Traducido por Caty R.
Intifada: En árabe es una acción que consiste en «levantar la cabeza» y por extensión «el levantamiento», nombre que se dio a la rebelión palestina que se desencadenó a principios de diciembre de 1987 en Gaza y Cisjordania. Más firme y masivo que cualquier movimiento anterior en los Territorios Ocupados, la «revolución de las piedras» modificó profundamente el paisaje de Oriente Próximo.
Fue el 7 de diciembre de 1987 cuando un accidente de tránsito -una colisión entre un vehículo israelí y un taxi colectivo palestino, en la que murieron dos de sus viajeros- prendió la mecha. Dos días después se produjeron los primeros enfrentamientos entre jóvenes palestinos y soldados israelíes en el campo de Jabalya. En una semana la insurrección se extendió a toda la Franja de Gaza y Cisjordania a pesar del estado de sitio decretado por las autoridades de la ocupación. Tomado por sorpresa, el gobierno israelí se fijó, sin distinción de tendencias, una única prioridad: «acabar con la subversión», según la expresión del ministro de Defensa, Isaac Rabin, a quien el hecho de pertenecer al Partido Laborista no impidió dirigir, con mano de hierro, la represión de la Intifada.
A la escalada de manifestaciones, huelgas y enfrentamientos respondió, por tanto, para intentar detenerla, con una espiral represiva. El ejército multiplicó los toques de queda, los disparos sobre los adolescentes que se burlaban de los soldados, las palizas, el arresto de decenas de miles de personas y el encarcelamiento de miles, no vaciló en aplicar malos tratos en sus incursiones contra los pueblos o en las cárceles, expulsó a varias decenas de palestinos, etc. Abiertamente contraria a las disposiciones del Convenio de Ginebra, esta carrera de violencia enfrentó las opiniones, incluidas las judías, de quienes por todo el mundo se sintieron golpeados por las imágenes ampliamente difundidas por los grandes medios de comunicación. La tentativa de enterrar vivos con un bulldozer a cuatro campesinos de Salem y la escena de los dos jóvenes de Nablús, apaleados en directo ante una cámara de la televisión estadounidense CBS, movieron especialmente las conciencias.
El balance, un año después del inicio de la rebelión, era de 400 muertos, 25.000 heridos y 6.000 prisioneros -que con los 4.000 precedentes sumaban un total de 10.000 presos para una población de 1,7 millones de habitantes-. Sin embargo este excepcional despliegue de fuerza no hizo entrar en razón a los insurrectos. Y es porque su determinación, más allá de la coyuntura -la esperanza suscitada en abril de 1987 por la reunificación de la OLP en el Consejo nacional de Argel y la cólera, en noviembre, tras «el olvido» de la cuestión palestina en la cumbre árabe de Ammán-, hunde sus raíces en terreno abonado.
Realmente la resistencia a la ocupación se remonta a los propios orígenes de ésta, en junio de 1967. La extensión progresiva de la dominación israelí sobre Cisjordania y Gaza, especialmente con el despliegue de la colonización, encontró una oposición creciente que se expresó tanto en forma de manifestaciones y acciones violentas como en las elecciones municipales de 1976, ganadas a mano alzada por los allegados de la OLP. Pero esta vez asistimos a la explosión del hartazgo de toda una generación, nacida bajo la ocupación, que sobrepasa la relativa resignación de las anteriores y las implica, con su ejemplo de dignidad reconquistada, en la acción por la independencia. Nunca, ni siquiera en 1981 y 1982, los «palestinos del interior» habían alzado la voz. Efectivamente, la amplitud de la Intifada superó los levantamientos anteriores en muchos aspectos. La duración: más de cuatro años. La extensión: el conjunto de los Territorios Ocupados, incluidas Jerusalén, Belén y las poblaciones tradicionalmente poco afectadas. El funcionamiento: concentraciones multitudinarias, huelgas generalizadas y enfrentamientos, que se combinaron con la autogestión de la vida diaria y conatos de desobediencia civil. Los participantes: los jóvenes codo con codo con los mayores, los refugiados de 1947-1949 mezclados con los originarios de los Territorios Ocupados, los obreros y campesinos unidos con los comerciantes, los ejecutivos y los intelectuales.
