militares latinoamericanos en la Escuela de las Américas y apañó golpes militares y dictaduras, además de esquemas represivos como el Plan Cóndor.

Tras la caída de la Unión Soviética, la guerra fría y el consecuente peligro rojo ya no pudieron usarse como excusas. Se impuso el llamado «Consenso de Washington» y el gobierno de George Bush lanzó la «Iniciativa para las Américas», que luego se transformaría en el proyecto del ALCA. Esa iniciativa pretendía consolidar la subordinación económica latinoamericana y otorgar mejores condiciones al gran capital estadounidense para competir contra los de otros países y, a la vez, subsumir más acabadamente el trabajo. La ofensiva neoliberal avanzó raudamente en la última década del siglo pasado, pero provocó crisis económicas y levantamientos políticos y sociales. El cambio en la correlación de fuerzas a nivel continental y el surgimiento del llamado ciclo progresista o posneoliberal permitió a Nuestra América resistir y derrotar el ALCA hace una década y, a la vez, construir herramientas novedosas como la UNASUR, la CELAC o el ALBA. La hegemonía estadounidense fue doblemente desafiada, con relativo éxito, lo cual implicó una singularidad histórica.

Obama: promesas rápidamente defraudadas

En 2009, Obama llegó a la Casa Blanca con la promesa de impulsar un giro radical en la política exterior de su país, en particular hacia Nuestra América, que tanto había repudiado a su antecesor, George W. Bush. Sin embargo, más rápido que tarde, las expectativas que había generado se vieron defraudadas: continuó la militarización (mantuvo la IV Flota del Comando Sur y la cárcel de Guantánamo, instauró nuevas bases militares y continuó con la nefasta «guerra contra las drogas»), el injerencismo (golpes de nuevo tipo en Honduras y Paraguay, intentos de desestabilización en Venezuela, Ecuador y Bolivia), espionaje contra gobiernos (denunciados por Edward Snowden) y las agresivas políticas hacia Cuba (bloqueo económico, comercial y financiero, boicot a su inclusión en las Cumbres de las Américas, financiamiento de grupos opositores, campañas políticas e ideológicas contra la isla). Nuestra América, en tanto, avanzó en la integración regional y profundizó los vínculos con potencias extra hemisféricas, como China y Rusia, disminuyendo la subordinación con Estados Unidos.

En los últimos años, sin embargo, la crisis internacional afectó el precio de los commodities, generando estancamiento y recesión en la región, luego de una década de acelerado crecimiento y, en marzo de 2013, con la muerte de Chávez, se ralentizó además el proceso de integración alternativa. Estos cambios económicos y políticos impulsaron a Estados Unidos a intentar recuperar la hegemonía en lo que históricamente consideraron su exclusivo «patio trasero».

Obama inició negociaciones con Raúl Castro para retomar las relaciones diplomáticas -hito concretado el 20 de julio pasado-, para disminuir el rechazo que la anterior política agresiva hacia la isla generó en el mundo entero, pero aún resta mucho para normalizar las relaciones bilaterales -persisten el bloqueo, la ocupación de Guantánamo, la injerencia en los asuntos internos y la demanda de indemnización por las pérdidas multimillonarias que causó el bloqueo. El saliente mandatario estadounidense busca pasar a la historia como el primero en visitar la isla en 88 años y, a la vez, apuesta a impulsar la restauración capitalista en la isla y un movimiento político que reclame el fin de la revolución. Como esa política de distensión le generó críticas internas de los sectores más anti-castristas, equilibró el viaje incluyendo en la gira a la Argentina.

Obama busca realzar internacionalmente la figura de Macri e impulsarlo como el nuevo líder regional de la restauración conservadora: en las antípodas del eje bolivariano, impulsor de una política exterior alineada con Estados Unidos y la Unión Europea, y de una política económica de matriz neoliberal, en el marco de las exigencias de los organismos financieros internacionales. Además, pretende que Argentina se incorpore al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica y que la DEA y el Pentágono trabajen más estrechamente con las fuerzas de seguridad que comanda Patricia Bullrich.

Aunque con una estrategia distinta a la empleada por Henry Kissinger en los años setenta para alinear a los dictadores latinoamericanos, la Casa Blanca sigue procurando mantener su hegemonía regional y evitar que avancen proyectos de integración alternativa como los que impulsaron los países bolivarianos en los últimos años. El desafío, para los movimientos populares de la región, es desenmascarar las políticas imperialistas, más allá de las distintas formas que adopten. El 24 de marzo, organismos de derechos humanos, sindicatos, centros de estudiantes y múltiples agrupaciones políticas repudiarán las complicidades imperiales con la última dictadura militar, pero también los intentos actuales para volver a subordinar a una región que sigue a la expectativa de construir la patria grande que imaginó Bolívar hace dos siglos.

Leandro Morgenfeld: Docente UBA. Investigador Adjunto del CONICET. Autor de «Vecinos en conflicto. Argentina y Estados Unidos en las conferencias panamericanas» y de «Relaciones peligrosas. Argentina y Estados Unidos»

​Fuente: Periódico Cambio, N° 35​
Blog del autor: http://vecinosenconflicto.blogspot.com/search?updated-max=2016-03-17T07:52:00-07:00&max-results=80&start=12&by-date=false