Estados Unidos e Irán estuvieron a punto de cooperar en la guerra contra Al Qaeda y Talibán en Afganistán hasta enero de 2002, pero el ala más belicista de Washington logró abortar la operación, informó el funcionario a cargo de la negociación. Tras los atentados que el 11 de septiembre de 2001 dejaron 3.000 muertos […]
Tras los atentados que el 11 de septiembre de 2001 dejaron 3.000 muertos en Nueva York y Washington, funcionarios a cargo de la guerra en Afganistán, dominado entonces por el movimiento islámista Talibán, consideraban necesaria la ayuda iraní para instalar un gobierno estable en Kabul.
El régimen islámico en Teherán había colaborado con el movimiento insurgente afgano Alianza del Norte, al que suministraba armas y dinero, en tiempos en que Washington mostraba reticencia a ayudar a los señores de la guerra de esa organización opuesta a Talibán.
«Los iraníes tenían contactos reales con jugadores importantes en Afganistán y estaban preparados para usar su influencia de modo constructivo, en coordinación con Estados Unidos», dijo a IPS Flynt Leverett, entonces director para asuntos de Medio Oriente en el gubernamental Consejo de Seguridad Nacional.
En octubre de 2001, Estados Unidos acababa de comenzar sus operaciones militares en Afganistán para desalojar del poder a Talibán y aplastar a la red terrorista Al Qaeda, cuyo líder Osama bin Laden y sus principales dirigentes eran huéspedes del régimen islámico..
Por esos días, funcionarios del Departamento de Estado (cancillería) y del Consejo de Seguridad Nacional comenzaron a reunirse en secreto con diplomáticos iraníes en París y en Ginebra, bajo el patrocinio de Lakhdar Brahimi, director de la Misión de Asistencia de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Afganistán.
Las deliberaciones se concentraron en «cómo voltear efectivamente a Talibán y, una vez logrado eso, cómo establecer un gobierno», recordó Leverett.
El régimen Talibán fue expulsado de Kabul a mediados de noviembre, gracias a la acción militar de la Alianza del Norte. Dos semanas después, representantes de las organizaciones afganas opuestas a Talibán se reunieron en Bonn, convocadas por la ONU, para formar un gobierno.
La Alianza del Norte reclamó 60 por ciento de los ministerios del gobierno interino, lo cual bloqueó un acuerdo con el resto de los partidos. Pero la Alianza, finalmente, cedió, presionada por Irán, según reconoció el enviado especial de Estados Unidos a la reunión, James Dobbins.
Funcionarios estadounidenses admiten que existió una oportunidad para trabajar en conjunto con Irán no sólo en la estabilización de Afganistán, sino también para acabar con Al Qaeda.
El diario estadounidense The Washington Post informó el 22 de octubre de 2004 que el equipo de planificación política del Departamento de Estado había sugerido al gobierno, a fines de noviembre de 2001, proponer a Irán un acuerdo más formal para el combate contra Al Qaeda.
Eso habría implicado intercambio de información de inteligencia entre los dos países y coordinación de acciones en la frontera afgano-iraní para la captura de líderes y combatientes de Al Qaeda.
La Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el jefe de la Oficina para el Combate al Terrorismo de la Casa Blanca, general retirado Wayne A. Downing, estuvieron de acuerdo con la iniciativa, según los informantes de The Washington Post.
Pero establecer este tipo de cooperación ni se le pasaba por la mente a altos funcionarios de la Casa Blanca y el Departamento (ministerio) de Defensa, donde predomina el sentimiento antiiraní.
El entonces segundo del Consejo de Seguridad Nacional encabezado por la hoy secretaria de Estado Condoleezza Rice, Stephen J. Hadley, se enteró en enero, en el mensaje anual del presidente George W. Bush sobre el Estado de la Unión al Congreso legislativo, que Irán estaba incluido en el «eje del mal», junto con Iraq y Corea del Sur.
Hadley también presidía por esos días un comité que reunía a representantes de diversas agencias del gobierno para analizar asuntos iraníes, por lo que resulta significativo que se haya enterado de la renovada animadversión con Irán en un discurso presidencial.
La versión sobre la desinformación de Hadley en un asunto que le incumbía consta en el libro «Plan of Attack», del periodista Bob Woodward. El funcionario expresó sus reservas sobre el plan, pero Bush le ordenó luego en persona que debía mantener la línea del gobierno.
