La puesta en escena del comandante en jefe John Kerry en Boston, con tantas invocaciones a la «fuerza» de América y a la necesidad de aumentar el ya descomunal presupuesto militar de EEUU, parecía dirigida a cautivar más a los electores republicanos y a los miembros de las Fuerzas Armadas y agencias de seguridad que […]
La puesta en escena del comandante en jefe John Kerry en Boston, con tantas invocaciones a la «fuerza» de América y a la necesidad de aumentar el ya descomunal presupuesto militar de EEUU, parecía dirigida a cautivar más a los electores republicanos y a los miembros de las Fuerzas Armadas y agencias de seguridad que al 10% de indecisos. Tanta machacona frase belicista de Kerry sonaba extraña en una ciudad como Boston, cuna del movimiento abolicionista, pionera también en los siglos XIX y XX en las luchas del movimiento obrero, del feminista y de la defensa de las libertades democráticas.Tanto Boston como Massachussets jugaron un papel de vanguardia en las campañas antiguerra más importantes habidas en EEUU desde que este país empezó su andar expansionista e imperialista a fines del XIX.
Pero Kerry no explotó en Boston aquella faceta de activista antibelicista de cuando volvió desengañado de Vietnam, sino la de héroe de esa terrible guerra de agresión en la que su país usó armas de destrucción masiva, como el napalm. Kerry no explicó cómo un hombre como él, conocedor de los temas militares y que cuenta entre sus asesores con ex consejeros en Defensa y Seguridad tanto de administraciones demócratas (Samuel R. Berger) como republicanas (Lawrence J. Korb) pudo votar a favor de la Guerra de Irak engañado por George W. Bush.
Tampoco se ha distanciado de la doctrina de la guerra preventiva de Bush, ni ha aclarado por qué votó a favor de la Patriot Act, la legislación antiterrorista que ha recortado las libertades democráticas de los estadounidenses como no se hacía desde el maccartismo. El candidato Kerry quiere cambiar la imagen de su país en el mundo, pero hasta ahora sus pronunciamientos en política exterior son más ambiguos incluso que en política nacional, cuando no simples cambios cosméticos de la actual política de Bush, como frente al conflicto palestinoisraelí, Cuba, Venezuela o Colombia.
¿No tiene nada que decir el candidato demócrata sobre el Torturegate, el escándalo de las humillaciones a los prisioneros en Irak, Afganistán o Guantánamo que conmovió al mundo hace dos meses, y sobre el cínico juicio a que están sometidos un puñado de soldados? ¿Tampoco tiene críticas que hacer sobre el escandaloso negocio de la reconstrucción de Irak o sobre la farsa de traspaso de soberanía?
Kerry promete acabar con el unilateralismo de Bush. ¿Quiere decir, por ejemplo, que un gobierno suyo ratificaría el Protocolo de Roma que dio nacimiento a la Corte Penal Internacional y que ratificaría también el Protocolo de Kioto, tal como había anunciado pero que no llegó a concretar Clinton en sus últimos días de mandato?
Por lo que se ve para Kerry no era importante exponer en Boston su programa en política nacional y exterior. Bastaba con decir -como Bush- que EEUU «está en guerra», que él será un mejor comandante en jefe, y hacer ese patético y preocupante saludo militar a los delegados demócratas.