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Las Tablas de Daimiel y la anomia social

Fuentes: Sin Permiso

El reciente incendio de la turba subterránea en Las Tablas las ha puesto de nuevo en el despeñaperros. No es la primera vez, y no será la última. Es sólo la más reciente de las desgracias ambientales que padece este paraje valioso. Todas se han debido a la anomia social y a la irresponsabilidad administrativa. […]

El reciente incendio de la turba subterránea en Las Tablas las ha puesto de nuevo en el despeñaperros. No es la primera vez, y no será la última. Es sólo la más reciente de las desgracias ambientales que padece este paraje valioso. Todas se han debido a la anomia social y a la irresponsabilidad administrativa. En este escrito, pasaré revista a los valores ambientales de Las Tablas, a la desidia causante de su degradación y a sus responsables, para terminar con algunas especulaciones sobre el futuro de Las Tablas.

Las Tablas en el tiempo

Algunos estudios paleontológicos indican que Las Tablas ya existían probablemente a finales de la Era Terciaria (unos 2 millones de años) y con toda seguridad hace 350.000 años, cuando eran un gran lago (1). Lógicamente, su condición, extensión y características han cambiado mucho durante ese tiempo y en todas direcciones. Por debajo de Las Tablas siempre ha habido un acuífero subterráneo. En tiempos históricos, sabemos de ellas desde que el Infante Don Juan Manuel redactara «El libro de la Caza», a comienzos del siglo XIV, y las describiera diciendo que «casi todo son ahora carrizales y almarjales y muy malos pasos» (2).

Las Tablas han sido históricamente el resultado del encharcamiento del terreno por dos ríos, uno de los cuales era de origen subterráneo (el Guadiana) y otro fluía por la superficie (el Gigüela ó Cigüela, según la provincia atravesada), modificado por la acción humana local. Las Tablas, a pesar de su condición insalubre generadora de paludismo, han albergado población humana desde hace unos 3600 años (3). La existencia de molinos y batanes, documentada desde el siglo XII, contribuía a estancar el agua. Los habitantes de Las Tablas, dedicados a la caza y la pesca (más de 300 familias en la postguerra), modificaban el paisaje mediante quemas controladas de la vegetación para permitir caminos en el agua para los barcos con los cuales recorrían la zona. Su extensión en los años «50 superaba los 100 km2, probablemente. Las Tablas pertenecieron a la Orden Militar de Calatrava, pero la propiedad se desamortizó en el siglo XIX, pasando a ser coto de caza privado, Reserva Nacional de Caza tras la última Guerra Civil y, desde 1973, Parque Nacional. Por lo tanto, como la mayoría de los ecosistemas mediterráneos, Las Tablas son -desde que tenemos noticia- un ecosistema modificado por la acción humana (3).

¿Cuáles son los valores ambientales de Las Tablas? Se trata(ba) de un ecosistema situado en una llanura de inundación, con aportaciones de aguas superficiales y subterráneas de distinta salinidad, favoreciendo la vida de una flora y una fauna muy ricas. En Europa hay pocos ambientes así (los lagos del río Spree cerca de Berlin y el valle del río Shannon en Irlanda). En el mundo, lo más parecido está en Iraq, entre el Tigris y el Eufrates, en los Everglades de Florida y en el delta del Okavango, en Botswana. Ninguno de esos lugares es de ambiente mediterráneo, como Las Tablas. En cualquier caso, son un ambiente muy pequeño (ahora unos 20 km2) en una cuenca hidrográfica muy grande (unos 15.000 km2), de modo que los problemas de la cuenca acaban, tarde o temprano, repercutiendo sobre Las Tablas.

