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Entrevista a Ariel Petrucelli sobre Ciencia y utopía. En Marx y en la tradición marxista

«La libertad era para Marx el mayor bien, nunca estuvo dispuesto a sacrificar el principio de la libertad por consideraciones pragmáticas de prudencia»

Fuentes: Rebelión

Profesor de Historia de Europa y de Teoría de la Historia en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Comahue (Argentina), Ariel Petruccelli ha publicado numerosos ensayos y artículos de marxismo, política y teoría de la historia. Es miembro del consejo asesor de la revista Herramienta. En esta conversación nos centramos en su […]

Profesor de Historia de Europa y de Teoría de la Historia en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Comahue (Argentina), Ariel Petruccelli ha publicado numerosos ensayos y artículos de marxismo, política y teoría de la historia. Es miembro del consejo asesor de la revista Herramienta. En esta conversación nos centramos en su libro Ciencia y utopía, Buenos Aires, Ediciones Herramienta y Editorial El Colectivo, 2016. Se define como «marxista libertario con una amplia participación política en el movimiento estudiantil (en tiempos ya lejanos) y sindical docente». Ha cultivado el humor político en un colectivo de agitadores culturales (El Fracaso) que editó a lo largo de más de una década dos publicaciones satírico-revolucionarias: La Poronguita y El Cascotazo.

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Estamos en el último capítulo del libro. Antes de entrar en él, ¿quiere hacer algún comentario general sobre la situación política argentina en estos momentos, septiembre de 2018?

Dada la volatilidad de la situación, cualquier comentario puede quedar desactualizado en cuestión de días. Digamos, en todo caso, que Argentina vive una crisis económica caracterizada por varios años de crecimiento lento y/o descenso de la economía, en medio de un proceso inflacionario y de cuentas estatales deficitarias. Más recientemente, la suba del precio del dólar encendió todas las alarmas. Para agravar la situación hay un gobierno dogmáticamente neo-liberal que ha hecho más que bastante para agravar las cosas. La credibilidad de Macri está más baja que nunca. La «ayuda» (salvavidas de plomo, podríamos decir) del FMI entraña exigencias socialmente desastrosas. Hay un gran malestar social, y ya ha comenzado cierta resistencia popular: dentro de la cual las Universidades estamos librando un fuerte plan de lucha. Sin embargo, la «oposición» parlamentaria peronista y la burocracia sindical se han convertido -para decirlo con las palabras de Jorge Así, escritor y periodista insospechado de ninguna clase de izquierdismo- en «dadores voluntarios de gobernabilidad». Cualquier chispa puede encender una fogata de rebelión, como ya ha pasado en reiteradas oportunidades en este país: la última en 2001. Nadie puede hoy asegurar que Macri seguirá siendo presidente el próximo verano.

¡Que las fuerzas dinámicas de la historia, cualesquiera que sean éstas, le oigan.. y que el nuevo escenario sea mejor por supuesto! El título de este 4º capítulo: «¿Una ética marxista?». ¿Por qué los interrogantes? ¿Duda usted su existencia? Aún más: ¿no es muy pero que muy extraño que se dude de ello? ¿Cómo alguien, Marx o quien sea, va a ser un rojo, un socialista transformador, alguien que apuesta por los más desfavorecidos, «por los de abajo» en el decir de Brecht (un decir que solía usar alguien que ya hemos citado, Francisco Fernández Buey) y va a carecer de ética?

No se trata de que lo dude yo, personalmente. De hecho no lo dudo: intento mostrar, por el contrario, que efectivamente hay una ética marxista. Sucede, sin embargo, que Marx rechazó repetidas veces que él mismo tuviera ningún ideal (de justicia o de lo que fuera), y también rechazó que el proletariado los tuviera y/o los necesitara. Lo hizo en una famosa carta a Ruge de 1843, lo reiteró en La ideología alemana (1845), lo expuso enfáticamente en el Manifiesto Comunista (1848) e insistió en ello en La guerra civil en Francia (1871). No se trata, pues, de una idea surgida al pasar. Y sin embargo se equivocaba.

¡Los gigantes también echan una cabezadita de cuando en cuando!

Hay, de hecho, una contradicción flagrante entre lo que Marx decía y lo que hacía; no soy ni el primero ni el único en haberlo notado. Norman Geras, por ejemplo, ha escrito que «Marx pensaba que el capitalismo es injusto, pero no pensaba que pensara así». Y acaso más elocuentemente, Jon Elster, a este respecto, afirmó que es como si Marx «argumentara en prosa contra la imposibilidad de hablar en prosa».

¡No están nada mal esas citas!

