Traducido para Rebelión por Germán Leyens
La historia de la política exterior, especialmente después de la II Guerra Mundial, es una de sangrientas intervenciones represivas. La mayoría de los estadounidenses sufrirían un choque al oírlo. La diferencia entre lo que ellos piensan que los gobernantes de EE.UU. hacen en el mundo, y lo que esos gobernantes hacen en realidad, representa una de las grandes victorias de la propaganda en la historia moderna. Veamos algunos hechos:
Los líderes de EE.UU. profesan una dedicación de la democracia, pero durante los últimos 50 años el estado nacional de seguridad de EE.UU. ha sido una fuerza fundamental en el derrocamiento de gobiernos reformistas democráticos en Guatemala, Guayana, República Dominicana, Brasil, Chile, Uruguay, Siria, Indonesia (bajo Sukarno), Grecia (dos veces), Argentina (dos veces), Haití (dos veces), Bolivia. y en otros países (todas estas listas son incompletas) – para reemplazarlos por regímenes militares pro-capitalistas que pusieron sus mercados, sus recursos y su mano de obra barata a disposición de los inversionistas corporativos de EE.UU. bajo condiciones totalmente favorables para estos últimos.
Los gobernantes de EE.UU. han realizado activamente acciones clandestinas o guerras mercenarias por encargo contra gobiernos populares revolucionarios en Cuba, Angola, Mozambique, Etiopia, Sud-Yemen, Nicaragua, Camboya, Timor Oriental, Sáhara Occidental, y otros sitios.
Los gobernantes de EE.UU. han tratado activamente de subvertir o desestabilizar por otros medios a gobiernos reformistas en Egipto, Líbano, Perú, Irán (bajo Mossadegh), Siria, Zaire (bajo Lumumba), Jamaica, Venezuela, las Islas Fiji, y Afganistán (antes de que los soviéticos hubieran entrado al país).
Desde la II Guerra Mundial, invasiones directas o ataques aéreos de EE.UU., o las dos cosas, utilizando fuerzas armadas de EE.UU., fueron realizados contra Vietnam, Cuba, República Dominicana, Corea del Norte, Laos, Camboya, Líbano, Granada, Panamá, Libia, Líbano, Yugoslavia, Somalia, e Irak (dos veces).
Y veamos los costos humanos:
* Más de cien mil personas han perecido en Irak durante los últimos catorce años de bombardeos, sanciones, invasión y ocupación.
* Aproximadamente 10.000 personas fueron matadas por la incursión militar de EE.UU. en Somalia.
* Tres millones de muertos en Vietnam, 200.000 desaparecidos.
* Cerca de medio millón de muertos en Laos, y más todavía en Camboya.
* Un millón masacrado en Indonesia y 300.000 en Timor Oriental.
* Unos 80.000 muertos en El Salvador.
* En Guatemala, el presidente Clinton reconoció tardíamente, 205.000 fueron asesinados por los escuadrones de la muerte y los programas de exterminio de un ejército guatemalteco que fue entrenado, equipado, y financiado por Estados Unidos.
* Más de un millón de personas murió en Mozambique y unos dos millones en Angola en guerras de desgaste patrocinadas por la CIA.
* En todo el Medio Oriente, – en Turquía, Irak, Irán, Egipto, Siria, Arabia Saudí, Palestina, y Líbano — movimientos populares han sido aplastados y se ha apoyado a gobernantes autocráticos.
Y deberíamos agregar a los muchos millones más que sufrieron la pérdida de sus seres queridos, y la miseria de heridas y mutilaciones, del duelo, del empobrecimiento, y del dolor, enfrentados a la destrucción de sus economías e infraestructuras, la pérdida de la felicidad futura.
La intervención de EE.UU. en África es una historia de por sí. A través del Banco Mundial y del FMI, los dirigentes de EE.UU. han demolido las economías africanas, incluso sus sectores de salud pública y de la educación. La mayoría de las naciones africanas se han sumido en una estructura de deudas que los convierte en peones ante los inversionistas occidentales. Los dirigentes de EE.UU. han alimentado once guerras en el continente africano, que resultaron en la muerte de unos siete millones de personas y en millones más enfrentados al hambre y a una pobreza en permanente aumento.
