Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Riba García
Crece el miedo al terrorismo tipo lobo solitario
Introducción de Tom Engelhardt
Sin duda fue uno de los peores terroristas «lobo solitario» de la historia moderna. El 22 de julio de 2011, después de tratar de eliminar a la plana mayor del liderazgo político noruego con un coche bomba que mató a ocho personas, Anders Breivik se embarcó en un ferry llevando un uniforme de policía de confección casera para trasladarse a una isla cercana donde asesinó a otras 69 personas, en su mayor parte adolescentes que participaban en una acampada organizada por el Partido Laborista noruego. En una metódica cacería, como si tuviera todo el tiempo del mundo, Breivik actuó con la mayor sangre fría imaginable. Algunas de las víctimas recibieron disparos a quemarropa en la cabeza. El asesino, el «lobo» de ese momento, cometió su acción para, según sus palabras, parar la «islamización» de su país. También estaba contra el «feminismo», el «marxismo cultural», la «Eurabia» y gobernante Partido Laborista de Noruega.
Detengámonos un momento e intentemos imaginar la respuesta una vez sucedida una cosa como esta. Os garantizo que, en términos de seguridad, nuestro mundo ha cambiado muchísimo. Está cada día más controlado, vigilado y militarizado. Nunca antes se había puesto tanto dinero en las arcas del estado de seguridad nacional. Son cada vez más los contratistas privados que trabajan en la seguridad. Ya conocéis la rutina. En Estados Unidos ha habido versiones más modestas de ataques como el descrito, por ejemplo la bomba en el Maratón de Boston, que galvanizaron el país; eso ayudó a que se expandieran aún más tanto el aparato nacional de la seguridad como el cierre de cada vez más espacios y cosas. En estos años, los arrebatos de pánico asociados con el terror y los terroristas han recorrido repetidamente este país. Dicho de otro modo, los que una vez fueron unos patéticos individuos que normalmente no tenían forma de afectar el ámbito estadounidense ahora han pasado a ser considerablemente capaces de alterar sustancialmente nuestra vida y sociedad.
Noruega es un país pequeño. Según se informó, uno de cada cuatro noruegos conocían a «alguien que había sido afectado por los ataques», incluyendo el primer ministro en ese momento, Jens Stoltenberg. Dadas las circunstancias, es notable que Stoltenberg insistiera que «la respuesta noruega a la violencia es más democracia, más apertura y más participación política», y que el ciudadano de a pie se negara a reaccionar de la manera que lo hacemos los estadounidenses. Después de la pesadilla de un «incidente» capaz de transformar cualquier sociedad, un asesinato político de inocentes realizado a sangre fría por un trastornado, los noruegos, tanto individual como colectivamente, optaron por no dejarse enloquecer por el pánico ni permitir que su mundo fuera alterado por los horrorosos actos de Breivik. No construyeron una mayor estructura contraterrorista de seguridad; no cambiaron sus leyes ni crearon una legislación especial contra el terror; no intentaron en cierta manera superar a Breivik; ni siquiera cerraron el parlamento ni lo rodearon de fortificaciones. Resolvieron no dejar que Breivik les despojara de su tan valiosa transparencia. No cayeron en la histeria ni el deseo de que corriera la sangre. Fue, en el mundo en que vivimos, el más valeroso acto colectivo, sorprendente por su contención.
