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Ecología y metabolismo sociedad/naturaleza

¿Marx ecologista?

Fuentes: Rebelión

Preguntas previas: Karl Marx, acusado de productivista y adorador del desarrollo de las fuerzas productivas, ¿era un ecologista? ¿Marx incorporó la perspectiva ecológica a su crítica de la economía política del capitalismo? En caso de haberlo hecho, ¿es útil en nuestros días el pensamiento marxista para entender y tratar de resolver la crisis ecológica actual? […]

Preguntas previas:

Karl Marx, acusado de productivista y adorador del desarrollo de las fuerzas productivas, ¿era un ecologista?

¿Marx incorporó la perspectiva ecológica a su crítica de la economía política del capitalismo?

En caso de haberlo hecho, ¿es útil en nuestros días el pensamiento marxista para entender y tratar de resolver la crisis ecológica actual?

Un pensamiento marxista ecologizado, ¿nos ayudará a enfrentar los graves riesgos que supone el desarrollo del ecocidio y del llamado cambio climático?

Partamos del ecologista mexicano, Víctor Manuel Toledo, para responder a esas preguntas…

ALFRED SCHMIDT Y EL METABOLISMO SOCIAL

En su texto: «El metabolismo social: una nueva teoría sociológica«, Víctor Toledo rinde un merecido homenaje al marxista alemán y frankfurtiano Alfred Schmidt y su libro: El concepto de naturaleza en Marx (de 1962).

A través de Schmidt, Toledo confiesa que retomó el concepto de metabolismo social para pensar las relaciones entre la sociedad y la naturaleza. Siguiendo a Schmidt, Toledo destaca que Marx estudió al médico fisiólogo y filósofo holandés Jacob Moleschott (un ecologista decimonónico, dice Toledo), del que retomó la categoría de «metabolismo» o intercambio orgánico entre la sociedad y la naturaleza. En Londres, Marx asistió a algunas de las conferencias que impartió Moleschott. Y Schmidt en su libro destaca su pensamiento.

Pero Alfred Schmidt escribe un texto académico y filosófico centrado en El concepto de naturaleza en Marx, y por eso está interesado en determinar el carácter no ontológico del materialismo marxista (defender uno práctico-crítico), criticar la Dialéctica de la naturaleza de Engels, establecer el punto de partida de Marx en el que hay una unidad hombre/naturaleza que tiene como mediación el trabajo, establecer la teoría del conocimiento en Marx.

Sólo en un apartado del libro se ocupa del metabolismo social y en él rescata el concepto de intercambio orgánico o metabólico entre el ser humano y la naturaleza y remite como fuente principal a Jacob Moleschott.

Entonces, dice Schmidt al respecto, la naturaleza, como sustrato material, es diversa y concreta, tiene sus leyes físicas, químicas y biológicas, y es humanizada por el trabajo que establece la necesaria mediación y el intercambio metabólico (tomar y devolver) entre la sociedad y la naturaleza. Marx, en el libro primero de El Capital, lo dice así:

«El trabajo es, en primer lugar, un proceso entre el hombre y la naturaleza, un proceso en que el hombre media, regula y controla su metabolismo con la naturaleza. El hombre se enfrenta a la materia natural misma como un poder natural. Pone en movimiento las fuerzas naturales que pertenecen a su corporeidad, brazos y piernas, cabeza y manos, a fin de apoderarse de los materiales de la naturaleza bajo una forma útil para su propia vida. Al operar por medio de ese movimiento sobre la naturaleza exterior a él y transformarla, transforma a la vez su propia naturaleza»

Y luego sigue diciendo:

«El proceso de trabajo… es una actividad orientada a un fin, el de la producción de valores de uso, apropiación de lo natural para las necesidades humanas, condición general del metabolismo entre el hombre y la naturaleza, eterna condición natural de la vida humana y por tanto independiente de toda forma de esa vida y común, por lo contrario, a todas sus formas de sociedad»

Schmidt concluye, al respecto, lo siguiente: para Marx, la naturaleza es el sustrato material del trabajo. La naturaleza es la fuente de todos los medios y objetos de trabajo. Y aunque el trabajo humaniza a la naturaleza, éste obedece a sus leyes. Por eso, para Marx, el trabajo útil que produce Valor de uso es la condición de existencia del ser humano. La Naturaleza es el sustrato material del trabajo y éste produce valores de uso necesarios para la existencia humana. Entonces, el trabajo media entre la naturaleza y la vida social, determina el intercambio orgánico entre lo natural y lo social, establece el metabolismo social. Por eso, Marx le llama «la forma natural del trabajo».