Washington ha suministrado armas y entrenamiento militar a 50 países africanos (de un total de 53), ayudando así a que África se convierta en la región más desgarrada por la guerra del mundo.
Las naciones africanas son tanto más arrasadas por la guerra y afectadas por la pobreza, mientras más dispuestas se muestran a vender su mano de obra y sus abundantes recursos naturales a precios de remate a Estados Unidos y a otros intereses occidentales. Casi un 80 por ciento de los minerales estratégicos que requiere EE.UU. son extraídos de África, incluyendo cobalto, platino, oro, cromo, manganeso, y uranio; ingredientes indispensables para fabricar motores a reacción, vehículos automóviles, misiles, componentes electrónicos, hierro y acero.
África también cubre un 18 por ciento de las importaciones de petróleo de EE.UU. (en comparación con un 25 por ciento del Medio Oriente), y hay nuevas reservas aún no explotadas. Según el Grupo de Iniciativa Política del Petróleo Africano (compuesto de representantes de la administración Bush, de la industria del petróleo, el Congreso, y algunos asesores extranjeros). Washington tiene la intención de establecer una estructura regional de comando militar en África «que podría generar importantes dividendos en la protección de las inversiones de EE.UU.»
Al realizar estas intervenciones, los militaristas de EE.UU. han empleado los métodos más horrendos, incluyendo bombas de dispersión, uranio empobrecido (usado ampliamente en Irak y Yugoslavia) y defoliantes químicos como el Agente Naranja utilizado en cerca de una docena de países. Además, han impulsado el tráfico de drogas: heroína en Afganistán y cocaína en Latinoamérica. Y los gobernantes de EE.UU. han apoyado a escuadrones de la muerte, a equipos de asesinato y de tortura contra dirigentes disidentes, sindicalistas, clérigos, estudiantes, maestros, poblaciones campesinas. Han utilizado el control financiero del FMI, del Banco Mundial, de la OMC, y de otras agencias similares para imponer implacables recortes, privatizaciones, sanciones y embargos, contra las naciones endeudadas.
Todas éstas no son sólo listas de injusticias confeccionadas a partir de mi propia imaginación. Es todo de conocimiento público (aunque, claro, algunas partes del conocimiento público son mucho menos públicas que otras).
Ahora bien, no existe ningún «estado canalla», ni «eje del mal», ni país comunista que posea un historial de agresión criminal contra otras naciones y pueblos como el perpetrado por los gobernantes de EE.UU. Pero no basta con denunciar estas acciones. También tenemos que tratar de explicarlas.
Si hemos de creer a los gobernantes de EE.UU., intervienen para defender la democracia, derrotar la agresión, combatir el terrorismo, rescatar a una nación sitiada, derrocar a un tirano corrupto y brutal, etc. ¿Cómo determinamos si esto es verdad o mentira? El problema es que estamos discutiendo intenciones y motivos. Pero nadie ha visto jamás una intención o un motivo. Constituyen algo no-empírico. Un motivo es siempre atribuido, deducido o inferido.
Desde luego, existen refutaciones empíricas de ciertas afirmaciones de intención. Cuando los gobernantes de EE.UU. dicen que atacan a Irak por sus vínculos con al Qaeda o sus armas de destrucción masiva. Es ésta una declaración de motivo que se basa en evidencia empírica o, en este caso, evidencia ausente.
Cuando los gobernantes de EE.UU. dicen que bombardean Yugoslavia para detener la limpieza étnica en Kosovo, puedo señalar que el masivo éxodo de Kosovo comenzó después del inicio de los bombardeos y que los refugiados albanos dicen que huyeron por los bombardeos. Así que, de nuevo, tenemos evidencia que sugiere algo contrario de lo que profesan los que hacen la guerra. O, cuando los gobernantes de EE.UU. dicen que bombardearon Yugoslavia por la «matanza genocida» de 100.000 albanos, y que cientos de víctimas fueron lanzadas a las minas Trepca, podemos señalar que (a) la guerra comenzó mucho antes de que se hiciera pública esta información, (b) los 100.000 cadáveres jamás fueron encontrados, ni en las minas Trepca ni en algún otro sitio, y (c) de los muchos miles de cuerpos encontrados, generalmente no se determinó la causa de la muerte o la nacionalidad.