Nos gustaría que nosotros, los estadounidenses, pudiésemos decir lo mismo. Hoy, Matthew Harwood, de la ACLU* y colaborador regular de TomDispatch, escribe sobre la alarma producida por lo que parece ser el no va más de las amenazas terroristas -el ataque de un «lobo solitario»-, alarma que está creciendo en Estados Unidos y cuyo crecimiento garantiza el cambio -a peor- de nuestra sociedad. Aunque, curiosamente, nuestro asesino «lobo solitario» más conspicuo, el sargento del ejército Robert Bales, que mató a 16 afganos -nueve de ellos niños- e hirió a seis más en una noche de caos y crueldad en Kandahar, Afganistán, no conmovió a nadie en EEUU. En este momento, en «la patria» lo único que falta es un ataque de lobo solitario de alto perfil, y no tiene por que ser algo tan devastador como los ataques de Breivik o Bale (como señala Harwood, la mayor parte de las operaciones de lobos solitarios son escasamente eficaces y destructivas). Mientras tanto, antes de que el lobo solitario (sí, sobre todo son hombres) haga su aparición en nuestro mundo estadounidense de seguridad nacional e histeria, no se ha hecho nada serio para poner en perspectiva los muy modestos peligros que esto implica. Por eso TomDispatch se enorgullece al presentar el que quizá sea el primer trabajo sobre este momento que vivimos.
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Por qué puede ser la cura peor que la enfermedad
Parece que la sombra de una nueva amenaza está oscureciendo el paisaje de la seguridad nacional: el terrorista «lobo solitario».
«El lobo solitario es la nueva pesadilla», escribió recientemente el columnista de Washington Post Charles Krauthammer; el experto conservador no es el único que piensa así. «Realmente, yo percibo que [los lobos solitarios] son una amenaza mayor que al-Qaeda, o el Estado Islámico, o cualquier franquicia de al-Qaeda», le dijo Scott Stewart, analista táctico y vicepresidente de la firma Stratfor, de inteligencia global y asesoramiento, a VICE News. De modo parecido, unos días después del atentado terrorista en París, el fiscal general Eric Holder, en su aparición en Meet the Press, dijo: «lo que me quita el sueño [es] esta preocupación relacionada con el lobo solitario que sigue sin ser identificado».
Es posible multiplicar varias veces las declaraciones de este tenor. Solo hay un problema en este crescendo en las alarmas suscitadas por los lobos solitarios: la mayor parte de las veces no responden a la verdad. No hay nada nuevo sobre la «amenaza», y se sabe que el concepto es poco fiable (en estos días, el «lobo solitario» se ha convertido en el sustituto del terrorista islámico, a pesar de que esta categoría en sí misma no está vinculada con ninguna ideología específica). Lo peor de todo esto es que al destacarlo, como se viene haciendo últimamente, se allana el camino para el aumento de las prácticas policiales y de la seguridad nacional que son excesivas y contraproducentes, incluyendo la infiltración de minorías y grupos militantes y la puesta en marcha de elaboradas operaciones de provocación que amenazan a los más vulnerables. Además, el hecho de poner la etiqueta de terrorista a esos individuos solitarios supuestamente movidos por una ideología -de izquierda o de derecha, secular o religiosa- a menudo oculta muchos otros factores que en realidad les llevarían a sentirse atraídos por la violencia.
Al igual que cualquier otro crimen violento, el terrorismo individual, aun siendo muy raro y mínimo, implica un riesgo innegable. No obstante, no es el tipo de situación a partir de la cual el gobierno pueda sentirse habilitado para construir una estructura completamente nueva de vigilancia intrusiva o utilizarla como excusa para infiltrar comunidades con sus agentes. Los programas nacionales que se están poniendo a punto ahora para combatir el terrorismo de lobos solitarios tienen el rasgo de desaforada exageración de su prevalencia y peligros. Para los estadounidenses, la renuncia a otra porción de sus libertades civiles a cambio de «seguridad» contra los lobos solitarios no es un buen negocio; antes bien, se trataría de una estafa.
Anatomía del lobo
La aproximación a la «literatura» que se ocupa tanto del terrorismo como de los lobos solitarios debe incluir un saludable grado de escepticismo. Al día de hoy, hay muy poco consenso en relación con qué es exactamente el terrorismo; lo mismo sucede respecto de la variedad «lobo solitario».
