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Las heridas aún abiertas del racismo

Fuentes: Rebelión

Hace cinco años, en junio de 2009, 146 años después que Abraham Lincoln firmara la Proclamación de Emancipación y a 150 días de haber jurado Barack Obama como Presidente, el Senado de Estados Unidos aprobó una resolución solicitando formalmente a la ciudadanía negra del país excusas por los sufrimientos ocasionados a ella y a sus […]

Hace cinco años, en junio de 2009, 146 años después que Abraham Lincoln firmara la Proclamación de Emancipación y a 150 días de haber jurado Barack Obama como Presidente, el Senado de Estados Unidos aprobó una resolución solicitando formalmente a la ciudadanía negra del país excusas por los sufrimientos ocasionados a ella y a sus antepasados por la esclavitud y las leyes Jim Crow. En julio de 2009 la Cámara de Representantes hizo lo mismo.

Ambas disculpas reconocían el carácter inhumano del sistema esclavista así como de la práctica del «Jim Crow», como se conoce en Estados Unidos al período de intensa discriminación racial que siguió a la abolición oficial en 1865 de la esclavitud, cuyas huellas se hicieron sentir como versión estadounidense de apartheid hasta la década de los 60 del reciente siglo XX.

Fue aquel un período de infame discriminación racial -más violenta e inhumana en los estados del Sur que en los del Norte- que tuvo a millones de ciudadanos negros legalmente segregados de la población blanca y limitadas sus libertades civiles, sin derecho a votar.

El nombre Jim Crow lo aportó en 1828 un comediante quien compuso e interpretaba la canción Jump, Jim Crow (Salta, Jim Crow), referida a un criado negro que bailaba mientras cepillaba el caballo de su amo.

El término Jim Crow se utilizaba para identificar actividades y lugares en los que aplicaba la rígida segregación racial: matrimonio, profesiones, escuelas, deportes, barrios, iglesias, cementerios, universidades, taxis, trenes, barcos, autobuses, bares, restaurantes, hoteles, hospitales, asilos, cárceles, bebederos, baños, parques, barberías, circos, ferias, teatros, cines, ascensores, bibliotecas, playas, teléfonos públicos, talleres, burdeles y hasta en las colas se practicaba este apartheid.

En algunas ciudades había ley marcial Jim Crow, que prohibía a los negros salir a la calle luego de determinada hora de la noche. Bajo las leyes Jim Crow, los negros estaban excluidos de los sindicatos y no eran admitidos en hermandades, sociedades y clubes «de blancos». El Ku Klux Klan, los Consejos de Ciudadanos Blancos y la Sociedad John Birch, entre otras organizaciones de la extrema derecha estadounidense, aportaban violencia a la afrenta.

En las décadas de 1960 y 1970, el Director del FBI, J. Edgar Hoover, quien consideraba al Partido de los Panteras Negras «la mayor amenaza interna», diseñó la iniciativa COINTELPRO para reprimir al movimiento negro de liberación, frecuentemente acusado de delitos preparados para encarcelar activistas bajo apócrifas acusaciones. Para desarticular esta corriente radical se usaron todas las tácticas, incluyendo el asesinato de sus líderes, catalogados de criminales y equiparados con quienes se oponían a la guerra contra Vietnam, apoyaban la independencia de Puerto Rico o mostraban solidaridad con Cuba revolucionaria.

En respuesta, se intensificó la lucha de los estadounidenses negros por sus derechos civiles. Surgieron próceres de la talla de Malcolm X y el reverendo Martin Luther King Jr. En la década de los años 60 la lucha por la igualdad racial dio centenares de mártires.

La justa lucha endógena se vio incentivada por la consolidación de la revolución cubana y el auge del antiimperialismo y de las ideas de justicia social en América Latina, pero el temor a las represalias del imperio y el control que éste ejercía sobre los medios limitaban la denuncia internacional de estos desmanes y la solidaridad global. No obstante, se estaba generando una situación revolucionaria y a ella se unió la necesidad de reclutar negros como soldados para la guerra contra Vietnam, todo lo cual obligó al sistema a enterrar la práctica del Jim Crow, cuya vigencia en el Sur era aún notable.

En aras de la seguridad nacional, el imperio hizo concesiones reformistas en las relaciones interraciales. Comenzaron a aparecer- como novedad- policías, jueces y alcaldes negros. En las pantallas cinematográficas y en la televisión, los actores y actrices negros no representarían necesariamente seres sumisos y complacientes. Se mantuvo una suerte de doctrina de igualdad formal, aunque con separación real, dado que el racismo en realidad encubría, desde la época de la esclavitud, una profunda separación clasista de la sociedad estadounidense.

Temprano en el siglo XXI, en Estados Unidos se alcanzó el logro histórico de que el sistema permitiese la elección de un presidente de ascendencia negra, algo que, por supuesto, no ha bastado para hacer olvidar – mucho menos reparar- las privaciones de los derechos humanos y las desgarraduras en millones de vidas cuya supuesta emancipación había sido proclamada un siglo antes.

Fueron muchas las persecuciones, arbitrariedades y afrentas lacerantes de la dignidad humana del racismo. Algunas de ellas bochornosamente subsisten cual heridas cruelmente abiertas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.