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Entrevista a Manuel Cañada, escritor y activista

«Los movimientos sociales tienen mayor potencia transformadora que los partidos y los sindicatos»

Fuentes: Ctxt

Sus batallas agradan a unos y disgustan a otros, pero es un hecho incuestionable: vivir para Manuel Cañada, Manolo para quien le conoce, es encadenar luchas entre una revolución y otra. Uno de sus frentes es su empeño por rescatar del olvido el 25 de marzo extremeño de 1936, cuando el campesinado se levantó para […]

Sus batallas agradan a unos y disgustan a otros, pero es un hecho incuestionable: vivir para Manuel Cañada, Manolo para quien le conoce, es encadenar luchas entre una revolución y otra. Uno de sus frentes es su empeño por rescatar del olvido el 25 de marzo extremeño de 1936, cuando el campesinado se levantó para cambiar la tierra de manos. Es un pensador comprometido con la rebelión: no piensa teorías, piensa la existencia. Tiene la mochila repleta de revueltas. Y rebosa reflexiones, que va introduciendo en cada conversación con la cita al autor o autora correspondiente. Como un libro abierto, habla siempre con pasión. Y gesticula mucho, aunque en este caso no pueda apreciarse porque la extensa entrevista es por teléfono.

Cañada reside en Mérida, pero ahora está en el camino, aquel por el que transcurre la Marcha Básica: 350 kilómetros a pie entre León y Madrid, para exigir el fin de la precariedad y por el establecimiento de una renta básica suficiente (nunca por debajo del umbral de la pobreza: 674 euros), incondicional, individual y universal. «Hacemos un llamamiento a que todos los parados y precarios vayan a Madrid el sábado 24 de marzo. Vamos a intentar que sea un momento más de la necesaria rebelión-revolución ciudadana. Queremos derrotar la política de la miseria y reclamamos la dimisión del Gobierno», incide tras acabar una jornada de mucho frío y nieve («la gente del Sur estamos poco acostumbrados»), que le ha llevado por San Rafael (Segovia) junto a medio centenar largo de compañeras y compañeros de travesía y reivindicaciones. Etapa número 11 de las 15 previstas, antes de su entrada en la capital.

Coordinador general de IU en Extremadura entre 1995 y 2003, acaba de publicar un libro recopilatorio: La dignidad, última trinchera (Viejo Topo), en el que el autor del epílogo, el historiador Juan Andrade, destaca cómo su mayor empeño es construir una comunidad para «acompasar lucha y pensamiento». Porque, además de escribir, es habitual en las luchas ciudadanas: es uno de los motores de los Campamentos Dignidad.

¿Cómo va el camino?, ¿está siendo duro?

Una marcha siempre es una forma de acción bastante dura. Elegir este tipo de movilizaciones tiene precisamente que ver con mecanismos de solidaridad. Son los pies de uno mismo los que se dañan, y el esfuerzo y sacrificio generan solidaridad. Es una máquina de producir comunidad.

Hace precisamente cuatro años, en marzo de 2014, tuvieron lugar las Marchas por la Dignidad. ¿Qué lecciones quedaron de aquella acción?

Las Marchas por la Dignidad fueron, junto con el 15-M, uno de los dos grandes momentos de confrontación con el Régimen del 78 desde el inicio de la crisis. La experiencia nos ha demostrado que la ilusión electoral que salió de todo aquello tenía unos límites enormes. Después de todo lo que se construyó antes y después, hemos vivido un cierto pesimismo que se ha acabó instalando en la población. Es precisamente lo que estamos combatiendo. Queremos dar continuidad a aquel espíritu reivindicativo. Fue difícil darle continuidad entonces porque el resultado de las elecciones europeas lo cambió todo y desvió el escenario hacia lo representativo, lo institucional. Es una lección que nos llevamos. Seguramente también sea necesario un espacio de representatividad, pero está demostrado que era idea muy ilusa, que la representatividad no es más importante que la movilización social. Sin la movilización social y las comunidades de lucha popular no hay cambio posible

Da la impresión de que, al menos mediáticamente, el impacto de esta Marcha Básica es menor. ¿Os sentís escuchados?

El seguimiento no es equiparable. Pero ya lo teníamos hablado con los compañeros: las actuales son más marchas de siembra, de simiente, que de protesta. Uno de los mantras que tenemos combatir es el del pesimismo. Lo que encontrábamos entonces y encontramos nuevamente ahora es la generosidad de la gente más humilde, un aura de fraternidad.

Una de las reivindicaciones clave de esta Marcha es la Renta Básica Universal (RBU). ¿No corre el riesgo de convertirse en una utopía desmovilizadora, defendida por instancias como el FMI (Fondo Monetario Internacional)? ¿La RBU es un sujeto popular o un reclamo del capital?

