Recomiendo:
0

Sobre una nota de Salvador López Arnal en torno a izquierda unida y las elecciones europeas

La izquerda y las elecciones

Fuentes: Espai Marx

Amigos [de Espai Marx]: El artículo que Salvador nos envió y en el que expresa sus inquietudes sobre la suerte de la izquierda en el proceso electoral que se avecina, es una excelente invitación a la reflexión sobre la izquierda, así que me permito añadirme a la misma. Salvador plantea de entrada una doble inquietud […]

Amigos [de Espai Marx]:

El artículo que Salvador nos envió y en el que expresa sus inquietudes sobre la suerte de la izquierda en el proceso electoral que se avecina, es una excelente invitación a la reflexión sobre la izquierda, así que me permito añadirme a la misma. Salvador plantea de entrada una doble inquietud referida a Izquierda Unida. La primera, sobre la incidencia, en las elecciones y en las escena política de la izquierda española, del partido anticapitalista; la segunda, sobre la alianza electoral de IU con IC.

Mi opinión sobre la incidencia que el partido anticapitalista español pueda tener sobre el voto de la izquierda es, matizadamente, diferente de la de Salvador. El daño que ese intento de partido pueda ocasionar a IU se deberá sólo a la debilidad política de IU. El partido anticapitalista español, a mi juicio, es una mera intentona de fundación de una fuerza política aprovechando el tirón electoral que en Francia -pero «esto no es Hawai»- tiene una fuerza política consolidada por el buen hacer político, la seriedad y la constancia de diversas fuerzas trotskistas. A mi juicio, en la actual situación, tratar de lanzar un proyecto político real de izquierdas, en España, sin que se dé un ascenso de lucha política popular -«aún» no se da-, y sin tener, al menos, mínima implantación territorial en localidades, comarcas, barriadas, etc, es una aventura sin salida, que seguramente solo seguirán los entornos de las organizaciones trotskistas españolas. En mi caso, y para no hacer generalizaciones cuando no se tienen estadísticas, yo, que podría considerar la posibilidad de votar al partido anticapitalista francés, de vivir en Francia, por propio respeto hacia mi mismo como votante, no podría dar pábulo a maniobras cupulares de este tipo. También por respeto a las listas de ese grupo: el voto, tiene poco valor, pero no es una limosna. Confundir la simpatía personal con el acuerdo político es lo que se denomina compadreo. Me da la impresión de que algo han favorecido el compadreo – p. e. en sus recogidas de firmas- y que pueden llevarse alguna sorpresa.

Estoy de acuerdo con la crítica que hace Salvador a la reproducción de una nueva alianza electoral entre IU y IC. Las razones que expone son contundentes: el transfuguismo inmediato del eurodiputado elegido por IC en la anterior legislatura. Pero si la dirección central de IU reconociera oficialmente lo evidente y decidiera ordenar la separación de listas en Cataluña, ¿creemos que los hombres y mujeres con poder en el aparato de EUiA, procedentes de diversas fuerzas políticas, pero unánimes en una sola cultura política, que tanto y tan bravamente han sudado la camiseta, que tantos desvelos, quiebros y virajes han hecho, sin ahorrar en nada ni parar en transformismos, para lograr tocar -y ungirse- con el poder institucional – aunque sea, tan solo, una unción con gotitas- iban a respetar acuerdos y decisiones de ese tenor? ¿o, más bien, al igual que hicieron los clérigos de Talavera,- así nos lo cuenta el Arcipreste de Hita- una vez recibida la orden del concilio que les ordenaba dejar sus barraganas, preferirían dejar antes tierra de cristianos y marchar a tierra de moros?. En fin, que todas las razones del mundo les iban a llevar a defender, con ira y sin estudio, la autodeterminación nacional… de las clases políticas

No dudo que esto mismo pasaría en IU en el momento en que el nuevo secretario general, que , creo, es un hombre honesto, pretendiera ordenar cosas semejantes a la clase política que constituye el aparato institucional de IU. El mayor de los arcana imperii es que el papa no es el que tiene el poder, sino el «paparato» y, que los papas, mueren en olor de santidad, con libros edificantes entre sus manos, y transitan a mejor vida en cuanto le dan un disgusto a los aparatos.

Podría introducir aquí el asunto de la corrupción del ladrillo, que azota a IU al igual que a las demás fuerzas políticas -pero IU no debía haber sido una fuerza política como las demás- la corrupción en las listas de afiliados, etc, que son viejas, pero que tan claramente se han visualizado en el periodo congresual -la nacional 2, y demás asuntos-, y tratar de concluir así esta nota para expresar mi opinión negativa sobre las posibilidades de regeneración de IU.

Pero creo que dada la importancia del asunto político sobre el que reflexionamos, esto es, las posibilidades políticas de Izquierda Unida como fuerza en torno a la cual reorganizar una izquierda popular, o sea, revolucionaria, creo que debo dar un giro a la nota y no zanjarla sobre estos argumentos

Se trata de argumentar de forma política. Tratar de que IU vuelva a ser una fuerza política necesaria, esto es, de izquierdas, no al socaire del liberalismo económico, no dedicada a la administración de lo que hay, exige que IU desarrolle una proyecto político de acción.

