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Las lágrimas de cocodrilo de Obama por la violencia en Egipto

Fuentes: WSWS

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos


«Rezamos para que acabe la violencia en Egipto, para que se cumplan los derechos y aspiraciones del pueblo egipcio y para que amanezca un día mejor en Egipto», entonó solemnemente el presidente Obama al principio de sus observaciones en el Desayuno Nacional de Oración del jueves por la mañana.

Esta celebración anual de rectitud religiosa la organiza, de manera bastante apropiada, la Fellowship Foundation, un grupo enigmático y políticamente relacionado con una larga historia de organizar «círculos de oración» que reúnen a dictadores extranjeros, políticos estadounidenses y contratistas militares. Defendiendo la práctica, el organizador del grupo señaló: «la Biblia está repleta de asesinos en masa».

La oración de Obama sigue a una serie de declaraciones de la Casa Blanca y del Departamento de Estado «deplorando» la violencia en Egipto y expresando su indignación moral por los ataques del presidente Hosni Mubarak a manifestantes y medios de comunicación pacíficos.

¿A quién creen que están engañando? Durante treinta años los gobiernos estadounidenses, tanto demócratas como republicanos, incluyendo el de Obama, han respaldado a Mubarak precisamente por su habilidad para imponer políticas apoyadas por Washington en contra de la abrumadora oposición del pueblo egipcio. Se entendía de sobra que esto requería una violencia sistemática e implacable.

Si Obama está ahora derramando lágrimas de cocodrilo por la violencia que ha dejado cientos de muertos y miles de heridos en las calles de El Cairo, Alejandría, Suez y por todo Egipto es sólo porque esta violencia ha dejado de funcionar y el pueblo egipcio sigue resistiendo y luchando.

No lloraba cuando ofreció su discurso en El Cairo en junio de 2009, que no incluía ni una palabra crítica con el régimen de Mubarak. En vez de ello, elogió al dictador egipcio calificándolo de «aliado incondicional» y una «fuerza para la estabilidad y el bien en la región».

Al igual que se predecesor en la Casa Blanca, se calcula que Obama ha enviado unos 2.000 millones de dólares anuales (sólo por detrás de Israel como receptor de ayuda estadounidense) para apuntalar la dictadura de Mubarak. La inmensa mayoría de este dinero se ha destinado a las fuerzas del ejército y de la policía para que sigan reprimiendo las protestas de pueblo de Egipto y de toda la región.

Que el presidente y otros altos cargos estadounidense conocían la violencia llevada a cabo diariamente por el régimen se ha confirmado con pruebas documentales gracias a los cables diplomáticos secretos de la embajada de El Cairo publicados por WikiLeaks. Un cable enviado a Washington por el embajador estadounidense en El Cairo sólo unos meses antes del discurso de Obama señalaba con total naturalidad que la violencia policial en Egipto es «rutinaria y dominante» y que hay «literalmente miles de incidentes de tortura cada día sólo en las comisarías de El Cairo».

Esto no era una novedad. El gobierno egipcio ha gobernado a través de un estado de emergencia prácticamente ininterrumpido durante toda la presidencia de Mubarak. Esto ha permitido las detenciones administrativas sin juicio, la criminalización de las huelgas y la prohibición de reunirse cinco o más personas no autorizadas.

En la práctica esto ha significado que los trabajadores que se han atrevido a hacer huelga se han encontrado con la policía antidisturbios y con los soldados, se han visto sometidos a detenciones masivas y han sido golpeados con palos y con las culatas de los rifles. Se ha perseguido a los dirigentes de las protestas de los trabajadores, han sido encarcelados y torturados. Aquellos a los que el régimen se ha molestado en llevar a juicio con frecuencia han sido arrastrados ante tribunales especiales de la seguridad del Estado que supuestamente tratan casos de terrorismo armado.

Ni a Obama ni a ningún otro gobierno estadounidense les ha parecido que estas acciones fueran inquietantes. Han ayudado a crear las condiciones más beneficiosas para la burguesía egipcia y para los bancos y corporaciones transnacionales. Está fuera de dudas que ningún alto cargo estadounidense sugirió retener un solo céntimo de la ayuda estadounidense debido a la brutal represión de los trabajadores egipcios.

