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Los últimos semitas

Fuentes: Al-Jazeera

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Los judíos que se opusieron históricamente al sionismo entendían que este movimiento, desde sus primeras etapas, compartía los preceptos del antisemitismo en el diagnóstico de lo que los gentiles europeos llamaban la «Cuestión Judía». Sin embargo, lo que más irritaba a los judíos antisionistas era que el sionismo compartía también la «solución» a la Cuestión Judía que los antisemitas habían propugnado siempre, a saber, la expulsión de los judíos de Europa.

Fue la Reforma protestante, con su recuperación de la Biblia hebrea, la que vincularía a los judíos modernos de Europa con los antiguos hebreos de Palestina, un vínculo que los filólogos del siglo XVIII consolidarían a través de su hallazgo de la familia de lenguas «semíticas», incluyendo el hebreo y el árabe. Mientras que los protestantes milenaristas insistían en que los judíos, como descendientes de los antiguos hebreos, debían abandonar Europa hacia Palestina para acelerar la segunda venida de Cristo, los descubrimientos filológicos llevaron a denominar «semitas» a los judíos contemporáneos. En consecuencia, el salto que darían las ciencias biológicas de la raza y la herencia en el siglo XIX al considerar a los judíos europeos contemporáneos descendientes raciales de los antiguos hebreos no fue gran cosa.

Basándose en las conexiones hechas por los protestantes milenaristas antijudíos, en el siglo XIX abundaron las personalidades laicas europeas que vieron el potencial político de «devolver» a los judíos a Palestina. Menos interesados en acelerar la segunda venida de Cristo que los milenaristas, esos políticos laicos, desde Napoleón Bonaparte al secretario británico de asuntos exteriores Lord Palmerston (1785-1865) hasta Ernest Laharanne, el secretario privado de Napoléon III en los años de la década de 1860, trataron de expulsar hacia Palestina a los judíos de Europa a fin de colocarlos como agentes del imperialismo europeo en Asia. Su llamamiento sería apoyado por muchos «antisemitas», una nueva etiqueta decidida por los racistas europeos antijudíos una vez que fue inventada en 1879 por un periodista menor vienés de nombre Wilhelm Marr, que publicó un programa político titulado «The Victory of Judaism over Germanism«. Marr tuvo buen cuidado en separar el antisemitismo de la historia del odio cristiano a los judíos sobre la base de la religión, subrayando, de acuerdo con la filología semítica y las teorías raciales del siglo XIX, que la distinción que debía hacerse entre judíos y arios era estrictamente racial.

Asimilando a los judíos en la cultura europea

El antisemitismo científico insistía en que los judíos eran diferentes de los europeos cristianos. En concreto, que los judíos no eran en absoluto europeos y que su misma presencia en Europa es lo que producía el antisemitismo. La razón por la que los judíos causaban tantos problemas a los cristianos europeos tenía que ver con su supuesta falta de raíces, con que carecían de país y, por tanto, de lealtad hacia un país. En la edad romántica de los nacionalismos europeos, los antisemitas sostuvieron que los judíos no encajaban en las nuevas configuraciones nacionales y que perturbaban la pureza racial y nacional que eran esenciales en la mayor parte de los nacionalismos europeos. Por esta razón, si los judíos permanecían en Europa, sostenían los antisemitas, sólo iban a provocar hostilidades entre los europeos cristianos. La única solución que había era que se fueran de Europa y tuvieran su propio país. Ni que decir tiene que los judíos laicos y religiosos se opusieron a esta horrenda línea de pensamiento antisemita. Los judíos de la reforma y los ortodoxos, los judíos socialistas y comunistas, los judíos de cultura yiddishkeit [de la judeidad] y cosmopolita, todos coincidían en que se trataba de una peligrosa ideología de la hostilidad que buscaba expulsar a los judíos de sus patrias europeas.