Por cierto, el filósofo marxista Bolívar Echeverría, que venía de la Escuela de Frankfurt, también leyó a Alfred Schmidt…

FORMA NATURAL, VALOR DE USO Y UTOPÍA EN BOLÍVAR ECHEVERRÍA

Siguiendo las sendas abiertas por Schmidt para leer a Marx, Bolívar Echeverría reivindica una «forma natural» de la reproducción social, transhistórica, sustentada en la producción de valores de uso y en la relación metabólica con la naturaleza (dimensión material), a la que liga con el lenguaje, la comunicación e interpretación (la dimensión semiótica de la vida social o cultura). Según su interpretación de Marx, esa forma natural, con su metabolismo sociedad / naturaleza y producción-consumo de valores de uso, está distorsionada por el capital enajenado y enajenante que sólo busca «valorizar el valor» produciendo mercancías para explotar la plusvalía y a la naturaleza. Esa «forma natural» le sirve a Bolívar Echeverría tanto de crítica al capitalismo como de sustento a la posibilidad de la utopía socialista.

Para Bolívar Echeverría, la modernidad es una época histórica que supone un desarrollo de las fuerzas productivas que puede terminar con la escasez. La escasez de la Modernidad -dice- es artificial y es producida por el capitalismo. Para Echeverría, terminar con esa escasez es restaurar a la «forma natural».

Como veremos, es un proyecto teórico muy similar al de Víctor Toledo. Aunque el de Bolívar Echeverría está más preocupado por rescatar una interpretación de Marx (centrada en el valor de uso) y su crítica al capital (en el que el valor que se valoriza eclipsa al valor de uso), mientras que el de Víctor Toledo busca una perspectiva y una praxis ecológica… perdiendo a Marx y su crítica al capital.

VOLVIENDO A ALFRED SCHMIDT SOBRE MARX Y ENGELS

Pero en 1993 Alfred Schmidt escribe otro prólogo a su libro antes referido en el que aborda la crítica ecológica marxista. Señala que cuando publicó su libro todavía no se hablaba de la crisis ecológica relacionada con el desarrollo capitalista. Pero Alfred Schmidt ha sido formado en la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt y ha leído la Dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer, que critica a la razón instrumental y al progreso capitalista. Y por ello reconoce que también Marx y Engels son críticos del progreso.

Aunque en el Manifiesto Comunista Marx y Engels ven con optimismo del desarrollo de las fuerzas productivas desatadas por el capitalismo porque sojuzga a la naturaleza, promueve el desarrollo técnico, comunica al mundo entero y genera un mundo cosmopolita, no dejan de ser críticos del progreso económico y tecnológico del capitalismo. En dicho texto, por ejemplo, se dice:

«En el siglo corto que lleva de existencia como clase dominante, la burguesía ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas. Basta pensar en el sojuzgamiento de las fuerzas naturales por la mano del hombre, en la maquinaria, en la aplicación de la química a la industria y la agricultura, en la navegación de vapor, en los ferrocarriles, en el telégrafo eléctrico, en la roturación de continentes enteros, en los ríos abiertos a la navegación, en los nuevos pueblos que brotaron de la tierra como por encanto. ¿Cuál de los pasados siglos pudo sospechar que en el seno del trabajo social dormitasen tantas y tales fuerzas productivas?

Sin embargo, Engels señala que el Progreso real tiene contradicciones e incluso regresiones. Marx distingue Progreso humano del Progreso capitalista y construye una imagen siniestra del mismo: el capitalista es un Progreso que como el ídolo pagano sólo quiere beber «el néctar en el cráneo del sacrificado…» Marx siempre va a reconocer que el Progreso enajenado siempre beneficia a unos cuantos y perjudica a las mayorías.

