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Cronopiando

La torpeza del estado español

Fuentes: Rebelión

Decía el poeta español Antonio Machado que «nueve de cada diez españoles usan la cabeza para embestir». Al margen de que el poeta exagerase la nota y en vez de nueve fueran ocho, ya que el noveno, a falta de cabeza, embiste con la corona, el tiempo transcurrido desde entonces no parece que haya reducido […]

Decía el poeta español Antonio Machado que «nueve de cada diez españoles usan la cabeza para embestir». Al margen de que el poeta exagerase la nota y en vez de nueve fueran ocho, ya que el noveno, a falta de cabeza, embiste con la corona, el tiempo transcurrido desde entonces no parece que haya reducido tan arraigada costumbre. El Estado español no sólo necesita cordura sino que la precisa con urgencia y, especialmente, en relación al País Vasco.

Persistir en el empeño de la violencia, se embista desde los tribunales o desde las urnas, cuando aquellos no se ocupan de la justicia y éstas sólo acreditan el fraude, puede llenar las cárceles de presos y convertir a un fullero en lehendakari, pero ni sirve a la causa de la ley ni valida el estado democrático. Tampoco hace posible la paz.

Pueden seguir, en eso están, creando nuevas imputaciones a los presos y convirtiendo en perpetuas sus condenas; pueden seguir acomodando las sentencias a la orden del día y disponiéndolas a su conveniencia; pueden seguir estirando los entornos de sus imputaciones hasta que nadie quede al margen del umbral; pueden seguir apelando a la impune tortura, a la dispersión, a la incomunicación, a la represión; pueden seguir modificando, cuantas veces quieran, sus propias leyes electorales y despojar a cientos de miles de vascos y vascas de su derecho universal al voto; pueden seguir desconociendo la voluntad del pueblo vasco; pueden hacer lo que les venga en gana que, cuando exhausto el animal se canse de embestir, doble la testuz y, sin pasodoble, finalmente, termine la fiesta nacional, sólo dos cornadas tendrán que lamentar: la de una obscena justicia y una infame democracia, heridas de bochorno y desvergüenza que, a falta de cortar las dos orejas deberán irse sin palmas y sin vuelta, derrotadas, con el rabo entre las piernas.