Tanto en los medios como en los estudios académicos más recientes, lo que diferencia al lobo solitario del fenómeno general del terrorismo es su perpetrador. Los lobos solitarios son, por definición, individuos solitarios, casi siempre hombres, frecuentemente con problemas mentales, que desencadenan su violencia contra objetivos civiles. Al menos algunos, están espoleados por una creencia. El investigador Michael Becker lo define así: «Violencia de motivación ideológica, o intento de violencia, perpetrada por una persona que planifica y ejecuta un ataque sin la colaboración de otros individuos o grupos». Aunque el lector no lo sepa ahora mismo, la motivación de estos ataques en Estados Unidos puede cubrir toda la gama que va desde el rechazo del aborto de inspiración religiosa hasta la supremacía blanca, desde los derechos de los animales hasta la mirada global inspirada por al-Qaeda.
Según la literatura, los lobos solitarios son únicos en la historia del terrorismo debido a la soledad con que planifican y realizan sus acciones. Carecen de la presión que podrían ejercer unos pares o grupos, y sus crímenes son cometidos sin ayuda alguna. En este sentido, tienen una fuerte resemblanza con esa persona que en una escuela dispara en solitario contra alumnos y profesores y con aquellos que asesinan y destruyen todo lo que encuentran a su paso, unas modalidades a las que los estadounidenses están ya acostumbrados.
Según algunos investigadores, una razón práctica para que muchas de estas personas actúen en solitario sería el temor a ser detectadas. En Laws for the Lone Wolf, el supremacista blanco Tom Metzge escribió: «Cuanto menos sepa cualquiera que no tiene nada que ver, tanto más resguardado estarás y más exitoso serás. Mantén la boca cerrada y los ojos bien abiertos. Nunca admitas sinceramente nada» (antes del 11-S, en EEUU, casi todo el terrorismo en solitario era asunto de la derecha).
Esto no quiere decir que los individuos que cometen una acción política violenta no hablen con nadie antes de su acción. Una investigación reciente realizada con una muestra de 119 terroristas solitarios en EEUU y Europa, tanto condenados por su crimen como muertos en la acción, comprobó que con bastante frecuencia exponían su creencia extremista, sus agravios y algunas veces su intención violenta a alguien, sobre todo a amigos y familiares o en comunidades online. La buena noticia debería ser que los familiares, amigos y colegas pudieran ayudar a aconsejar a los más cercanos para que no se impliquen en la violencia política si como sociedad hemos de adoptar estrategias que contribuyan a construir una confianza pública en el cumplimiento de la ley, sobre todo en las comunidades más afectadas, en lugar del miedo y la sospecha (aunque, con lo que hemos conocido en estos últimos años, ya podemos esperar sentados).
Por el otro lado, los procedimientos que parecen que está explorando la policía y el estado de la seguridad nacional para resolver este tema -como el intento de determinar qué tipo de personas se unirá a grupos terroristas o la determinación de un perfil del lobo solitario- no funcionan. Las razones por las que alguien se une a un grupo terrorista son notablemente complejas, y lo mismo vale para aquellos que deciden realizar una acción política violenta en solitario. Después de revisar los 119 casos mencionados más arriba, los investigadores llegaron a la conclusión de que «no había un perfil uniforme de terrorista tipo lobo solitario». Incluso si se quisiera establecer un «perfil», agregaron, este sería algo completamente inútil: «El empleo de un perfil como ese no tendría justificación dado que son muchas las personas que comparten esos rasgos y no se implican en acciones terroristas en solitario, mientras que otras que no encajan con el perfil sí se implican en ese tipo de acciones».
Como grupo, esos terroristas en solitario se diferencia del resto de la sociedad en una cuestión decisiva: a casi uno de cada tres se le había diagnosticado una enfermedad mental o un desorden de personalidad antes de involucrarse en la violencia política. Otro estudio que se centró en 98 perpetradores estadounidenses descubrió que el 40 por ciento de ellos tenía algún problema de salud mental. La proporción comparable para la población del país es del 1,5 por ciento.