¿Qué tipo de proyecto? Es posible que muchos marxistas de las corrientes más teóricas o cientifistas del marxismo estén hasta aquí de acuerdo conmigo, pero que no sigan la argumentación en cuanto señale lo que yo entiendo por proyecto; sin embargo, creo que entre nosotros, hay acuerdo: una cultura, un proyecto cultural, algo que no surge de libros, ni es fruto de comités ejecutivos, sino que es resultado de la práctica, desde la vida cotidiana, de los muchos pobres, de la plebe de los de abajo: una praxis. La cultura en sentido antropológico, como ethos, como valores vividos, como usos, costumbres, etc es algo que solo surge de la actividad de la comunidad. Ciertamente, la cultura autónoma de los de abajo debe ser organizada, ordenada, sintetizada, repensada etc, para convertirse en cultura de liberación y en cultura hegemónica. Y esto es lo que hicieron diversas fuerzas que se injertaron y arraigaron, en España, en el seno de las culturas tradicionales urbanas y campesinas (apostilla Pasolini que las culturas populares tradicionales son siempre internacionales) y, al convertirse en parte orgánica de ese tejido, a la vez, dieron cauce y expresión política a esas culturas, a la par que se alimentaron y contaminaron de ellas -la izquierda, como la literatura oral popular, pervive en variantes-: el anarquismo, el republicanismo popular, el socialismo, el comunismo. También entre estas fuerzas verdaderamente orgánicas, verdaderamente culturales, hubo injertos; el comunismo libertario de la Andalucía Occidental fue un filón para el comunismo tras 1934 y, luego, durante la lucha obrera antifranquista, como bien lo prueban los apellidos y las filiaciones de procedencia de tanto comunista de militante del PSUC durante la clandestinidad, y también el republicanismo1.

La autonomía cultural de los de abajo, su cultura normativa, su asunción de principios y valores propios, no subordinados, es el suelo sin el cual no puede existir una izquierda, sin el cual no se puede esperar que las personas puedan generar expectativas de alternativa social para el futuro, sin el cual no es posible que los de abajo se identifiquen como comunidad diferenciada.

Escribía en 1975 Pasolini: «El PSI y el PCI ya no tienen una interpretación cultural de la realidad, y se han identificado ya, en la práctica y con sentido común con la Democracia Cristiana: han aceptado el Desarrollo (.) un nuevo modo de producción que no es solo producción de mercancías sino también producción de humanidad, según dicta justamente la ley elemental de la economía política (.) el poder creado a fin de cuentas por nosotros ha destruido toda cultura anterior para crear una cultura propia, hecha de pura producción y consumo…»2

Tras estos análisis tan agudos de Pasolini, estudioso entusiasta de Gramsci y de la antropología cultural, se encuentra seguramente, también el conocimiento de los análisis de Lukács sobre el capitalismo para el consumo. Este otro grande del pensamiento explicaba que por primera vez en la historia el capitalismo, mediante la producción de mercancías para el consumo cotidiano, había conseguido penetrar y ordenar la vida cotidiana de la gente , condicionando así su percepción de la vida, su pensamiento cotidiano. El húngaro analizaba en el mismo sentido que Pasolini, también, a la izquierda. Proponía la necesidad de constituir un nuevo «movimiento antimanipulatorio» de la vida cotidiana, que devolviese la independencia cultural a las clases subalternas3. Reconocía así, tácitamente que la izquierda había asumido la cultura del capitalismo para el consumo y el nuevo orden social organizado, que éste nuevo orden cultural era considerado por ella no solo como algo neutro, sino como el «progreso», y que la izquierda existente, por tanto, ya no era válida para poder transformar la vida y ser fuerza revolucionaria. Esta crítica, sin embargo, no le indujo en modo alguno a poner en duda la validez del proyecto revolucionario comunista.

Llegados a este punto, me permito una breve digresión con la que, seguro, mi amigo Salvador está de acuerdo: es una trampa contra la humanidad que se nos proponga el abandono del comunismo, en primer lugar por la validez moral universal de nuestros principios -los «nuestros», hoy cuando solo nosotros defendemos el comunismo, mientras que otros, con todo derecho y dignidad pasan a denominarse socialistas-. Pero también -y es muy importante- por la capacidad de comprensión de lo que está acaeciendo que nos proporciona nuestro filosofar praxeológico. Nosotros, entre nosotros -Gramsci, Lukacs, Pasolini, Hobsbawn, el mismo Thompson, que con todas sus discrepancias, está en esta corriente, Raymon Williams…- está elaborado con carácter de exclusividad este saber praxeológico -no es apropiado llamarle «ciencia»- , este análisis antropológico cultural de la política, que es un legado imprescindible para la lucha de la humanidad; un legado que sólo en nuestra línea y tradición ha sido elaborado, aunque, es cierto, esto es una desgracia, pues somos muy pocos para sostener y reproducir tanto patrimonio.

