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Los verdaderos crímenes se están cometiendo en Gaza, no en Glastonbury ni en Brize Norton

Fuentes: Voces del Mundo

El Gobierno británico se ve sacudido por la creciente reacción pública ante la matanza que Israel lleva 21 meses perpetrando en Gaza y la complicidad activa del Reino Unido en ella.

Las repercusiones llegaron a su punto álgido durante el fin de semana, cuando el grupo punk Bob Vylan animó al público de Glastonbury a corear: «Muerte, muerte a las IDF», en referencia al ejército israelí, una actuación que se retransmitió en directo por la BBC, que más tarde expresó su pesar por no haber cortado la emisión. A continuación, la banda irlandesa Kneecap centró la ira del público hacia el primer ministro británico Keir Starmer, animando a la multitud a corear consignas maldiciendo su nombre.

Otros músicos también aprovecharon sus actuaciones para expresar su indignación por la complicidad británica en lo que la Corte Internacional de Justicia dictaminó a principios de 2024 como un genocidio «plausible».

Sus quejas están bien fundadas.

El Gobierno británico sigue suministrando piezas para los aviones de combate F-35 que lanzan bombas sobre la población de Gaza. Ha aumentado enormemente las exportaciones de armas del Reino Unido a Israel, incluso cuando afirmaba que las había reducido, al tiempo que enviaba armas estadounidenses y alemanas a través de la base de la Royal Air Force en Akrotiri, Chipre. Y está llevando a cabo misiones de espionaje sobre Gaza en nombre de Israel.

Y, para colmo, Gran Bretaña sigue proporcionando una cobertura diplomática incondicional a Israel, aunque este haya masacrado a decenas de miles de civiles y siga imponiendo el hambre a más de dos millones de personas.

Starmer no se mueve. De hecho, se está atrincherando, tachando cualquier crítica a Israel de «antisemitismo» y, cada vez más, de «terrorismo».

Valores depravados

Se trata de una forma tan descaradamente invertida de entender el mundo que ha requerido una impresionante dosis de ingenio y creatividad para evitar que la ira popular se descontrolara.

Lo que Israel, Washington, el Reino Unido y otros se han visto obligados a hacer para mantener el genocidio es crear un teatro, con una serie de dramas de distracción, para desviar la atención del crimen central.

El maestro del suspense de Hollywood, Alfred Hitchcock, el director de cine especializado en lo que él denominaba «MacGuffins» (callejones sin salida narrativos para despistar al espectador), habría apreciado la habilidad con la que se ha llevado a cabo.

El objetivo ha sido conseguir que los medios occidentales se centren, y por lo tanto que el público occidental reflexione, no sobre el drama principal -ya sea el genocidio en sí mismo o la naturaleza intrínsecamente violenta y apartheid del Estado israelí que lo lleva a cabo-, sino que se centre en giros y vueltas separados de la trama. Giros y vueltas que, por supuesto, no hacen que las capitales occidentales parezcan tan obviamente cómplices y depravadas.

Incluso cuando los medios de comunicación informan sobre Gaza, rara vez es para abordar la matanza masiva de palestinos por parte de Israel. Más bien es para debatir otras muchas cuestiones que surgen, como los escombros y el polvo de un bombardeo israelí, a raíz del genocidio.

Lo último es la polémica sobre Bob Vylan, en la que los políticos y los medios de comunicación están movilizando al público británico, de forma bastante absurda, para que se preocupe por la seguridad de los soldados israelíes ante la supuesta amenaza de los enfadados fans de la música.

Al parecer, eso debería preocuparnos mucho más que la seguridad de los palestinos en Gaza, que actualmente están siendo masacrados y asesinados por hambre por esos mismos soldados israelíes.

Cada vez más, nuestros líderes parecen querer convertir la pertenencia a un ejército genocida en una característica protegida, como ser negro o gay, de modo que cualquier crítica al ejército israelí pueda clasificarse como discurso de odio.

Imagínense, si pueden, que la policía investigara a una banda punk -como están haciendo con Bob Vylan- por ser cruel con las Waffen-SS, las fuerzas paramilitares nazis, o con el ejército ruso en Ucrania.

Cualquiera que, como Starmer o los medios de comunicación británicos, exprese mayor preocupación por el bienestar de los soldados israelíes involucrados en matanzas masivas que por las víctimas de esas matanzas, vive en un mundo de valores totalmente depravados.

Si Bob Vylan tiene que rendir cuentas por proferir amenazas vacías contra un ejército genocida, ¿por qué la policía no investiga y procesa a los británicos que sirven en ese ejército, o incluso al primer ministro británico, que declara que Israel tiene derecho a «defenderse» privando a la población de Gaza de alimentos, agua y electricidad?

