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Entrevista a Sebastiaan Faber, hispanista y utor de "Leyendas negras, marcas blancas. La malsana obsesión con la imagen de España en el mundo"

«La idea de que España está siendo desdeñada injustamente es infantil y ombliguista»

Fuentes: Ctxt

Sebastiaan Faber (Ámsterdam, 1969) no es ni pelirrojo ni está en Iowa, pero bien podría responder a la cruel descripción con la que Carmen Martín Gaite caracterizó hace décadas a los hispanistas estadounidenses que, según la escritora, se empeñaban en acercarse a España resaltando sus aspectos negativos. Después de un viaje a México, hace más de treinta años, y múltiples visitas y estancias en España, se licenció en Filología Española en su ciudad natal para terminar sus estudios de doctorado en la University of California Davis. Hoy es catedrático de Estudios Hispánicos en Oberlin College (Ohio). Especialista en la memoria y representación de la Guerra Civil española, entre sus obras destacan títulos como Exile and Cultural Hegemony: Spanish Intellectuals in Mexico, 1939-1975 (2002), Memory Battles of the Spanish Civil War: History, Fiction, Photography (Vanderbilt University Press, 2018) y Exhuming Franco (Franco desenterrado, 2022). Miembro del consejo directivo de The Abraham Lincoln Brigade Archives (ALBA) en Nueva York, órgano que presidió hasta 2015, es además editor de su revista digital The Volunteer. Escritor prolífico, combina su labor académica con su faceta de intelectual público y colabora regularmente con diversos medios de comunicación, incluido CTXT, en cuyo sello editorial (Escritos Contextatarios) acaba de publicar Leyendas negras, marcas blancas. La malsana obsesión con la imagen de España en el mundo.  

Se licenció en su Holanda natal pero acabó de formarse en la academia estadounidense. Imagino que las diferencias entre ambos sistemas entonces eran palpables. Se lo pregunto porque algunos años después, cuando yo mismo vine a estudiar a Estados Unidos, tuve la sensación de, por primera vez, reconocerme a mí mismo o, más bien, de pensarme español en el mundo…

Mi carrera en la Universidad de Ámsterdam estuvo entonces enfocada exclusivamente en España, sin nada de Latinoamérica, y después hice el doctorado en EE.UU., donde casi por vez primera estudié Latinoamérica en profundidad y tuve mis primeros contactos con la teoría, que tampoco se enseñaba mucho entonces en España o en otras partes de Europa. Ya han pasado 23 años desde entonces, pero efectivamente es un poco lo que señalas. Creo que, o al menos antes, en España había un desconocimiento, o más bien una despreocupación, hacia la literatura latinoamericana, apenas un par de asignaturas… La experiencia estadounidense me sirvió para reconocerme como hispanista, sea lo que sea eso, y para fascinarme con la historia del campo y la tradición de los extranjeros estudiosos de España [Anglo-American Hispanists and the Spanish Civil War: Hispanophilia, Commitment, and Discipline (2008)]. Para comprenderme y para comprender en qué genealogía me encuentro, personas no hispanohablantes de nacimiento que, sin embargo, se convierten en expertos en culturas latinoamericanas o españolas, y que ocupan un lugar extrañamente prominente, muchas veces en la propia academia española de América. Aquí también cuento como hispanistas extranjeros a gente como tú, porque no son pocos los españoles que estudian su propia cultura desde fuera, viendo su propio país desde otro marco conceptual. 

¿Hay diferencias?

