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La historia de Petraeus

La gran promoción del general de Bush

Fuentes: Tom Dispatch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Al parecer no alcanzan los adjetivos cuando se trata del general, quien, relativamente joven, ya estuvo en los primeros puestos para la «Persona del año» de la revista Time en 2007. Su historial es estelar. Su sentido táctico, extraordinario. Su habilidad estratégica, cuando tiene que ver con montar una campaña, incomparable.

Hablo, desde luego, del general David Petraeus, el comandante de la ‘oleada’ del presidente en Iraq y, desde la semana pasada, recién nombrado jefe del Comando Central (Centcom) de EE.UU. para todo Oriente Próximo y más allá – el «Rey David» para aquellos de sus pares que no simpatizan exactamente con su presunta «elevada autoestima.» Y la campaña en la que pienso ha sido su esfuerzo durante años por buscar el apoyo y ganarse a los medios de información estadounidenses, durante los cuales se vendió como auténtico héroe estadounidense, un César de la celebridad.

Que se sepa, nunca ha habido un asiento en su helicóptero que no haya sido ocupado por un periodista amigo (o adorador). Es, después de todo, el hombre quien, en el verano de 2004, como simple general de tres estrellas que había sido enviado de vuelta a Bagdad para entrenar al ejército iraquí, llegó a la portada de Newsweek con la leyenda: «¿Puede salvar a Iraq este hombre?» (El subtítulo del artículo – con el «sí» prácticamente grabado – decía: ¿Misión imposible? David Petraeus está encargado de reconstruir las fuerzas de seguridad iraquíes. Un vistazo de cerca al único plan real de salida que tiene EE.UU. – El Hombre en Persona»)

Y, sí, en cuanto a su verdadero generalato en el campo de batalla de Iraq… Bueno, puede que el veredicto todavía esté oficialmente pendiente, pero parece que el historial, las tácticas, y la capacidad estratégica, no resistirán a la prueba del tiempo. Pero para entonces, si todo va bien, habrá vuelto a salir del asunto y será otro el que se lleve la culpa, mientras él seguirá cayendo hacia arriba. David Petraeus es el general ungido por el presidente, el comandante de comandantes de Bush, y (no es sorprendente) muestra ciertos rasgos muy admirados por el gobierno de Bush en sus mejores días.

El lanzamiento de la marca Petraeus

Recientemente, en un informe de casi 8.000 palabras en el New York Times, David Barstow presentó una mirada sin igual dentro de una sofisticada campaña del Pentágono, encabezada por el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, en la que por lo menos 85 generales en retiro y otros altos oficiales militares, casi todos estrechamente ligados a contratistas del Pentágono, fueron reclutados como «sucedáneos.» Debían llevar – como si se tratara de sus propias «opiniones expertas – los «puntos de conversación» del Pentágono (también conocidos como «temas y mensajes») sobre la Guerra contra el Terror y la guerra de Irak del presidente, a todos los medios – noticias por cable, la televisión y redes de radio, los principales periódicos.» Estos «analistas» realizaron «decenas de miles de presentaciones en los medios» y también escribieron copiosas páginas de opinión editorial (a menudo con la ayuda del Pentágono) como parte de un ataque propagandístico furtivo sin parangón contra el pueblo estadounidense de cinco años de duración que duró desde 2002 hasta, esencialmente, tarde ayer por la noche. Hay que pensar en ello, como en una bandada de ballenas o una manada de gansos, el equivalente en el Pentágono de una ‘oleada’ de generales.

En ese impresionante informe del Times, sin embargo, una frase ha pasado desapercibida hasta ahora, a pesar de que dice mucho sobre el general Petraeus, y sobre cómo este gobierno y sus hijos predilectos han jugado bien sus cartas desde el momento en el que George W. Bush se subió a un montón de escombros el 14 de septiembre de 2001, en Ground Zero en la ciudad de Nueva York y comenzó a vender su incipiente Guerra contra el Terror (con él mismo como comandante en jefe). Desde ese día, no se ha detenido la campaña de propaganda, la venta de la guerra, en el «frente interno» estadounidense.

