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La mejor maestra: la historia

Fuentes: Cádiz Rebelde

El pasado 3 de enero se completaron 44 años de un hecho que nadie en el mundo, salvo los cubanos, tuvo en cuenta. Ese día de 1961, el gobierno norteamericano, con Eisenhower a punto de entregar la presidencia a Kennedy, rompió las relaciones diplomáticas con Cuba. Hay que recordarlo. Porque la historia es la mejor […]

El pasado 3 de enero se completaron 44 años de un hecho que nadie en el mundo, salvo los cubanos, tuvo en cuenta. Ese día de 1961, el gobierno norteamericano, con Eisenhower a punto de entregar la presidencia a Kennedy, rompió las relaciones diplomáticas con Cuba.

Hay que recordarlo. Porque la historia es la mejor maestra. Enseña que, aunque el tiempo pase los hechos persisten en iluminar el pasado para traer luces al presente.

Tengámoslo en cuenta. Cuba no quebró sus vínculos diplomáticos y económicos con los Estados Unidos. Fue al revés. Washington tiró a La Habana las puertas en la cara. Anuló la posibilidad de cualquier discusión en un plano de igualdad. Y aceleró sus planes para derrocar al gobierno de la Revolución.

Es cierto que Cuba había nacionalizado en 1960 las propiedades extranjeras, entre ellas las norteamericanas. Le asistía la libérrima y soberana voluntad de rescatar las riquezas del país y la apoyaba también el derecho internacional. El Gobierno Revolucionario indemnizó con los años a propietarios de otros países. A los norteamericanos, no. Porque los Estados Unidos clausuraron la posibilidad de un acuerdo justo y asequible, sobre todo, para un país pequeño y pobre, a pesar de que la Corte Suprema de la Unión proclamó, en los años 60, que Cuba había actuado en perfecto derecho.

Cuatro décadas y cuatro años más tarde, las cosas continúan empantanadas en la misma charca de hostilidad. Todo el aparato gubernamental de Washington -y Miami- prosigue empeñado en derrocar al Gobierno Revolucionario. Al mirar atrás, se ven restos de episodios bélicos, sabotajes, bloqueo. Mucho le ha costado material, moral y humanamente al pueblo cubano la prepotencia y la irracionalidad en la política norteamericana. Más de 160 mil millones de dólares es la cifra aproximada que expresa los daños económicos.

Fieles a su tradicional fundamentalismo, varios de sus jerarcas en el primer gobierno de W. Bush expresaron sus votos por que Fidel Castro y su gobierno no sobrevivieran a la entonces nueva administración. Incluso se considerarían afortunados si el líder cubano muriese. Es ese un error habitualmente presente en la estrategia estadounidense contra la Revolución: creer que la voluntad independentista de Cuba y su vocación por un régimen de justicia social y de humanismo, tiene vigencia solo en un hombre o en un grupo de hombres.

Veámoslo más claro: la lucha sostenida contra la geopolítica de Washington, que pretende recuperar su antigua neocolonia en el Caribe, es una condición necesaria a la nación cubana. Desde los primeros movimientos insurrectos contra España en el siglo XIX, los revolucionarios concibieron a la Isla libre también de los Estados Unidos, que desde 1805 mostraba su interés por anexarse a la llamada Llave del Golfo. Es, como se aprecia, un sentimiento histórico el que inspira a los cubanos a defender la soberanía y la independencia. José Martí, organizador de la última guerra independentista y uno de los críticos más agudos, hondos y previsores de los Estados Unidos, reforzó con su acción y su ideario ese sentimiento. Todo cuanto hice y haré, dijo antes de morir, es para evitar que los Estados Unidos se apoderen de Cuba. Tendrían, pues, que aniquilar a Martí. Y como hay vivos que no mueren, hay muertos que siguen viviendo hecho pueblos.

Pero el éxito de la resistencia contra el hegemonismo estadounidense pasa en Cuba por la eficacia del socialismo. Una verdad parece incuestionable: solo el socialismo podrá garantizar la independencia frente a la influencia de los Estados Unidos. La disyuntiva se expresa así: o socialismo o capitalismo. Y ya sabemos que, al menos en los países de América Latina, no existe capitalismo independiente. El pueblo cubano afronta, sin embargo, el desafío de construir «el socialismo que no fracasó». Durante muchos años, la Isla mantuvo necesarias y a veces provechosas relaciones con ese socialismo que, según el ya fallecido comunista cubano Carlos Rafael Rodríguez, fue mal concebido y peor realizado en la extinta Unión Soviética y los países de Europa oriental. Este modelo de socialismo real -según el veredicto de la historia- mezcló la democracia con la burocracia, con lo cual sustituyó la clase obrera y las clases y capas afines por grupos administrativos de poder. Nunca, así, pudo lograr que la propiedad social sobre los medios fundamentales de producción se convirtiera en certeza intelectual, ventaja material y eficiencia productiva.

Por todo ello, en Cuba se escucha hablar de un socialismo perfectible. Y si aquí se sabe que las pretensiones de los Estados Unidos obligan a mantener alerta la capacidad defensiva militar, también se oye el criterio de que cada paso en la edificación de una sociedad socialista menos rígida y más eficiente y creadora en lo económico, más abierta en lo político y más justa en lo social, significará una derrota para el apetito norteamericano.

De ese modo, los Estados Unidos perderán un argumento, mientas el pueblo cubano lo ganará probando la eficacia de su ideología.

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