Creo que estudiar filología en España o estudiar historia española en España cuenta con una gran ventaja: no hay que justificarse porque tienes el apoyo del Estado detrás, es una justificación automática, nacionalista por un lado, pero que también conlleva un peso tremendo, ¿no? Por otro lado, desde EE.UU. tenemos que movernos constantemente en una estructura competitiva: por qué enseñar español y no portugués o alemán o ruso o árabe o chino. Y esa necesidad nos obliga a renovarnos, a explicar cómo se vincula nuestro campo con otros campos. Porque, ¿qué pinta un país como España en el mundo? Pues bastante poco desde una perspectiva norteamericana. Aun así tenemos todavía la suerte de que en casi todas las escuelas secundarias se enseña español, en las universidades hay departamentos de español o algo parecido. También, y tú lo sabrás, están las dinámicas internas con los latinoamericanistas, ya que uno pensaría que tiene mucho más sentido estudiar Latinoamérica, que son 20 países importantes para Estados Unidos, por razones obvias, y no España, que no es un país muy importante para Estados Unidos. 

Su último libro vuelve sobre un tema recurrente en los últimos años en España, la llamada “leyenda negra” y la identidad como nación. Pero desde una perspectiva diferente: nuestra obsesión por cómo nos ven desde el extranjero, algo que califica de neurosis. ¿Por qué? 

Creo que hay explicaciones simultáneas. Por un lado está esa especie de complejo que tienen todos los eximperios, una conciencia de gloria perdida. Sin embargo, creo que ni en Francia ni en Inglaterra están tan obsesionados, o lo hacen desde una perspectiva de autoafirmación. En España, en cambio, encuentro un cierto complejo de inferioridad que yo creo que tiene que ver más que nada con dinámicas políticas internas en las que paradójicamente el tópico del lugar de España en el mundo se ha convertido en un arma que arrojar al adversario dentro de las lógicas de una lucha por la legitimidad política y la batalla electoral interna. Tanto PP como PSOE repiten que el adversario no hace otra cosa que “convertir a España en el hazmerreír del mundo”. La idea de que España está siendo minusvalorada o despreciada o desdeñada injustamente en el mundo es infantil, ombliguista y para lo único que sirve es para tratar de debilitar al rival político en casa. La realidad es que, mejor o peor, la transición democrática devolvió cierto prestigio internacional a España, colocándola en el centro de una discusión política no española, en un momento en el que el país quería deshacerse de un legado franquista que se veía como un lastre incluso intelectual. Y se consiguió.

Sin embargo parece que hoy la Transición, como mito fundacional de esa nueva España, hace aguas… 

Creo que España se reinventó entonces, pero también lo hizo el franquismo. Este enfatizó muchísimo la idea de que fue Franco el primero en mejorar la imagen del país en el mundo. De él proviene la idea de la Hispanidad, de que España era el mejor país del mundo, solo que no lo sabía o lo había olvidado. Los mitos últimamente duran poco, por todos lados. 

¿Dónde deberíamos reivindicarnos entonces como país?

Me parece que si se trata de buscar anclajes, bien podríamos hacerlo sobre aspectos en los que generar cierto orgullo. El mismo debate sobre la memoria histórica es un buen ejemplo. Sé que muchas veces se enmarca como confirmación de lo que no se ha hecho, pero habría que pensar también dónde se ha visto un intento tan sostenido en el tiempo, por tanta gente, de cambiar fundamentalmente la metanarrativa histórica del propio país. Sé que ha habido resistencia y descontento con la nueva ley de memoria democrática, pero creo que el propio movimiento es bastante excepcional y ha tenido logros importantes. Ahora mismo hay más países intentando reformular o que se han visto obligados a reconsiderar sus propias metanarrativas históricas, y aquí creo que España tiene cosas que enseñar.

Otro tema que me impresiona es la capacidad de movilización política que continúa habiendo en España. El 15M, con todo lo que significó en términos de aliento y de energía política, o la manifestación que hubo el otro día por la sanidad en Madrid. Ese tipo de expresiones de solidaridad y disponibilidad para manifestarse en público por principios políticos, justicia social, me sigue impresionando. Ahora estoy enseñando una clase sobre cine y novela postfranquista, y acabamos de ver los primeros tres episodios de Antidisturbios. Puedo decir que los estudiantes estadounidenses estaban impresionados con el movimiento antidesahucios, por ejemplo; algo impensable en Estados Unidos. No porque aquí no haya habido muchísimos deseos de cambio desde 2008… Me refiero a la expresión de solidaridad comunitaria frente a la fuerza policial para proteger a los inquilinos. Para mí eso es algo muy español. 

