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Las últimas decisiones represivas del Estado español deben interpretarse desde la perspectiva histórica de la agudización de las contradicciones que le corroen

Ladran y muerden

Fuentes: Gara

Las últimas decisiones represivas del Estado español deben interpretarse desde la perspectiva histórica de la agudización de las contradicciones que le corroen y, dentro de éstas, desde la específica acción de Euskal Herria para recuperar su soberanía. Si siempre hay que tener los pies en el suelo y la cabeza en el futuro, en estos […]

Las últimas decisiones represivas del Estado español deben interpretarse desde la perspectiva histórica de la agudización de las contradicciones que le corroen y, dentro de éstas, desde la específica acción de Euskal Herria para recuperar su soberanía. Si siempre hay que tener los pies en el suelo y la cabeza en el futuro, en estos momentos más que nunca hay que saber valorar el camino que hemos recorrido hasta aquí y destacar las razones que explican cómo es posible que la izquierda abertzale no sólo haya resistido tantos y tan continuos sistemas represivos, cada cual más duro que el anterior, sino que, sobre todo, haya sabido dar un paso cualitativo al ascender de la mentalidad de resistencia a la estrategia de construcción nacional vasca. Todavía no podemos calibrar en su pleno significado histórico las vías democráticas, progresistas y de avance al socialismo que se han abierto tras este paso. Como sucede frecuentemente en la lucha de los pueblos, que en el capitalismo actual es la forma más radical de la lucha de clases y de sexo-género, los primeros síntomas de las potencialidades y realidades abiertas provienen tanto de nuestros avances prácticos como de la respuesta furiosa e iracunda del Estado y, en medio, del esfuerzo de la burguesía colaboracionista para quedarse con la principal tajada sin el mínimo esfuerzo y riesgo.

En los procesos revolucionarios los avances prácticos son, más temprano que tarde, avances teóricos, en especial cuando en su elaboración como síntesis de décadas de luchas políticas, lingüístico-culturales, obreras, feministas, ecologistas, antirrepresivas, internacionalistas, etc., han participado directamente varios miles de militantes experimentados e indirectamente muchas decenas de miles de personas allegadas también experimentadas. Ninguna teoría emancipadora es elaborada sólo por un sector de la población, y menos aún, por una reducida minoría. Mediante sutiles y efectivas relaciones cotidianas asentadas durante esos años y fortalecidas en la lucha común contra la represión, con esas relaciones que han terminado creando una extensa y flexible red de colectivos populares, también se ha ido depurando y enriqueciendo una teoría independentista y socialista que es, por ahora, el producto más reciente de muchos años praxis colectiva. Este logro es una de las cosas que no aguanta el Estado español. Menos lo aguanta en este momento en el que todas sus contradicciones internas tienden a la ebullición. Más aún, su situación de inestable equilibrio es tal que tampoco aguanta que el proyecto abertzale no plantee la independencia de inmediato, para mañana mismo, sino que la va concretando en pasos ascendentes.

Hablamos aquí y ahora de Estado, que no de Gobierno y menos aún de PSOE, por no citar a sus sucursales en nuestro país. Cierto es que existen diferencias entre el PSOE y el PP pero, ahora mismo y en base a la aceleración de las represiones, lo que sucede es que el PSOE se ha plegado no ya sólo a las exigencias del PP, que también, sino en especial a esa máquina decisiva para el capitalismo español que es su Estado, centralizador estratégico de las represiones y garante último de la acumulación capitalista que se realiza en la «nación española». Lo que ocurre es que por razones obvias, el PP recuperó el control interno del Estado, lo reforzó al máximo sobre todo en sus burocracias político-judiciales ­no existe en el capitalismo independencia judicial y menos en un Estado imperialista­, dejó blindados sus poderes y los ha lanzado al ruedo. Además, el PSOE ni quiere ni puede, por ahora, enfrentarse al PP en los problemas decisivos para el sistema. Pero también ocurre que el Estado, todo Estado, tiene una autonomía relativa más o menos fuerte dependiendo de diversos factores. Los pueblos oprimidos en la península ibérica tenemos la desgracia de padecer la conjunción de estos tres factores, agravados por la bendición e incitación eclesiástica, más los intereses de las burguesías regionalistas.

Precisamente es nuestro pasado remoto y reciente el que nos sirve de garantía tanto para salir de la situación actual como para reforzar nuestra autoconfianza. No existe en la actualidad ninguna otra alternativa de futuro para Euskal Herria que no pase de algún modo por el método de solución propuesto por la izquierda abertzale, como tampoco existe, mirando más al futuro, ninguna propuesta coherente de desarrollo progresista que no sea la independentista. ¿Acaso la que no puede tener el PNV porque su esencia de clase se lo impide? ¿Acaso la tiene el sucursalismo «socialista»? ¿Y qué decir de EA, Aralar e IU? Individualmente, todos y cada uno de estos partidos y grupitos son incapaces de mirar más allá de los humores de sus contables y cajeros. Colectivamente, sólo pueden formar una fuerza política de progreso si colaboran de alguna forma con la propuesta de la izquierda abertzale. De hecho, hasta ahora no han sido nunca fuerzas soberanas e independientes porque sus florituras políticas se han realizado siempre bajo la atenta mirada del árbitro español, de su Banco Central y de su Ejército, peor, se han realizado frecuentemente cumpliendo órdenes suyas, o aún peor, intentando mejorar y ampliar el alcance social de la represión, como es el caso de los prisioneros y de sus familiares ¿o se nos ha olvidado el pasado y el presente?

Desde esta perspectiva, lo que está sucediendo estos últimos días, incluidas las convocatorias de manifestaciones neofascistas en Iruñea y Madrid en defensa de la «nación española», responde, antes que nada, a la preocupación del Estado por el acierto estratégico de la izquierda abertzale, y después, a las diferentes formas que esa inquietud adquiere en el PP y en el PSOE. Ladran y desde luego que muerden, y hacen daño, desorganizan y debilitan transitoriamente a nuestro pueblo, vuelven a atemorizar a sectores todavía poco concienciados, dubitativos e indecisos. Es verdad, el miedo y la alineación son las dos grandes bazas de la inhumanidad. Seguirán ladrando y mordiendo, pero somos nosotros los que marcamos las fases, los ritmos y la dirección, asumiendo los sacrificios que ello implica con una praxis ético-política que nunca podrán siquiera sospechar que existe quienes sólo babean sangre.