La Haskalah judía, o Ilustración, que surgió también en el siglo XIX, trató de asimilar a los judíos en la cultura gentil laica europea y hacer que perdieran su cultura judía. Fue la Haskalah la que trató de romper la hegemonía de los rabinos judíos ortodoxos sobre los «ostjuden» de los shtetl [poblados] judíos de Europa del Este y de abandonar lo que se percibía como cultura «medieval» judía a favor de la cultura moderna laica de los cristianos europeos. El judaísmo de la Reforma, al igual que la variante cristiana y protestante del judaísmo, surgiría del corazón de la Haskalah. No obstante, este programa asimilacionista trató de integrar a los judíos en la modernidad europea, no de expulsarles de la geografía europea.

Cuando se inició el sionismo, década y media después de que se publicara el programa antisemita de Marr, abrazaría todas estas ideas antijudías, incluyendo como válido el antisemitismo científico. Para el sionismo, los judíos eran «semitas», descendientes de los antiguos hebreos. En su panfleto fundacional Der Judenstaat, Herzl explicó que eran los judíos, no sus enemigos cristianos, quienes «provocaban» el antisemitismo y que «donde no existía [el antisemitismo], eran los mismos judíos quienes lo llevaban en el curso de sus migraciones», que «los desgraciados judíos están ahora llevando a Inglaterra las semillas del antisemitismo; que lo han introducido ya en EEUU»; que los judíos eran una «nación» que debería abandonar Europa para restaurar su «nacionalidad» en Palestina o Argentina; que los judíos debían emular culturalmente a los cristianos europeos y abandonar las lenguas y tradiciones de donde viven a favor de las lenguas modernas europeas o de una lengua nacional antigua restaurada. Herzl prefería que todos los judíos adoptaran el alemán, mientras que los sionistas de la Europa del Este querían el hebreo. Los sionistas que llegaron después de Herzl aceptaron incluso y afirmaron que los judíos estaban separados racialmente de los arios. En cuanto al yiddish, la lengua viva de la mayoría de los judíos europeos, todos los sionistas estuvieron de acuerdo en que había que abandonarla.

La mayoría de los judíos continuaron resistiéndose al sionismo y entendían sus preceptos como los propios del antisemitismo y como una continuación de la búsqueda de la cultura gentil Haskalah para abandonar la cultura judía y asimilar a los judíos a la cultura gentil laica europea, excepto que el sionismo buscaba esto último no en el interior de Europa sino en un lugar geográfico distante tras la expulsión de los judíos de Europa. El Bund, o Unión General de Trabajadores Judíos en Lituania, Polonia y Rusia, que se había fundado en Vilna a primeros de octubre de 1897, pocas semanas después de celebrarse el I Congreso Sionista en Basilea a finales de agosto de 1897, se convertiría en el enemigo más feroz del sionismo. El Bund se unió a la Coalición Judía Antisionista existente de rabinos ortodoxos y de la reforma que habían unido sus fuerzas pocos meses antes para impedir que Herzl celebrase el primer Congreso Sionista en Munich, lo que le obligó a trasladarse a Basilea. El antisionismo judío en Europa y EEUU contaba con el apoyo de la mayoría de los judíos, que continuaron considerando el sionismo como movimiento antijudío hasta bien entrada la década de 1940.

Cadena antisemita de entusiastas pro-sionistas

Al darse cuenta de que su plan para el futuro de los judíos europeos encajaba con el de los antisemitas, Herzl preparó pronto una estrategia para aliarse con estos últimos. Declaró en su Der Judenstaat que:

«Los gobiernos de todos los países azotados por el antisemitismo tendrán mucho interés en ayudarnos a conseguir la soberanía que queremos».

Añadió que «no sólo los judíos pobres» contribuirían a un fondo de inmigración para los judíos europeos, «sino también los cristianos que querían librarse de ellos». Herzl confió en sus Diarios sin remordimiento alguno que:

«Los antisemitas se convertirán en nuestros más firmes amigos, los países antisemitas en nuestros aliados.»