Es uno de los desafíos a los que nos queremos enfrentar. La RBU está en una encrucijada: o adquiere papel funcional al capitalismo de nuestros días o adquiere una capacidad emancipatoria. Estamos ante esa tesitura. Si viene de la mano de los poderes, implicará una destrucción de lo poco que queda del Estado del bienestar, con una visión más individualista y un mecanismo de autocontención, un parche, que evite la implosión de este sistema que está en crisis estructural. Pero si viene de la mano de la movilización de la gente y desde un cuestionamiento al sistema, que aboca a una parte importante de la población a la miseria, se convertirá en una propuesta con capacidad transformadora.

Hasta ahora, la RBU era una propuesta teórica sostenida efectivamente como una especie de utopía, una fórmula defendida por especialistas o bien por grupos militantes pequeños. Pero nuestro movimiento ha conseguido que, por primera vez, la RBU camine sobre la clase obrera y los sectores más precarizados. La segunda novedad es que no se plantea desgajada de otros derechos sociales, sino como elemento central. Hay cinco puntos reivindicativos: esta RBU con la esencia del cumplimiento de La Carta Social Europea se hermana con la exigencia de un trabajo digno, pensiones decentes, garantía de una vivienda digna, además de una educación y una sanidad públicas.

Lo que ha cambiado desde hace una década es que hoy atraviesa una fase distinta: el debate ya no es renta básica sí o no, sino qué tipo de renta básica se va a aplicar o queremos.

Y en esta tesitura de rentas básicas en plural, ¿cuáles son las líneas clave de la RBU que defendéis?

Nos enfrentamos a tres adversarios de la renta básica emancipatoria: el asistencialismo de las rentas mínimas autonómicas de reinserción, muy parecidas en todo el Estado. Es un auténtico atraco, una estafa sostenida a base de mucha propaganda, un regateo de la concesión y un mecanismo de control de la gente más humilde. Todos los servicios sociales se ponen al servicio de algo que es muy funcional para el sistema: intentar poner un muro entre las clases medias y los sectores más excluidos.

El segundo adversario es el laboralismo, la mentalidad de que ‘quien no trabaje que no coma’, que es una auténtica tortura psicológica para la población. No podemos olvidar datos como que la tasa de mortalidad entre los parados es tres veces superior a la de los trabajadores en activo; o pensemos en los suicidios: se hablaba de 8 suicidios por día al inicio de la crisis, cuando hoy son 11; por no hablar de cómo se ha disparado la venta de ansiolíticos o las consultas en los centros de salud mental. El laboralismo es una tremenda enfermedad. Hace años se hablaba de absentismo como un problema en los centros de trabajo y hoy los profesionales de la salud laboral hablan del presentismo.

Y el tercer adversario es la renta básica liberal, que acarrearía esa destrucción e individualización de la que hablábamos antes.

Recientemente has publicado La dignidad, última trinchera, en el que enarbolas la bandera de la dignidad. Acaso ¿no es un concepto vacío, susceptible de ser rellenado ideológicamente desde diferentes puntos?

Es difícil. En estoy con [la filósofa] Marina Garcés: el concepto de la ‘dignidad’ es difícilmente asimilable, difícilmente se puede traficar con él. No solamente implica un discurso y una teoría, sino también poner el cuerpo; y está relacionado con los derechos humanos. Ha sido un concepto motor que ha estado muy presente en todos los movimientos populares de los últimos años: los indignados, las Marchas de las Dignidad… No es un significante vacío que se pueda rellenar de cualquier manera.

Además, tiene un matiz de clase muy importante. Y en ese sentido, me gusta recordar aquello que decía Marx: «El proletariado, si no quiere ser tratado como escoria, necesita tanto del pan como de la dignidad». Es un concepto que tiene que ver con la ciudadanía y con la clase. La dignidad es, decía [la también filósofa] Raquel Gutiérrez, el punto donde se inician la autonomía moral y la autonomía política, donde se inicia la liberación del que te humilla, del que te esclaviza. Es difícil que el poder utilice la dignidad, aunque trata de hacerlo. Es un concepto aliado de la gente de abajo.

Una de las reflexiones que haces en el libro es si, en un momento de crisis como el actual, «la respuesta puede venir de la periferia, de la España vacía y vaciada, de los ecos del mundo». Enlazando esa pregunta con tu tierra, ¿está vacía Extremadura?, ¿es una de esas periferias?

Creo que sí. Y las revoluciones siempre se producen donde menos se espera. Solo hay que recordar Chiapas, o las revoluciones de China y de Cuba. Porque allí donde se esperan las revoluciones, interviene concienzudamente el poder. Hay un excedente comunitario y de comunidad en territorios como Extremadura, que tienen mucho que decir a la hora de organizarse: esa conciencia de pueblo trabajador, de abajo, incluso del mundo campesino.