Hay sectores que repiten lo de la supuesta guerra cultural, una suerte de esquizofrenia en la que, por ejemplo, se denuncia abordar la historia desde el presente. Como alguien que trabaja en esa fina línea que separa lo literario de lo histórico, me pregunto si puede hacerse de otra forma que no sea esa. 

Es verdad. Es posible que, en ese sentido, España esté a veces un poco en desfase con respecto a otros países, como si en ocasiones llegara tarde a este resurgimiento de un revisionismo historicista desde una nostalgia de la historia patriótica de héroes y batallas. En realidad, esto empezó a formularse ya en los años 90, como extensión de lo que estaba haciendo Aznar en el ámbito político y como respuesta a los primeros pasos del momento de la memoria que mencionábamos antes. En mi opinión, a la vez que en España hay una gran tradición activista, creo que hay muy pocos canales institucionales para encauzar esas luchas, algo que no ocurre en otros países con tradiciones democráticas más arraigadas. Me refiero por ejemplo a Holanda, donde existe un instituto fundado justo después de la Segunda Guerra Mundial, que se dedica precisamente a mediar entre el estudio universitario de esa isla que es el pasado y la sociedad civil, tanto desde el punto de vista de la ciudadanía como de organismos de todo tipo, algo que también ocurre en EE.UU., por ejemplo. 

¿Qué lugar ocupa en este ámbito el denostado sistema mediático español? Se lo pregunto teniendo en cuenta su posición como intelectual público.

En EE.UU., por ejemplo, el paisaje mediático es mucho más diverso y profesionalizado. Mi impresión es que en España, desde hace tiempo, falta un espacio mediático que sirva para colocar realmente los grandes debates. Pongamos los diarios… A pesar de todo lo que soñaban Cebrián y compañía cuando fundaron El País, en España nunca han terminado de funcionar exactamente así los medios. 

El sistema cultural español ha sido objeto de crítica en relación al papel del intelectual, o la ausencia propiamente dicha del mismo, en la esfera pública, algo que sí que existe en otras realidades como Francia, como Inglaterra o como Estados Unidos…

Creo que podría haber muchos más espacios de intercambio de ideas y, como participante desde el extranjero, noto esa escasez. También me parece que falta, no quiero decir moderación, pero sí mediación en esos espacios. Me explico: en España colaborar en medios es muy común, lo hace todo el mundo. El problema es que el umbral es muy bajo. Ahora, sobre todo con la proliferación de medios que hay, no es difícil salir de la burbuja universitaria y hacer que suene tu voz. No digo que se escuche, ojo. Pero lo que sí noto es una falta de control, no de censura, pero sí de edición. Lo que quiero decir es que cuando alguien con cierto capital intelectual envía un texto o se le invita a participar en un medio, sea el que sea, se publica y ya. No hay un equipo editorial que lo filtre, que trabaje el texto con su autor. Estados Unidos tiene muchísimos defectos y los medios también los tienen, pero sí hay una tradición periodística que indica que no hay ningún texto que se publica tal y como se había mandado originalmente. La idea de que una revista publique un texto sin cambios impuestos y forzados por el equipo editorial es inconcebible. Casi todo texto que se publica ha sido tocado por diez manos y eso se considera normal. Si una persona escribe un texto sabe que va a ser cambiado de alguna forma, mejorado. Ya lo escribe desde una posición un poco más dialógica, más abierta a la crítica. En España muchas veces el debate es diálogo entre sordos, que es lo que es Twitter. La gente habla, pero no escucha. 

¿Faltan intelectuales públicos y sobran escritores oficiales? 

Un poco. Sí. Hablándolo con amigos que se dedican a editar textos, es muy común que no se atrevan a tocarle una coma al autor porque le parece mal. Esa idea de la perfección supuestamente que tienen los textos al enviarse tiene que ver con esa laguna, la falta de diálogo, de debate, de no aguantar críticas. 