Así pues, cuando Herzl empezó a reunirse en 1903 con infames antisemitas como el ministro ruso del interior Vyacheslav von Plehve, encargado de supervisar los pogromos antijudíos en Rusia, buscaba deliberadamente una alianza. Que fuera el antisemita Lord Balfour quien, como primer ministro de Gran Bretaña, supervisó en 1905 el Acta de Extranjería de su gobierno que impedía que los judíos del Este de Europa que huían de los pogromos rusos entraran en Gran Bretaña, según señaló, para salvar al país de los «indudables males» de «una inmigración mayoritariamente judía», fue algo totalmente fortuito. La infame Declaración Balfour de 1917 para crear en Palestina un «hogar nacional» para el «pueblo judío», se concibió, entre otras cosas, para frenar el apoyo judío a la Revolución Rusa e impedir la oleada de nuevos inmigrantes judíos no deseados hacia Gran Bretaña.

Los nazis no serían una excepción en esta cadena antisemita de entusiastas pro-sionistas. De hecho, los sionistas llegarían a un acuerdo con los nazis en las primeras etapas de su historia. Fue en 1933 cuando se firmó el infame Acuerdo de Traslado (Ha’avara) entre los sionistas y el gobierno nazi para facilitar el traslado de los judíos alemanes y sus propiedades a Palestina, rompiendo el boicot judío internacional a la Alemania nazi que lanzaron los judíos estadounidenses. Fue con ese espíritu con el que los representantes nazis fueron enviados a Palestina para que informaran sobre los éxitos de la colonización judía del país. Adolf Eichmann volvió de su viaje a Palestina en 1937 lleno de fantásticas historias sobre los logros de los kibbutz ashkenazis, racialmente separatistas, uno de los cuales visitó en el Monte Carmelo como huésped de los sionistas.

A pesar de la abrumadora oposición de la mayoría de los judíos alemanes, fue la Federación Sionista de Alemania el único grupo judío que apoyó las Leyes de Nuremberg de 1935, mientras acordaban con los nazis que judíos y arios eran razas separadas y separables. Esto no fue un apoyo táctico sino un apoyo basado en la similitud ideológica. La Solución Final de los nazis significó inicialmente la expulsión de los judíos de Alemania hacia Madagascar. Fue este compartido objetivo de expulsar a los judíos de Europa como raza separada inasimilable el que estuvo todo el tiempo creando la afinidad entre nazis y sionistas.

Aunque la mayoría de los judíos continuó resistiendo frente a la base antisemita del sionismo y a sus alianzas con los antisemitas, el genocidio nazi no sólo mató al 90% de los judíos europeos, sino que en el proceso mató también a la mayoría de los judíos que eran enemigos del sionismo, que murieron precisamente porque se negaron a atender el llamamiento sionista a abandonar sus países y hogares.

Tras la guerra, el horror del holocausto judío no detuvo a los países europeos a la hora de apoyar el programa antisemita del sionismo. Bien al contrario, esos países compartieron con los nazis una predilección por el sionismo. Sólo se opusieron al programa genocida del nazismo. Los países europeos, junto con EEUU, se negaron a recibir a cientos de miles de supervivientes judíos del holocausto. De hecho, esos países votaron contra la Resolución de las Naciones Unidas presentada por los países árabes en 1947 pidiéndoles que aceptaran a los supervivientes judíos; sin embargo, esos mismos países serían los que apoyarían el Plan de Partición de la ONU de noviembre de 1947 para crear un Estado judío en Palestina al que expulsar a esos refugiados judíos no deseados.

