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La máquina del tiempo

Fuentes: Rebelión

«He viajado por la mitad del mundo. Desde el avión miraba, insaciable, el mar, la tierra. Sólo veía sangre derramada.» (i) El brutal atentado terrorista en París, que ha concluido con un terrible saldo de muertos y heridos, incita a la reflexión. Todo pensamiento racional ha de buscar aguas arriba las causas que originan los […]

«He viajado por la mitad del mundo.

Desde el avión miraba, insaciable,

el mar, la tierra. Sólo veía sangre derramada.» (i)

El brutal atentado terrorista en París, que ha concluido con un terrible saldo de muertos y heridos, incita a la reflexión.

Todo pensamiento racional ha de buscar aguas arriba las causas que originan los efectos. El origen de esta «guerra contra el terrorismo» no hay que buscarlo en el temor al Corán ni en la defensa militar de la Biblia sino en los intereses materiales en juego.

¿De donde proviene, pues, el pretendido choque de civilizaciones? Para intentar dar cumplida respuesta a este enigma invito al atribulado lector a que subamos a un extraño ingenio ideado por el francés Julio Verne. Se trata de la máquina del tiempo.

Coloquemos la flecha de avance en la dirección opuesta al fluir natural del tiempo. Escuchemos atentamente lo que ocurre en el exterior mientras retrocedemos rápidamente, a grandes saltos, de lustro en lustro. El contador de años cambia vertiginosamente.

Desde el exterior nos llega un ruido intenso. Es el fragor de los combates, el lamento de los moribundos.

Detengamos nuestra misteriosa máquina en los años que siguieron al descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo. Activamos el freno y el contador para su enloquecido retroceso indicando 1552. Echemos un vistazo.

Es noche oscura en Madrid. Un fraile dominico, ya anciano, trabaja febrilmente. Está inclinado sobre su escritorio, alumbrado por el crepitar de un velón de aceite. En el silencio de la penumbra se oye el rasgar de una pluma sobre un pliego de papiro de buena calidad. El buen hombre está agotado por el intenso trabajo. Observemos discretamente por encima de su hombro. Garrapatea una última frase. Es el titulo de su obra: «Brevísima relación de la destrucción de las Indias».

Regresemos a nuestro tiempo, pero antes detengámonos brevemente a mediados del siglo XVII. La escasa precisión de la máquina al frenar hace que nos paremos al azar en una fecha aproximada. El contador de la máquina muestra el número 1655.

Es un día neblinoso en Ámsterdam. Un encuadernador finaliza la edición de un nuevo libro. Está dividido en dos partes. La primera es la obra del fraile dominico que hemos conocido hace unos «minutos», es decir hace 103 años para ser más exactos. Su autor Fray Bartolomé de las Casas. La segunda parte se titula «Origen y evolución de los disturbios en los Países Bajos». Está escrita por un tal Gysius.

El editor ha encuadernado cuidadosamente estos dos volúmenes bajo un expresivo título «Espejo de la cruel y horrible tiranía española perpetrada en los Países Bajos por el tirano, el duque de Alba, y otros comandantes del rey Felipe II». Horrorizados por su lectura decidimos emprender nuevamente el regreso a nuestro tiempo.

La falta de precisión en la parada de la máquina hace que nos pasemos de fecha. Estamos en octubre de 2015. Es un día luminoso y la visibilidad en el Estrecho de Gibraltar es formidable. Sopla una leve brisa. Desde un alto de la carretera costera que bordea Tarifa se observa la inmensa mole de la costa Norte de África. Un continente convulso. Pobrísimas sus gentes. Riquísimo su subsuelo: fosfatos, diamantes, uranio, petróleo…

De repente, como en una pesadilla, aparece en el horizonte una gigantesca flota guerrera. Es la flota imperial. Fuerzas anfibias, aviones cisterna, portaaviones, fragatas, con sus vientres de acero rebosantes de explosivos. Explosivos nacidos para el terror y la muerte. Son unas amenazantes maniobras de la OTAN. Las mayores de toda su historia imperial.

Regresamos consternados a la máquina y ponemos de nuevo el ingenio en marcha. Por fin conseguimos regresar a nuestro punto de partida en el tiempo pero no en el espacio. Es 20 de febrero de 2015. Estamos en Madrid, barrio de Lavapiés. Se trata de un pequeño local en la calle de la Fe. En él se está desarrollando un acto de presentación (ii). En la entrada del local un expresivo cartel anuncia las jornadas: Estamos en guerra. Foro contra la guerra imperialista y la OTAN. Desde el escenario, uno de los activistas, Eduardo, desgrana con voz templada y firme unos datos de nuestro tiempo:

La OTAN constituye la mayor concentración de poder militar de la historia.

La OTAN dispone del 70% del presupuesto militar mundial.

Los países de la OTAN representan sólo el 19% de la población mundial.

Existen hoy 31 conflictos armados que involucran a más de 40 países.

Las víctimas civiles de la «guerra contra el terrorismo» son 30 veces más que las víctimas de los atentados terroristas.

El año 2014 finalizó con la cifra récord de 51,3 millones de desplazados, 5 de ellos son palestinos.

Los países y coaliciones occidentales han sido los autores indiscutibles de esta guerra y constituyen hoy día la principal amenaza de cualquier forma de paz.

Quedan ocho meses para las maniobras de la OTAN en nuestras aguas. Ha empezado la cuenta atrás. ¡Actuemos! ¡No más guerras!

Desolados, los argonautas del tiempo prestamos atención a una clara voz que se hace oír desde el interior de la misteriosa máquina. Es una voz nítida, académica, casi de ultratumba:

«Tú no creaste la injusticia. Alguien ha creado la injusticia.

Alguien es el injusto, y yo necesito verle la cara al injusto,

Porque hay mentira y quiero ver sus fuentes ocres.»(i)

Notas

(i) Los hijos de la ira. Dámaso Alonso.

(ii) Presentación del Foro contra la Guerra Imperialista y la OTAN Lugar: Teatro del Barrio. C/ Zurita nº 20 (metro Lavapiés). Martes, 20 de enero, a las 19h.

Manuel Ruiz Robles es Capitán de Navío de la Armada