Sin embargo, semejante refutación podría revelarnos que la declaración original fue errónea o engañosa, pero no demuestra la intención en sí. ¿Cómo decidimos quién dice la verdad? No podemos realizar ensayos de laboratorio con la historia, pero podemos observar modelos y regularidades repetitivas. Podemos observar que todo líder o movimiento político o nación que trata de divergir del sistema global de libre mercado, que persigue algún tipo de política redistributiva para su población en general, que intenta utilizar su tierra, su mano de obra, capital, recursos naturales, y mercados de maneras que contribuyen al auto-desarrollo, a la auto-definición, es objeto de satanización, es denigrado como si fuera una amenaza para la estabilidad regional, es llamado corrupto, opresivo, o simplemente, sin explicación alguna, «anti-estadounidense» o «anti-occidental».
No hay nada particularmente original en este panorama intervencionista. Una y otra vez éste o aquel liderato es identificado como una maligna amenaza y su país como un estado canalla; luego los dirigentes de EE.UU. afirman su derecho a debilitar el gobierno de ese país con sanciones, embargos comerciales, sabotaje económico, desestabilización subversiva, paramilitares mercenarios, o si es necesario ataques aéreos e invasión directos de fuerzas de EE.UU. Esta fórmula ha sido utilizada durante generaciones, más recientemente contra Allende en Chile, Gadafi en Libia, el New Jewel Movement en Granada, Noriega en Panamá, los Sandinistas en Nicaragua, Milosevic en Yugoslavia, las guerrillas de las FARC en Colombia, el gobierno apoyado por los soviéticos en Afganistán, Chávez en Venezuela, Aristide en Haití, y Sadam en Irak (que fue un verdadero opresor, pero que había sido apoyado previamente durante años por EE.UU.).
Consideremos el modelo repetitivo del intervencionismo global de EE.UU. Desde la II Guerra Mundial el gobierno de EE.UU. ha dado unos 240.000 millones de dólares en ayuda militar para entrenar, equipar, y subvencionar unos 2,3 millones de soldados y fuerzas de seguridad interior en más de noventa países, no para defender esas naciones contra una invasión externa – ya que pocos han sido amenazados alguna vez por un ataque de países vecinos – sino para proteger a las oligarquías gobernantes y a los inversionistas corporativos multinacionales de los peligros de la insurgencia interior.
¿Cómo podemos determinar el propósito de la ayuda militar? Lo lograremos si observamos que, primero, los militares, fuerzas de seguridad y escuadrones de la muerte apoyados por EE.UU. en esos diferentes países han sido utilizados repetidamente para destruir movimientos reformistas populares e insurgencias dentro de sus propias fronteras, que abogan algún tipo de política redistributiva igualitaria. Segundo, las fuerzas patrocinadas por EE.UU. jamás han sido utilizadas para apoyar a un reformista popular, y ni hablar de un gobierno o movimiento revolucionario en alguna de esas naciones, no en Guatemala ni en Nicaragua, tampoco en Palestina o Líbano, ni en África del Sur, o en Corea del Sur, en ninguna parte. Tampoco en China – hasta que China abrió su economía a la masiva inversión privada y tiene a millones de trabajadores chinos trabajando sin contrato, sin protección alguna, doce horas al día por un salario miserable. No se mostró ninguna amistad hacia China hasta que ese país privatizó y desmanteló su sistema de salud pública y otros servicios humanos. Y los gobernantes de EE.UU. jamás ayudaron a Vietnam revolucionario – hasta que comenzó a hacer lo mismo que China. Tampoco se le mostró a Libia otra cosa que hostilidad hasta 2004, cuando Gadafi prometió abrir el país a las inversiones occidentales.