Ha pasado hace poco con una crítica literaria, aparecida aquí, hace unos días, y la reacción que provocó 

Sí. Una especie de ¿quién eres tú para criticar mi libro? Lo más divertido fue el contexto que tú comentaste en un tuit. Un artículo aparecido en El Confidencial y que viene a decir eso, “¿quién es Echevarría?” .“¿Cómo se atreve a escribir cinco folios de respuesta a toda una novela de un escritor de éxito?”. Pues hombre, en eso consiste ser crítico literario. Echevarría, que tiene una idea muy tradicional, pero muy, muy justificada, de qué significa ser crítico, porque uno no deja de ser un filtro, una especie de mediador entre el lector medio y el escritor. Entonces si alguien publica una novela, tu trabajo es explicar de forma detallada, justificada y argumentada, por qué te parece mala la novela para que después las lectoras y los lectores hagan lo que quieran. Por lo menos esa es tu función. Y la respuesta a veces es un poco “creí que éramos amigos y ahora me has traicionado”, o “tiene que venir otro país”. 

Usted mismo, como crítico, se ha visto envuelto en polémicas con Andrés Trapiello o Javier Cercas…

Con Andrés Trapiello sí, y él me contestó. Lo que ocurrió es que me pidieron una crítica con motivo de la tercera o cuarta edición de Las armas y las letras; y, bueno, hice una crítica razonada pero con algo de mala leche. Trapiello me contestó pasado de rosca, completamente histérico, casi. Cercas nunca me ha querido contestar directamente. Sí veladamente en alguna entrevista donde vuelve a repetir el tópico del hispanista pelirrojo que mencionabas antes, esos a quienes, supuestamente, nos encantaría que los españoles volvieran a otra guerra civil porque los españoles son violentos, cainitas, vengativos, etc., y así justificar nuestro trabajo. Lo cierto es que he escrito críticas de tres o cuatro libros suyos, no por polémica sino para entrar en diálogo. Sí lo hizo en su día Santos Juliá y también Jordi Gracia, con quien siempre tengo una disputa divertida y didáctica, que espero sirva para que la gente aprenda y nosotros aprendamos en el proceso. Para mí, lo más importante de la crítica cultural es dejar claro qué es lo que está en juego. De qué estamos hablando y por qué este texto sirve o no sirve, para qué fin, y si una polémica puede clarificarlo, me parece bien.

Volvamos al campo de las percepciones. Dice en este libro que la imagen de España en EE.UU. tiende a ser negativa. Que nos ven como “neocolonialistas, condescendientes, ignorantes, maleducados y faltos de sensibilidad”. Tengo que decirle que no es la percepción que yo tengo, ni siquiera cuando vivía en Francia, por ejemplo.  

No, no lo es. Tienes razón, no lo es entre el público general ni entre los líderes políticos y culturales. Con ese pasaje me estaba refiriendo a la imagen que se suele tener de los españoles, pero en ámbitos hispanohablantes. 

Puedo entender que esa frase es aplicable a la academia estadounidense, dentro de los propios departamentos de español…

Exacto. La eterna tensión entre latinoamericanistas y peninsularistas/iberistas. Sí creo que está justificado ese pasaje en el sentido de que me estaba refiriendo a la rueda de prensa de [Isabel Díaz] Ayuso para medios españoles en Nueva York, en la que se puso a hablar directamente de lo latinoamericano, del indigenismo y de los nacionalismos latinoamericanos. Y claro, si una líder española se dirige a los latinoamericanos invocando el gran legado de la Hispanidad y hablando mal del indigenismo, está solo confirmando el estereotipo del colonialista español que no se entera de nada. O están los casos divertidísimos de representantes de la Real Academia Española que van a Colombia, vuelven, y dicen, sorprendidos, lo bien que hablan los colombianos, tan correctamente, tan limpiamente, y les parece mentira.