Aquí, en ese contexto, va la frase crucial de Barstow: «Cuando David H. Petraeus fue nombrado general comandante en Iraq en enero de 2007, uno de sus primeros actos fue reunirse con los analistas [militares en retiro del Pentágono].» En otras palabras, al llegar a ser el comandante de EE.UU. en Iraq, se volvió automáticamente a la maquinaria de propaganda militar que el Pentágono había establecido para lanzar su ‘oleada’ inicial. – en el frente interno.

Hay que pensar en la cadena de eventos de esta manera: En enero de 2007, apaleado en los sondeos de opinión, con su política para Iraq en ruinas y el Partido Republicano en plena confusión electoral, George W. Bush y sus asesores decidieron lanzar una campaña de último minuto en el frente interno para ganar tiempo respecto a Iraq. Era, declaró el presidente en un discurso al pueblo estadounidense, su «nuevo camino hacia adelante en Iraq.» En términos de la era de Vietnam, el plan mismo involucraba una «escalada» relativamente modesta de 30.000 soldados, en gran parte hacia el área de Bagdad – ya que eran todos los soldados que las fuerzas armadas de EE.UU., ya sobre-extendidas, tenían entonces a su disposición. Obtuvo, sin embargo, el resonante apodo de «oleada» [‘surge’ en inglés, N. del T.]. (Esa palabra, de modo bastante extraño, había sido hurtada del corazón de «insurgente,» [del latín, ‘surgere’ – levantarse, N.del T.] un término previamente utilizado para designar al enemigo.)

Para entonces, desde luego, el propio presidente se había convertido en una marca totalmente estropeada, no precisamente el tipo de cara con la cual se podía lanzar 1.000 barcos o incluso a 30.000 soldados a un infierno de fabricación propia contra los deseos urgentes del pueblo estadounidense. En su lugar, puso al frente al típicamente estadounidense – despabilado, condecorado, bien hablado, doctor de Princeton y gurú de la contrainsurgencia, amado por los periodistas con los que había coqueteado durante años, y que ya era tratado como un semidiós por los miembros de ambos partidos en ambas cámaras del Congreso. Se convirtió en la «cara» del gobierno (igual como los militares y los funcionarios públicos estadounidenses habían hablado desde hace tiempo de colocar una «cara iraquí» a la ocupación estadounidense de ese país). En los meses siguientes, como señalara el columnista del New York Times, Frank Rich, la campaña emergente de la Marca Petraeus sólo ganó en tracción a medida que el presidente lo mencionaba más de 150 veces en público, 53 veces sólo en mayo de 2007. Nunca un presidente se ha puesto de modo más regular la «cara» de un general.

Ahora bien, volvamos a esa frase en particular de Barstow. Después de haber sido presentado por Bush como su general favorito y salvador de sus políticas en Iraq, Petraeus parece haberse vuelto rápidamente hacia los «analistas» militares preferidos del Pentágono para pedirles ayuda. Es decir que la ‘oleada’ inicial del general estaba ahí mismo, en EE.UU., a través de esos personajes que el Pentágono había empotrado en los medios, a los que gustaba referirse como sus «multiplicadores de la fuerza del mensaje.» Recordemos que uno de esos personajes, el general en retiro Jack Keane, «patrocinador» de Petraeus durante su ascenso en los rangos, fue, junto con Frederick Kagan del Instituto de la Empresa Estadounidense, «autor», y principal propagandista, de la estrategia de la ‘oleada’, así como jefe de su propia firma de consultoría, en el consejo de General Dynamics, y analista de seguridad nacional para ABC News. De modo que, por si te estuvieras preguntan porque los hosannas a Petraeus casi llegaron al cielo y por qué el «éxito» de la ‘oleada’ fue establecido tan rápidamente en EE.UU. (a pesar de cuatro años de promesas seguidas por el desastre, lo que podría haber exigido un cierto cuidado por parte de los medios), hay que mirar primero hacia esos surgentes generales en retiro y hacia el general que ya se había establecido a sí mismo como una nombre de marca militar.