Fue así que Hadley se pronunció, contradiciendo las recomendaciones del Departamento de Estado encabezado entonces por Colin Powell, la CIA y la oficina antiterrorista de la Casa Blanca, contra la posibilidad de compartir información sobre Al Qaeda con Irán.
Al mismo tiempo, el segundo del Consejo de Seguridad Nacional también se pronunció en favor de presionar a Irán para que aportara a Estados Unidos información sobre Al Qaeda y para que entregara a los miembros de la red terrorista que capturara a los gobiernos «apropiados».
Poco después, los funcionarios del sector de «mano dura» del gobierno de Bush caracterizaron ante el público la política del gobierno iraní como hostil a las intenciones de Estados Unidos en Afganistán y como poco cooperativa con la guerra contra el terror.
Esa visión era radicalmente opuesta a la que habían constatado en sus contactos con representantes iraníes los funcionarios estadounidenses directamente involucrados en las negociaciones.
El diario The New York Times informó el 11 de enero de 2002 que, según funcionarios del Pentágono y de la comunidad de inteligencia, Irán había brindado «refugio seguro» a combatientes de Al Qaeda, con el fin de lanzarlos contra Estados Unidos en Afganistán.
Ese mismo día, Bush declaró que «Irán debe colaborar en la guerra contra el terrorismo». Y advirtió: «Nuestra nación, en nuestra lucha contra el terrorismo, mantendrá la doctrina de ‘están con nosotros o en contra nuestra’.»
Funcionarios de Washington con acceso a información reservada afirmaron entonces que la acusación sobre el refugio supuestamente brindado por Irán a combatientes de Al Qaeda no encontraba asidero en ningún análisis genuino de la comunidad de inteligencia estadounidense.
«No estaba al tanto de ninguna (información de) inteligencia que respaldara esa acusación», aseguró Dobbins, quien fue el contacto primario del gobierno estadounidense con funcionarios iraníes para establecer mecanismos de cooperación.
«Por cierto, de haber información al respecto la habría visto. Nadie me dijo que estuvieran refugiando a Al Qaeda», agregó.
De hecho, Irán ya había elevado entonces su presencia militar en la frontera con Afganistán, en respuesta a los pedidos estadounidenses.
Aun más: en febrero, el vicecanciller iraní Javad Zarif envió al secretario general de la ONU, Kofi Annan, una carpeta con la foto de 290 sospechosos de pertenecer a Al Qaeda capturados tras huir de Afganistán, según informó The Washington Post.
Luego, cientos de miembros de Al Qaeda y Talibán fueron desportados a sus países de origen, es decir a Arabia Saudita, Afganistán y otras naciones árabes y europeas, según informes periodísticos.
Los funcionarios de línea dura de Washington podrán quejarse de que Irán no les entregó ningún dirigente de Al Qaeda, pero Estados Unidos había rechazado cualquier intercambio de información al respecto con la inteligencia y el Ministerio de Seguridad de ese país.
Los gestos de Irán hacia Estados Unidos no terminaron allí.
En marzo de 2002, el general iraní a cargo de la ayuda militar a la Alianza del Norte le ofreció a Dobbins en Ginebra, durante una conferencia de la ONU sobre seguridad en Afganistán, entrenamiento, uniformes, equipos y cuarteles para 20.000 soldados de las nacientes fuerzas armadas afganas.
Además, Teherán reconocía el liderazgo estadounidense en el programa. Dobbins recordó, en su entrevista con IPS, en que se trataría de un operativo de Estados Unidos, no de un componente controlado por Irán.
«Después, los iraníes confirmaron en que se trataba de un gesto hacia Estados Unidos», agregó.
Dobbins regresó a Washington para informar a altos funcionarios del gobierno de Bush sobre la oportunidad que se abría para cooperar con Irán en Afganistán. Entre sus contactos personales al respecto, figuraron Rice, Powell y Rusmfeld.
«Hasta donde sé, nunca hubo una respuesta», se lamentó.
(*) Gareth Porter es historiador y experto en políticas de seguridad nacional de Estados Unidos. «Peligro de dominio: Desequilibrio de poder y el camino hacia la guerra en Vietnam», su último libro, fue publicado en junio de 2005.