Por mi parte, he intentado mostrar que un número considerable de opciones marxianas (como su admiración por Espartaco, sus simpatías por Tomas Muntzer o su apoyo a la Comuna de París) son incomprensibles sin remitirlas a una concepción ética subyacente: en ninguno de estos casos las simpatías de Marx se inclinan hacia los realizadores de ninguna «necesidad histórica». Sus simpatías están con los derrotados; con los que se rebelan infructuosamente contra la injusticia, la explotación y la opresión.

Marx, pues, tuvo ideales que orientaron muy fuertemente su vida; y todo movimiento social y/o político -lo reconozca o no, lo haga explícita o implícitamente- necesita de algún ideal. Esto por un lado. Pero, además, hay que señalar que la ética marxista no coincide necesariamente con la ética del proletariado, si por la misma entendemos las premisas éticas que la mayoría de los proletarios realmente existentes en un momento y lugar determinado efectivamente tienen. Intento mostrar que la ética de Marx es una ética de la libertad y la auto-realización, que siempre orientó la vida de Marx, pero no siempre orientó a los proletarios realmente existentes.

Abre usted el capítulo con dos citas. La primera es de Eugene Kamenka. Es esta: «El mismo [Marx] vivió la «vida peligrosa, combativa» (Croce) a que se entregan los bienes; él mismo despreció la vida prudente y precavida de los males como una existencia ruin y vil». ¿Nos puede traducir usted como debemos entender este enunciado: «él mismo despreció la vida prudente y precavida de los males como una existencia ruin y vil»? 

La libertad era para Marx el mayor de los bienes, y nunca estuvo dispuesto a sacrificar el principio de la libertad por consideraciones pragmáticas de prudencia. En nombre de la libertad de pensamiento renunció tempranamente a una segura carrera académica. En nombre de la libertad política debió marchar al exilio. Por la libertad de ser lo que quería ser sobrellevó miseria y sufrimientos en Londres, mientras el hermano de Jenny, su esposa, era ministro en Prusia. La actitud que Marx más despreciaba era el «servilismo»; pero también aborrecía el filisteísmo: no hacer las cosas como un fin en sí mismo. Kamenka muestra muy bien (empleando la distinción de origen platónico entre los «bienes», que constituyen un sistema armonioso y cooperativo, y los «males» de carácter parasitario y que se hallan en pugna con los bienes y entre sí) que el grueso de los proletarios, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, eligieron diferentes formas de reformismo o de conciliación de clases, por motivos muy atendibles y entendibles, pero que no dejaban de ser motivos «malos», en tanto y en cuanto subordinaban la seguridad a la libertad, el consumo a la autorrealización. Y Kamenka concluye que difícilmente hubiera sido esa la opción de Marx. Para Marx, un esclavo bien pago no deja de ser un esclavo.

Sugiere usted, por otra parte, con la elección de la cita, que la vida de Marx puede ser una buena guía para construir, pulir o revisar una ética marxista. Todo vida concreta tiene sus contradicciones o inconsistencias, sus caídas si permite la palabra. También las tuvo la de Marx quien, tal vez, no siempre supo o pudo estar a «la altura de sus circunstancias familiares». ¡Menos mal que tuvo a Jenny y Engels cerca! 

Marx no siempre estuvo a la altura de su ética, claro está, sobre todo en algunos aspectos de su vida privada: la historia de su hijo con Helen Dehmuth es una clara muestra. Pero, puesto todo en la balanza, su comportamiento resulta la más de las veces admirable. 

La segunda cita es aún más sorprendente. ¡De Popper, nada menos que de Sir Karl! La copio para nuestros lectores: «(…) Marx siguió un código moral sumamente riguroso y (…) exigió a sus colaboradores un alto nivel moral». ¿Qué entendía Sir Karl por «código moral sumamente riguroso»? ¿Qué alto nivel moral exigió Marx a sus compañeros? Por cierto, el físico y filósofo austriaco, el asesor de Miss Thatcher, ¿habla de oídas o con conocimiento de causa en temas y asuntos marxianos?

Sir Karl, como usted gusta llamarlo, percibió muy bien el profundo contenido ético de la vida y la obra de Marx. No es un dato menor, dado que no se trata de un revolucionario ni mucho menos. Popper no especifica a qué se refiere exactamente, pero supongo que tiene en mente la profundidad de las convicciones (se las comparta o no), la estricta escrupulosidad en la exposición de las ideas de los adversarios, el imperturbable espíritu crítico, la unión de pensamiento y comportamiento. Todo esto caracterizó a Marx, y a quienes le rodeaban familiar y políticamente.

Hace usted referencia a autores que han afirmado que la ética es incompatible con el marxismo. ¿Con qué argumentos centrales sostienen su posición crítica?