Así lo dice en su artículo sobre los «Futuros resultados de la dominación británica en la India«:

«El período burgués de la historia está llamado a sentar las bases materiales de un nuevo mundo: a desarrollar, por un lado, el intercambio universal, basado en la dependencia mutua del género humano, y los medios para realizar ese intercambio; y, de otro lado, desarrollar las fuerzas productivas del hombre y transformar la producción material en un dominio científico sobre las fuerzas de la naturaleza. La industria y el comercio burgueses van creando esas condiciones materiales de un nuevo mundo del mismo modo como las revoluciones geológicas crearon la superficie de la tierra. Y sólo cuando una gran revolución social se apropie las conquistas de la época burguesa, el mercado mundial y las modernas fuerzas productivas, sometiéndolos al control común de los pueblos más avanzados, sólo entonces el progreso humano habrá dejado de parecerse a ese horrible ídolo pagano que sólo quería beber el néctar en el cráneo del sacrificado».

En los célebres Manuscritos económico-filosóficos de 1844, Marx afirma que la historia de la humanidad ha sido el sin sentido de la historia de la enajenación, es decir: sus creaciones (la división social del trabajo, el Estado, el capital) se vuelven ajenas y hostiles a sus creadores, de modo que esos productos enajenados impiden el libre desarrollo de las potencialidades humanas en todos los individuos. Por eso Marx rechaza la nostalgia a estados de desarrollo precedentes y critica al capitalismo que como apropiación total de la naturaleza supone la enajenación total. Para Marx, darle sentido a la Historia es instituir el Comunismo como desenajenación total que implica no sólo la satisfacción de necesidades básicas sino de las necesidades humanas, la reconciliación de la esencia humana con el individuo, de los humanos entre sí, de la comunidad y el individuo, de la sociedad con la naturaleza.

En contraste, el capitalismo se entiende por el Marx de los Grundrisse y El Capital como la enajenación total: como la apropiación universal de la naturaleza (por la mundialización del capitalismo) en donde ésta se vuelve un mero objeto que debe ser dominado para impulsar el productivismo y la valorización del valor. En el capitalismo, la naturaleza es una cosa puramente útil, sin poder para sí y cuyas leyes naturales pueden ser negadas. Y como el dinero es lo único que vale en el capitalismo, la naturaleza es despreciada e incluso violada. Dice Marx:

«El dinero es el valor general de todas las cosas constituido en sí mismo. O sea que le ha arrancado a todo el mundo, sea humano o natural, el valor que le caracterizaba. […] Bajo el dominio de la propiedad privada y el dinero, la actitud frente a la naturaleza es su desprecio real, su violación de hecho«.

En esa perspectiva crítica, Marx utiliza el concepto de metabolismo para criticar el desarrollo capitalista porque sobreexplota y agota recursos naturales (bosques, carbono, hierro…) y porque la urbanización perturba la relación metabólica (de tomar y devolver) entre la sociedad y la naturaleza. Dice Marx en El Capital:

«La preponderancia incesantemente creciente de la población urbana […] perturba el metabolismo entre el hombre y la tierra, esto es, el retorno al suelo de aquellos elementos constitutivos del mismo que han sido consumidos por el hombre bajo la forma de alimentos y vestimenta, retorno que es condición natural eterna de la fertilidad permanente del suelo».