Nacida espontáneamente, como señalaron todos los observadores incluidos los israelíes, de un cóctel explosivo -miseria de los barrios de chabolas, desempleo masivo, humillación del sentimiento nacional y represión cotidiana-, la «revolución de las piedras» se organizó rápidamente. Los Comités populares locales planeaban la lucha en las calles -sin armas de fuego- contra el ejército israelí y también el abastecimiento, la enseñanza, la asistencia médica, los servicios principales -hasta el punto de que los observadores pudieron hablar de «zonas liberadas»-. Los Comités locales, autónomos, funcionaban en paralelo en una «Dirección unificada» dónde cohabitaban, relativamente unidos a pesar de sus divergencias, el Fatah de Yasser Arafat, el Frente popular de Georges Habache, el Frente democrático de Nayef Hawatmeh y el Partido comunista palestino -con la exclusión del Movimiento de la resistencia islámica, bautizado según sus iniciales, Hamás (en árabe, celo)-. Sólo esta última tendencia se situó fuera del consenso político de la Intifada: la creación de un Estado palestino independiente en Cisjordania y Gaza, con el regreso del Estado de Israel a sus fronteras de antes de la guerra de los Seis Días en 1967. Como una resurrección, cuarenta años después de su fracaso, del plan de división votado por la Asamblea General de las Naciones Unidas. De ahí este análisis de Elias Sanbar en Palestine, le pays à venir, 1966 (Palestina, el país del futuro): «La Intifada, que es su fuerza principal, suscita la adhesión del mundo en la medida en que nunca aparece como portadora de una amenaza para la existencia de Israel. Se mide así el ingenio político del pueblo al elegir las piedras y no las armas de fuego. Esta contención puso de manifiesto ante el mundo que el levantamiento constituía una amenaza para el ocupante pero no para Israel en sus fronteras de 1948-1949. Así se pueden analizar mejor, por otra parte, los efectos completamente opuestos causados posteriormente por los atentados de los islamistas dentro de la línea verde».
El levantamiento, al poner su fuerza al servicio de esta orientación, baraja los naipes del juego en Oriente Próximo retando a muchos de sus protagonistas. El primero que reaccionó fue el rey Husein de Jordania: el 31 de julio de 1988 anunció la ruptura de las relaciones de su país con Cisjordania. «Jordania no es Palestina», declaró, «y el Estado palestino independiente será establecido en la tierra palestina ocupada después de su liberación». Con esta evaporación de la «opción jordana» la OLP tuvo que convertir a Israel en el socio inevitable de las futuras negociaciones de paz. La salida política de la rebelión, es decir, las condiciones que debía cumplir para sentarse a la mesa de negociación, exigen a Arafat y los suyos -tal como la «Dirección unificada» de la Intifada no dejó de señalar- la definición de un programa de paz concreto. La OLP se vio ante la necesidad de reconocer al Estado de Israel para obtener la recíproca. El Consejo nacional palestino de Argel de mediados de noviembre de 1988 avanzó en esta vía declarando un Estado palestino independiente, aceptando al mismo tiempo la Resolución 181 de 1947 así como las Resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y reafirmando su condena del terrorismo.
Pero el primer año de la Intifada no desembocó en la solución esperada: el gobierno israelí se opuso firme y eficazmente a las presiones estadounidenses destinadas a entablar, en 1989-1990, una negociación israelopalestina. Este hundimiento aceleró la radicalización e incluso una cierta degeneración de la «revolución de las piedras». Los ajustes de cuentas contra los colaboracionistas (o considerados como tales) se multiplicaron, así como las acciones individuales contra civiles israelíes o turistas («guerra de los puñales»); ciertos grupos, a menudo incontrolados, dictaban la ley. Numerosos jóvenes privados de estudios durante meses se rebelaron contra sus mayores y contra las facciones políticas tradicionales y se orientaron hacia el movimiento islamista. Hamás, que siempre ha denunciado las soluciones diplomáticas, ve crecer su influencia.
En ese contexto estalla la crisis del Golfo de 1990-1991. Muchos palestinos de Cisjordania y Gaza desesperados por la represión despiadada, por una situación económica y social que no deja de deteriorarse y por la ausencia de perspectiva política, se agarraron a la esperanza de Sadam Husein y de una nueva relación de fuerza militar que impondría la creación de un Estado palestino. El sangriento fracaso del dictador iraquí reforzó la opción del compromiso. En cierto modo la conferencia de Madrid (octubre de 1991) y después las negociaciones secretas de Oslo y los acuerdos del mismo nombre constituyeron por fin la esperada salida a la Intifada. Pero los sueños están muy lejos de la realidad: los Acuerdos de Oslo terminaron por romperse en la continuación de la política de colonización y en el fiasco de las negociaciones de Camp David en julio de 2000, que desembocaron en la segunda Intifada, cuyas características fueron muy diferentes, especialmente por la utilización de los palestinos de las armas de fuego y los atentados.
Texto original en francés: http://www.aloufok.net/article.php3?id_article=4314
Alain Gresh, redactor jefe de Le Monde diplomatique y miembro del comité editorial de la revista Magreb-Machrek, es un escritor y periodista francés nacido en Egipto en 1948. Ha publicado numerosos artículos sobre Oriente Próximo y varios libros: Palestine 47, un partage avorté, Éditions complexes, 1994 y Les 100 portes du Proche-Orient, Éditions de l’Atelier, 1996 (en colaboración con Dominique Vidal); L’islam en questions, Actes Sud, 2000 (con Tariq Ramadan); Israël, Palestine : Vérités sur un conflit, Fayard, 2001 ; L’Islam, la République et le Monde, Fayard, 2004 y 1905-2005 : les enjeux de la laïcité, L’Harmattan, 2005.
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.