Durante los años «50-«60 gran parte de Las Tablas fueron desecadas para combatir el paludismo (ya casi totalmente erradicado en los «40) y obtener tierras de cultivo (de bajo rendimiento agrícola porque los terrenos eran muy salinos). En 1973 se crea el Parque Nacional, en un intento de conservar lo que quedaba del ecosistema tras la desecación (unos 10 km2, luego ampliados al doble en las décadas sucesivas por la compra de tierra no inundable de los alrededores). En los «70 y «80 los sucesivos gobiernos de la dictadura y la democracia les dijeron a los manchegos que debajo de ellos tenían un mar de agua dulce y, en diez años, se pusieron en regadío con aguas subterráneas más de 1000 km2 en su cuenca hidrográfica. Como resultado, el agua subterránea no volvió a inundar el humedal desde 1986. En 1987 un incendio intencionado quemó también, además de la vegetación, la turba subyacente en una parte del humedal.

Las primeras llamadas de atención sobre la degradación ecológica de Las Tablas tuvieron lugar en 1977, a cargo de científicos del INIA (Instituto de Investigaciones Agronómicas). Los gobiernos socialistas pusieron en práctica desde 1987 varios planes de restauración ambiental (cierre del humedal mediante una presa, derivación de agua desde el trasvase Tajo-Segura, construcción de pozos para inundaciones de emergencia, compensación de rentas para los agricultores que dejaran de regar, etc.), continuados después por los gobiernos del PP, pero que se han revelado ineficaces por numerosos motivos, detallados más abajo. Es muy difícil estimar cuánto dinero público se ha destinado directa o indirectamente a la conservación de Las Tablas, entre obras, trasvases, compra de terrenos, planes de compensación de rentas y otras actuaciones desde 1973, pero sólo en compra de terrenos se ha gastado el Estado unos 19 millones de euros en los últimos cinco años. Durante las últimas tres décadas, la falta de agua ha sido el problema fundamental para Las Tablas, agravado por el hecho de que cuando llegaba agua, ésta venía contaminada por las aguas residuales de origen agrícola y urbano de los municipios situados aguas arriba.

Y desde antes del verano se está quemando espontáneamente el carbón vegetal (la turba) de otra zona del Parque Nacional. Esa combustión sólo se puede apagar inundando la zona, pero este año el estado concedió un trasvase desde la cuenca del Tajo a finales de primavera y el agua, lógicamente, se evaporó e infiltró por el camino, por un lado, y padeció captaciones ilegales, por otro. Más dinero tirado.

Un último intento de mejorar la condición ambiental del Alto Guadiana, donde están enclavadas Las Tablas, es el Plan Especial del Alto Guadiana, que persigue la recarga paulatina del agua del acuífero subyacente, de modo que el agua subterránea vuelva a servir para inundar naturalmente este ecosistema y pueda ser usada de modo sostenible. Ese Plan, aprobado con el apoyo de ayuntamientos, gobierno central, gobierno autónomo, regantes, científicos y algunos grupos ecologistas (no todos), se encuentra ahora en vía muerta por falta de dinero público para comprar derechos de agua y transformar la socio-economía de la zona.

A lo largo del siglo XX, el humedal ha aguantado sequías pertinaces y el maltrato humano, pero es ecológicamente muy agradecido: cuando tiene agua y de buena calidad, se recupera con relativa rapidez. Hasta ahora.

La sociedad civil

Salvo las excepciones de rigor, la sociedad civil siempre ha vivido de espaldas a Las Tablas. Los motivos son varios. Los iré describiendo sin orden de importancia.

En primer lugar, durante muchos siglos muchas enfermedades, como el paludismo, que afectaban a la gente de los pueblos vecinos procedían de Las Tablas. Los enfermos y sus familias veían a Las Tablas como una maldición.

En segundo lugar, y ya en el siglo XX, la sociedad de cazadores-recolectores que vivía en Las Tablas era más rica y, probablemente, más feliz que la sociedad agraria del entorno. Esa riqueza se debía a que se ganaba más dinero pescando peces y cangrejos, recogiendo sanguijuelas para hacer anticoagulantes y llevándose la vegetación para venderla, que trabajando la tierra. Y era más feliz porque era más libre, ya que -al vivir en el humedal- el control social era menor. Por lo tanto, la envidia y el resentimiento social contra la gente de Las Tablas fueron un resultado de manual.