Si la doble moral no les resulta evidente, es porque les están concentrando en el MacGuffin, no en las pruebas.

Tácticas de distracción

A medida que las acciones de Israel en Gaza se vuelven cada vez más indefendibles -sobre todo, el hambre que padece la población por el bloqueo de la ayuda-, los dramas de distracción han tenido que volverse más extravagantes.

Los recientes ataques de Israel y Estados Unidos contra Irán, y antes de ellos la destrucción del sur del Líbano por parte de Israel, son los ejemplos más notorios de estas maniobras.

Esas guerras de agresión ilegales tenían su propia lógica, por supuesto.

La utilidad de Israel para Occidente depende de que sea el principal perro de presa en el Oriente Medio rico en petróleo: aterrorizando a los demás para que se sometan, arrasando a los que se niegan a someterse, protegiendo a los Estados del Golfo, clientes de Occidente, de otras influencias y provocando la misma «amenaza existencial» de la que Occidente afirma que necesita protegerse a sí mismo y a Israel.

Estos ataques también sirvieron como MacGuffins, de los más mortíferos.

La mínima cobertura de Gaza se archivó instantáneamente para centrarse en una bomba iraní inexistente, ignorando, por supuesto, las armas nucleares muy reales de Israel.

Las capitales occidentales y sus medios de comunicación aumentaron la preocupación por una supuesta «amenaza» nuclear que Irán representaba para Israel, incluso cuando los analistas serios entienden que sería suicida para Teherán lanzar tal ataque, incluso si desarrollara una bomba.

Se perdieron semanas en un debate febril sobre, en primer lugar, si un ataque israelí o estadounidense podría acabar con el programa nuclear legal de Irán; y luego, después de que el presidente estadounidense Donald Trump ordenara un ataque, si tenía razón al afirmar que el programa había sido efectivamente «destruido».

El impulso se evaporó

Todo lo que se consiguió con esto fue impedirnos pensar en lo que Israel realmente está tramando.

Cabe destacar que en Occidente se había ido acumulando presión, muy tardíamente, para detener el genocidio por inanición en Gaza. Eso fue hasta que el «ataque» de Irán se convirtió en noticia y, una vez más, se pintó a Israel como la víctima.

De la noche a la mañana, el impulso para detener el genocidio de Israel en Gaza se evaporó.

Nos vimos obligados una vez más a dirigir nuestra principal simpatía hacia Israel, un Estado que fue objeto de ataques con misiles sólo porque provocó una guerra, e incluso mientras Israel mata de hambre activamente a dos millones de personas y sus soldados disparan con munición real contra palestinos desesperados en los llamados «centros de ayuda», matando a cientos de personas en las últimas semanas e hiriendo a miles.

A raíz del ataque de Israel contra Irán, se pospuso indefinidamente una cumbre franco-saudí convocada para impulsar el reconocimiento del Estado palestino, un debate que lleva 30 años sin avanzar, otro MacGuffin. 

Y una revisión de los derechos humanos de la UE, que podría haber amenazado el acuerdo de libre comercio de Israel con Europa, su mayor socio comercial, se concluyó apresuradamente sin ningún plan tangible para imponer sanciones.

Al parecer, no era el momento adecuado para pedir cuentas a Israel por su genocidio en curso porque había sido alcanzado por misiles de represalia de Irán. Pero, una vez más, nunca parece ser el momento adecuado para pedir cuentas a Israel por sus crímenes.

Mientras tanto, el momento elegido por Israel para sus ataques, primero contra el Líbano y luego contra Irán, ha logrado mantener el genocidio de Gaza fuera de las portadas de los periódicos y a los líderes occidentales fuera de peligro, incluso cuando la muerte y la destrucción aumentan sin cesar.

La industria de los MacGuffin

Esta es precisamente la razón por la que Israel y Occidente han tenido que coproducir una serie interminable de MacGuffins durante los últimos dos años, ya sea para justificar o para distraer la atención del genocidio. Estos dramas de distracción van desde engaños descarados y controversias fabricadas hasta interpretaciones sesgadas de hechos reales, todo ello con el fin de ocultar la matanza y redirigir la simpatía hacia Israel.

Es sorprendente que sigan produciéndose, 21 meses después del inicio del genocidio. Ninguno de ellos tendría el efecto deseado si no fuera por la connivencia activa de las capitales occidentales y sus medios de comunicación complacientes, que dan prioridad a estos dramas sobre las cuestiones fundamentales.

