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Los fundamentalistas desconfían de Obama

Fuentes: El Mundo

Familiares y amigos transportaban el cádaver de un miembro de Fatah, asesinado a tiros en Ain al Hilweh, el pasado viernes. 11 de noviembre de 2008.- Mientras medio mundo celebraba la histórica victoria de Barack Obama en Estados Unidos, en uno de los kilómetros cuadrados más densamente poblados del mundo y más dependientes de la política […]

Familiares y amigos transportaban el cádaver de un miembro de Fatah, asesinado a tiros en Ain al Hilweh, el pasado viernes.

Familiares y amigos transportaban el cádaver de un miembro de Fatah, asesinado a tiros en Ain al Hilweh, el pasado viernes.

11 de noviembre de 2008.- Mientras medio mundo celebraba la histórica victoria de Barack Obama en Estados Unidos, en uno de los kilómetros cuadrados más densamente poblados del mundo y más dependientes de la política exterior de Washington cuesta sacar su nombre.

«Obama y Bush son lo mismo, ya hemos visto 47 presidentes [en realidad, 44] y ninguno benefició a la causa palestina«, recelaba Abu Yussef, un barbudo de 36 años jefe militar de Ansar Allah, uno de los grupos armados extremistas del campo de refugiados de Ain al Hilweh, el más grande del Líbano.

«Además, ¿qué clase de tipo es éste que renuncia a ser musulmán y acaba de nombrar como principal asistente a un judío? No podemos esperar nada bueno de él. Al menos McCain era más claro que Obama», continúa ante el asentimiento de uno de sus hombres.

Como Abu Yussef, los fundamentalistas de Oriente Próximo se muestran escépticos ante el posible cambio que pueda implicar el relevo en la Casa Blanca para su causa o sus problemas internos. «Las fundaciones norteamericanas no se vinculan a una persona, y su apoyo a Israel está muy claro, así que no veremos ningún cambio», explica Jamal Khattab, fundador del grupo salafista Al Harakat al Islamiya, para quien el relevo en la Casa Blanca no pondrá fin a la lucha yihadista contra EEUU. «Cuando fue atacado, EEUU pidió apoyo a todos los países de su comunidad; igual tenemos que hacer los musumanes, apoyarnos entre nosotros para luchar en su contra».

La victoria de Obama parece incluso haber decepcionado a los más radicales. A mediados de octubre, un comunicado vinculado a Al Qaeda llamaba a agotar «económica y militarmente a Estados Unidos» con un atentado que garantizase la victoria de McCain. «Se requiere la presencia de un líder tan impetuoso como McCain, que promete continuar la guerra hasta el último soldado norteamericano. Por ello, apoyamos a McCain en las próximas elecciones para que continúe el fallido camino de su predecesor Bush», se explicaba en el comunicado online.

Entre los extremistas libaneses, la opción no estaba tan clara. Ni siquiera entre los moderados lo está. «Ser blanco o negro no supone diferencia alguna. Los cambios que se ven en Afganistán e Irak son resultado de la fuerza, pero en Palestina no habrá cambios. Republicanos y demócratas son las dos caras de una misma moneda», decía con parsimonia Munir al Maqdah, líder de Al Fatah en Ain al Hilweh, el reducto más extremista del Líbano además de la convulsa Trípoli, otro núcleo de salafistas.

Capital de Al Qaeda

Tras lo sucedido en Nahr al Bared en 2007, cuando una facción radical se enfrentó contra el Ejército libanés reduciendo a ruinas el campamento, hogar de 40.000 palestinos, cada crimen, ataque o tiroteo acontecido en Ain al Hilweh, calificado de la ‘capital de Al Qaeda’ en el Líbano por la presencia de grupos extremistas afines a Bin Laden, hace temer otra rebelión yihadista.

Son 18 las facciones armadas que se disputan el poder en este miserable reducto urbano de un kilómetro cuadrado, donde caben barrios integristas y zonas considerada ‘tierra de nadie’ controladas por radicales fuera de control.

