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Las llamas cambian de pebetero

Fuentes: Rebelión

El 25 de julio de 1992, quién más, quién menos, contuvo la respiración mientras la flecha que surcaba el cielo en busca de un chorro de gas oculto, dio paso a la llama que inauguraba los XXV juegos olímpicos de la modernidad. También se celebraron, aunque no fueran tan renombrados, los juegos paralímpicos. El fuego […]

El 25 de julio de 1992, quién más, quién menos, contuvo la respiración mientras la flecha que surcaba el cielo en busca de un chorro de gas oculto, dio paso a la llama que inauguraba los XXV juegos olímpicos de la modernidad. También se celebraron, aunque no fueran tan renombrados, los juegos paralímpicos. El fuego de los juegos se ha trasla da do al ámbito político y es la ciudadanía qui én reclama ahora encender el pebetero de la libertad.

Barcelona, que meses antes había vuelto a ser centro de la polémica por una campaña de la Generalitat en medios británicos que situaba a la villa condal en «Catalunya» -hecho que ya entonces llevó al elenco de medios conservadores del reino de España a encender un pequeño fuego mediático- era la ciudad elegida para los juegos olímpicos. Las crónicas de la época recordaban que Barcelona era sede olímpica gracias al impulso que había otorgado a la candidatura el estado y no al revés. La ciudad mediterránea, firmaba las paces institucionales con la línea monárquica sucesoria que instauró los decretos de nueva planta, con el felipismo aún mayoritario en el cinturón rojo y con el estado en general, a cambio de la renovación de sus infraestructuras y de una proyección internacional que le puso en primera fila a nivel turístico, empresarial y humano.

Todos querían fotografiarse en Barcelona y la reivindicación de selecciones deportivas propias quedaba tapada por la imagen internacionalista que emanaba de aquel Dream Team de Johan Cruyff que trajo también para el F.C. Barcelona la tan anhelada copa de Europa de clubes. El internacionalismo se imponía en lo mediático y en lo social al nacionalismo. La imagen de Felipe de Borbón como abanderado de la selección del C.O.E., cerraba el paso a otros movimientos políticos que entendían aquello como una patada a la historia (ERC no tenía concejales en la capital y apenas 11 Parlamentarios en Catalunya. Jordi Puyol fue envestido por mayoría absoluta y en la votación el PP se abstuvo). La llegada del entonces rey Juan Carlos de Borbón bajo el himno de Catalunya «Els Segadors» al estadio olímpico, cerraba en falso un debate histórico a través de las imágenes, pues los poderes facticos querían, ya entonces, repartir medallas para condicionar los votos de las personas a futuro.

Quién iba a decir en aquel momento, que el gas del pebetero que dió paso a la explosión de júbilo, iba a estar «administrado» 35 años después por el propio Felipe a través de gas natural. Nadie se podía imaginar mientras Fermín Cacho peleaba en la recta de meta por ser campeón de los 1500 metros, que Andujar en Jaén ganaría con el tiempo un concejal de deportes que se iba a dedicar a «abrir puertas» (1). Y mucho menos, que la renovación urbanística que miraba al mar, se iba a convertir en fuente de especulación y en saturación turística para una ciudad que lucha en la actualidad con ahínco por recuperar su propia privacidad.

Barcelona pasó de ser la llama de la izquierda renovadora durante décadas , a soportar estoicamente la rebaja constitucional del Estatut que dió paso a la multitudinaria y millonaria manifestación de la Diada del 11 de septiembre de 2012 que dio inicio al Procés (2). Entonces la ciudad Mediterránea, tampoco podía imaginar el colapso de los grupos políticos tradicionales que iban a llevar a Ada Colau, activista antiguerra, provivienda digna y antidesahucios, a crear una plataforma, Barcelona en Comú, que iba a gobernar con el apoyo de toda la izquierda (PSC, ERC y la CUP).

La Barcelona imaginada en 1992 enterraba las luchas sociales de principios de siglo que encabezaron movimientos revolucionarios y sepultaba, en teoría para siempre, los derechos usurpados con los decretos de nueva planta. Sin embargo, todo esto saltó por los aires el 29 de junio de 2013, en el estadio olímpico, que siempre se llamó Lluis Compayns, cuando retoma el espíritu de quién le dio nombre y se celebran los «conciertos por la libertad». La nueva revolución cultural ciudadana catalana que vuelve a reclamar para sí el derecho a ser lo que quiera, el derecho a soñar en libertad, y que se ve acompañada también por un amplio movimiento cívico catalán. También en el mundo de los deportes, personas relevantes y clubes de incuestionable trayectoria se situaban al lado del principio democrático y del cambio social.

Y vuelve así Barcelona a responder a la dicotomía izquierda-libertad. Vuelve Barcelona a recuperar el espíritu de 1934 y entierra para siempre la paz borbónica de 1992. Las llamas cambian así de pebetero a la espera de que el 1 de octubre el espíritu del 34 se haga con la mayoría necesaria para la desconexión. Y mientras en Madrid, ahora en la Zarzuela, antes en el palacio del Pardo, se oye un triste alegato en favor de la unidad impuesta. Y alguien, desesperado, alicaído y solo, añora sin disimulo los tiempos gloriosos que le llevaron a ser abanderado en Montjuic y quizás escucha a Sabina con su vieja canción, entonando el clásico «¿Quién me ha robado el mes de Abril?».

Mientras en la ciudad, la llama de la ilusión ha cambiado de pebetero y ahora se sitúa junto a la gente humilde, que cansada de esperar el cambio de un estado irreformable que lo fió todo a un desfile, ha decidido prender otras mechas y espera con ilusión a la nueva transición democrática.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.