Para identificar otros patrones permanentes hay que considerar los regímenes que han sido apoyados por EE.UU. Los que tenían las mejores posibilidades de contar con el favor de EE.UU. son aquellos que están integrados en el sistema global de libre mercado, dominado por las corporaciones, que abren sus economías a la penetración extranjera bajo condiciones que son especialmente favorables a la inversión transnacional, privatizada, desregulada, que adoptan un modo neoliberal de mal desarrollo que asfixia el sector público; que son en general de derecha o estados cliente que se mueven hacia la derecha, todos considerados «pro-occidentales» y «amistosos hacia EE.UU.» Algunos ejemplos de primera línea serían: Chile bajo Pinochet, las Filipinas bajo Marcos, Zaire bajo Mobutu, Egipto bajo Sadat, Perú bajo Fujimori, África del Sur bajo el apartheid, Arabia Saudí y Kuwait bajo el feudalismo; Turquía, Pakistán, Nigeria y otros que viven bajo estados policiales autocráticos. ¿Cómo pueden pretender los gobernantes de EE.UU. que propagan la democracia con un historial de apoyo a regímenes de esa calaña?
Dije anteriormente que no podemos estudiar la historia en una situación de laboratorio. Pero a veces la fuerza de los acontecimientos incluye la intención y el motivo en el ensayo. Por lo tanto se nos dijo durante decenios que EE.UU. necesitaba inmensos presupuestos militares y bases militares en todo el mundo para contener la Amenaza Comunista Soviética que amenazaba con rodearnos y devorarnos. Supuestamente el militarismo de EE.UU. no era más que una inocente necesidad para contener la agresión comunista. Algunos dijimos otra cosa: que si la Unión Soviética desaparecía, Estados Unidos seguiría una política de dominación imperialista.
Y entonces la historia hizo su propio ensayo de laboratorio, sacando una variable de la ecuación. La Unión Soviética desapareció ¿y qué ha pasado? El presupuesto militar de EE.UU. es mayor que nunca y crece a un ritmo más rápido que nunca antes; todos los programas de armas de la Guerra Fría fueron continuados; casi todas las bases militares en el exterior continúan abiertas y se han establecido nuevas en Asia Central, Europa Oriental y el Medio Oriente, y EE.UU. ha continuado con guerras intervencionistas más violenta y frecuentemente que nunca antes.
A menudo encontramos lo que yo llamo el argumento de las «demás variables»: la política de EE.UU. no es motivada exclusivamente por estrechas consideraciones materiales, nos dicen: existen otros factores como ser la cultura, la ideología o consideraciones estratégicas más amplias. El mundo intelectual occidental está superpoblado de gente cuya principal ocupación es negar o por lo menos disminuir la importancia de los intereses materiales y conjuran esas otras consideraciones en toda oportunidad.
¿Pero quién dijo que los intereses materiales son los únicos que motiva a los protagonistas políticos? Para mostrar que algo es central o muy importante, no tenemos que probar que es el único y solo factor. ¿Y por qué tenemos que suponer que otros factores como la cultura, la ideología, la identidad étnica, o la moralidad, son en sí separados y otra cosa que las fuerzas materiales.
La cultura es transmitida a través de una estructura socio-económica y por ello es a menudo modelada por los intereses materiales dominantes. No es algo mutuamente excluyente con las fuerzas económicas. Ante la afirmación de que la intervención militar no es motivada por estrechos intereses económicos, sino por intereses estratégicos más amplios, yo preguntaría: ¿qué hay de tan estrecho en los intereses materiales? Consumen gran parte de la necesidad de la vida y de la sociedad. Poblaciones y naciones enteras han sido eliminadas en aras de la riqueza de la clase gobernante. La ecología misma del planeta ha sido puesta en peligro por la acumulación de capital de una economía mundial basada en los combustibles fósiles
¿Y por qué se iba a considerar que los intereses estratégicos son más amplios? ¿Qué es, en realidad, un interés estratégico?.Una nación tiene un interés estratégico en una región porque la región tiene algún valor para ella o porque la región tiene acceso a otra área que tiene valor. Y lo que a menudo le otorgan valor son sus recursos económicos o consideraciones de control de clase.
Consideremos Irak. Existen tres razones básicas por las que la clase gobernante de EE.UU. apoya la invasión y la ocupación de ese país, las mismas tres consideraciones básicas que determinan las intervenciones de EE.UU. en otros lugares.
