Adquieren aún mayor viabilidad los planes israelíes para la expulsión del pueblo palestino de su martirizada tierra, como en el pasado ocurrió con las etnias indígenas del ‘far west’. La guerra contra Irán está más cerca que nunca
El desmoronamiento del régimen sirio forma parte de una serie histórica titulada “reconfiguración del Oriente Medio”. Esa serie la iniciaron los neocons norteamericanos tras el fin de la Guerra Fría. Creían haber salido vencedores de aquel pulso y pensaban que podían imponer, por fin, un orden mundial bajo su exclusiva disciplina (el “fin de la historia”), pero resultó que el planeta les venía grande. Olvidaron que el hundimiento de una parte del mundo, la URSS y su bloque, denotaba la enfermedad del resto.
Primero Irak, luego Libia y ahora Siria, todos los regímenes árabes que estaban fuera de la disciplina occidental han ido cayendo uno tras otro. Se cumplió la letra de aquel memorándum del Pentágono que el general Wesley Clark, entonces comandante supremo de las tropas de la OTAN en Europa, formuló así: “Vamos a acabar con siete países en cinco años, empezando por Irak, y luego Siria, Líbano, Libia, Somalia, Sudán y, para terminar, Irán”. Pero las cosas no salieron como estaba previsto. El resultado del cambio no fue ambiguo sino desastroso para sus propios promotores. El lugar de regímenes hostiles con los que después de todo se podía llegar a acuerdos, lo ha ocupado un panorama de sociedades destruidas. Hoy ni Washington ni nadie puede decir que controla el Oriente Medio más que ayer. Al contrario, las antiguas disciplinas se han roto, o se transforman, y el número de actores que desean restablecerlas a su medida se ha incrementado notablemente.
Seis de los siete países mencionados son agujeros negros. Solo falta Irán. Quienes entienden de Oriente Medio dicen que la guerra contra ese país está ahora más cerca que nunca.
En este mal negocio, las sociedades han pagado un extraordinario precio de devastación, colapso social y muerte. La quiebra de Siria no ha sido una victoria popular como sugiere el Telediario, sino que ha sido posible tras más de diez años de sanciones occidentales, guerra civil por procuración con centenares de miles de muertos y varios millones de refugiados y total asfixia económica, agravada en los últimos años por una ocupación militar que restó al régimen sus principales recursos petroleros y alimentarios.
Desde el 11 de septiembre de 2001 neoyorkino, la guerra continua desatada por Estados Unidos en el mundo (Afganistán, Irak, Yemen, Siria, etc.) ha costado ocho billones de dólares (dos veces el PIB de Alemania) para ocasionar entre 4,5 y 4,7 millones de muertes (directas e indirectas) y 38 millones de desplazados. Los pueblos de aquellas “dictaduras soberanas” y otros de la región que vivieron las “primaveras árabes” no solo no se han emancipado sino que han ido a peor. Los manifestantes de la plaza Tahrir derribaron a Mubarak y obtuvieron a El Sisi, que gobierna al borde del colapso socioeconómico. Cayó Gadafi, y Libia, el Estado más próspero de África, se convirtió en un arruinado mosaico de milicias con campos de concentración para migrantes financiados por la Unión Europea y una desestabilización y militarización que se extiende por toda la región subsahariana. Irak fue destruido como Estado y se ha convertido en una serie de entidades fallidas, en gran parte en sintonía con Irán, a quien se pretendía debilitar. En todos esos casos, los servicios de propaganda occidental conocidos como “medios de comunicación” nos vendieron el mismo mundo feliz y las mismas imágenes de estatuas derribadas, palacios del tirano saqueados y cárceles siniestras. ¿Será diferente ahora en el caso de Siria? En todo caso, nuestros dirigentes repiten el discurso sin molestarse en mirar hacia atrás.
La caída del régimen de Damasco y la toma del poder de los islamistas es una “oportunidad”, dice la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. El presidente de Francia, la nación que en 2008, tres años antes del inicio de la guerra civil inducida, invitó a Bashar el Asad a la tribuna de honor del desfile del 14 de julio en los Campos Elíseos de París, se felicita por la caída de su “Estado bárbaro”. La representante de la política exterior europea, Kaja Kallas, saluda el “positivo y tan esperado suceso que muestra la debilidad de Rusia e Irán”. Nadie se acuerda ya de que el nuevo líder salafista de Damasco, Abu Mohamed al Golani, sigue en busca y captura por terrorismo con una ofrecida recompensa de diez millones de dólares en un pasquín del Departamento de Justicia de Estados Unidos.