Al respecto, comenta Alfred Schmidt:

«Claramente está ante su vista el problema del ‘reciclaje’, con ello la necesidad histórica de restablecer de una manera consciente el ciclo natural, perturbado por la intromisión del hombre, y que hasta ahora ha tenido lugar más bien de manera accidental y a costo de los seres humanos»-

Más que el problema del reciclaje está el problema de la fractura metabólica que el capital provoca. Y Schmidt vuelve a citar las conclusiones de Marx al respecto:

«Al igual que en la industria urbana, la fuerza productiva acrecentada y la mayor movilización del trabajo en la agricultura moderna, se obtienen devastando y extenuando la fuerza de trabajo misma. Y todo progreso de la agricultura capitalista no es sólo un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar al suelo; todo avance en el acrecentamiento de la fertilidad de éste durante un lapso dado, un avance en el agotamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad. […] La producción capitalista, por consiguiente, no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador»

La crítica ecológica de Marx, según Schmidt, consiste en insistir en que el progreso de la industrialización y la agricultura capitalista, que implica el agotamiento de los recursos naturales y la fractura el metabolismo sociedad/ naturaleza, tiene consecuencias desastrosas en los humanos y en la tierra, en la salud física e intelectual de los humanos, en la fertilidad de la tierra. Las fuerzas productivas acrecentadas por el capital en la industria, extenúa y devasta a la fuerza de trabajo, y en la agricultura, agota y devasta al suelo.

En ese sentido, el desarrollo capitalista socava los dos manantiales de la riqueza: la tierra (la naturaleza) y el trabajador. Comenta Schmidt que Marx estudió a Carl Nikolaus Frass, un agrónomo ecologista que plantea que el desarrollo no consciente de los cultivos sólo deja desiertos. Marx generaliza la idea y la aplica para el desarrollo no consciente capitalista, que devasta tierras, bosques, ríos. Marx también critica la separación de la ciudad del campo por sus efectos en el medioambiente natural y social. Engels, señala Schmidt, desarrolla esas ideas en varios escritos en los que cuestiona a la urbanización, que sólo trae la contaminación del agua, el aire, la tierra, lo que deteriora la vida humana. Por eso plantea la utopía de fusionar la ciudad y el campo. Además, reconoce que es imposible el dominio de la naturaleza y que toda tentativa de hacerlo siempre se revierte.

Alfred Schmidt vuelve, desde esta nueva perspectiva, al concepto de naturaleza en Marx. Si antes quería reivindicar la perspectiva frankfurtiana de un materialismo práctico-crítico (distinguiéndolo del materialismo contemplativo), ahora distingue entre Marx y Engels: mientras Engels reconoce que no es posible el dominio absoluto de la naturaleza, que somos parte de ella, estamos en ella y dependemos de ella, Marx piensa a la naturaleza como campo del trabajo para su apropiación. Pero parece que a Schmidt se le pasa la crítica de Marx a la fractura que instituye el capitalismo en el metabolismo entre la sociedad y la naturaleza. Tal vez por eso, Alfred Schmidt parece volver a reivindicar el materialismo contemplativo de Feuerbach, que veía a la naturaleza como objeto de la estética (más allá de la apropiación productiva de ella).

Por eso Alfred Schmidt concluye su nuevo prólogo así:

«Heurísticamente es utilizable también la tesis de Engels de la naturaleza como «conjunto integral», como sistema ricamente subdividido en sí, de interacciones recíprocas universales. Dentro de este sistema que se presenta en autoconstitución [Selbstgegebenheit] originaria, el intercambio de ser humano y naturaleza mediado por la producción material, constituye solamente una de las innumerables interacciones. Así, el hasta hoy vigente modo de pensar orientado a la praxis e historia humanas no se anula pero sí se relativiza . El materialismo histórico-dialéctico se amplía al » materialismo ecológico «; éste capta que la dialéctica de fuerzas productivas y relaciones de producción está envuelta y sustentada por una dialéctica elemental de tierra y ser humano, las ahistóricas condiciones previas de toda historia. Con ello se comprueba la idea de que el mundo constituye una unidad material. Mucho se ganaría si la humanidad, renunciando a un crecimiento ilimitado, pudiera prepararse para vivir venideramente en mejor armonía con el sistema de la naturaleza»

Sin embargo, un materialismo ecológico que renuncie al crecimiento ilimitado lo hace para restablecer el metabolismo entre la sociedad y la naturaleza en una sociedad postcapitalista, centrada en el valor de uso. De hecho, Marx dice, refiriéndose a una sociedad postcapitalista (socialista o comunista), lo siguiente:

«La libertad en esta esfera (el reino de la necesidad natural) sólo puede consistir en esto: en que el hombre socializado, los productores asociados, gobiernen el metabolismo humano con la naturaleza de un modo racional, poniéndolo bajo su propio control colectivo, en vez de estar dominados por él como una fuerza ciega; realizándolo con el menor gasto de energía y en las condiciones más dignas y apropiadas para su humana naturaleza».

