Traducido para Rebelión por S. Seguí
Las Vegas está ya demodé. Los grandes tahúres se encuentran en Wall Street y están jugando con dinero ajeno: el de usted, lector; el de su pensión; el de sus medios de vida.
A diferencia de los casinos de Las Vegas, se supone que los grandes bancos de inversiones, bancos comerciales y grandes firmas de corretaje bursátil de Wall Street tienen una relación fiduciaria con el dinero de los demás. Se supone que son depositarios del dinero que usted ha puesto confiadamente en sus manos, y que deben avisarle cuando realicen inversiones arriesgadas.
Pero a medida que Washington DC se ha ido convirtiendo, cada vez más, en territorio ocupado por las corporaciones, los chicos de Wall Street han ido corriendo riesgos cada vez mayores con el dinero ajeno. A medida que aumentan los ciclos de quiebra de los que son responsables, aumentan también los emolumentos que los directivos se atribuyen, aprovechando unos consejos de administración donde sus decisiones se aprueban sin debate.
Con cada ciclo de quiebras, crece la carga de los rescates que realiza el Gobierno, lo que significa deuda, déficits y dinero para el contribuyente. El cierre de Savings and Loans, a finales de los ochenta, con un coste de más de 500.000 millones de dólares -antes de la amortización de los instrumentos de rescate- parece de poca importancia en comparación con lo que está sucediendo hoy.
¿Por qué nunca aprenden, estos jefazos financieros? Porque nunca tienen que pagar sus apuestas. A veces tienen que dejar sus puestos -como sucedió recientemente con los presidentes-directores generales de Merril Lynch y Citigroup-, pero salen de los restos del naufragio cargados con el oro de las compensaciones y las indemnizaciones por despido. Una parte de ese dinero es claramente el tributo que pagan por su silencio los colegas que siguen en sus cargos.
Y en éstas llega el último capítulo de esta desastrosa gestión empresarial, a cargo del venerable banco de inversiones de Wall Street Lehman Brothers. Con unas acciones en caída libre debida a una especuladora asunción de riesgos con dinero ajeno junto a unas remuneraciones corporativas enormes, las miradas de los empleados de Lehman Brothers se vuelven ahora hacia su jefe, Richard S. Fuld. Durante mucho tiempo, éste y sus colegas ejecutivos derrochaban confianza en su capacidad de gestión de sus peligrosos instrumentos financieros, en comparación con sus timoratos competidores.
Esta semana se ha hecho patente que el emperador Lehman está desnudo. Fuld informó de unas desastrosas pérdidas de 2.800 millones de dólares en el segundo trimestre, con lo que se superan las más negativas predicciones. Hasta los fondos de inversión con los que Lehman solía atemperar sus pérdidas en las inversiones en materia de hipotecas se vinieron abajo, contribuyendo a las pérdidas.
Apenas el pasado abril, Fuld anunciaba que en su opinión «lo peor había ya pasado» en los mercados financieros. Por este tipo de gestión, Fuld recibió el año pasado 40 millones de dólares, es decir casi un millón por semana, sin contar las vacaciones.
Los chicos de Wall Street, como buenos charlatanes, inventan términos y frases con que vestir sus prácticas de megatahures. Por ejemplo, afirman que intentan evitar una crisis de confianza cuando estos supuestos capitalistas se dirigen al Estado para pedir un rescate socializante. Lo que sólo contribuye a incrementar el riesgo moral -otro eufemismo- y prepara la jugada para otra ronda de irresponsables gigantes de Wall Street que entran dentro de la categoría de demasiado-grandes-para-dejarlos-caer. Uno de los más agudos analistas de Wall Street, Henry Kaufman, considera que este fenómeno del demasiado-grandes-para-dejarlos-caer socava la disciplina de mercado y fomenta que las empresas más pequeñas se fusionen con las mayores, a fin de aprovecharse también ellas de los criterios de rescate vigentes en Washington.
En un artículo del Wall Street Journal, el pasado mes de agosto, Kaufman pasaba revista con perspicacia al crecimiento de instrumentos financieros cada vez más complejos y abstractos, ajenos a cualquier fundamento empírico en la economía, acelerados a su vez por la centelleante rapidez de las transacciones computerizadas. En dicho artículo, pedía una mayor supervisión de las instituciones y mercados financieros.
Hubo un tiempo en que la supervisión tenía el nombre de regulaciones federales. Con cualquiera de sus nombres, Kaufman es pesimista. «En los mercados de hoy día, no hay apenas voces claras que pidan estas medidas. Al contrario, los mercados están contra ellas, y los políticos demuestran escaso interés, a veces ninguno. Por su parte, los bancos centrales -es decir, la Reserva Federal- no tienen una visión clara de cómo proceder en aras de una supervisión financiera más efectiva.»
Aunque revestido de un lenguaje amable y no normativo, se trata de un grave diagnóstico de la intransigencia corporativa y la parálisis regulativa. Desde agosto de 2007, la situación ha empeorado y los chicos de Wall Street han seguido produciendo grandes e incluso mayores pérdidas, además de falsas evaluaciones de activos.
Hace unas semanas, el ex presidente de la Reserva Federal Paul Volker leyó una conferencia en Nueva York en la que mostraba parecidas preocupaciones y exigencias de supervisión, en la línea de lo pedido por Kaufman, aunque siempre en su propio e inimitable estilo.
Otros astutos ex chicos de Wall Street, como el ex presidente del SEC Arthur Levitt y William Donaldson, han dado la voz de alarma en relación con los mercados de acciones y derivados. Antes que ninguna otra, sonó la cauta e informada voz de John Bogle, pionero de la indexación del mercado de valores y creador del Vanguard Fund. Véase al respecto su nuevo libro The Little Book of Common Sense Investing: The Only Way to Guarantee Your Fair Share of Stock Market Returns (Pequeño manual para una inversión sensata: la única manera de conseguir una parte justa de las ganancias del mercado de valores).
Sin embargo, Washington sigue sin moverse y sin tomar medidas reguladoras, ni siquiera en beneficio de los consumidores como sería la regulación del New York Mercantile Exchange (NYMEX), donde una especulación rampante -no la oferta y la demanda- decide cuánto tiene usted que pagar por la gasolina y el combustible de calefacción.
Con unos políticos que deambulan como sonámbulos por Washington, mientras sus bolsillos rebosan de dinero de Wall Street, ¿no es ya hora de que el pueblo estadounidense despierte cívica y políticamente? Actúen antes de que el sector financiero, utilizando el dinero de todos ustedes, se haga añicos bajo el peso de su propia y desmesurada codicia, y su mala gestión suicida.
Para empezar, comiencen a exigir más a sus políticos, ¡mucho más!
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Ralph Nader es candidato independiente a la Presidencia de Estados Unidos.
http://www.counterpunch.com/nader06112008.html
S. Seguí pertenece a los colectivos de Rebelión y Cubadebate.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar el nombre del autor y el del traductor, y la fuente.