Y recordemos que Barstow, del Times, había descorrido la cortina sobre otro programa engañoso del gobierno. Es poco probable que haya sido el único. No conocemos todavía en su totalidad la gama completa de fuentes a las que el Pentágono y este gobierno apelaron para que contribuyeran a su ‘oleada’. No sabemos qué clase de pensamiento y planificación, por ejemplo, participó en la transformación de cualquier insurgente suní que no se sumó al nuevo Movimiento del Despertar y se convirtió en un «Hijo de Iraq» de «al Qaeda-en-Mesopotamia» o, más recientemente, en la transformación de todo rebelde chií en un agente iraní.

No sabemos qué tipo de planificación tuvo que ver con el tamborileo de afirmaciones bien orquestadas, cada vez más intensas, de que Irán es la fuente de todos nuestros males en Iraq, y directamente responsable por un impresionante porcentaje de las muertes militares de EE.UU. en ese país. Recientemente, según el New York Times, «altos oficiales en la división estadounidense que asegura la capital dijeron que un 73% de los ataques fatales y otros graves contra tropas estadounidenses en el año pasado fueron causados por bombas al borde de la ruta colocadas por así llamados ‘grupos especiales’ (un eufemismo para grupos de milicianos chiíes entrenados en Irán).

No tenemos una contabilidad completa de los numerosos tours cuidadosamente guiados de Irak ofrecidos a miembros de los think tanks de Washington, como Michael O’Hanlon del Brookings Institution, antiguas personalidades militares, periodistas, expertos, y representantes del Congreso, involucrando todos contactos especiales para encontrar y saludar a Petraeus y sus máximos comandantes, todos resultando en evaluaciones optimistas de la ‘oleada’. No tenemos los registros de los visitantes de nuestros comandantes de la ‘oleada’ de estos últimos meses, pero por lo menos sabemos por anécdotas que, durante este período, ningún periodista, no importa de cuán poca importancia, pareció no poder de conseguir algo de tiempo para experimentar el encanto especial del general.

Si combinamos todo lo que sabemos, y gran parte de lo que sospechamos, vemos que el poco más de un año de la ‘oleada’ en EE.UU. ha visto una campaña de venta/propaganda por excelencia. El resultado ha sido una mezcla de buenas noticias en los medios sobre el «éxito de la ‘oleada’,» especialmente en la «reducción de la violencia,» y ninguna noticia en absoluto a medida que la historia de Iraq se hizo tediosamente aburrida y desapareció simplemente de las primeras planas de nuestros periódicos y de las noticias de la televisión (así como del Congreso demócrata). Fue, por cierto, una suerte para un gobierno que de otra manera podría haber parecido mortalmente herido. Hay que pensar, usando la terminología del presidente, en una victoria – no sobre los insurgentes chiíes o suníes en Iraq, sino, una vez más, sobre los medios de información, aquí en EE.UU.

Nada de esto puede sorprender a alguien. La mayor habilidad del gobierno de Bush ha sido siempre su talento para venderse en el «frente interno.» Desde el 14 de septiembre de 2001, pasando por todos esos primeros años de «misión cumplida,» el trabajo más duro de los responsables del gobierno fue pacificar a los medios, produciendo sus propios «productos,» y estableciendo la reputación de su líder y comandante en jefe en «tiempos de guerra,» no en Afganistán o Iraq. Como dijera con bastante sinceridad el Jefe de Gabinete de la Casa Blanca, Andrew Card, al New York Times, cuando se trató de lanzar, en septiembre de 2002, una campaña para convencer al Congreso y al público de que una invasión de Iraq debería ser aprobada: «Desde un punto de vista de mercadotecnia, uno no introduce productos nuevos en agosto.»

Caída hacia arriba

Como general y personalidad, Petraeus corresponde a la mentalidad particular de mercadotecnia de este gobierno. Graduado de West Point demasiado tarde para Vietnam – escribió su tesis de doctorado sobre esa guerra – había, antes de la invasión del presidente, participado solamente en operaciones de «mantenimiento de la paz» en sitios como Haití. En marzo de 2003, como general de dos estrellas, cruzó la frontera kuwaití como comandante de la 101 División Aerotransportada. Después de la caída de Bagdad, sus tropas ocuparon Mosul, una ciudad relativamente tranquila en el norte, que en general no había sido tocada por la invasión o la guerra. Allí, logró una reputación (por lo menos en EE.UU.) por tener una afinidad especial con los iraquíes y por aplicar excelentes tácticas de contrainsurgencias orientadas al alcance a la comunidad.