Las políticas pro-sionistas de los nazis

Los EEUU y los países europeos, incluida Alemania, proseguirían con las políticas pro-sionistas de los nazis. Los gobiernos de la Alemania Occidental posteriores a la guerra, que se presentaron a sí mismos como abriendo una nueva página en su relación con los judíos, en realidad no hicieron tal cosa. Desde la creación del país tras la II Guerra Mundial, cada gobierno de la Alemania Occidental (y cada gobierno alemán desde la reunificación en 1990) ha continuado sin cesar con las políticas nazis pro-sionistas. Nunca ha habido una ruptura con el pro-sionismo nazi. La única brecha fue respecto al odio racial y genocida hacia los judíos que el nazismo consagró, pero no respecto al deseo de ver a los judíos asentarse en un país de Asia, lejos de Europa. En efecto, los alemanes explicarían que gran parte del dinero que enviaban a Israel era para compensar los costes de reasentamiento de los refugiados judíos europeos en el país.

Tras la II Guerra Mundial, en EEUU y en Europa apareció un nuevo consenso para que los judíos se integraran, con carácter póstumo, en la europeidad blanca, y que el horror del holocausto judío fuera en esencia un horror ante el asesinato de europeos blancos. Desde la década de 1960, las películas de Hollywood sobre el holocausto empezaron a describir a las víctimas judías del nazismo como un pueblo blanco, de aspecto cristiano, de clase media, educado y con talento, no muy diferente de los cristianos estadounidenses y europeos contemporáneos que deberían identificarse con ellos. Es de suponer que si las películas se hubieran referido a los judíos religiosos pobres de Europa Oriental (y la mayoría de los judíos europeos del Este asesinados por los nazis eran pobres y muchos eran religiosos), los cristianos blancos contemporáneos no encontrarían cosas comunes con ellos. De ahí que el horror cristiano europeo post-holocausto por el genocidio de judíos europeos no se basara en el horror de masacrar personas a millones que eran diferentes de los cristianos europeos, sino más bien en el horror por el asesinato de millones de seres que eran iguales que los cristianos europeos. Esto explica por qué en un país como EEUU, que no tuvo nada que ver con el asesinato de los judíos europeos, hay más de 40 memoriales al holocausto y un museo importante para los judíos asesinados de Europa, pero no hay ninguno por el holocausto de los americanos nativos o los americanos africanos de cuya muerte es EEUU responsable.

Aimé Césaire comprendía muy bien todo este proceso. En su famoso discurso sobre el colonialismo, afirmó que la visión retrospectiva de los cristianos europeos sobre el nazismo es que

«… fue una barbarie, pero la barbarie suprema, que resume todas las barbaries diarias; es el nazismo, sí, pero antes de que los europeos fueran sus víctimas, fueron sus cómplices; y toleraron el nazismo antes de que les afectara a ellos, que le absolvieron, que cerraron los ojos ante él, que le legitimaron, porque hasta entonces se había aplicado sólo a pueblos no europeos; que cultivaron ese nazismo, que se responsabilizaron de él y que antes de anegar todo Occidente, a la civilización cristiana con sus enrojecidas aguas, rezuma, se filtra y chorrea por todas sus grietas.»

No cabe duda que para Césaire las guerras nazis y el holocausto fueron consecuencia del ensimismamiento del colonialismo europeo. Pero a partir de la rehabilitación de las víctimas del nazismo como pueblo blanco, Europa y su cómplice estadounidense continuarían con su política nazi inflingiendo horrores a los pueblos no blancos de todo el planeta: Corea, Vietnam, Indochina, Argelia, Indonesia, América Central y del Sur, África Central y del Sur, Palestina, Irán e Iraq y Afganistán.

La rehabilitación de los judíos europeos tras la II Guerra Mundial fue una parte fundamental de la propaganda de la Guerra Fría de EEUU. Mientras los científicos sociales e ideólogos estadounidenses desarrollaban la teoría del «totalitarismo», que planteaba que el comunismo soviético y el nazismo eran en esencia el mismo tipo de régimen, los judíos europeos, como víctimas de un régimen totalitario, se convirtieron en parte de la exhibición de la atrocidad que la propaganda estadounidense y europea occidental afirmaba que era igual que las atrocidades que el régimen soviético estaba supuestamente cometiendo en los períodos anteriores y posteriores a la Guerra. Que Israel se subiera al carro acusando a los soviéticos de antisemitismo por negarse a permitir que los ciudadanos judíos soviéticos se autoexpulsaran y se fueran a Israel fue parte de esa propaganda.

