Igual que el diablo, que sabe más por viejo que por diablo, también los líderes políticos obtienen más beneficios de su vejez y su experiencia que de su paso por Harvard o la ENA de París. Los analistas no lo saben porque, abducidos por los currículos, creen que Trump solo es un viejo maleducado y […]
Igual que el diablo, que sabe más por viejo que por diablo, también los líderes políticos obtienen más beneficios de su vejez y su experiencia que de su paso por Harvard o la ENA de París. Los analistas no lo saben porque, abducidos por los currículos, creen que Trump solo es un viejo maleducado y cascarrabias que chulea al personal con su ignorante osadía. Pero soy un politólogo -con larga práctica- educado en las viejas escuelas y por eso espero iluminar este triste episodio hasta dejarlo más claro que el agua de Carabaña.
Lo primero que hay que saber es que Trump no estaba improvisando y que, lejos de manejar ocurrencias, llevaba más de dos años preparando el terreno. ¿Y cómo lo preparó? Pues muy fácil. Alentó el brexit, con los populistas británicos, hasta meter a su antigua metrópoli el mayor gol de la historia. Disolvió la política francesa, jaleando a la señora Le Pen, hasta situar en el Elíseo a un presidente sin partido y a merced de todos los vientos. Alentó a los extremistas de Polonia, Hungría, Chequia y otros Estados del Este hasta envalentonarlos contra la UE y convencerlos de que es mejor tener escudos de misiles que Estado de bienestar. Destapó a los morosos de la OTAN y forzó acuerdos sobre la defensa común que, al tiempo que justifican sus crecientes bravatas y su masiva venta de armas, van a crear serios problemas en la vecindad de Europa. Convenció a muchos economistas y políticos de que la base de la riqueza y del orden económico es la fragmentación monetaria -de todas las monedas menos del dólar- y la aceleración continuada de la máquina de imprimir billetes mentirosos. Y dejó en la mayoría de los líderes europeos la tenebrosa sensación de que Bruselas es una charada sin control efectivo y que lo único que cuenta es la dimensión del Pentágono y de sus economías de guerra.
Lo demás fue coser y cantar. En vez de toparse con el enorme poder fáctico que tiene la UE en todos los órdenes, se encontró con un gallinero alterado, con países que traicionan su entorno económico y estratégico, con millones de ciudadanos que suspiran por Le Pen o cosas parecidas a Le Pen, y con sociedades estatales en época de galanteo y reproducción -como España, virtual factoría de estaditos- que tienen como horizonte a gobernantes descamisados que ansían llevar a sus pueblos a la irrelevancia internacional para poderlos manipular y salvar.
Y todo le salió a pedir de boca. Porque sus fanfarronadas dominaron el gallinero, no tuvieron respuesta -salvo la audacia de Merkel- y dejaron en la UE la sensación de que -aunque estúpido, inculto e impredecible- Estados Unidos tienen un líder y nosotros tenemos varios cientos Y que, mientras EE. UU. y Rusia avanzan hacia una nueva guerra fría, la UE sigue haciendo el imbécil y caminando al revés. ¡Un genio el Trump este!