En tercer lugar, el humedal se nutrió en gran parte de agua subterránea hasta 1986. La extracción masiva de agua del acuífero de la Llanura manchega para regadío con sistemas de mucho despilfarro hídrico, desde el último tercio del siglo XX hasta la actualidad, se veía como un bien para la sociedad y, si esta extracción afectaba al humedal, qué más daba: ¡ande yo caliente y ríase la gente!

En cuarto lugar, los reproches a esa esquilmación, procedentes de los mundillos científico y conservacionista, siempre suscitaban la misma reacción agresiva: «agua para las personas y no para los patos».

En quinto lugar, el uso público del Parque Nacional siempre fue muy limitado porque entre los gestores ambientales prevalecía y prevalece la errónea idea de que la conservación ambiental no debe conllevar uso humano alguno de ninguna zona protegida. Este hecho limita mucho el número y la variedad de las actividades a realizar por los visitantes y el tiempo que pasan éstos en Las Tablas. Como ese tiempo es siempre inferior a un día, la gente no pernocta en los alrededores y, por tanto, no gasta apenas dinero en la zona. El resultado es que la sociedad no ve qué beneficios le da el tener un Parque Nacional cerca de su pueblo.

En sexto lugar, la conservación ambiental cuesta dinero. La naturaleza no se conserva por sí sola como nos desearíamos, sino que cambia, y puede hacerlo en una dirección que no nos guste. Los ecosistemas mediterráneos han estado intervenidos por el hombre desde siempre. Pero ahora la gente no quiere gastar dinero en la conservación, aunque sea a través de los impuestos. No quiere pagar por conservar.

En séptimo lugar, la sociedad civil del Alto Guadiana está muy desorganizada, es muy individualista y no valora ni su patrimonio natural ni su patrimonio cultural. Si algo le ocurre a éstos, a la inmensa mayoría de la gente le da igual.

En octavo lugar, los regantes son el verdadero poder fáctico en el Alto Guadiana. Ningún sector tiene tanto poder como ellos. Y la clase política no se ha atrevido nunca a hacerlos entrar en razón. Si acaso, ha intentado comprarlos, como sucede con el infeliz Plan Especial del Alto Guadiana, ahora lastrado por la falta de dinero, originada por la crisis del ladrillo (y en menor medida, por la crisis financiera internacional). Pero lo que resulta más paradójico es que, para resolver un problema ambiental, hubiera debido seguir creciendo el sector del ladrillo.

En noveno lugar, el agua es un problema político muy importante en España, que no se quiere abordar desde criterios racionales y ambientales, sino desde criterios territoriales, afectivos y de mercado. «El agua es nuestra», gritan todos; todos quieren llevarse el gato del agua al agua. La mera existencia del trasvase Tajo-Segura da una voz poderosa a Murcia en el tema de Las Tablas, pero la voz de Castilla-La Mancha (y no digamos la del Alto Guadiana) carece del mismo peso político, por motivos demasiado largos para describirlos aquí. La responsabilidad de la administración central en el asunto del agua de todos es inexcusable, aunque no hace nada por coger el toro del agua por los cuernos de la razón. Palabras, muchas; actuaciones sensatas, casi ninguna.

En décimo lugar, el desmantelamiento de la forma tradicional de hacer política mediante partidos y/o movimientos sociales ha dado como resultado el desinterés de la gente por la política, que se expresa con el conocido grito de «todos los políticos son iguales; sólo van a lo suyo». Pero la política está basada en la en la decisión de hacer algo y en la correlación de fuerzas. El problema de Las Tablas es un problema político, es un problema de decidir qué se quiere hacer con ellas, y la sociedad simplemente carece de interés. Además, en el territorio del Alto Guadiana, PP y PSOE tienen, en realidad, la misma política: la del avestruz. E Izquierda Unida carece de relevancia.