Compromiso con la supremacía blanca

Fue así como el compromiso estadounidense y europeo con la supremacía blanca se preservó, excepto que ahora se incluía a los judíos como parte de la gente «blanca» y de lo que llegó a llamarse civilización «judeocristiana». Las políticas estadounidenses y europeas posteriores a la II Guerra Mundial, que siguieron estando inspiradas y dictadas por el racismo contra los nativos americanos, africanos, asiáticos, árabes y musulmanes, y continuaron apoyando el programa antisemita del sionismo de asimilar judíos a la blancura en un estado de asentamientos coloniales fuera de Europa, eran una continuación directa de las políticas antisemitas que predominaban antes de la Guerra. Precisamente una gran parte de esa ponzoña racista antisemita se dirigiría ahora contra árabes y musulmanes (tanto contra los que son inmigrantes y ciudadanos en Europa y EEUU como los que viven en Asia y África), mientras que el antiguo apoyo antisemita al sionismo proseguiría su marcha libre de obstáculos.

La alianza de la Alemania Occidental con el sionismo y con Israel tras la II Guerra Mundial, suministrando a Israel una inmensa ayuda económica en la década de 1950 y ayuda económica y militar a partir de los primeros años de la década de 1960, incluidos los tanques que se utilizaron para matar palestinos y otros árabes, es una continuación de la alianza que el gobierno nazi concluyó con los sionistas en la década de 1930. En los años sesenta, Alemania Occidental facilitó a Israel incluso entrenamiento militar para sus soldados, y desde los años setenta le ha suministrado submarinos nucleares fabricados en Alemania, con los que Israel confía en matar más árabes y musulmanes. Israel ha armado en años recientes a los submarinos suministrados por Alemania con misiles nucleares de tipo crucero, un hecho que es bien conocido por el actual gobierno alemán. El ministro de defensa israelí Ehud Barak dijo a Der Spiegel en 2012 que los alemanes se «sentirían orgullosos» de haber asegurado la existencia de Israel «durante muchos años». Berlín financió la tercera parte del coste de esos submarinos, alrededor de 135 millones de euros por submarino, y ha permitido que Israel difiera el pago hasta 2015. Que esto convierta a Alemania en cómplice de la desposesión de los palestinos le importa tan poco al actual gobierno alemán como en los años sesenta le importaba al canciller de la Alemania Occidental Konrad Adenauer, quien afirmó que «la República Federal no tiene derecho ni responsabilidad alguna que asumir respecto a los refugiados palestinos».

Esto se añade a los masivos miles de millones que Alemania ha pagado al gobierno israelí como compensación por el holocausto, como si Israel y el sionismo fueran las víctimas del nazismo, cuando en realidad a quienes mataron los nazis eran sobre todo judíos antisionistas. Al actual gobierno alemán no le preocupa el hecho de que incluso los judíos alemanes que huyeron de los nazis y terminaron en Palestina odiaran el sionismo y su proyecto, y eran a su vez odiados por los colonialistas sionistas en Palestina. Como los refugiados alemanes en Palestina en las décadas de 1930 y 1940 se negaron a aprender hebreo y publicaron media docena de periódicos en alemán en el país, fueron atacados por la prensa hebrea, incluido Haaretz, que pidió el cierre de sus periódicos en 1939 y de nuevo en 1941. Los colonialistas sionistas atacaron un café de propiedad alemana en Tel Aviv porque sus propietarios judíos se negaban a hablar hebreo, y el ayuntamiento de Tel Aviv amenazó en junio de 1944 a algunos de sus vecinos judíos alemanes por celebrar en su casa en la calle Allenby 21 «fiestas y bailes enteramente en lengua alemana, incluyendo programas que resultan extraños para el espíritu de nuestra ciudad» y esto «no iba a tolerarse en Tel Aviv». Los judíos alemanes, o yekkes, como se les conocía en el Yishuv, llegarían incluso a organizar una celebración con motivo del cumpleaños del Kaiser en 1941 (para estos y más detalles sobre los refugiados judíos alemanes en Palestina, puede leerse el libro de Tom Segev «The Seven Million»).