La producción de MacGuffins ha alcanzado una escala industrial. Las historias israelíes sobre la barbarie palestina, desde bebés asesinados hasta violaciones masivas el 7 de octubre de 2023, siguen resurgiendo sin un ápice de evidencias.

La difícil situación de los 250 cautivos israelíes iniciales se ha mantenido constantemente en primer plano por encima de la matanza de decenas de miles -y posiblemente cientos de miles- de palestinos en Gaza por parte de Israel.

La absurda justificación de Israel para destruir hospital tras hospital, escuela tras escuela, comedor tras comedor -que, según ellos, han servido como «centros de mando y control» de Hamás- apenas se cuestiona.

Occidente ha aceptado la afirmación inventada por Israel de que el número de muertos en Gaza está muy inflado, incluso cuando todas las pruebas sugieren que se trata de un recuento muy inferior al real, dada la incapacidad de los sectores sanitarios y de emergencia civil, colapsados, para recuperar los cadáveres e identificarlos bajo el implacable bombardeo israelí.

Las capitales occidentales han tolerado igualmente la difamación de Israel hacia las agencias de ayuda de la ONU en Gaza, al tiempo que aceptan implícitamente que dos millones de palestinos se vean privados de comida y agua como consecuencia de ello.

Occidente ha colaborado en el bloqueo de la ayuda con soluciones ineficaces y que requieren mucho tiempo para entregar alimentos, desde lanzamientos aéreos hasta la construcción de un muelle que se rompió casi en el momento en que se terminó.

Se ha permitido a Israel ganar aún más tiempo para matar de hambre a la población de Gaza mediante la creación de un sistema alternativo de «distribución de ayuda», que requiere la ejecución diaria de decenas de palestinos que se concentran en los «centros de ayuda» de Israel.

Los medios de comunicación occidentales se han hecho eco de las afirmaciones israelíes de que Hamás está robando alimentos, a pesar de que las pruebas en vídeo muestran a bandas criminales armadas por Israel saqueando la ayuda.

Política genocida

De vez en cuando, la verdadera historia sale a la luz. Haaretz publicó recientemente testimonios de soldados israelíes que afirmaron que se les ordenó disparar contra multitudes de palestinos desarmados cerca de los «centros de ayuda», a pesar de que no representaban ninguna amenaza.

Recuerden que los palestinos sólo acuden a estos centros porque Israel los está matando de hambre activamente y porque Israel decidió cerrar el sistema de distribución de alimentos establecido por la ONU.

Al explicar que el ejército israelí dispara ahora habitualmente proyectiles de artillería contra estas multitudes, un comandante militar observó: «Nadie [en Israel] se para a preguntarse por qué cada día mueren decenas de civiles que buscan comida».

Un oficial de alto rango declaró al periódico: «Mi mayor temor es que los disparos y los daños a los civiles en Gaza no sean el resultado de una necesidad operativa o de un mal juicio, sino más bien el producto de una ideología que tienen los comandantes sobre el terreno y que transmiten a las tropas como plan operativo».

En otras palabras, el genocidio es la política.

La producción frenética de MacGuffins es necesaria para impedir que el público occidental piense en la única cuestión que realmente importa: Israel está masacrando a los palestinos porque es un Estado colonialista que quiere deshacerse del grupo étnico «equivocado».

Lo que los Estados coloniales europeos han hecho a lo largo de la historia moderna -desde Estados Unidos hasta Australia y Sudáfrica- es sustituir a la población nativa mediante estrategias de apartheid, limpieza étnica y exterminio. Israel simplemente sigue esa tradición.

Si la vida de los rehenes fuera lo más importante, podrían haber sido liberados hace muchos meses mediante negociaciones. Israel rechazó esas negociaciones porque, más que la liberación de los rehenes, quiere aprovechar la oportunidad para deshacerse de la población palestina que ha ocupado, sitiado y no ha logrado someter.

La distribución de ayuda podría haber continuado si se hubiera permitido a la ONU hacer su trabajo. Pero Occidente no quiere poner fin al asedio de Gaza. No quiere un acuerdo de paz con Irán. No tiene interés en mantener a salvo a los palestinos, sino que se preocupa por mantener armado y peligroso a su gigante militar en Oriente Medio.

Por eso, cada vez que Israel comete un crimen de guerra, la postura por defecto de las capitales y los medios de comunicación occidentales es poner el mundo patas arriba, insistiendo en que Israel tiene «derecho a defenderse».

El drama del «antisemitismo»

Los MacGuffins no se limitan a Oriente Medio. También son de cosecha propia, porque el genocidio sólo puede persistir si Occidente es capaz de proteger a su principal Estado cliente, Israel, de un escrutinio y una crítica serios.