Un resultado del desmantelamiento de la acción política tradicional ha sido la emergencia del ecologismo. Bienintencionados en la mayor parte de los casos y apostando por la conservación ambiental, los ecologistas se ven lastrados en su actuación por varios aspectos. El primero es su escaso conocimiento científico de los procesos ambientales. El segundo es su desprecio de la política convencional; los ecologistas en Castilla-La Mancha, que son pocos y poco avenidos, no ven la necesidad de aliarse con nadie para imponer sus puntos de vista. El tercero es un fundamentalismo ideológico que olvida la complejidad del mundo y les anima la idea raquítica de que todo es blanco o negro, sin matices. El cuarto es psicológico; «seremos pocos, sí, pero somos unos héroes sociales», lo cual gratifica mucho al cerebro y se manifiesta en la creencia de que «nosotros, los ecologistas, siempre tenemos razón y el mundo está equivocado».

La actuación del ecologismo a largo plazo en el asunto de Las Tablas ha sido muy peculiar e inútil para la conservación del paraje. El ecologismo regional y nacional (Ecologistas en Acción de Castilla-La Mancha, Adena, Sociedad Española de Ornitología, Greenpeace) se ha centrado en denunciar que todas las actuaciones ambientales eran inútiles, incluso como medidas transitorias, y se ha abonado a la idea escatológica del «cuanto peor, mejor». Ha pedido también en numerosas ocasiones la descatalogación del Parque Nacional, en la idea de que eso haría reaccionar a la clase política. Pero el ecologismo parece ignorar que esa clase política lo que quiere, en realidad, es desprenderse de la patata caliente de Las Tablas. «Hemos descatalogado el Parque Nacional porque hasta los ecologistas nos lo piden», dirán cuando lo hagan. También ha pedido dimisiones de cargos políticos en varias ocasiones, ignorando que ésa es una medida terminal y que sólo se puede hacer desde una posición de fuerza, posición que el ecologismo no tiene porque sus puntos de vista los comparte muy poca gente. Pero ellos creen que son más, simplemente porque los medios de comunicación hablan a menudo con los ecologistas para llenar «espacio-basura» en periódicos, radios y televisiones.

El ecologismo local (Ecologistas en Acción de Ciudad Real, Movimiento por Las Tablas, Anea) se ha centrado fundamentalmente en atacar al actual director del Parque Nacional. La base real que motiva los ataques es un conflicto personal entre el director y un miembro del personal del Parque. El fundamento ambiental de los ataques, esgrimido por los ecologistas locales, sería la mala gestión ambiental del mismo, gestión que -en general- se ha hecho basándose en recomendaciones científicas. Los malos efectos colaterales que haya podido tener esa gestión son mínimos en comparación con el beneficio global de las actuaciones. El ecologismo local ha olvidado que el problema principal del Parque es la falta de agua y su malísima calidad cuando alguna vez llega, y ese problema no está en manos del Director del Parque el resolverlo.

La administración

La gestión ambiental de la administración es, en el mejor de los casos, ineficaz; en el peor, inexistente. La administración estatal conoce el problema de Las Tablas desde antiguo y ha adoptado algunas medidas, como he señalado más arriba. El único aspecto que ha resultado realmente útil para Las Tablas ha sido el trasvase desde la cuenca del Tajo, que ha paliado en parte los efectos de la falta de agua y de las sequías, pero que no puede ser la solución definitiva para el humedal. Las soluciones han fracasado porque la administración nunca ha tenido una visión global del asunto, el seguimiento de la eficacia de las medidas adoptadas no ha existido y la administración jamás se ha preocupado por hacer cumplir la ley. Además, la relación entre dos organismos-clave, como son la Confederación Hidrográfica del Guadiana (CHG) y el Organismo Autónomo Parques Nacionales (OAPN), ha estado muy lastrada siempre por enfrentamientos personales. Y dentro de cada ente administrativo la organización es medieval: la de reinos de taifas; «yo no me meto contigo y tú me dejas en paz, pero jamás haremos nada coordinado». Todo esto ha dado como resultado una descoordinación absoluta en la gestión de un Parque Nacional donde las competencias sobre el agua las tienen distintos departamentos de la CHG y la gestión cotidiana de aquél, el OAPN. Por esta descoordinación habría que pedir responsabilidades, pero nadie lo ha hecho.