Cualquier cosa que pase en Estados Unidos y tenga que ver con el español automáticamente se vincula en la prensa española con España, cuando generalmente tiene poco o nada que ver. ¿Es desconocimiento o negativa a asumir una realidad? 

Es posible que ambas cosas. A mí me parece que eso que señalas tiene sus raíces en los años 80-90, sobre todo después de la fundación del Instituto Cervantes. De repente, alguien descubre, entre comillas, el potencial económico del idioma. Desde entonces cada expansión del idioma se apunta como prueba de cotización de “lo español”, “de España”. En ese sentido, por ejemplo, el aumento de hispanohablantes en Estados Unidos se ve directamente como una oportunidad económica española, partiendo del principio de España como origen y fin, como quien más derecho tiene a reclamar esa ganancia económica, ese capital. No tiene ningún sentido, ya que EE.UU. mira a América Latina. De ahí también la continua ambigüedad en el Instituto Cervantes, no solo ante los otros idiomas cooficiales del Estado español, sino ante lo latinoamericano, donde hay una especie de intención de creerse trasatlántico y, al mismo tiempo, no dejar de ser puramente español de España.

¿Qué cree que debería ser el Instituto Cervantes? Se lo pregunto porque la impresión de ser una oportunidad perdida es una discusión recurrente entre los hispanistas que estamos fuera. Usted mismo lo menciona en el libro. 

Es una pregunta interesante. Creo que su dependencia del Estado predetermina ya mucho de lo que puede ser. Uno se pregunta si puede ser otra cosa, un espacio de productos culturales diversos, no solo una agencia de aprobación del idioma español en el mundo. Podría ser una agencia realmente panhispánica, pero en igualdad de condiciones con otros países hispanos. Pero también podría ser, no sé, dentro de España, una agencia de concienciación del legado español en el mundo, ofreciendo otra narrativa del pasado colonial español. Sin embargo, no pasa de ser un brazo más de un proyecto económico-cultural, un reflejo de un discurso colonial mal disfrazado, o más o menos puesto al día. 

Por otro lado, no sé si el Instituto Cervantes es reformable viendo las trayectorias de las personas que se vinculan a él. Parece ser que la ideología inherente en esa institucionalidad es mucho más fuerte que cualquier intento de cambio. Es muy difícil que una persona pase por el Cervantes y no se deje contagiar por esa ideología tanto de carácter general, como accidental, desde el momento en que cada nombramiento va ligado al gobierno de turno. Y aun así, los discursos oficiales de los directores son casi literalmente los mismos: siempre con el español como idioma de encuentro, el español como el cuarto o tercer idioma más hablado del mundo, cuánta gente quiere aprender español, qué buena noticia, etc. De nuevo la obsesión de España por crear y tener una marca, un distintivo cultural en términos únicamente económicos. 

Cuando menciona eso pienso que, sin embargo, en España la cultura siempre ha sido sospechosa. Nunca se piensa en términos de industria, como en Francia, sino que intelectuales y artistas de todo tipo se vinculan siempre a una ideología y a la idea de lo “subvencionado” como algo negativo, a eliminar, sobre todo desde sectores conservadores.

No he estudiado mucho el tema, pero me da la sensación de que en España la subvención suele acompañarse de una expectativa de contenido político determinado. En el caso de la marca España, cito el libro de [Rafael M.] Expósito, Cuestión de imagen. Cine y marca España (2015), uno de cuyos argumentos es que al reclutar al cine español como parte de esa marca, el Estado español también ha querido moldear su contenido. Tengo la sensación de que eso no ocurre en otras latitudes como Francia, donde el respaldo económico a la cultura no implica una visión determinada. En España se ha aceptado que la cultura puede ser una baza en la construcción de la marca, y esto se ha tomado de forma muy explícita. ¿Pero qué ocurre con las demás culturas que conforman España, por ejemplo? 