Ese mundo campesino, su capacidad revolucionaria, ha sido muy menospreciado por la izquierda; ha sido visto como un mundo conservador… creo que no es verdad. De la España vacía no solo puede venir del Le Pen de turno, como está ocurriendo en Francia. Si la izquierda no es capaz de organizar lo comunitario, si no se organiza la clase, se organiza la nación, por decirlo a lo bestia.

El domingo 25 de marzo se cumplen precisamente 82 años del día que Extremadura se levantó. ¿Qué queda de aquel espíritu reivindicativo?

Me he llevado una alegría enorme de que gente muy joven ponga en pie la bandera del 25 de marzo, porque esa fecha, lo que representa, explica qué ha sido y qué es Extremadura. El problema es que no lo saben ni los extremeños ni los españoles en general. ¡En Extremadura hubo una revolución! La gente cuenta las historias de las comunas de Aragón, de las colectivizaciones… ¡en Extremadura fue más grande y de más envergadura!

Fue una revolución pacífica, con tres momentos que ha descrito muy bien el historiador Víctor Chamorro: la huelga de junio de 1934, una huelga general en el campo que se salda con 13.000 detenidos y 600 encarcelados fuera de Extremadura; es la derrota porque la huelga fracasa. El segundo momento es el triunfo del 25 de marzo de 1936, el momento de transformación de las relaciones de la propiedad de la tierra, de las relaciones feudales, con ocupaciones en 280 municipios y 3.000 fincas. Y el tercer momento es la represión brutal de los señoritos, la venganza: la matanza de Badajoz, en agosto de ese mismo año.

Lucha y derrota. Organización y victoria pacífica y tenaz. La brutalidad y canallada de la matanza de Badajoz. Es el resumen que explica la historia de Extremadura, ese país amargo.

Escribes en el libro que la región aún no se ha sacudido los vasallajes del caciquismo y que el clientelismo es su segunda piel. Es una lectura muy dura de las cuatro décadas de saqueo a Extremadura. ¿Qué la diferencia de otras comunidades?

La Extremadura actual solo puede ser definida con tres palabras, como recordó hace poco [el investigador] Ángel Calle: paro, migración y clientelismo. Somos la comunidad con más gente fuera que dentro de su tierra: más de un millón de habitantes. Tras la Guerra Civil sufrimos una represión brutal, superior incluso a la del resto del país, sobre todo en Badajoz. Y a partir de los años 50 hubo un proceso migratorio que nos desangró. 26.000 jóvenes se han largado el último año, algo escandaloso. Debería dar vergüenza a todos y cada uno de los políticos que hay en Extremadura.

Esa misma Extremadura mantiene signos de la solidez del poder: Vara el 8 de septiembre sentado en Guadalupe con el arzobispo de Toledo y con la delegada del Gobierno Cristina Herrera (PP); el mismo Vara recibiendo al jeque árabe que ha comprado, o que le han regalado, terrenos en Badajoz y Olivenza… Esa Extremadura sumisa sigue perviviendo, en una clara continuación del servilismo. Pero al mismo tiempo se dan otros movimientos: la oposición a la refinería, el Campamento Dignidad, la oposición al proyecto Valdecañas… Es la huella de un camino alternativo posible. Por eso tiene tanta importancia el 25 de marzo, porque es un momento fundacional de la identidad del pueblo extremeño.

En ese resurgir de movimientos, apuestas por recuperar el sindicalismo, aun en un contexto de desvertebración laboral y en el que la situación de muchas personas hace que los sindicatos tradicionales no tengan capacidad de acción.

Estamos en los inicios de un tiempo nuevo. Los últimos terremotos de movilización popular así lo indican. En el mundo sindical está habiendo unos cambios son enormes. Otra cosa es que las grandes estructuras no quieran tomar nota de ello. Para empezar, están surgiendo plataformas y mecanismo de unidad alternativos: las kellys, los estibadores, las trabajadoras de la ayuda a domicilio… Son exponentes de un cambio de la estructura productiva, mucho más terciarizada, con un sector terciario feminizado. Y ahí empieza a surgir un sindicalismo nuevo que desborda al tradicional de CCOO y UGT, dándose algo impensable hace diez años. Tanto el repertorio de lucha como el modo de organización sindical, incluso dentro de las empresas, está cambiando. Y no digamos lo que se llama el sindicalismo social, el que se produce fuera de la empresa, con ejemplos como la PAH [Plataforma de Afectados por la Hipoteca] y el Campamento Dignidad. Son sectores que en su mayoría son clase trabajadora, obrera. Hay una organización más allá de la empresa que aborda la vida del trabajador fuera de su situación laboral o de la ausencia de ella.