A un nivel superior, de Secretaría de Estado quizá, la concesión de trasvases de urgencia se ha hecho a menudo sin tener en cuenta las necesidades reales de agua y el momento más adecuado para trasvasar. Y no es que no hubiera conocimientos sobre estos aspectos; simplemente se ignoraban. Así, los trasvases de 2007 y 2009, realizados al final de la primavera, casi no han llegado al Parque. Y el agua cuesta dinero. Pero la ciudadanía no busca responsable alguno de esta mala gestión.

También desde instancias superiores se ha auspiciado la compra de terrenos en las cercanías del Parque, con el argumento de que eso reduciría el consumo de agua de riego en su entorno. Esa compra ha resultado muy cara, pero será inútil y un despilfarro económico si la situación ambiental del Parque no mejora, y no lo va a hacer sin ejecutar otras medidas que, por ahora, la administración estatal no ha planteado. Hay, por tanto, responsabilidades a pedir en el futuro si el Parque no se arregla porque -entre otras cosas- se ha usado mucho dinero público en todas las acciones, fallidas, de restauración ambiental.

Al nivel de la administración autonómica, la actuación ha sido inexistente. El principal sector económico de Castilla-La Mancha (CLM) es la agricultura, muy subsidiada, eso sí, y el ejecutivo autonómico nunca ha hecho, ni hará, nada que afecte a los regantes. La expresión «agricultura sostenible» es un abracadabra mágico que no significa nada para la administración autonómica. La agricultura es la de siempre, en parte absentista, en parte a tiempo parcial, y muy despilfarradora del recurso hídrico. La agricultura en CLM debe transformarse, pero la Junta no está haciendo otra cosa que planes y declaraciones cosméticas.

Y cuando surge un problema como el de Las Tablas, que implica a varias administraciones, todas se limitan a descargar sus responsabilidades sobre las otras, sin ponerse de acuerdo. Esto ha sido independiente del color político de cada una, que durante mucho tiempo ha sido el mismo. La frase-mantra es «las competencias las tiene la administración Fulana, no nosotros». O sea, el efecto perverso del estado de las Autonomías. Claro que a la sociedad civil eso tampoco le importa realmente y no exige que se coordinen las políticas entre administraciones.
De cara al exterior, la política real de todas las administraciones ha sido siempre la de no-hagan-olas. «No pasa nada, todo está bajo control, que no se sepa, que no se hable, que se puede crear alarma social y con la que está cayendo…». No quieren reconocer que esto es la política del avestruz, pero se aprovechan de una sociedad desinteresada por el control del patrimonio de todos.

Ese desinterés administrativo está en parte motivado por la edad de los gestores. La mayoría llegó a la administración en los años «80, en plena euforia democrática, deseosos de hacer cosas que mejoraran el país. Ahora todos tienen veinte o treinta años más y sólo quieren vivir tranquilos, sin problemas. Y para eso, para no tener problemas, lo mejor es no hacer nada.

La ciencia

El conocimiento de la realidad es siempre costoso. Hace falta un poco de talento, un mucho de trabajo y un mucho de reflexión. También, algo de dinero, pero no mucho. Pero la realidad es difícil de aprehender. En 2009 sabemos mucho de Las Tablas, pero todavía nos queda mucho por aprender. De todos modos, lo que sabemos es suficiente para hacer una gestión ambiental útil para la conservación del humedal. Y entre las cosas que sabemos está que, o se hace esa gestión a nivel de cuenca hidrográfica o no hay nada que hacer con el Parque.

Una buena demostración de que la ciencia es un florero en España es que los montones de informes científicos realizados sobre Las Tablas, son papel mojado. Nadie los lee y si se leen, nadie intenta aplicar las recomendaciones, salvo alguna contada excepción. Por si fuera poco, la administración ha despreciado un plan de restauración ambiental gradual para Las Tablas, propuesto por el CSIC en marzo de este año.