Casi siempre esas culturas son obviadas, o van por su lado… 

Son el gran elefante en la habitación. Me da la sensación de que la “marca España” no ha podido o no ha sido capaz de incluir de forma creíble la pluralidad de culturas del Estado español. Es otra oportunidad perdida. Antes hablábamos de puntos de orgullo y, por ejemplo, creo que el Estado de las autonomías es uno de ellos. Es bastante impresionante lo que se ha logrado con las educaciones bilingües en Cataluña, en Galicia o en el País Vasco… Es un logro impresionante. Sin embargo, aparece siempre como algo negativo porque nos impide tener una idea determinada de identidad nacional, una idea de lo nacional concebida de una forma muy estrecha desde el Estado español. En este sentido, las virtudes del autonomismo son mucho más celebradas desde la periferia que desde el centro, y, por ejemplo, me parece un disparate que una chica de catorce años de Sevilla no pueda aprender catalán, o gallego, en la escuela pública. 

En su libro señala la beligerancia nacional contra las críticas que llegan de fuera, mientras que parece que no hay nada más español que el estereotipo de “si España fuera un país normal” que repetimos constantemente los propios españoles. Pienso, por ejemplo, que uno de los escritores españoles más populares, académico, columnista de éxito, ha conformado todo un imaginario de “lo español” como algo incorregible, cainita, violento…

Es verdad. Ese fatalismo. Esa idea de que todo es una mierda, y no es verdad. No hay ningún corresponsal extranjero que hable tan mal de España como los propios españoles, constantemente. Esa normalidad invocada como punto de comparación. Es algo que señalo en mi anterior libro, Franco desenterrado. La segunda transición española, de 2022. En el contexto de las luchas políticas internas suele ser un argumento muy poderoso para denigrar o criticar a tu rival político, porque denunciar un síntoma patológico de anormalidad es un argumento muy fuerte que, por otro lado, no es exclusivo de España. En EE.UU. se usa, por ejemplo, para hablar de la ausencia de un sistema sanitario público, mientras que en España se hace para denunciar la corrupción, la memoria histórica o su ausencia, etc. Siempre apelando a ese “país normal” que no existe, porque cada país tiene sus propias características más allá de obviar que todos los países, sea Alemania, Francia u Holanda, tienen sus propios problemas. Creo que tiene que ver con la cultura política y su praxis donde, como dice Villacañas, el adversario político es siempre visto como un enemigo a aniquilar. 

Ha trabajado muchísimo sobre la memoria de la Guerra Civil. ¿Cómo ha visto la recepción en España de una película como Argentina, 1985, las comparaciones que se han hecho entre ambos procesos históricos?

Ha sido muy interesante. Pero no es la primera vez que esto ocurre. Como decíamos antes, la erosión del mito de la Transición española tiene mucho que ver con esa comparación constante, a partir de los años 90, entre lo que estaba pasando en Latinoamérica, en el Cono Sur sobre todo, y en España. Esa idea desde España de que otras transiciones se han hecho mejor. Creo que la discusión en torno a Argentina, 1985 es una extensión de esos debates; por ejemplo, el primer uso de la palabra “desaparecido” para referirse a las víctimas de la violencia de la Guerra Civil me parece algo muy interesante y muy sano. Nunca es tarde para repensar cómo se han hecho las cosas. En ese sentido, la ironía es que en una España en la que, desde la propia Transición nunca se ha querido ver a Latinoamérica en profundidad, donde la presencia de América a todos los niveles educativos se obvia o no hay una revisión crítica del pasado común (la conquista y la colonia), ahora se quiera poner como ejemplo de algo. En cualquier caso, me parece positivo.

Diego E. Barros estudió Periodismo y Filología Hispánica. En su currículum pone que tiene un doctorado en Literatura Comparada. Es profesor de Literatura Comparada en Saint Xavier University, Chicago.

Fuente: https://ctxt.es/es/20221201/Politica/41488/sebastiaan-faber-leyenda-negra-memoria-espana-estados-unidos.htm