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Lo que Aznar prometía a ETA en 1998

Fuentes: diariodirecto.com

El 2 de octubre de 1998, el presidente Aznar anunció solemnemente, en una comparecencia en las escaleras de La Moncloa, que estaba dispuesto a poner en marcha el proceso de paz si ETA acreditaba de forma inequívoca que su abandono de la violencia tiene carácter definitivo. Aznar se mostró dispuesto a activar las previsiones contenidas […]

El 2 de octubre de 1998, el presidente Aznar anunció solemnemente, en una comparecencia en las escaleras de La Moncloa, que estaba dispuesto a poner en marcha el proceso de paz si ETA acreditaba de forma inequívoca que su abandono de la violencia tiene carácter definitivo. Aznar se mostró dispuesto a activar las previsiones contenidas en el Pacto de Ajuria Enea, en sus puntos 9, 10 y 12, que se refieren a la apertura de un proceso de reinserción de los presos y exiliados de ETA, la apertura de un diálogo entre los poderes competentes del Estado y quienes abandonen la violencia, separado del que mantengan las fuerzas políticas. El proceso de paz incluiría, en una primera fase, la flexibilización de la política penitenciaria, que lleva consigo el acercamiento de los presos a las cárceles vascas, la concesión de terceros grados y, finalmente, indultos.

Este proceso de paz exige la participación de todos los partidos democráticos y, en especial, los firmantes del Pacto de Ajuria Enea. Este anuncio del presidente fue saludado favorablemente por los medios de comunicación, con editoriales respaldando a Aznar por parte de ‘El País’ y ‘El Mundo’. Un mes más tarde, el 3 de noviembre, Aznar da un paso más y anuncia el establecimiento de contactos con interlocutores del Movimiento de Liberación Nacional Vasco, término inusual y rechazado siempre por el Ejecutivo, con el objetivo de «acreditar la voluntad de la organización terrorista de dar los pasos necesarios para abrir un proceso de paz mediante el cese definitivo de la violencia».

El portavoz del Gobierno, Josep Piqué, declaraba que «lo importante ahora es acreditar la voluntad real por parte de ETA de abandonar las armas y de eliminar algunos equívocos que todavía se siguen produciendo, en relación, por ejemplo, a la inquietud de empresarios vascos en cuanto al impuesto revolucionario o episodios de violencia reciente que todavía no han sido condenados». El diario ‘El Mundo’, publica un editorial al día siguiente, titulado «Otro valiente paso de Aznar hacia la paz». Y terminaba con estas palabras: «Ante asunto de tanta trascendencia, los celos partidistas están de más. Si la paz se lograse, nunca será exclusiva de Aznar: corresponderá a todos cuantos la hayan propiciado». Y es que en el PSOE se habían quejado de que esta decisión del presidente del Gobierno de iniciar contactos con ETA, le fuese comunicada previamente al PNV pero no a los dirigentes del Partido Socialista.

El día 5, dos días después, el vicepresidente primero del Gobierno, Álvarez Cascos, pedía a ETA que designase a sus interlocutores para que el Gobierno pueda iniciar conversaciones con esta organización. El Gobierno ya ha dicho quién es el interlocutor: «El propio Gobierno». Ese mismo día, el presidente Aznar, durante la presentación de la revista ‘La aventura de la historia’, se reafirmaba en su propuesta y declaraba estar dispuesto «al perdón y la generosidad» si ETA renuncia definitivamente a las armas. Esto es lo que pasaba en 1998. Nadie, sin embargo, se dirigió a Aznar acusándole de estar «traicionando a los muertos».

No sólo por entablar diálogos con ETA sino por ofrecer a los presos el acercamiento al País Vasco, terceros grados, libertades condicionales, hasta ¡indultos! Es decir, «perdón y generosidad». Ni a la Asociación de Víctimas del Terrorismo se le ocurrió convocar una manifestación en protesta por estas deferencias de Aznar con los terroristas. Ni Aznar se encontró con la cantidad de insultos y descalificaciones que se le han dedicado a Zapatero por pedir, simplemente, al Congreso, autorización para de acuerdo con el Pacto de Ajuria Enea, si ETA manifiesta «una clara voluntad para poner fin a la violencia y da muestras inequívocas», abrir procesos de diálogo «entre los poderes competentes del Estado y quienes decidan abandonar la violencia, respetando en todo momento el principio irrenunciable de que las cuestiones políticas deben resolverse únicamente a través de los representantes legítimos de la volunta popular».

Esto es lo que Zapatero pide: que el Congreso le respalde a iniciar un proceso. No ha hablado de «perdones» ni de «generosidades», ni de «terceros grados» ni de «indultos». Sólo quiere abrir un camino. ¿A qué viene, entonces, tanta algarabía, tanto insulto, tanto despropósito? ¿Qué pretenden los señores políticos del PP y sus medios de comunicación con sus palmeros? ¿Y la Iglesia, con los obispos lanzando homilías con la acusación al presidente Zapatero de «traicionar a los muertos», siguiendo los pasos del señor Rajoy? Y el presidente de la Asociación de las Víctimas, señor Alcaraz, corriendo a convocar una manifestación en contra de que se establezca un diálogo con ETA si ésta abandona la violencia. ¿Por qué el presidente Zapatero no puede iniciar un proceso de paz y el señor Aznar sí? ¿Por qué a Zapatero se le insulta cuando a Aznar se le ensalzaba por hacer lo mismo? Sencillamente, y no le den más vueltas: es que Aznar era uno de los suyos. Usan el terrorismo de forma partidista.