Ahora bien, esto no quiere decir que no haya científicos tratando de llevar agua a su molino. Desde Sevilla, otros científicos del CSIC no se cansan de decir que Las Tablas no tienen solución y que las inversiones para el Alto Guadiana estarían mejor empleadas en Doñana, como si el desastre ambiental de Doñana y las soluciones que se proponen para el paraje no fueran las mismas que ya han demostrado su inutilidad en otros sitios, dineros del desastre de Aznalcóllar aparte.

Y los gestores ambientales, que son titulados superiores pero viven submarinos en un océano de papeles, desconfían de los científicos.
El futuro de Las Tablas

Con el sentimiento trágico habitual, tan querido para los españoles, ya muchos se han apresurado a decir que la situación de Las Tablas es irreversible. Y sí, será irreversible si se decide que es irreversible y se lanzan campañas mediáticas sobre su irreversibilidad, como se está haciendo en plan apocalíptico desde hace años. Sería una profecía autocumplida. Pero aún no, Las Tablas es una doncella muy correosa. Ha pasado por más incendios de turba, por varios episodios graves de contaminación y por muchos años sin agua. Y sigue resistiendo.

Las medidas de emergencia, como el futuro trasvase de enero de 2010, lanzado a bombo y platillo desde la Secretaría de Estado de Medio Rural y Agua en las pasadas semanas, con el diario EL PAÍS agitando algunas conciencias y rasgándose las vestiduras, ya se sabe lo que pueden dar de sí. Suelen ser el típico globo-sonda que usa el político postmoderno para otear los vientos del electorado. Si luego el viento no sopla, no se hace nada y… a otra cosa. Cuando el personal esté mirando hacia otro lado (al mundial de futbol, por ejemplo), se descataloga el Parque y un problema menos. O bien, las medidas de emergencia pueden llevarse a cabo, pero sólo ésas. Y Las Tablas necesitan un cuidado sostenido durante mucho tiempo si se quiere que sigan siendo un humedal valioso, aunque no vuelva a ser nunca el que conocieron los más viejos del lugar porque eso no es posible ya.

Estoy hablando de política. Y es difícil cambiar una tendencia de la noche a la mañana. La sociedad no está interesada y los pocos interesados están desunidos. Los gestores políticos siguen tan felices porque nadie les exige responsabilidades, aunque se den los clásicos golpes de pecho en público. En estos días, empiezan a oírse voces en el sentido de que la Junta de CLM quiere retirar a Las Tablas la condición de «zona-núcleo» de la Reserva de la Biosfera. Ésta sería una primera medida para acabar sacándolas de un espacio natural protegido que, piensan, mejoraría sin Las Tablas, deshaciéndose así de una patata muy caliente; otra ocurrente aplicación del viejo adagio «muerto el perro, se acabó la rabia».

En fin, las palabras se multiplican exponencialmente, hay una riada de palabras, pero sólo son células cancerosas que necrosan la acción social. El dinero se sigue gastando, y alguien -siempre hay alguien- se beneficia, pero no Las Tablas. Está en las manos de la sociedad cambiar el destino atroz de esta doncella. Pero hay que querer.

NOTAS:

(1) Valdeolmillos, A. 2005. Registro paleoclimático y paleoambiental de los últimos 350.000 años en el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel (Ciudad Real). Tesis Doctoral. Univ. Alcalá. Alcalá de Henares.

(2) Infante don Juan Manuel. 1321-1325. Libro de la caza (cetrería). Edición de José Manuel Fradejas Rueda en 1990 para Editorial Casariego. Madrid.

(3) Alvarez Cobelas, M. y Cirujano, S. (eds.) 1996. Las Tablas de Daimiel: ecología acuática y sociedad. Organismo Autónomo Parques Nacionales. Madrid.

Miguel Álvarez Cobelas es investigador científico del CSIC, experto en ecología acuática. Lleva 18 años estudiando Las Tablas de Daimiel.
CSIC-Instituto de Recursos Naturales, Serrano 115 dpdo., 28006 Madrid, [email protected].

Fuente: http://www.sinpermiso.info/articulos/ficheros/daimiel.pdf