A partir de un índice tan alto de trastorno psicológico, existe la posibilidad de evitar ataques individuales si las personas en riesgo consiguen el tratamiento de salud mental necesario antes de que se vuelquen a la violencia.
Hechos contra ficción
Afortunadamente, la dificultad para detectar anticipadamente a un lobo solitario le hace más ineficaz cuando golpea.
Debido a que esas personas no tiene una red que les financie o les adiestre, y además quizás sean perturbados mentales, es muy probable que no tengan el necesario conjunto de sofisticadas destrezas cuando deciden armarse o planificar un ataque. El investigador en terrorismo Ramon Spaaij, de la Universidad de Victoria, Australia, elaboró una base de datos de 88 lobos solitarios identificados en 15 países entre 1968 y 2010. Lo que encontró debería disipar algo del temor que ahora se asocia con el terrorismo en solitario e incluso moderar la cada vez más elaborada y entusiasta planificación gubernamental alrededor de ese temor.
Spaaij identificó un total de 198 ataques realizados por esos 88 agresores solitarios, apenas el 1,8 por ciento de los 11.235 sucesos terroristas registrados en todo el mundo. Dado que en general los lobos solitarios no dominan la tecnología necesaria para fabricar bombas (como sí la dominaba el Unabomber), normalmente se sirven de armas de fuego y atacan objetivos «fáciles» y en los que hay mucha gente; por eso, la respuesta de quienes están encargados de hacer cumplir la ley es inmediata. Por lo tanto, Spaaij observó que el índice promedio de letalidad de 0,062 muertos por ataque en el caso de que fueran realizados por lobos solitarios y de 1,6 cuando los protagonistas eran grupos u organizaciones.
En Estados Unidos, 136 personas perdieron la vida en ataques individuales entre 1940 y 2012; no hay duda de que cada una de las muertes es una tragedia, pero aun así la proporción es microscópica cuando se la compara con los 14.000 asesinatos anuales de los que el FBI ha informado en los últimos cinco años. En otras palabras, la posibilidad de ser atacados por un lobo solitario no debería quitarnos el sueño. Para empezar, como estadounidense, la posibilidad de que usted muera en un atentado terrorista de cualquier tipo es infinitesimal. De hecho, es cuatro veces más probable que usted muera alcanzado por un rayo. En todo caso, el ascenso actual del terrorista en solitario a la categoría de amenaza existencial que se da en Washington crea el tipo de miedo y de intento de respuesta gubernamental que los perpetradores de esos atentados quieren provocar.
Si los terroristas del tipo lobo solitario son la «nueva pesadilla» es porque nosotros permitimos que lo sean.
Lobo solitario no es igual a musulmán
Durante el conflicto con rehenes que se produjo el pasado diciembre en una cafetería de Sydney, Australia, incidente orquestado por Man Haron Monis, un inmigrante iraní, el ex director adjunto de la CIA Michael Morell expresó su grave presagio: «Vamos a ver otros ataques como este aquí», le dijo a This Morning, de la cadena CBS. «La gente no debería sorprenderse si esto vuelve a suceder en el próximo año o algo así, lo garantizo.»
Estas palabras son típicas en la reciente escalada retórica; son palabras dichas por los funcionarios y ex funcionarios del estado de la seguridad nacional cuando se trata de este tipo de terror. Pero el presagio de Morell de ningún modo fue un presagio. Atentados de lobos solitarios efectivamente ocurren en nuestro país. Eric Matthew Frein fue detenido en la víspera de Halloween tras de una intensa búsqueda en las montañas Pocono, Pennsylvania, después de que en septiembre disparara con un rifle de francotirador a dos agentes de policía que estaban fuera de su cuartel. El cabo Byron K Dickson II murió y el agente Alex T. Douglass fue herido. Frein, a quien en un principio las autoridades llamaban «vestigio antigubernamental», fue finalmente acusado de dos cargos de terrorismo después de que contara a la policía que sus disparos habían sido una forma de «despertar al pueblo». Además, los agentes encontraron una carta que Frein había escrito a sus padres en la que les decía que quería «encender una hoguera» porque solo «una revolución puede devolvernos las libertades que una vez tuvimos».