Aunque Washington expresa ahora su indignación por las detenciones y la intimidación a periodistas estadounidenses y extranjeros que cubren los acontecimientos en Egipto, no emprendió acción alguna contra su cliente Mubarak mientras su régimen arrestaba, torturaba y «desaparecía» a periodistas durante años por los delitos de «citar mal» a sus ministros, suscitar preguntas sobre su propia salud o escribir artículos peyorativos sobre su hijo Gamal, que es el sucesor que él había elegido.

Estados Unidos aprobó las redadas y detenciones sin cargos de miles de miembros de los Hermanos Musulmanes y de otros grupos islamistas.

Del mismo modo, Washington no abordo las bárbaras formas de tortura impuestas a miles de presos políticos que iban desde quemarlos en el pecho y piernas hasta aplicarles electrodos en la lengua, pezones y genitales, colgarlos cabeza abajo, y golpes y violaciones.

Por el contrario, el gobierno estadounidense y sus agencias de inteligencia consideraban a los torturadores de Mubarak un recurso. Es probable que los agentes de la CIA que observan la cobertura televisada de los ataques de la policía contra los manifestantes de la Plaza Tahrir Square reconozcan a algunos de sus cabecillas, ya que se habían codeado con ellos en las cámaras de tortura del cuartel general secreto de la policía de la calle Lazoughli de El Cairo o en la prisión Maulhaq al-Mazra.

Según un «programa de detención extraordinaria» iniciado durante el gobierno Clinton a la década de 1990, se llevó en aviones a Egipto a supuestos sospechosos de terrorismo encapuchados y engrilletados que habían sido secuestrados por la CIA en cualquier parte del mundo con el propósito expreso de interrogarlos bajo tortura. Este acuerdo espeluznante, que estableció una unidad sin fisuras entre el régimen torturador egipcio y la intervención del imperialismo estadounidense en Oriente Próximo, fue elaborado entre la inteligencia estadounidense y el director de la policía secreta de Mubarak’, Omar Suleiman. Recientemente nombrado vicepresidente, Suleiman ha estado en contacto telefónico regular con la Secretaria de Estado estadounidense Hillary Clinton, con el vicepresidente Joe Biden y con otros altos cargos estadounidenses.

Además, el papel del régimen egipcio como el «aliado incondicional» tanto de Estados Unidos como de Israel ha facilitado la violencia generalizada [en la región], desde la invasión estadounidense de Iraq a las guerras israelíes en Líbano y Gaza.

Éste es el contexto objetivo e histórico en el que se debe evaluar la oración de Obama por el fin de la violencia y sus lágrimas de cocodrilo por la represión en Egipto.

Tras su pose pseudodemocrática el gobierno estadounidense está tratando de ganar tiempo. Dentro de los círculos dirigentes y del aparato militar y de inteligencia estadounidense existen sin duda divisiones y valoraciones dispares acerca de si Mubarak puede lograr suprimir a las masas o si se deben dar pasos inmediatos para reformar el régimen.

Sin embargo, lo que preocupa a cada sección de la elite dirigente estadounidense es lo que el senador John McCain denominó recientemente «Escenario Lenin», esto es, que las manifestaciones masivas contra Mubarak evolucionen hacia un desafío revolucionario directo a la dominación imperialista y al dominio capitalista en Egipto.

El objetivo de toda la palabrería de Washington acerca de una «transición hacia un régimen democrático» es impedir esta amenaza. Esta «transición» respaldada por Estados Unidos no tiene credibilidad alguna. Su único propósito sería devolver la estabilidad a las dictaduras militares existentes para que puedan continuar aplicando políticas que benefician al imperialismo estadounidense y a una pequeña y corrupta elite financiera egipcia, al tiempo que someten a las masas de trabajadores y oprimidos al paro, la pobreza y la represión.

Los trabajadores y los jóvenes egipcios deberían rechazar con el desdén que merecen tanto las hipócritas expresiones de preocupación de Obama como las promesas estadounidenses de una «transición democrática». Lo que se necesita de manera crucial es el desarrollo de un movimiento revolucionario independiente de la clase trabajadora para llevar a cabo la transferencia de poder a los trabajadores y oprimidos, y organizar la transformación socialista de la sociedad egipcia. Sólo por medio de una revolución socialista se pueden lograr una genuina transformación democrática de Egipto, el fin de la opresión y de la desigualdad social.

Fuente: http://www.wsws.org/articles/2011/feb2011/pers-f04.shtml