Más adelante volveremos a esta cita.

EL REDESCUBRIMIENTO DEL METABOLISMO SOCIAL EN VÍCTOR TOLEDO

En el artículo referido de Víctor Toledo se nos habla del redescubrimiento de ese concepto a finales del siglo XX: nos remite a Marina Fischer-Kowalski, que también leyó a Schmidt, y que usa el concepto de metabolismo social aplicado a la salud humana y el desarrollo social, para cuantificar los flujos de energía y de materiales, etc. Dice Toledo:

«En todos los casos, el uso del concepto de metabolismo social se reduce a los simples cálculos de entradas (apropiación), salidas (excreción), importaciones y exportaciones, dejando de fuera de sus análisis tanto las complejas configuraciones del resto del proceso metabólico (…) como las dimensiones no materiales… del metabolismo».

Tal es su aporte: considerar la dimensión material y la no material del metabolismo social. En la Dimensión material considera los siguientes elementos:

  • A: Apropiación (entrada), que es la forma primaria de intercambio metabólico en diversas unidades de A

  • T: Transformación, que modifica productos apropiados

  • C: Circulación

  • Co: Consumo

  • E: Excreción (salida)

El esquema se complejiza considerando varias unidades de A, diversidad de T y C, así como co-rural, urbano-industrial, importaciones y exportaciones, dinero, mercado, Co subordinando A ,T y C…

Respecto a la dimensión inmaterial o intangible del metabolismo social, Toledo señala que sobre lo MATERIAL del metabolismo social, se levanta un armazón inmaterial del signos/lenguaje, reglas, leyes, instituciones… De modo, que la A, T, C, Co y E (el hardware) se articulan con las familias, el mercado, las reglas, el poder político (el software). Cada sociedad articula de manera específica esas dimensiones que tiende a la reproducción, la continuidad y el consenso social.

Se trata, por tanto, de hacer un análisis del metabolismo social con sus dimensiones de manera compleja: con sus relaciones e interrelaciones, sus cambios, su organización y desorganización, el todo y sus partes, distinguiendo tres campos del metabolismo social (rural, urbano, industrial), considerando los elementos señalados (A, T, C, Co, E) con su temporalidad (años, décadas, siglos, milenios) así como con sus escalas espaciales (comunidad, microregión, región, nación, internacional, global).

Toledo considera tres tipos de apropiación (A), a saber:

1) A: que no provoca cambios en ecosistemas (caza, pesca, recolección…), con un Medio Ambiente Utilizado (MAU)

2) A: que desorganiza los ecosistemas (domesticación: agrícola, ganadería, etc.), con un Medio Ambiente Transformado (MAT)

3) A: que conserva ecosistemas para protegerlos, con un Medio Ambiente Conservado (MAC).

Todo ello debe considerarse para establecer los flujos e intercambios metabólicos. Recordemos, además, que Toledo está comprometido con la ciencia posnormal, que hace dialogar diversos saberes y se plantea el rescate no sólo biológico sino biocultural. 

 

En otro texto, El planeta, nuestro cuerpo, Víctor Toledo historiza las formas de apropiación, distinguiendo:

Etapa Primaria (de hace 2 millones de años hasta hace 10 mil años): se constituye por sociedades de bandas de cazadores y recolectores que no transforman ni la estructura ni la dinámica del Ecosistema naturales en el que habitan.

Etapa Secundaria (de hace 10 mil años hasta el siglo XIX); se constituye por comunidades campesinas que transforman de manera limitada la estructura y dinámica de los ecosistemas naturales, alterando suelos, topografía, microclimas, etc.