En esos primeros meses, siempre parecía llevar a un escritor a la rastra. En 2004-2005, para su período siguiente – siempre muy escuchado por el presidente y por el Secretario Adjunto de Defensa Paul Wolfowitz – volvió a Iraq como el tipo «Que-Puede-Salvarlo» de Newsweek. Su tarea gigante fue «levantar» a las fuerzas de seguridad iraquíes. De nuevo, llevaba consigo escritores. El columnista del Washington Post, David Ignatius, por ejemplo, realizó dos veces largas visitas al general durante ese período, volviendo radiante de vuelos en helicóptero por el campo iraquí, y escribiendo radiantemente sobre la labor que realizaba Petraeus (lo que volvió a hacer con el pasar de los años, así como lo hicieron también numerosos otros periodistas y comentaristas).

El propio general no se mostró exactamente tímido respecto a sus logros. Escribió, por ejemplo, una pieza de opinión editorial estratégicamente bien colocada en el Washington Post en septiembre de 2004, precisamente cuando el gobierno lanzaba un nuevo «producto,» la candidatura del presidente para un segundo período. En su artículo, con la cantidad necesaria de advertencia para cubrirse profesionalmente, puso por las nubes las glorias de soldados iraquíes que se mantenían firmes. Fue un artículo repleto de palabras como «progreso» y «optimismo,» precisamente lo que le gustaría ver impreso en su periódico local a un presidente que trataba de aventajar a un montón de insurgentes iraquíes para llegar a la meta del 4 de noviembre. El general obtuvo su tercera estrella en este período de servicio.

Luego vino un período en casa donde supervisó la modificación del manual de contrainsurgencia del Ejército, mientras se promocionaba como el experto de expertos también en ese tema. Y luego, por cierto, en febrero de 2007, con una cuarta estrella en la mano, se hizo cargo del comando de EE.UU. en Iraq para su momento de la ‘oleada’.

La semana pasada, naturalmente, el Secretario de Defensa Robert Gates, lo nombró jefe del Comando Central del Pentágono con responsabilidad por las guerras en Iraq y Afganistán, y para la guerra por encargo de EE.UU. en Somalia. Sus deberes pronto se extenderán del Norte de África a Asia Central. El nombramiento, sin embargo, tuvo lugar a posteriori. Para entonces, como el general personal de George W. Bush, ya había dejado por tierra al verdadero comandante de Centcom, el almirante William «Zorro» Fallon. El presidente trataba con él directamente, soslayando al comandante de Centcom e, incluso antes de la ignominiosa renuncia de Fallon, Petraeus ya viajaba por Oriente Próximo como, esencialmente, representante personal del presidente, realizando actos normalmente reservados para el jefe de Centcom. Su nombramiento fue secundado por el candidato presidencial John McCain («Pienso que es de lejos el individuo más cualificado para tomar ese puesto…»), indicando el grado en el que el gobierno de Bush se prepara ahora con optimismo para la guerra de McCain (o, alternativamente, para el infierno de Obama).

Pero hay una cosa extraña si se considera con más cuidado el historial de Petraeus (como otros lo han hecho ciertamente durante estos últimos años), los verdaderos resultados – en Iraq, no en Washington – para cada uno de sus anteriores tareas resultaron ser deprimentes. Lo que el historial muestra es a un hombre quien, después de cada período de servicio, pareció arreglárselas para desaparecer justo antes del resto de la pandilla, para que siempre fuera otro el que asumiera la culpa.

Sobre su tiempo en Mosul, el ex embajador Peter Galbraith hizo la siguiente descripción:

«Como comandante estadounidense en Mosul en 2003 y 2004, logró una cobertura periodística adulatoria… por doblegar la ciudad de mayoría suní. Petraeus ignoró las advertencias de los aliados kurdos de EE.UU. de que estaba nombrando a la gente equivocada en posiciones clave del gobierno local y la policía de Mosul. Unos pocos meses después de su partida de la ciudad, el comandante local de la policía se pasó a la insurgencia mientras la policía árabe suní entregaba en masa sus armas y uniformes a los insurgentes.»