La violencia individual como la descrita, lleve o no la etiqueta de terrorismo, no es nada nuevo. Se ha lidiado con ella durante décadas sin que se produjera pánico y sin que fuera necesario sembrar el miedo ni instaurar medidas como las que vemos hoy. Después de todo, según Spaaij, entre 1968 y 2010, el 45 por ciento de los ataques terroristas realizados por lobos solitarios registrados en 15 países distintos se han producido en Estados Unidos.
Sin embargo, como descubrieron Spaaij y Mark Hamm, su compañero de investigación, estos guarismos fueron claramente inflados. El porqué es simple: incluidos en ellos hay numerosos ejemplos de atentados terroristas «individuales» inspirados por la ideología tipo al-Qaeda que en realidad eran instigados por quienes están encargados de hacer cumplir la ley, o ayudados por conspiraciones. Spaaij y Hamm encontraron que por lo menos 15 de esos ataques habían ocurrido entre 2001 y 2013. En ellos, un perpetrador «solitario» estaría realmente involucrado, y frecuentemente dirigido o animado por un informante o agente encubierto. Esto alcanza hasta cerca del 25 por ciento de los casos de ataques de lobos solitarios en EEUU después del 11-S; hay que tener en cuenta que, dadas las circunstancias, estas cifras son de difícil confirmación. Esencialmente, se trata de otro engaño del gobierno que no solo infla el número de los incidentes terroristas individuales en EEUU; además muestra lo desproporcionado de la atención puesta por las agencias que deben hacer cumplir la ley en la comunidad musulmana de Estados Unidos.
Un ejemplo atroz de lo que decimos es el caso de Rezwan Ferdaus, un ciudadano de 26 años nacido en Massachusetts y de fe musulmana. El FBI lo detuvo en 2011 por conspirar con agentes encubiertos para construir drones cargados de explosivos que serían controlados a distancia para que volaran hasta el Pentágono y el Capitolio. En realidad se trataba de un complot tramado por el gobierno; Ferdaus no era un lobo solitario (era incapaz tanto de concebir un atentado como este como de llevarlo a la práctica sin ayuda). El FBI ignoró las señales muy claras de que su objetivo no era un terrorista sino un enfermo mental que estaba deteriorándose rápidamente. Aun así, los organismos encargados de hacer cumplir la ley y los medios lo describieron repetidamente como un lobo solitario. En 2012, acusado de proporcionar material a terroristas, fue sentenciado a 17 años de cárcel.
En comparación, cuando el posible lobo solitario no es musulmán ni de otra minoría, es muy raro que el gobierno, los medios o los expertos en seguridad le pongan la etiqueta de terrorista inductor de miedo. Por ejemplo, James von Brunn, un supremacista blanco que asesinó a un guardia de seguridad en el Museo-Memorial del Holocausto de Estados Unidos. Según el departamento de seguridad interior, la acción no tenía conexión alguna con el terrorismo, a pesar de que su motivación era ideológica, como reconoció un funcionario del FBI.
O Francis Grady, que trató de incendiar una clínica de planificación familiar en Grand Chute, Wisconsin, en 2012. La razón: según explicó Grady ante un tribunal distrital de EEUU, «Ahí están matando bebés»; tampoco él fue acusado de terrorismo. Cuando se le preguntó por qué, el fiscal William Roach respondió que Grady había tratado de incendiar una habitación desocupada de un edificio vacío.