Cuanto más evidentes se han vuelto las acciones genocidas de Israel, más han tenido que fabricar las capitales occidentales dramas de distracción en casa.

Los gobiernos de Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania y Francia, actores clave en la proyección del poder colonial de Occidente en Oriente Medio, han gastado una cantidad desmesurada de capital político en producir un drama improbable y grandilocuente sobre el «antisemitismo».

Ese drama no se interesa por el antisemitismo real, del tipo que profesan los racistas que odian a los judíos.

Siguiendo la verdadera tradición de MacGuffin, se ha centrado en los antirracistas y antiimperialistas que se oponen al genocidio de Israel; que rechazan a Israel como continuación del racismo y el colonialismo occidentales; que creen que todo el mundo merece vivir con dignidad, incluidos los palestinos; y que quieren ver acabado el apartheid israelí, como ocurrió antes con el apartheid sudafricano.

En los campus universitarios estadounidenses, el activismo propalestino para poner fin a la complicidad occidental en el armamento y la protección del genocidio de Israel se ha encontrado con una brutal represión por parte de la policía. Las administraciones universitarias han expulsado a estudiantes y les han retirado sus títulos. Las autoridades estadounidenses han eliminado las protecciones federales para poder detener y deportar a otros estudiantes.

En el Reino Unido, las manifestaciones masivas han sido demonizadas tildándolas de «marchas de odio», como si la ferviente oposición popular a un Estado que asesina y mutila a decenas de miles de niños en Gaza sólo pudiera atribuirse al antisemitismo. Como si el comportamiento «normal» durante un genocidio retransmitido en directo fuera permanecer en silencio.

Lógica obscena

La semana pasada, el Gobierno de Starmer llevó esta lógica obscena hasta un nivel completamente nuevo.

Palestine Action es el grupo de protesta más visible que intenta ejercer presión práctica sobre Gran Bretaña para que cumpla con sus obligaciones en virtud del derecho internacional de dejar de ayudar a Israel en la matanza y el hambre del pueblo de Gaza.

A diferencia de quienes participan en manifestaciones callejeras masivas, los miembros de Palestine Action utilizan la desobediencia civil y la acción directa como herramientas para poner de relieve la naturaleza exacta de la complicidad de Gran Bretaña e intentar interrumpirla.

Esto ha incluido actos de allanamiento y daños criminales a la maquinaria del genocidio, principalmente a fábricas de armas israelíes con sede en el Reino Unido que fabrican armas utilizadas para ejecutar a palestinos, incluidos niños.

El mes pasado, Palestine Action irrumpió en la base aérea de Brize Norton y roció simbólicamente dos aviones con pintura roja para representar la sangre de los palestinos en Gaza. Los aviones de Brize Norton vuelan regularmente a Akrotiri, la base de la RAF en Chipre, desde donde el Reino Unido transporta armas a Israel para su uso en el genocidio.

Para el Gobierno, el allanamiento debería haber planteado principalmente cuestiones de seguridad en la base. ¿Cómo pudieron los activistas entrar y salir sin ser detectados?

Pero esa no fue la respuesta del Gobierno de Starmer. En cambio, está planeando proscribir a Palestine Action por organización terrorista, a pesar de que el grupo realiza actividades que no aterrorizan a nadie, salvo a quienes se benefician del genocidio.

Se espera que esta semana se celebre una votación al respecto. Si se lleva a cabo, sería la primera vez que Gran Bretaña declara como organización terrorista a un grupo de protesta de acción directa, equiparándolo con Al Qaida y el Estado Islámico.

Para hacer más plausible el caso de Starmer, el Gobierno parece haber inventado otro MacGuffin. Funcionarios anónimos filtraron la afirmación -sin ninguna prueba, por supuesto- de que el Ministerio del Interior estaba investigando si Palestine Action recibía financiación de Irán.

En virtud de la draconiana Ley contra el Terrorismo del Reino Unido, la proscripción de Palestine Action significaría que cualquier persona -incluidos políticos, periodistas y figuras públicas- que exprese su solidaridad con el grupo o con los activistas perseguidos por los tribunales se arriesgaría a 14 años de cárcel por apoyar a una organización terrorista. Cualquiera que hiciera una donación correría el mismo riesgo.

Fuentes internas han reconocido consternación generalizada en el Ministerio del Interior. Un funcionario declaró a The Guardian: «¿De verdad van a procesar como terroristas a todos los que expresan su apoyo al trabajo de Palestine Action para interrumpir el flujo de armas a Israel, que comete crímenes de guerra?».

Acabar con el genocidio

Los miembros de Palestine Action saben que están infringiendo las leyes de propiedad del Reino Unido, siguiendo una larga y honorable tradición de acción directa, desde las sufragistas hasta Extinction Rebellion.