Desde entonces, Mosul ha seguido siendo un punto conflictivo de insurgencia. En su período siguiente, cuando tuvo que ver con todo el «progreso» de entrenamiento del ejército iraquí, dejó que Rod Nordland, el autor de esa «adulación» – su adjetivo retrospectivo, no el mío – en el artículo de portada de Newsweek en 2004, sugiriera un obituario, como lo hizo en 2007:

«[Petraeus] llegó a la fama no por sus logros sino por su éxito en su venta como si lo fueran. Ante todo es un gran comunicador… El entrenamiento de los militares iraquíes y la transferencia de la responsabilidad a ellos fue el mantra que Petraeus vendió a cientos de crédulos periodistas y cientos de CODEL (delegados del Congreso) aún más crédulos… Para cuando se fue, el programa de entrenamiento iba evidentemente en camino a un fracaso espectacular. Para fines del año pasado ese hecho se había convertido en la opinión general; convino a los mandamases culpar por el fiasco al general George Casey, menos popular políticamente y menos amigo de los medios de información. Brigadas enteras de policías tuvieron que ser sacadas de las calles y vueltas a entrenar porque evidentemente estaban repletas de escuadrones de la muerte y en algunos casos incluso de insurgentes. El Ejército iraquí era prácticamente inútil, un paciente débil mantenido en auxilio vital por los militares estadounidenses.»

Hace poco, en audiencias ante el Congreso, el propio Petraeus introdujo dos nuevas palabras para describir la situación de la seguridad en Iraq después de la ‘oleada’, «frágil y reversible.» Tómese como un aviso oportuno para el futuro. Ciertamente frágil. El paisaje de la ‘oleada’ que el general ayudó a crear ha sido inflamable e inestable en extremo desde el comienzo. En las últimas semanas, ha estado amenazando con desintegrarse en una contienda civil chií, incluso mientras, bajo la égida estadounidense, los suníes se han estado rearmando y reorganizando para el día en el que puedan recuperar una Bagdad que fue en gran parte limpiada de sus compatriotas étnicos durante los meses de la ‘oleada’. Los estadounidenses vuelven a morir en cantidades crecientes (aunque los medios estén prestando poca atención a este hecho), y lo mismo sucede con los iraquíes. Será un milagro si Iraq posterior a la ‘oleada’ no se desintegra antes del 4 de noviembre de 2008, para no decir del fin del período de George Bush en enero.

El problema es que: Mostrarse compuesto – es decir ponerse una máscara – ante algo, no tiene nada que ver con cambiarlo de alguna manera esencial, no importa qué marca se le ponga y no importa quién te esté escuchando en otra parte. En agosto o septiembre, cuando el general se haga cargo de Centcom, dejará tras de sí (como lo ha hecho antes) el equivalente de un trozo de borde de ruta iraquí minado con dispositivos explosivos improvisados (IED) listos para estallar, posiblemente bajo la próxima elección presidencial de EE.UU. Queda por ver si una vez más se habrá ido rápidamente del lugar y logrará salir relativamente indemne.

El milagro, por cierto, fue que, tan tarde en el juego, los medios estadounidenses se hayan tragado la propaganda del presidente (y del general) sobre la campaña de la ‘oleada’ que, a simple vista, era ridícula. Más extraño aún es que lo hayan hecho durante casi un año antes de que la situación comenzara a desgastarse de un modo tan visible que hasta nuestras redes de televisión y los principales periódicos se hayan dado cuenta. En ese año, la mayoría de ellos pensaron que vieron a una banda militar tocando fabulosamente cuando lo único que había a la vista era un tamborcito.

Ese resultado podrá ser un sueño para un encargado de relaciones públicas, pero lo fue gracias al arte de un timador. La cuestión es: «¿Podrá el presidente volver a Texas antes de que Iraq caiga en picada? ¿Y seguirá el general cayendo de modo ominoso hacia arriba?

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Tom Engelhardt dirige «Nation Institute’s Tomdispatch.com, es el cofundador del American Empire Project (http://www.americanempireproject.com/). Ha actualizado su libro: «The End of Victory Culture» (University of Massachussetts Press) y hay una nueva edición que aborda la victoria de la cultura de la guerra de tierra quemada y sus secuelas en Iraq.

Copyright 2008 Tom Engelhardt

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