Y vuelvo a la argumentación: Al no presentar batalla ante este cambio antropológico, al permitirse la liquidación de las culturas populares, desaparecía el suelo social sobre el que esas fuerzas políticas de izquierda descansaban, del que nacían y del que se nutrían. Cesaba de existir la base de reproducción social de la izquierda. Esta fue la causa de la gran derrota de la izquierda occidental europea. Al esfumarse el suelo cultural social desde el que se reproducían las fuerzas políticas de la izquierda, desaparecieron las militancias, y las burocracias quedaron con las manos cada vez más libres, menos ancladas y sujetas a realidades sociales que determinaban su margen de maniobra, y las sustentaban, más imperiosamente necesitadas de acceder a las instituciones si querían poder sobrevivir. Se dieron las condiciones para el transformismo y el institucionalismo, para la definitiva creación de una clase política.

El partido de masas se esfumaba, porque las culturas de la resistencia anticapitalista se esfumaban. Fue un hecho. El achicamiento del «espacio electoral» que ponía en peligro la supervivencia de los profesionales políticos produjo choques entre diversos segmentos de clase política por las migajas; dentro de este esquema se comprende la guerra del 5º Congreso del PSU de Catalunya y la ruptura del partido

Esto es historia. Vuelvo a IU.

Si estamos de acuerdo con este análisis sobre la mutación cultural operada por el capitalismo -si se puede denominar análisis a algo que es experiencia vivida de la mayor parte de quienes lean estas líneas- , esto impone reordenar las prioridades políticas. Porque todo esto implica abrir en la sociedad, interpelando a la vida cotidiana de las personas, un duro debate sobre usos y costumbres, valores y expectativas de vida; incluso entre las bases que aún votan IU. Proponer y organizar desde ya, molecularmente, en lo posible, formas de vida, de diversión, de consumo distintas : plantear , p. e., la imposibilidad de la cultura del automóvil privado -¿y los obreros de la automoción, qué dirán?-, las vacaciones cinegéticas a las piscinas de los hoteles en Santo Domingo o en Egipto… -a la «caza» de una foto y/ o de un dromedario musical-, etc. Porque no se trata de proponer que las cafeterías de el AVE hagan el cortado con café «comercio justo», sino de combatir una cultura de vida cotidiana. De tratar de criticar y combatir, desde la vida cotidiana de la gente, desde la creación de usos de vida, el capitalismo y su cultura. Se trata de que hagamos nuestra nuevamente la idea de que -para decirlo de nuevo con Pasolini- la pobreza no es en absoluto el peor de los males. En un mundo formado por tantos miles de millones de seres humanos, el desideratum político de lograr que cada uno de ellos disponga de alimentos y agua potable para beber y para la higiene suficientes; una sanidad digna de tal nombre y una educación indispensable para que sean ciudadanos, exige la democratización igualitaria de la vida sobria, la incorporación a la cultura política mayoritaria de una idea proyecto de futuro basada en la austeridad de vida. Pues solo así pueden llegar a existir condiciones para pensar y proponerse un cambio de modo de producción asumido por todos y democráticamente defendido e impuesto por la mayoría.

La situación de crisis que vivimos y que va para muy largo, favorece la apertura de debates de fondo, globales; y se va a tener que discutir, irremediablemente, de alternativas globales a un mundo que no va a volver, y, desde luego, las fuerzas políticas que no tengan nada que decir, probablemente desaparezcan. Pero a pesar de todo esto, nadie se llama a engaño, y menos la clase política de la izquierda: las decisiones políticas que exige adoptar la aceptación de ideas tales como las que he sugerido implica asumir lo que Joan ha denominado una «travesía del desierto». Soledad, abandono de aliados, pérdida de votos, darle la prioridad a los militantes, dirigir todos los recursos hacia estos objetivos.

A mi juicio, estos son los términos que debe recoger una pregunta que interrogue sobre la validez posible de un proyecto político para nuestros días. Me atrevo a decir que mi amigo Salvador no diferirá mucho en los términos de la enunciación de la misma.

En consecuencia con lo dicho, según mi opinión, y en cuanto al partido anticapitalista, me parece que la respuesta está clara. Faltan incluso los palos para este sombrajo. Las cosas no se hacen así: «Bando: de orden del señor secretario general, que se den ustedes por revolucionados y socializados».

En cuanto ha Izquierda Unida, ¿pensamos que es posible que IU abandone su actual forma de hacer política, basada en el objetivo de ocupar «espacio institucional» al amparo del PSOE, se arriesgue a perder -y pierda en el corto y medio plazo- votos, aliados, y poder institucional, para convertirse en una fuerza que impulse la creación de nuevo tejido social y de nueva cultura y quede vinculada -orgánicamente- a la nueva cultura autónoma emergente y a la voluntad de las gentes? Creo que en este punto, mi amigo Salvador y yo diferimos en la confianza que le hacemos a IU. Salvador, de cuya lucidez sobre obstáculos y dificultades no me cabe duda, tiene esperanza. Yo, sin embargo soy pesimista.