Autores y padrinos del genocidio palestino como el presidente Joe Biden y el jefe de Gobierno israelí, Benjamín Netanyahu, no solo se felicitan por la quiebra del régimen sirio, sino que reivindican su protagonismo en ella. Mientras se hace creer al público que el asunto está relacionado con algún tipo de revuelta popular, Biden explica que la caída de El Asad ha sido posible “directamente” gracias “al apoyo incondicional de Estados Unidos”. “Resultado directo de los golpes que hemos infligido a Irán y Hezbolá”, ha dicho Netanyahu, que celebra el “histórico día” mientras su tropas se internan en Siria desde los altos del Golán. Hadi al-Bahra, uno de los líderes de la oposición al régimen, confirma la tesis de Netanyahu: los rusos están entretenidos en Ucrania y “por causa de la guerra del Líbano y de la disminución de las fuerzas de Hezbollah, el régimen de El Asad tenía menos apoyos”, dice. Otro comandante rebelde citado por la prensa israelí va incluso más lejos y augura una “buena coexistencia y armonía” con el Estado sionista: “A diferencia de Hezbollah que dice querer liberar Jerusalén y los Altos del Golán, nunca hemos hecho comentarios críticos contra Israel”, afirma. Mucho de todo esto es delirio, un delirio que intenta dar forma racional al imperio del caos que todas esas fuerzas animan y para el que solo la loca carrera de Israel parece tener un verdadero guion.
En una observación más concreta, la quiebra de Siria supone una derrota sin paliativos para el llamado “eje de la resistencia” que une a Irán, milicias chiítas como Hezbollah, los bravos yemenitas, formaciones de Irak, y Hamás, pero sobre todo supone un revés para la sufrida resistencia palestina. Las rutas de aprovisionamiento de Hezbollah han sido cortadas y el propio Irán deja de tener acceso terrestre al Líbano a través de Siria, con lo que se rompe un vínculo geográfico fundamental para la ayuda a Palestina.
En una lectura más general, la caída del régimen sirio confirma que todos los frentes bélicos están intercomunicados. De repente, los adversarios occidentales demuestran que pueden hacer mucho daño a Moscú y a Teherán en otros frentes. La traición de Erdogán, un socio económico importante para Moscú que incluso pretendió mediar en Ucrania, ha hecho saltar por los aires el frágil entendimiento triangular tejido por el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, entre Rusia, Irán y Turquía sobre Siria. La prensa de Kiev alardea abiertamente de la ayuda prestada a los salafistas sirios. Vistos como el arranque de algo con posible horizonte alternativo en la reciente cumbre de Kazán, los BRICS+ evidencian de repente su incoherencia interna, su debilidad e incapacidad para actuar concertadamente en situaciones concretas.
Aún desconocemos la geografía del desmoronamiento en Damasco y por qué el paupérrimo ejército no luchó. ¿Qué componendas e intrigas hubo entre los generales de El Asad? “No podemos ser más sirios que los sirios”, ha dicho Putin, eludiendo toda responsabilidad de Moscú en lo que ha sido un fenomenal revés para el Kremlin, que ahora intenta salvar los muebles. Los medios rusos intentan disimular el fiasco como pueden y tienden a culpar a El Asad. Pero, al final, todo eso es irrelevante al lado de lo que supone para la masacre de palestinos actualmente en curso.
Adquieren aún mayor viabilidad los planes israelíes para la expulsión del pueblo palestino de su martirizada tierra, como en el pasado ocurrió con las etnias indias del far west americano. En un esclarecedor artículo escrito desde Beirut el 6 de diciembre, el exdiplomático escocés Craig Murray augura un escenario de lo más inquietante: “Las potencias suníes aceptarán la aniquilación de toda la nación palestina y la formación del Gran Israel, a cambio de la aniquilación de las comunidades chiíes en Siria y Líbano por Israel y las fuerzas respaldadas por la OTAN, incluida Turquía”. La guerra contra Irán parece más cerca que nunca. También, lógicamente, el fin de los escrúpulos de los clérigos iraníes para hacerse con el arma nuclear.
Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania de la eurocrisis.