Etapa Terciaria (del siglo XIX hasta nuestros días): se constituye por las sociedades capitalistas, industriales y urbanas, que -decimos desde Marx- someten a las comunidades campesinas a la enajenación del capital, entendido como fuerza económica fuera del control humano que sólo busca producir y acumular para obtener más ganancias, cosificando a la naturaleza y a los propios seres humanos. En esta etapa se transforman de manera ilimitada los ecosistemas locales y regionales, afectando los equilibrios y ciclos de regeneración naturales del planeta entero.

En términos de Toledo, el modelo capitalista predominante es ambientalmente perverso, socialmente inequitativo y económicamente ineficiente. Desde la perspectiva de Marx, en la etapa terciaria, la época en la que rige el capital, el metabolismo económico y ecológico entre la sociedad y la naturaleza está fracturado. En términos de racionalidad, la racionalidad económica (basada en la eficiencia, la productividad y la rentabilidad) choca con la racionalidad social (basada en la justicia, la igualdad y el bienestar) y con la racionalidad ecológica (sustentada en la conservación, el mantenimiento y la recuperación).

Si los ritmos de producción y consumo se mantienen al mismo nivel en este siglo, el caos natural y social es el único futuro que se avizora para la humanidad. Ha sido tal el deterioro y la devastación de los ecosistemas en estos últimos años que el ritmo desenfrenado del proceso productivo supera en mucho la capacidad de resilencia, restauración y mantenimiento de los recursos naturales. Por tanto, el desarrollo económico capitalista es un atentado contra las propias condiciones naturales, contra la sustentabilidad de la vida humana en particular y de la biodiversidad en general.

Al parecer, el capital por fin está alcanzado sus límites naturales y sociales.

Sin embargo, en el rescate que hace Toledo del metabolismo social para elaborar una perspectiva ecológica falta la crítica anticapitalista de Marx y de los marxismos.

John Bellamy Foster recupera la categoría de metabolismo sociedad / naturaleza para colocar a la ecología como central en el pensamiento crítico de Marx, pero la recupera como crítica a la lógica enajenada del capital: como fractura metabólica que necesariamente causa el productivismo y el afán de ganancias del capital.

James O’Connor plantea la segunda contradicción del capitalismo, la que existe entre el binomio relaciones sociales de producción/ fuerzas productivas que choca con las condiciones de producción (la vida humana, la naturaleza…), estudiando desde esa perspectiva ecológica la propia lógica del capital.

Los ecosocialistas como Michael Lowy y Daniel Tanuro de la IV Internacional recuperan esas críticas para proponer una alternativa global a la lógica capitalista.

PERO, ¿CUÁL ES LA LÓGICA O RACIONALIDAD DEL CAPITAL?

Para Marx, el capital es una fuerza enajenada y enajenante. Marx cuestiona la «lógica» explotadora y depredadora del capital, concebido éste como una fuerza social anónima y enajenada que, mercantilizando todo y privatizando las riquezas, promueve el consumismo y el productivismo en su impulso de dominar y someter a la naturaleza y al propio ser humano para producir más plusvalía e incrementar sus ganancias. El capitalismo es explicado por la dinámica de un capital enajenado, es decir: ajeno al control humano, que funciona con sus propias leyes («valorizar el valor», extraer plusvalía), a las que somete a la sociedad y a la naturaleza: producir más para incrementar sus ganancias, acumular y reproducirse como capital a una escala cada vez más amplia. Por eso, Marx caracterizaba al capitalismo como una sociedad invertida y fetichizada: en ella no es el ser humano el que domina a la economía, sino ésta la que lo domina a él; la creación humana (el capital como fuerza social productivista) se vuelve ajena y domina a sus creadores, como Fetiche o monstruo con vida y personalidad; la economía, entonces, no sirve para satisfacer las necesidades humanas, ya que, más bien, el ser humano y la naturaleza sirven a la economía (al capital) para satisfacer su «sed insaciable de ganancias».

La cosa (mercancía, dinero, máquinas) parece viva y potente, mientras los seres vivos (humanos y no humanos) son cosificados, impotentes ante el impulso dominador de la cosa.

