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Los presidentes de la muerte: Fraga, Aznar y Rajoy

Fuentes: La Jornada

La derecha española ha demostrado en su más reciente congreso una propiedad difícilmente superable. Tres generaciones mantienen los dogmas fundamentalistas que le dieron vida en los años 80: Dios, patria, familia y anticomunismo. Sin grandes modificaciones, un nacional-catolicismo renovado por las exigencias del guión es objeto de veneración y culto. Desde el Opus Dei hasta […]

La derecha española ha demostrado en su más reciente congreso una propiedad difícilmente superable. Tres generaciones mantienen los dogmas fundamentalistas que le dieron vida en los años 80: Dios, patria, familia y anticomunismo. Sin grandes modificaciones, un nacional-catolicismo renovado por las exigencias del guión es objeto de veneración y culto. Desde el Opus Dei hasta los Legionarios de Cristo, pasando por las asociaciones pro-vida, es lo único que cabe en el Partido Popular. Aparte del renovado color naranja. Veamos: la incorporación de mujeres no significa gran cosa si éstas cumplen su función asignada como madres, esposas y amantes los viernes y sábados por la noche. Es decir, reproducen los esquemas de la división sexual impuesta por la Iglesia y los patrones de comportamiento señalados en una sociedad machista.

En este ámbito, recordemos que durante los ocho años de gobierno del Partido Popular los derechos de las mujeres sufrieron una real involución política. Poco puede significar el ingreso de jóvenes en la dirección del partido si asumen como suyas las visiones apocalípticas de Aznar, que considera los movimientos por la paz, verdes y antibélicos de la juventud española y mundial como parte de una conspiración contra el orden mundial diseñado por Bush y Blair en las Azores. Si los valores del ser joven se asimilan a una disciplina asceta y fascista, poco o nada se avanza en sus «nuevas generaciones». Asimismo, escaso valor tiene la presencia de díscolos. Su objetivo es mostrar a la opinión pública la tolerancia y la capacidad de cooptación interna de quienes critican a la dirección. Todo sea por atraer los votos de los sectores medios centristas. No de otra manera se explica la incorporación del alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, hombre que asume riesgos políticos y cuyo talante liberal-progresista choca frontalmente con la actual dirección inmovilista y conservadora. Por consiguiente, permitir discursos políticamente correctos se muestra como una táctica electoral flexible. Así se entiende que hablen de reconocer los derechos civiles de las parejas homosexuales, aceptar la igualdad de género, asumir la tolerancia religiosa, creer en la sanidad pública y militar en la educación laica y gratuita.

En la actual ejecutiva del Partido Popular no hay cambios y se mantienen los referentes ideológico-políticos que le dieron vida hace dos décadas; eso es lo importante. Para reafirmar lo dicho, el actual congreso decide en la plenaria, sin ningún rubor histórico, nombrar como presidente fundador, y en ovación cerrada, a Manuel Fraga Iribarne. Más tarde, propone a José María Aznar como presidente de honor, y por último, se reserva el nombramiento de presidente para su hijo putativo Mariano Rajoy. Ya tenemos el trío de la muerte.

Pero resulta curioso que el mismo nombre de presidente lo reciban otras tres personas, las cuales completan el Comité Ejecutivo Nacional. Ellos son el ex ministro de Defensa de Aznar, Federico Trillo (Opus Dei), responsable directo de la catástrofe que causó la muerte de los militares en el accidente aéreo del Yakolev, nombrado presidente del Comité de Derechos y Garantías; La ex ministra Loyola de Palacio (Opus Dei), nombrada presidenta del Consejo de Política Exterior, y que el día 11 de marzo pedía declaraciones de condena a ETA -en nombre de Aznar- como autora material de los atentados de Atocha. Y por último, el presidente del Comité Electoral, Javier Arenas, quien repite día tras día el estribillo sobre el cual asienta el PP su actual oposición: el PSOE les robó las elecciones y manipuló el resultado electoral el día 14 de marzo.

Ellos, junto al trío de la muerte, son, por decisión de los 3 mil 28 compromisarios acreditados en el Congreso, los responsables de la derecha española. Un sexteto al cual hay que agregar su secretario general Angel Acebes (legionario de Cristo). Ya los tenemos todos. El hambre, la peste, la guerra, la muerte, el horror, la mentira y la traición. Ahora los jinetes del apocalipsis son siete y no cuatro. En 1963 su presidente fundador, Manuel Fraga Iribarne, en calidad de ministro de Gobernación pasaba por el Palacio de El Pardo, para que el generalísimo Franco firmara el fusilamiento por comunista del joven Julián Grimau. Ese mismo año, Fraga, ideólogo del franquismo, elaboró la campaña: 25 años de paz. Y como acto culminante de su hacer político franquista, en septiembre de 1975 volvería a visitar a Franco para recomendar el fusilamiento de cinco jóvenes, cuestión que el tirano cumplió a rajatabla. Con muchos cadáveres en su espalda, se curva para caminar, aunque no tiene empacho en mantener iguales nociones del mundo que hace 50 años. Por sus convicciones, es elegido presidente fundador, sin ningún voto en contra de los compromisarios. ¿No da qué pensar? Su partido lo considera un baluarte, y por ello es también presidente de la Xunta de Galicia.

Mientras el Partido Popular gobernó con mayoría absoluta se presentó una moción para rehabilitar la memoria de Julián Grimau, pero no prosperó. Todos los grupos parlamentarios estuvieron de acuerdo, menos los populares, y la razón era simple: salvar a Fraga. Su portavoz declaró: «Si se trata de abrir un proceso revisionista de todo el proceso de transición política, este grupo no puede estar de acuerdo. Es un error histórico». Y qué decir de Aznar. Con 200 cadáveres a sus espaldas, además de los militares muertos en Irak y del periodista Couso. Pero insiste en ser objeto de una campaña de desprestigio. Sus mentiras recurrentes sobre las armas de destrucción masiva y respecto de los atentados del 11 de marzo dejan al descubierto una personalidad enfermiza, cuyos delirios de grandeza y paranoica lucha contra el mal lo convierten en todo un caso para la siquiatría clínica. Su reciente discurso en Georgetown, derivando los orígenes de los atentados del 11 de marzo de 2004 a la reconquista de España por el Cid Campeador, es símbolo de su febril mente.

Por último Mariano Rajoy, el tercero en liza, recoge los cadáveres que dejan sus presidentes fundadores y de honor. Su trabajo recuerda al director de la funeraria. Más finados, más ataúdes, más negocio. La derecha española sufre un grave problema de involución política. Las consecuencias las paga el pueblo español. La transición dejó sin resolver los problemas de responsabilidad política del franquismo tardío. La ley del punto final también se dio en España, y debe ser abolida, en beneficio de la democracia y de una derecha capaz de modernizarse; de lo contrario, su regreso -esperemos que no suceda- no augurará nada bueno para el desarrollo de las libertades ciudadanas en la España del siglo XXI.