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Los peligros del «reconocimiento»

Fuentes: Countercurrents.org

Traducido para Rebelión por Susana Merino

El primer ministro de Israel Benjamin Netanyahu ha insistido desde el principio de las actuales conversaciones de paz en que los palestinos no establezcan condiciones previas, convirtiendo las suyas en el centro de las negociaciones. Netanyahau ha dicho que las conversaciones son inútiles mientras los palestinos y su líder Mahmoud Abbas no reconozcan primero a Israel como un Estado judío. «Reconozco el derecho de los palestinos a la autodeterminación, por lo tanto ellos deben hacer lo mismo con el pueblo judío», dijo recientemente a los líderes judíos estadounidenses.

Netanyahu, del ala derecha del Partido Likud, no es el primer líder israelí que realiza ese requerimiento a los palestinos. Su predecesora Tzipi Livni, líder de la oposición centrista solicitó el mismo reconocimiento. Ehud Barak, ministro de Defensa y cabeza de la supuesta ala izquierda del Partido Laborista, sostiene la misma premisa.

El consenso en este tema enmascara, sin embargo, el rechazo de los políticos israelíes a aclarar qué es exactamente lo que esperan de los palestinos y por qué ese reconocimiento es tan importante.

Netanyahu no quiere simplemente el reconocimiento de la existencia de Israel. De esto no hay duda, porque de todos modos el Estado de Israel ya fue reconocido por los líderes palestinos desde 1980. Se trata del reconocimiento de su judaísmo, no de su existencia, ése es el tema.

El debate sobre este asunto tiene que ver centralmente con el deseo de Israel de eliminar la amenaza del derecho a regresar de los millones de palestinos refugiados. Sin ninguna duda esa explicación es harto suficiente. Queda claro para todos que el tema de los refugiados tiene que considerarse en las negociaciones. En la improbable circunstancia de que todos los obstáculos planteados por los palestinos puedan ser removidos, es seguro que la comunidad internacional querrá transformar esa montaña especial en una topera.

El pedido de reconocimiento se dirige principalmente al quinto de la población palestina de Israel, el remanente de los habitantes palestinos que permanecieron en su tierra durante el gran despojo de 1948, la Naqba, y que eventualmente adquirieron la ciudadanía israelí.

Ese grupo sólo está nominalmente representado en las tratativas por su Estado, es decir Israel. En cambio Netanyahu espera utilizar la promesa de la estatización para inducir a Abbas a sacrificar el interés de los ciudadanos palestinos-israelíes. Los líderes de la minoría palestina que han estado presionando fuertemente a Abbas en el período previo a las conversaciones entienden lo que implica el pedido de reconocimiento de Netanyahu.

Durante los primeros días del proceso de paz de Oslo, cuando la concesión de estatizar Palestina aparecía cercana, la posición de los palestinos israelíes y la de los líderes judíos se polarizó. Los políticos israelíes suponían que los ciudadanos palestinos declararían muy pronto su lealtad al Estado judío -convertidos en realidad en sionistas- o «trasladados» al naciente Rstado palestino.

Frente a este desafío, los líderes palestinos-israelíes alentaron un movimiento de derechos civiles solicitando igualdad y el fin de los privilegios judíos. Su campaña, bajo el eslogan «un Estado para todos sus ciudadanos» significaba el fin de Israel como Estado judío y su transformación en una democracia liberal.

Además en la década pasada, durante los años de la segunda Intifada, las relaciones entre ambas comunidades se deterioraron aún más debido a que rutinariamente se acusó a la minoría palestina de traidora.

El último pedido de Netanyahu debería considerarse por lo tanto como un cínico movimiento tendente a ignorar a sus propios ciudadanos palestinos y persuadir a Abbas de que negocie sus derechos en su nombre.

Si el presidente palestino reconoce a Israel como Estado judío, la campaña de los ciudadanos palestinos-israelíes destinada a convertir a su país en una verdadera democracia habrá concluido. Netanyahu tendrá a los palestinos apoyando la reformas como quinta columna y los expulsará a los lindes de Cisjordania donde algún día podrían dignarse llamarla Estado Palestino.

Mientras tanto tendría el permiso palestino para establecer una suerte de lealtad y avanzar dentro del parlamento israelí. Las pruebas de lealtad individual de los palestinos y el desmantelamiento de los partidos palestinos en el Parlamento a menos que se reconozcan como sionistas serian las primeras medidas. Las rondas de expulsión llegarían posteriormente.

Si todo esto nos parece conocido es porque gran parte de este programa fue expuesto la semana pasada por el Primer Ministro israelí durante su controvertido discurso en la asamblea general de las Naciones Unidas. El plan de Avigdor Lieberman para un «intercambio de poblaciones» requiere inicialmente un cambio de fronteras que obligue a cientos de miles de palestinos a conformar un «Estado interino» a cambio de la inclusión de los asentamientos de Cisjordania, algunos profundamente insertos en territorios palestinos, en el recientemente ampliado Estado judío.

El plan de Lieberman contiene un error. Muchos ciudadanos palestinos, como los que habitan Galilea, no viven cerca de Cisjordania y no pueden ser intercambiados por tierras. Su eslogan electoral: «Sin lealtad, no hay ciudadanía» responde al resto del plan del que se ha informado a los israelíes pero no directamente a la comunidad internacional.

Aunque los líderes judíos estadounidenses desaprobaron el uso por parte de Netanyhau del estrado de las Naciones Unidas para develar los propósitos oficiales de las políticas de su gobierno, algunos observadores quedaron desconcertados. Sus funcionarios se mostraron públicamente distanciados de su plan, pero en privado declararon a los medios israelíes que al Primer Ministro no le parece un plan ilegítimo y que no van a «castigar» a Lieberman

El silencio de Netanyhau no nos sorprende. Su ministro de Relaciones Exteriores puede hablar más francamente que otros políticos israelíes pero sin embargo habla para ellos.

*Jonathan Cook es un escritor y periodista que vive en Nazareth, Israel. Sus últimos libros se titulan Israel and the Clash of Civilisations: Iraq, Iran and the Plan to Remake the Middle East (Pluto Press) y Disappearing Palestine: Israel‘s Experiments in Human Despair (Zed Books). Su sitio web es: www.jkcook.net 

La versión original de este artículo apareció en The National (www.thenational.ae) publicado en Abu Dhabi

Fuente: http://www.countercurrents.org/cook061010.htm

rCR