Con una tendencia inversa a la del sindicalismo, el feminismo sí parece estar aglutinando esa capacidad de organización y movilización popular, como demostró el 8 de marzo la huelga feminista.

El movimiento feminista no es solo movilización popular, sino algo mucho más consistente, un movimiento que va a la raíz de otro sistema de dominación que es el patriarcado y que empieza a revolucionar también las relaciones cotidianas, la vida cotidiana. El feminismo es crucial. En diferentes sentidos, a muchos de los movimientos populares todavía nos cuesta mucho organizar nuestra práctica cotidiana a la hora de organizar el reparto de papeles, las reuniones… todavía estamos presos de una dinámica que nos supera. Afortunadamente, todo eso está siendo cuestionado y va cambiarnos a todos, individual y colectivamente. Hay un trabajo tremendo del que tenemos que aprender. El movimiento feminista es un ejemplo y un espejo en el que mirarse de cómo trabajar y de cómo hacerlo uniendo de reformismo y revolución, uniendo poner el dedo en la llaga a cuestiones muy inmediatas, como puede ser la brecha salarial, pero al mismo tiempo cuestiones que tienen que ver con los cuidados o con la reorganización del conjunto de las relaciones sociales.

Tu nombre, tus luchas y acciones son conocidas en Extremadura, pero menos fuera. Y tu trayectoria resulta cuanto menos llamativa: pocos exdiputados de la ‘vieja guardia’ han pasado por el paro o han sido teleoperadores después de dejar la política; por otro lado, comparada con las políticas y políticos que desde los movimientos han entrado en las instituciones en los últimos años, tu camino ha sido el inverso: de la Asamblea de Extremadura hasta 2003 a la militancia a pie de calle.

Mi trayectoria no la he elegido yo. En estas tres décadas largas me he ido ligando a lo que pensaba que tenía más potencial de transformación y ya está. Es la trayectoria que ha tenido otra gente ligada a la izquierda a los movimientos sociales en este país. Yo he tenido ese privilegio, el triple privilegio de vivir y participar en lo que han sido las puntas de lanza en cada momento, pero también hay otra gente. Sí he tenido el lujo de primero participar en lo sindical, cuando CC.OO. era un sindicato asambleario y muy luchador, allá por los años 80; y el lujo de haber participado en Izquierda Unida, en la etapa de Julio Anguita, el momento en que IU era más consecuente y tenía un perfil más alternativo. Desde el 2000 estoy en movimientos sociales. Y para mí no es un camino reversible. Los movimientos sociales tienen una potencia más transformadora que los partidos y que los sindicatos. Son los hacedores de la transformación social.

Si el poder de transformación está en los movimientos sociales, ¿qué capacidad le queda al representativo? ¿Qué margen de maniobra le queda al sistema parlamentario actual?

Mucho menos de lo que se piensan los especialistas en maquinarias de guerra electorales. Los sistemas representativos tienen mucha capacidad para anular e integrar. Es la lección de América Latina en la que insiste [el sociólogo y vicepresidente boliviano] García Linera: la importancia de la democracia plebeya, frente a la democracia representativa, una democracia fósil. En nuestros países europeos está mucho más mortificada que en América Latina. A lo que hay en España y en Europa le llamamos democracia porque han conseguido hacer ver a la gente que eso es democracia. Pero lo que hay es una visión muy restrictiva de lo que es la democracia. Sería más conveniente que la gente de las izquierdas transformadoras y la gente que quiere cambiar de verdad las cosas dedicara más tiempo y medios a organizar por abajo, a organizar la sociedad por abajo. Al final eso es lo que permite que haya realmente cambio. Lo otro tiene unos límites enormes, con la cooptación de una parte de esas nuevas elites políticas incluida. Las cartas de la democracia representativa están marcadas. No querer verlo es engañarse y engañarnos a todos.

Para terminar, con tantos kilómetros y tantas luchas en la mochila, ¿estás cansado?

Estoy muy cansado, hoy más que otros días. En cada momento hay que ver cómo se es útil. Me siento muy a gusto participando en los movimientos, pero claro que es cansado porque a veces es una tarea muy ingrata. Esta Marcha Básica, por ejemplo, no está atada con billetes sino con el coraje y la generosidad, sin medios, de la gente común. Y eso genera cansancio, pero también me hace estar muy contento de estar donde estoy y tener el orgullo y el lujo de conocer a un montón de compañeros y compañeras, con más dignidad que todos los mangantes con corbata de este país. Estoy cansado pero, mientras pueda, contribuiré a que se pongan en pie experiencias de lucha como los Campamentos Dignidad, la Marea Básica, la Marcha Básica y todo lo que hemos puesto en pie en los últimos años.

Fuente: http://ctxt.es/es/20180321/Politica/18547/25-marzo-extremadura-manuel-ca%C3%B1ada-activismo-marcha-basica-RBU.htm