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Las inquietantes preguntas de Ignacio Sotelo

Fuentes: Rebelión

Esta vez sí, esta vez Ignacio Sotelo [IS] nos ha regalado un magnífico artículo en el global-imperial-antichavista [1] que, eso sí, pide amablemente algunos matices y exige recoger algunas cuestiones esenciales. Recuerda IS en los primeros compases de la nota el estudio reciente de Geoffrey Megargee y Martin Dean. El número de campos de exterminio, […]

Esta vez sí, esta vez Ignacio Sotelo [IS] nos ha regalado un magnífico artículo en el global-imperial-antichavista [1] que, eso sí, pide amablemente algunos matices y exige recoger algunas cuestiones esenciales.

Recuerda IS en los primeros compases de la nota el estudio reciente de Geoffrey Megargee y Martin Dean. El número de campos de exterminio, de concentración, de centros de trabajos forzados y de guetos que hubo en el Tercer Riech y territorios ocupados se eleva a 42.500 (no fueron 7 mil como se ha afirmado frecuentemente), uno, prácticamente, al lado de cada centro urbano «lo que hace imposible que la población ignorase el alto grado de represión». IG señala una de sus incomprensiones de lo sucedido: «No he podido entender nunca que un régimen tan violento y represivo como el nazi hubiese gozado de la adhesión entusiástica de la inmensa mayoría, incluso cuando, perdida la guerra, todo se desmoronaba». Lo verdaderamente llamativo, prosigue y en la misma línea, es que no hubiera ni un solo pueblo en el que se produjera un levantamiento ciudadano contra las autoridades nazis. La gente, señala desesperanzado IG, facilitó de hecho su huida y ocultamiento.

El riesgo de generalización apresurada con el uso del término «gente» es evidente pero se entiende la idea, la crítica, el desasosiego de nuestro gran germanista.

Los alemanes permanecieron unidos ante el enemigo victorioso comenta. Él mismo lo pudo comprobar ocho años más tarde, en el verano de 1953, cuando trabajó en una fábrica de la norteamericana IBM en Sindelfingen. Aún entonces se seguía idealizando la política social del nazismo (¿no ocurrió algo parecido en España, incluso más años después de la muerte del general asesino, respecto a la «política social» del franquismo entre algunos sectores de la población?) y se seguía negando la existencia de campos de exterminio y asesinato masivo. Más incluso: «En más de medio siglo de vivir en Alemania no he encontrado a una persona que hubiera sabido al respecto, una minoría incluso bastante tiempo se aferró a la idea de que era una invención de los aliados para arrebatar al pueblo alemán lo último que les quedaba, la dignidad» [la cursiva es mía]. La exageración es impropia de un intelectual de la talla de Ignacio Sotelo y el injusto olvido de la resistencia antinazi, minoritaria desde luego como no podía ser de otra manera, más que evidente.

IS continúa comentando que aunque el régimen nazi se esforzase en ocultarlo «durante decenos me he preguntado, sin encontrar respuesta, cómo pudieron conseguirlo», cómo se diseñó ese enorme silencio. El hecho, para él también inexplicable, es que Reino Unido y Estados Unidos «no denunciaran lo que estaba ocurriendo en sus programas de radio dirigidos al pueblo alemán». Más incluso: valdría la pena seguir la prensa de los aliados de aquellos años para comprobar la muy escasa información, «si es que alguna, que se dio sobre el exterminio». IG recuerda que el secretario de Estado norteamericano, Cordell Hull, impidió que se publicara en 1942 el informe que Gerhart Riegner envió al Departamento de Estado sobre lo que estaba ocurriendo, sobre lo que se estaba preparando para exterminar a millones de ciudadanos judíos, homosexuales, comunistas, socialistas, gitanos, discapacitados, etc. El propio presidente Roosevelt recibió información directa de los asesinatos masivos en el gueto de Varsovia. Se pidió que se destruyesen desde el aire las cámaras de gas instaladas en Auschwitz. Pero ni siquiera se bombardeó el ferrocarril que llevaba a las víctimas como animales maltratados a su exterminio.

Se ha recriminado el silencio del Vaticano. Con razón, con numerosas razones para ello. Pero sigue en penumbra, concluye IS, «el todavía muchos menos explicable que también mantuvieron los aliados antes de la liberación de los campos de exterminio».

Si el término «aliados» incluye a la entonces Unión Soviética, la afirmación merece ser matizada y corregida. Por otra parte, no hay que olvidar la importante presencia de organizaciones fascistas en la Inglaterra de la época y la admiración por Hitler que sentían algunos grupos de las élites británicas ni tampoco, por supuesto, los campos de concentración que Estados Unidos construyó para los ciudadanos japoneses residentes en su país.

Tampoco, por supuesto, los negocios que grandes corporaciones usamericanas seguían realizando con la industria alemana en aquellos años de huracanes de acero, represión, exterminio y muerte.

 

Nota:

[1] Ignacio Sotelo, «El silencio del holocausto». El País, 21 de mayo de 2013.

 

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.