El argumento es que el marxismo no necesita de ninguna ética, dado que para luchar por el socialismo le basta con el descubrimiento de lo que necesariamente debe ocurrir.

El determinismo (favorable) obnubila muchas mentes. Le cito de nuevo: «Pero este convencimiento era el convencimiento de los hombres de acción; el convencimiento del sujeto político que evalúa una hipótesis como posible y se lanza con todas sus fuerzas a convertirla en realidad». ¿Hay una moral propia de los hombres de acción?

No diría que hay una moral de los hombres de acción: se puede actuar siguiendo diferentes morales. A lo que me refería en el pasaje citado es a que los hombres y las mujeres de acción suelen poseer una convicción práctica que quizá no puedan sostener con todas las letras intelectualmente: actúan «sabiendo» que vencerán, aunque en un contexto más «reflexivo» quizá acepten que a lo sumo tienen «muchas chances» de vencer. Sin embargo, ese convencimiento práctico facilita que lo meramente probable se realice. Algo así como las profecías auto-cumplidas (en las que el profetizar algo colabora en su realización, que en modo alguno era inevitable); aunque aquí la clave no está en la profecía sino en la disposición práctica, en la actitud combativa.

Por cierto, ¿moral y ética serían términos equivalentes o convendría hacer alguna distinción?

Depende de los contextos y de los problemas. A veces se usa ética y moral como sinónimos, sin que ello entrañe problema alguno. En otros casos se diferencia las éticas o las morales históricamente empíricas y relativas de los criterios éticos o morales universales y abstractos. En tal caso puede resultar conveniente utilizar uno de los términos (ética y moral) para cada cosa, aunque en la literatura sucede que quienes realizan dicha distinción -que, insisto, puede ser importante establecer- no siempre acuerdan en la terminología. Así por ejemplo, Dussel llama ético a lo que Habermas denomina moral, y viceversa.

¡Menudos líos que nos hacemos con las palabras! Otra pregunta más, fuera de guión: ¿le interesa algún autor, en este ámbito de la eticidad, de lo que suele llamarse filosofía analítica?

Por supuesto. Quizá sería discutible si Rawls es, estrictamente, un filósofo analítico; pero los componentes analíticos son claramente importantes en su obra, que es un clásico de la filosofía política y moral. Thomas Nagel es otro autor muy interesante. Gerald Cohen es fundamental: analítico y marxista a la vez; al igual que Fernando Lizárraga, cuya obra es de lo mejor en lengua castellana.

¿Es Cohen el autor, marxista y analítico, que más le interesa? ¿No está ahora de capa caída o no muy en el candelero esta tendencia marxista? 

Es uno de los pensadores marxistas y analíticos que más me interesa. Pero no es el único. Al mismo nivel yo colocaría a Erik Olin Wright y a Robert Brenner. Cohen creo que proporciona el mejor punto de partida para las discusiones de filosofía normativa contemporáneas desde una perspectiva socialista. Wright viene desarrollando lo que seguramente es el más amplio y sofisticado análisis de las clases sociales desde cualquier perspectiva teórica. Brenner es un autor indispensable para entender tanto la transición al capitalismo como las tendencias actuales del desarrollo capitalista. ¿Está de capa caída esta corriente? Muchos parecen pensarlo. Yo no estoy tan seguro. En primer lugar porque el marxismo analítico no fue nunca una corriente mínimamente homogénea; ni en opciones políticas, ni en perspectivas metodológicas, ni en objetos de indagación. No es cierto, como muchas veces se afirma, que lo distintivo del marxismo analítico sea la incorporación del individualismo metodológico. Cohen de hecho polemizó fuertemente con Elster defendiendo la modalidad funcional de explicación en las ciencias sociales. Wright ha sido crítico del individualismo metodológico: su enfoque no es ni holista ni individualista metodológico; es, para decirlo en sus propios términos, anti-reduccionista. Aunque no ha sido explícito al respecto, considero que, metodológicamente, Brenner es igualmente anti-reduccionista, no individualista. El único punto en común de los llamados marxistas analíticos (además de las reuniones anuales del «september group«) ha sido la voluntad de clarificar el lenguaje, precisar los conceptos, hacer nítidas las tesis. Desde esta perspectiva, Fernando Lizárraga o yo mismo somos marxistas analíticos. Lo cual no quiere decir que seamos anti-dialécticos. A lo que nos negamos, en todo caso, es a una dialectización prematura, a una especulación dialéctica que no se ha tomado el trabajo de una fuerte indagación empírica y de una seria clarificación lingüística y conceptual.

Tomémonos un descanso si le parece.

De acuerdo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.