Añadan a todo eso el apoyo de Alemania a las políticas israelíes contra los palestinos en las Naciones Unidas y habrán completado el cuadro. Incluso el nuevo memorial al holocausto construido en Berlín que se abrió en 2005 mantiene el apartheid racial nazi, porque ese «Memorial para los Judíos Asesinados de Europa» es sólo para las víctimas judías de los nazis, que todavía hoy se diferencian, como Hitler ordenó, de los otros millones de no judíos que también cayeron masacrados víctimas del nazismo. Que una filial de la compañía alemana Degussa, que colaboró con los nazis y que produjo el gas Zyklon B, que se utilizó para matar a la gente en las cámaras de gas, fuera contratada para construir el memorial no resulta en absoluto sorprendente; mientras, se confirma que quienes mataron a los judíos en Alemania en los años finales de la década de 1930 y en la de 1940 lamentan ahora lo que hicieron porque entienden que los judíos eran europeos blancos a quienes debe conmemorarse y que no deberían haber sido asesinados teniendo en cuenta ante todo su blancura. Sin embargo, la política alemana de instigar la matanza de árabes por parte de Israel apenas se relaciona con ese compromiso con el antisemitismo, que continúa estando en vigor a través del predominante racismo contemporáneo contra los inmigrantes musulmanes.

Tradición antijudía euro-estadounidense

El holocausto judío acabó con la mayoría de los judíos que lucharon y combatieron el antisemitismo europeo, incluido el sionismo. Con su muerte, los únicos «semitas» que quedan que están luchando contra el sionismo y su antisemitismo son hoy el pueblo palestino. Mientras Israel insiste en que los judíos europeos no pertenecen a Europa y deben irse a Palestina, los palestinos han insistido siempre en que las patrias de los judíos europeos eran sus países europeos y no Palestina, y que el colonialismo sionista brota de su propio antisemitismo. Mientras que el sionismo insiste en que los judíos son una raza distinta de los cristianos europeos, los palestinos insisten en que los judíos europeos no son sino europeos y no tienen nada que ver con Palestina, ni con su gente ni con su cultura. Lo que Israel y sus aliados europeos y estadounidenses han intentado hacer en las últimas seis décadas y media es convencer a los palestinos para que se conviertan también en antisemitas y crean, como los nazis, Israel y sus aliados occidentales antisemitas, que los judíos son una raza que es diferente de las razas europeas, que Palestina es su país y que Israel habla en nombre de todos los judíos. Que los dos grandes bloques de votantes estadounidenses son en la actualidad protestantes milenaristas y que los imperialistas laicos continúan la misma tradición euro-estadounidense y antijudía que se remonta a la Reforma protestante y al imperialismo del siglo XIX. Pero los palestinos siguen mostrándose escépticos y firmes en su resistencia frente al antisemitismo.