Compare el lector esas reacciones con el caso de Zale Thompson, un trastornado afroestadounidense que atacó con un hacha a cuatro agentes de la policía de Nueva York el pasado octubre. Solo un día después del ataque, el comisario de policía Bill Bratton dijo: «Ciertamente, me siento muy tranquilo; ha sido un ataque terrorista». La prueba aparente: Thompson, convertido al islamismo poco tiempo antes, había visitado sitios web asociados con grupos terroristas como al-Qaeda e ISIS.
Como señaló Glenn Greenwald, «La palabra terrorismo, al mismo tiempo que es la más carente de significado, es la más manipulada del léxico político de Estados Unidos». Lo mismo puede decirse del acápite «terrorismo de lobo solitario». De ningún modo sorprende, entonces, que en este momento se haya convertido en sinónimo de musulmán y poca cosa más, lo que estigmatiza a todos los estadounidenses musulmanes y convierte a sus comunidades en blanco de violentas técnicas de cumplimiento de la ley, entre ellas las operaciones de fabricación de conspiraciones propias del FBI y la vigilancia intrusiva y generalizada. Lo tópico: un investigador en terrorismo definió al lobo solitario como el «individuo que persigue en soledad objetivos terroristas islamistas». En realidad, los musulmanes no tienen el monopolio del terrorismo individual como no lo tienen del terrorismo en general.
Respuestas contraproducentes
En este momento, la respuesta al jaleo del lobo solitario es -como la que se da a tantas otras cosas en estos años- hacernos avanzar cada día un poco más en el camino hacia el estado policial en EEUU. Una respuesta del gobierno, que ahora ha cobrado un nuevo énfasis, llega (por supuesto) con su propio acrónimo: contraataque al extremismo violento (CVE, por sus siglas en inglés).
El programa, anunciado en 2011, apunta a la asociación con las comunidades -en la práctica, casi exclusivamente la musulmana- en aras de la prevención del terror. Una de las formas en que las comunidades realizarán esta prevención es la creación de espacios de seguridad en los que las personas pueden debatir sobre política y religión sin temor al acecho de los agentes del gobierno. Aun así, miembros de esa misma comunidad serían animados a informar a las autoridades sobre lo dicho y quién lo dijo, en un intento de identificar a quienes estén en riesgo de convertirse en extremistas violentos, ya sea en solitario o en unión con otros. La comunidad musulmana de EEUU ya tiene experiencia sobre las actividades gubernamentales como la fabricación de complots o la infiltración de soplones; el encomendar a miembros de la comunidad tareas de información no parece muy diferente a colocar agentes dentro de ella.
Si el objetivo de CVE es construir dentro de la comunidad una capacidad de prevenir la violencia y el terrorismo, sean o no en solitario, organismos como Servicios de Salud y Humanitarios (HHS, por sus siglas en inglés) y el departamento de Educación deberían estar al frente de la iniciativa, ya que podrían ofrecer servicios de salud mental y recursos educativos, a todas las comunidades en vez de hacerlo a una muy particular elegida por criterios de religión, raza o etnicidad. En lugar de ello, y esto no sorprende en absoluto, la Casa Blanca ha encargado la ejecución de los programas CVE a los departamentos de seguridad interior y de justicia y al FBI; al mismo tiempo ha destacado el papel coordinador de las fiscalías locales. La comunidad musulmana de EEUU desconfía abiertamente de estos planes, particularmente debido a que en los últimos tiempos se han centrado en la creencia religiosa como objeto de sospecha y, al menos en el caso del FBI, se han manufacturado confabulaciones terroristas eligiendo como presas a personas enfermas y vulnerables.
Otras soluciones propuestas para el problema de los «lobos solitarios» son aún más indiscriminadas.
