El triunfo de Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil liberó fuerzas retrógradas en la región y acentuó su retroceso. En Europa, Viktor Orbán en Hungría y Matteo Salvini en Italia lideran el ascenso de la derecha extrema en el continente, que en Alemania llevó a la canciller Angela Merkel, caracterizada como moderada, a anunciar […]
El triunfo de Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil liberó fuerzas retrógradas en la región y acentuó su retroceso. En Europa, Viktor Orbán en Hungría y Matteo Salvini en Italia lideran el ascenso de la derecha extrema en el continente, que en Alemania llevó a la canciller Angela Merkel, caracterizada como moderada, a anunciar con tres años de antelación su retiro de la política y a debilitar su liderazgo regional. La situación en Holanda, Polonia o Francia, o el Bréxit en Inglaterra, completan este cuadro que muestra la profunda crisis política que arrastra Europa, agudizada ahora por la ausencia de un liderazgo claro que la oriente. Solo el presidente francés, Michel Macron, cuya popularidad está en caída libre, y la debilitada Merkel se muestran como defensores del multilateralismo.
En todos los casos lo que se destaca es, por un lado, una profunda polarización que conduce a la virtual desaparición del centro político, que pierde espacios, y por el otro que el pacto y la negociación, el juego de los partidos y los sindicatos, pierde entidad. Este es el contexto mundial en que se desenvolvieron las elecciones de renovación de las cámaras de diputados y senadores en EE.UU.
Economía y política
Las relaciones entre la política y la economía no siempre son directas, mucho menos mecánicas. Esto es lo que parece haberse comprobado una vez más en las elecciones de medio término en EE.UU.
La economía norteamericana terminará este año con un crecimiento del orden del 3 por ciento, habiendo creado millones de empleos -claro que de baja calidad- que llevaron la tasa de desocupación a 3,7 -la más baja en 50 años- y los salarios reales crecieron, todo con un boom de inversiones producto de desregulaciones y modificaciones tributarias favorables a las corporaciones y a las industrias contaminantes, y con una baja tasa de inflación. Un combo que articulara positivamente estas cuatro variables macroeconómicas no se veía en el país del norte desde mediados de los años cuarenta del siglo pasado.
Sin embargo la economía no fue el eje del debate propuesto por los republicanos -de hecho Donald Trump no la incorporó como tema central de su campaña- tampoco de la oposición demócrata. Es que en estas elecciones legislativas -se renovaban bancadas en diputados (435) y senadores (35) aunque también estaban en juego gobernaciones (39) y numerosos cargos locales- se puso en debate la gestión y el control del Congreso y también dos concepciones del país.
Por un lado una visión de un país más volcado sobre sí mismo, proteccionista y polarizado internamente que en el plano internacional está reformulando todos los acuerdos alcanzados anteriormente (renegoció el Nafta, canceló el TTP, rompió los acuerdos nucleares con Irán y Rusia, salió del Acuerdo Climático de París, desairó al G7), y por el otro una mirada más global, abierta a la inclusión social y cultural, multilateral en el comercio y en las relaciones entre países (claro que el carácter de dominador imperial no estaba cuestionada por ninguna de las dos visiones). Así estas elecciones fueron profundamente políticas. Fue la política la que arrastró el voto y resultó una suerte de referéndum, tanto de la política doméstica como de la internacional de Donald Trump.
¿Votos de cambio?
Finalmente el recuento de votos arrojó que los demócratas superaron a los republicanos en un 8 por ciento a nivel nacional, apoyados en que la participación electoral fue mayor que en 2015, en la recuperación del voto latino y el voto masivo de las mujeres que tendrán una inédita representación parlamentaria (con su agenda de género, salud, educación y cambio climático). Los demócratas contaron también con el declarado apoyo de Wall Street, algo que no sucedía desde la crisis del 2008 y el apoyo a Barak Obama.
Recuperaron así luego de ocho años el control de la Cámara de Representantes (diputados), con una mayoría que no se veía desde hace más de cuatro décadas. En tanto que los republicanos conservaron y ampliaron su mayoría en el Senado, mantuvieron su primacía en la tradicional zona industrial (el llamado cinturón oxidado), en las áreas mineras y petroleras (beneficiadas por la desregulación de los controles ambientales) y lograron conjurar la rebeldía de los agricultores con el twiter de último momento del presidente informando que habría un acuerdo comercial con China que se consumaría en el marco de la reunión del G20 en Buenos Aires.
El poder estará ahora más equilibrado. Un triunfo republicano en las dos cámaras hubiera convalidado el avance del autoritarismo, la xenofobia y la avanzada antiinmigratoria del trumpismo y fortalecido a los sectores de extrema derecha en el mundo. Por el contrario su derrota total los hubiera debilitado y condicionado fuertemente una posible reelección de Trump en el 2020.
Debilitamiento
Los resultados significan un debilitamiento relativo del trumpismo y su influencia mundial. Los demócratas podrán trabar políticas de estado impulsadas por los republicanos, incluso desempolvar varios juicios al presidente hoy archivados, pero esto no parece que podrá alterar la marcha de la economía doméstica, tal vez sí moderar un poco la política exterior. De todas maneras los republicanos perdieron tres millones de votos y el apoyo del sector financiero a los demócratas puede indicar fracturas al interior del poder económico que ve que la ofensiva arancelaria contra China puede afectar el crecimiento mundial y más adelante la propia acumulación de capital en EE.UU.
Esta recuperación del protagonismo político de los demócratas dará aires a su ala «liberal» (así se les dice en EE.UU. a la izquierda, en algunos casos claramente socialista) que ha obtenido bancas nacionales y estaduales, y mantenido las expectativas de Bernie Sanders rumbo a las presidenciales del 2020. Además fortalecerá las campañas por políticas de salud y educación pública.
No es un dato menor que Donald Trump es, según la Agencia Gallup, el presidente con menor popularidad (40 por ciento) desde 1938. Faltan dos años para saber si se presentará con posibilidades a un nuevo período presidencial. La moneda está en el aire.
Eduardo Lucita: Integrante del colectivo EDI (Economistas de Izquierda).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.