Israel y sus aliados antisemitas afirman que Israel es el «pueblo judío», que sus políticas son políticas «judías», que sus logros son logros «judíos», que sus crímenes son crímenes «judíos» y que, por tanto, cualquiera que se atreva a criticar a Israel está criticando a los judíos y tiene que ser antisemita. El pueblo palestino ha emprendido una gran lucha contra esta provocación antisemita. Siguen en cambio afirmando que el gobierno israelí no habla para todos los judíos, que no representa a todos los judíos y que sus crímenes coloniales contra el pueblo palestino son sus propios crímenes y no los crímenes del «pueblo judío» y que, por lo tanto, es a ese gobierno a quien hay que criticar, condenar y procesar por sus incesantes crímenes de guerra contra el pueblo palestino. Esta posición palestina no es nueva, se adoptó al comienzo del siglo XX y continuó a través de toda la lucha palestina contra el sionismo anterior a la II Guerra Mundial. El discurso de Yaser Arafat en las Naciones Unidas en 1974 reafirmaba con vehemencia todos esos aspectos:

«Así como el colonialismo utilizó sin remordimiento alguno a los miserables, a los pobres, a los explotados como mera materia inerte con la que construir y desarrollar un colonialismo de asentamientos de colonos, también utilizó, en nombre del imperialismo mundial y del liderazgo sionista, a los destituidos y oprimidos judíos europeos. Transformaron a los judíos europeos en instrumentos de agresión; los convirtieron en elementos del colonialismo de asentamiento colonial que va intimadamente ligado a la discriminación racial… se utilizó la teología sionista contra nuestro pueblo palestino: el objetivo no era sólo el establecimiento de un colonialismo de asentamientos de estilo occidental sino también el desarraigo de los judíos de sus diversas patrias y, por consiguiente, el alejamiento de sus naciones. El sionismo… va unido al antisemitismo en sus retrógrados principios y es, al fin y al cabo, la otra cara de la misma moneda. Porque cuando lo que se propone es que los seguidores de la fe judía, con independencia de su residencia nacional, no le deban lealtad alguna a tal residencia nacional ni vivan en igualdad de condiciones con los otros, los ciudadanos no judíos, cuando es eso lo que se propone, se está propugnando el antisemitismo. Cuando se propone que la única solución al problema judío es que los judíos se alienen a sí mismos de las comunidades o naciones de las que han sido parte histórica, cuando lo que se propone es que los judíos solucionen el problema judío mediante la inmigración y el asentamiento forzoso en la tierra de otro pueblo, cuando eso ocurre, se está fomentando exactamente lo mismo que defienden los antisemitas contra los judíos.»

La proclama de Israel de que sus críticos son antisemitas presupone que sus críticos se creen sus proclamas de que representa al «pueblo judío». Pero esas afirmaciones de Israel de que representa y habla en nombre de todos los judíos son las afirmaciones más antisemitas de todas.

En la actualidad, Israel y las potencias occidentales quieren elevar el antisemitismo a principio internacional alrededor del cual buscan establecer un consenso total. Insisten en que para que haya paz en Oriente Medio, los palestinos, árabes y musulmanes deben convertirse, al igual que Occidente, en antisemitas, apoyando el sionismo y reconociendo las afirmaciones antisemitas de Israel. Excepto para los regímenes dictatoriales árabes y para la Autoridad Palestina y sus compinches, en este 65 aniversario de la conquista antisemita de Palestina por los sionistas, conocida por los palestinos como la Nakba, el pueblo palestino y los pocos judíos antisionistas supervivientes continúan negándose a aceptar este llamamiento internacional e incitación al antisemitismo. Afirman que son, como los últimos semitas, los herederos de las luchas palestinas y judías anteriores a la II Guerra Mundial contra el antisemitismo y su manifestación colonial sionista. Es su resistencia la que pervive en medio de la completa victoria del antisemitismo europeo en Oriente Medio y en el mundo entero.

Joseph Massad nació en Jordania de origen palestino. Es Profesor de Historia Intelectual y Política Árabe Moderna en la Universidad de Columbia, Nueva York. Es autor de varios libros, entre ellos, «Colonial Effects: the Making of Colonial Identity in Jordan» (2001) y «The Persistence of the Palestinian Question: Essays on Zionism and the Palestinians» (2006).

Fuente original: http://www.aljazeera.com/indepth/opinion/2013/05/2013521184814703958.html