En un libro recientemente publicado, Jeffrey Simon, ex analista de la corporación RAND, ofrece un inventario de posibles soluciones tecnológicas para descubrir al lobo que lleva piel de oveja antes de que ataque. Se trata de soluciones típicas del momento en que vivimos e incluyen el empleo generalizado de cámaras de vigilancia inteligentes conectadas con Internet, como también el control activo y libre de toda sospecha del uso que se hace de Internet y las redes sociales. Otra aproximación al problema cada día más sonada que él sugiere es la expansión de la recogida de datos biométricos, es decir, que el gobierno combine rasgos biológicos particulares de cada persona, como las dimensiones faciales y el ADN, sin ninguna demostración de que hacerlo se considere intrínsecamente malo.
Debería anotarse que semejante aproximación -típica de la dirección que el estado de la seguridad nacional y de las agencias encargadas de hacer cumplir la ley han tomado en estos años- sería un asalto fundamentad contra una sociedad libre. Este tipo de «contramedidas» produce un escalofrío que baja por la espina dorsal de cualquiera. Simon parece reconocer esto cuando escribe: «Habrá que debatir sobre los temas relacionados con la intimidad, entre ellos la disposición de las personas a que su expresión facial, el movimiento de sus ojos, su ritmo cardiaco, su pauta respiratoria y otras características sean recogidos por sofisticados sensores allí donde vayan atendiendo a una decisión hecha por otros preocupados por lo que esas personas puedan estar tratando de hacer».
Los peligros a los que se exponen los estadounidenses cuando permiten que unas agencias gubernamentales recojan información tan íntima para descubrir que cualquiera de ellos sea un posible lobo solitario son obvios en el sentido de la destrucción de la privacidad, entre otras cosas. La consecuencia será doble: por un lado, un mundo orwelliano; por el otro, un mundo desesperado en términos de seguridad. Desde ya está claro que ninguna de esas «soluciones» tecnológicas funcionará, por más caras y avanzadas que puedan ser. Las conductas totalmente inocentes («falsos positivos») terminarán ocultando las amenazas verdaderas. Algunos de estos enfoques, como las cámaras de vigilancia, pueden ayudar a descubrir a un perpetrador después del delito, mientras que otras, como tratar de identificar a alguien que más tarde se involucrará en un acto terrorista por su lenguaje corporal serán otra contribución más al teatro de la seguridad que el gobierno ha montado desde el 11-S.
De cualquier modo, la inutilidad de un estado de la seguridad nacional intrusivo no detendrá a sus adeptos en sus esfuerzos por tener más poder y echar a andar procedimientos de control que son siempre más invasivos. «Tenemos que dejar… de lado… a todos aquellos que tienen el corazón débil y son políticamente correctos», dijo textualmente a VICE News el congresista Peter King en una aparición radial. La amenaza, añadió, «viene de la comunidad musulmana y demuestra que el ex comisario de policía [del departamento de policía de Nueva York] Peter King estaba en lo cierto cuando durante muchos años realmente estuvieron saturando ciertas zonas desde donde se pensaba que llegaba la amenaza».
El otrora secreto programa de vigilancia de sospechosos al que se refería King -que abarcaba desde Connecticut a Pennsylvania- nunca produjo una sola pista vinculada con el terrorismo, mucho menos una condena. Solo tuvo «éxito» en un aspecto: consiguió que la comunidad musulmana de Estados Unidos en la gran área metropolitana de Nueva York se sintiera asediada y se destruyeran relaciones de confianza entre los musulmanes y la policía.
Las palabras de King demuestran que las personas que prometen proteger nuestra vida y nuestras libertades suelen ser las mismas que llaman al lobo. Con pastores como esos cuidando la majada, los lobos podrían ser irrelevantes.
Nota:
* ACLU es el acrónimo de American Civil Liberties Union (Unión Estadounidense por las Libertades Civiles) (N. del T.)
Matthew Harwood es escritor y editor principal de la ACLU. Tiene una maestría en Literatura en el área de Estudios de Seguridad Internacional de la Universidad St. Andrews, de Escocia. Sus trabajos han aparecido en Al Jazeera America, American Conservative, The Guardian, Guernica, Salon, War is Boring y Washington Monthly. También colabora regularmente con TomDispatch.