Se arriesgan a ir a la cárcel, aunque los jurados tienden notablemente a absolver a estos activistas cuando consideran los argumentos presentados en el juicio, argumentos que nunca escucharían en la BBC o el Daily Mail.

Entre ellos se encuentra el hecho de que estos activistas infringen las leyes británicas -leyes que protegen los enormes beneficios de los fabricantes de armas- para evitar que el Gobierno británico infrinja leyes mucho más importantes, como la complicidad en crímenes de guerra.

Manifestantes se reúnen en apoyo a Palestine Action en Londres el 23 de junio de 2025 (Henry Nicholls/AFP)

El propio Starmer entiende este razonamiento, porque es precisamente el argumento que él mismo esgrimió, cuando era abogado, en defensa de los activistas que intentaron impedir que los bombarderos británicos se dirigieran a Iraq en 2003. Estos debían bombardear Bagdad en lo que Gran Bretaña y Estados Unidos denominaron  campaña de «conmoción y pavor», que causó la muerte de un número incalculable de civiles iraquíes.

El hombre al que Starmer defendió, Josh Richards, que planeaba incendiar un avión de la RAF, y no sólo rociarlo con pintura, fue procesado dos veces y quedó en libertad en ambas ocasiones, tras argumentar que intentaba detener una guerra ilegal.

Sin embargo, el trabajo de Starmer ahora no es ponerse del lado de las personas buenas que intentan detener el genocidio. Es ponerse del lado de aquellos cuyo trabajo es distraernos con ruido, con MacGuffins, para allanar el camino hacia la consumación del genocidio de Israel.

Garra mortal

Cuanto más nos acerquemos al final del genocidio en Gaza, más crecerá la ola de oposición a la complicidad británica, como se puso de manifiesto este fin de semana en Glastonbury.

Por eso Starmer, un hombre totalmente carente de principios, necesita redefinir las líneas de batalla para que le resulten más convenientes. Debe presentar a los opositores al genocidio como depravados, como terroristas.

Pero estos MacGuffins sirven a un propósito aún mayor. Se están utilizando para reforzar la impresión de que Gran Bretaña vive en un mundo cada vez más peligroso, lleno de Estados rebeldes y terrorismo, lo que requiere un aumento masivo de lo que el Gobierno de Starmer quiere llamar «gasto en defensa».

En línea con los nuevos compromisos anunciados por la OTAN, Gran Bretaña se está preparando para duplicar sus gastos en maquinaria de guerra y «seguridad nacional», hasta alcanzar el cinco por ciento del PIB en 2035.

Cuando todo el mundo, desde los miembros de Palestine Action hasta los aficionados a la música de Glastonbury que critican un genocidio, puede ser retratado como un terrorista en potencia, es necesario reforzar considerablemente la arquitectura de la intimidación y la represión. Esa es la tarea de Starmer.

La verdad es que los mayores delincuentes, los mayores terroristas, no se encuentran en tierras lejanas. Se sientan en oficinas espaciosas en las capitales occidentales, trabajando para socavar y atacar a los países que insisten en controlar sus propios recursos, y para aumentar los beneficios de un sector empresarial que invierte en guerras interminables por los recursos, beneficios que se blanquean y se devuelven a los políticos y funcionarios occidentales en forma de donaciones y puestos de trabajo cómodos en su jubilación.

Cuanta más violencia difunde Occidente para reforzar la política de «dominio global total» de Washington, mayor es la resistencia de aquellos a los que busca aplastar en el extranjero.

Y del mismo modo, cuanto más intenta el Gobierno británico intimidar y amenazar a sus propios ciudadanos para garantizar su obediencia, más oposición surgirá donde menos se espera.

La lucha sigue. Tenemos que dejar de distraernos con los MacGuffins. Hay que desafiar el dominio de la industria bélica sobre nuestras vidas, o acabaremos siendo víctimas de su garra mortal.

Jonathan Cook es autor de tres libros sobre el conflicto palestino-israelí. Ha ganado el Premio Especial de Periodismo Martha Gellhorn. Vivió en Nazaret durante veinte años, de donde regresó en 2021 al Reino Unido. Sitio web y blog: www.jonathan-cook.net

Texto en inglés https://www.jonathan-cook.net/2025-07-02/gaza-glastonbury-brize-norton/, traducido por Sinfo Fernández.

Fuente: https://vocesdelmundoes.com/2025/07/04/los-verdaderos-crimenes-se-estan-cometiendo-en-gaza-no-en-glastonbury-ni-en-brize-norton/