Primero, Irak no formaba parte del sistema global de libre mercado. Tuvo la temeridad de ser una nación auto-definida y auto-desarrollada que no era completamente un estado cliente «pro-occidental». Lo que es aún peor, su economía era de propiedad pública en su totalidad, lo que llevó al Secretario de Defensa de EE.UU., Donald Rumsfeld, a condenarla como «economía estalinizada». Hay ahora una comisión especial en Irak cuya única tarea es privatizar la economía. De manera que miles de millones de dólares de capital público están ahora siendo privatizados, incluyendo hoteles, servicios públicos, refinerías, fábricas, medios, rutas aéreas, y – sobra decirlo – los pozos petrolíferos. Miles de millones de dólares de capital público que había sido creado por el pueblo iraquí y que le pertenecía están siendo robados y «vendidos» a precios simbólicos a grandes inversionistas o contratistas privados. Así están obligando al pueblo iraquí a pagar gran parte del coste de su propia opresión.
Segundo, como un país auto-definido que buscaba un camino alternativo fuera del sistema global dominado por las corporaciones de EE.UU., se temía a Irak como un poder regional en potencia, que podría unirse con otras naciones del área. Pero el objetivo del globalismo de EE.UU. es impedir la emergencia de cualquier súper-potencia regional o competidora que pueda disputar la hegemonía de EE.UU. El objetivo es mantener al resto del mundo relativamente pobre, dependiente, y débil, imponer la Tercer Mundialización de todos, incluyendo a Europa y Norte América. Tercero, es el antiquísimo interés imperialista del saqueo colonial. Irak tiene la segunda reserva de petróleo por su tamaño, unos 113.000 millones de barriles de crudo de excelente calidad, que a los precios actuales tiene un valor de más de 4 billones de dólares. Sugiero que 4 billones de dólares no constituyen un «estrecho» interés económico, sino un interés enormemente amplio y poderoso.
Todas estas tres explicaciones son algo diferentes, pero están interrelacionadas y se refuerzan mutuamente, no se excluyen mutuamente. La presencia de una no diluye o descarta a la otra. Todas las tres explican la guerra contra Irak. No fue una guerra contra armas de destrucción masiva, contra el terrorismo, o para derrocar a Sadam Husein. No había armas de destrucción masiva, ni vínculos de Irak con el terrorismo de al Qaeda, y Sadam ha sido capturado, pero los estadounidenses continúan su ocupación del país y siguen matando a sus habitantes.
Tampoco se excluyen mutuamente las consideraciones morales y las posiciones ideológicas – con la excepción de lo que ocurre en las mentes de aquellos cuya preocupación es demostrar que el marxismo es «reduccionista». Todos los gobernantes, todos los movimientos, todas las naciones, creen en su propia virtud. Ningún imperio gobernante se encuentra desnudo en su implacable expropiación, todos adoptan un barniz auto-justificante. Pero esto no es razón suficiente para descartar las realidades del poder de clase del engrandecimiento imperialista.
La política de EE.UU., nos dicen sus defensores, no es motivada por un burdo materialismo sino por una elevada dimensión moral y humanitaria. Consideremos una manifestación de esa moralidad en acción.
En su informe, Reconstruyendo las Defensas de EE.UU., el Proyecto por un Nuevo Siglo Estadounidense sugiere que Estados Unidos podría considerar adecuado el desarrollo de armas biológicas que «pueden apuntar a genotipos específicos» a fin de «llevar la guerra biológica del terreno del terror a ser un instrumento políticamente útil». Aquí, por cierto, tenemos un perfecto ejemplo de la moralidad y de la ideología auto-justificante de la clase gobernante. En manos de otros, las armas biotécnicas son instrumentos de terror, en nuestras manos son útiles instrumentos de virtud. Qué recta es la espada de nuestro Señor. Si jamás quieres detectar la maligna intención de los agresores, basta con escuchar sus profesiones de virtud y moralidad.
Pero, por favor, fíjense en que su posición ideológica, mientras trabaja con un efecto propio, no ofrece nada que ponga en duda y mucho que apoya convenientemente los intereses político-económicos del capitalismo global de EE.UU.
* Michael Parenti es un politólogo e historiador que ha escrito 18 libros y más de 250 artículos. Sus libros más recientes son «The Assassination of Julius Caesar» (2003) y «Superpatriotism» (2004).