La penuria combinada con el extremismo que propagan algunas mezquitas -hay 11, cada una vinculada a una facción- permiten que todos los grupos tengan sus adeptos, y parece haber lugar para todos: los muros están empapelados con fotografías de personajes tan dispares como el ex dictador Sadam Husein, el líder de Al Qaeda Osama bin Laden, el ex presidente Yasir Arafat, los líderes de Hamas y, en menor medida, la imagen de Hassan Nasrala, líder de Hizbulá.

Para que la coexistencia sea posible, Al Fatah, principal fuerza, trabaja en colaboración con 16 organizaciones mediante ‘comités de seguimiento’ encargadas de dialogar antes que utilizar las armas e impedir que extremistas ajenos al campo se hagan fuertes en su interior, como ocurrió en Nahr al Bared. En los comités no se incluye a Jund al Sham, los Soldados de Levante, una escisión de Osbat al Ansar [principal organización salafista palestina del Líbano] enemiga acérrima del Ejército libanés y de Al Fatah que se ha enzarzado en un enfrentamiento interminable con los oficialistas palestinos.

Diferencias políticas

En los últimos seis meses, una veintena de militantes de una y otra facción han muerto en los tiroteos o atentados que con demasiada frecuencia sacuden el campo. La última víctima fue un miembro de Al Fatah, Khodr al-Khati, cuyo entierro convocó a un centenar de hombres el pasado viernes. Aunque las autoridades afirman que su asesinato no está vinculado con el grupo salafista, su féretro fue paseado por el campo a los compases de un grito: «Jund al Sham son enemigos de Dios», coreaban los participantes mientras algunos tomaban posiciones con sus fusiles automáticos para proteger el cortejo de los yihadistas, atrincherados en el otro extremo del campo.

El sheikh Jamal al Khattab, líder de Al Harakat al Islamiya, en su despacho de la mezquita An Nour.

El sheikh Jamal al Khattab, líder de Al Harakat al Islamiya, en su despacho de la mezquita An Nour.

En la mezquita de An Nour, el sheikh Jamal al Khattab, líder del grupo salafista Al Haraka al Islamiya, rebajaba la gravedad de los llamamientos a consumar la venganza. «Por supuesto, detrás de cada crimen hay diferencias políticas pero por lo general se limita a personas y no se traslada al campo», tranquiliza Khattab, mediador entre las facciones y objeto de al menos un atentado, el mes pasado. A su grupo se le atribuye el envío de varios combatientes a Irak, donde murieron «luchando contra la ocupación». El sheikh admite saber de «10 o 15 jóvenes que buscaban emociones fuertes y marcharon hace cuatro o cinco años», pero asegura que el fenómeno ya ha parado. Jamal al Khattab sí confía, como otros líderes islamistas, en que Obama cumpla su promesa de retirada de Irak, aunque eso no le haga mejor a sus ojos. «Se marchará de Irak pero ya ha dividido el país. Debemos luchar contra cualquier país de ocupación».

«Para mucha gente normal del mundo árabe y musulmán y algunos islamistas, así como algunos radicales, resulta mucho menos hostil alguien llamado Barack Hussein Obama, cuyo padre es de Kenia y de piel negra, porque no se le puede etiquetar inmediatamente como colonialista blanco o cruzado cristiano», explica Paul Salem, director del centro de estudios Carnegie en Beirut. Su fundación ha realizado numerosos estudios que inciden en el rápido crecimiento de los movimientos armados salafistas, como demuestran las últimas detenciones efectuadas por el Ejército libanés en el campo de refugiados palestino de Badawi, donde una célula ha sido acusada de estar tras varios de los atentados contra el Ejército e incluso del ataque suicida acontecido en Siria.

El propio secretario general de la ONU Ban Ki Moon ha expresado su preocupación por la rápida expansión del radicalismo islamista en el Líbano, donde miseria y las escasas perspectivas de futuro abonan un terreno propicio para el extremismo. Los grupos radicales se limitan a desarrollar una red de escuelas religiosas y centros sociales que combata la desidia del Estado libanés y aporte nuevos reclutas a su ideología.

Fuente: http://www.elmundo.es/elmundo/2008/11/10/orienteproximo/1226334615.html