El capitalismo se caracteriza por el dominio de la cosa sobre el ser humano y la naturaleza viva, por ser un mundo invertido donde lo creado sojuzga al creador; el capital es la enajenación de una fuerza social impersonal que enajena vida (humana y no humana) para acrecentar su poder, es un «valor que se valoriza a sí mismo».

El capital es una fuerza social enajenada que asume las formas de mercancía, dinero, máquina, industria, mercado mundial, instaurando un sistema económico y social productivista / consumista a nivel mundial, que domina, explota, somete, cosifica tanto al ser humano como a la naturaleza de manera «racional».

LA RACIONALIDAD PRODUCTIVISTA Y COSIFICADORA DEL CAPITALISMO

¿En qué consiste la racionalidad del capitalismo?

El capitalismo se presenta y legitima como un régimen social racional (no fundado en mitos o en la religión). Pero, históricamente, esa racionalidad se redujo a lo instrumental, es decir: quedó limitada al cálculo racional de los medios eficaces que logren el fin propuesto. Y el fin fue definido por la propia dinámica capitalista: producir y acumular de manera ilimitada. Y todos los medios se valen.

La ideología capitalista, cuando se pone filantrópica, proclama que la meta de la racionalidad instrumental es el bienestar social, aunque de inmediato identifica ese bienestar con el incremento de la producción, con el desarrollo (o progreso) económico. En ese sentido, la racionalidad instrumental impulsa un productivismo desenfrenado que tiene su origen en la insaciable sed de ganancias del capital.

En el capitalismo impera, entonces, una racionalidad instrumental. Esta racionalidad instrumental se vuelve abiertamente económica cuando adquiere el contenido específico de maximizar la producción (y en consecuencia, las ganancias) mientras minimiza los costos. Esos son los criterios «racionales» del capitalismo: el fin (producir y privatizar ganancias) no se discute, los medios son maximizar / minimizar, y los costos sólo tienen sentido si pueden traducirse en dinero. No entran en esos cálculos la miseria material, espiritual y ecológica que padece la mayoría de la población.

De hecho, el capitalismo se puede caracterizar por su significación nuclear: la expansión ilimitada del «dominio racional» (según Castoriadis). Por eso, este régimen social implica el proyecto (absurdo, enajenado, ilusorio) de dominar y racionalizar a la entera vida social y a la naturaleza.

La extensión de la racionalización instrumental y capitalista se impone primero en la esfera económica, pero poco a poco, en un proceso histórico donde se generan resistencias, invade todas las esferas sociales (administración, derecho, política, educación, salud…), sometiéndolas a la lógica mercantil.

El dominio racional capitalista de la vida social se resuelve -según el joven Lukács de Historia y consciencia de clase– en la extensión de la enajenación/cosificación del ser humano y sus relaciones. La racionalización implica, afirmaba Lukács, «una progresiva eliminación de las propiedades cualitativas, humanas, individuales del trabajador», una parcialización del proceso productivo y la reducción del trabajador a una función mecánica repetitiva y especializada, esto es: la tentativa de cosificarlo y enajenarlo de su humanidad. Esta racionalización que fragmenta, cuantifica, mecaniza y calcula de acuerdo a la maximización /minimización no se queda en la producción ya que invade la esfera del consumo, de la educación, la política, la cultura y alcanza a la propia vida cotidiana. Todo, decía Lukács con justeza, se vuelve cuantitativo, manejable, calculable, desgarrando al sujeto social, que se vuelve una «parte mecanizada» de un «sistema mecánico» enajenado, «que funciona con plena independencia de él, y a cuyas leyes tiene que someterse sin voluntad.» Lukács retoma los estudios de Max Weber para ejemplificar este hecho, en los que se prueba la imposición del cálculo racional no sólo en las empresas, también en el derecho, en la administración, en el Estado e incluso en el extenso fenómeno de la burocratización moderna de las instituciones y de las actividades humanas.

Esta enajenación/racionalización que se manifiesta en todas las esferas sociales, insiste Lukács, «penetra hasta el ser psíquico y físico del hombre», y tiene como límite «el carácter formal de su propia racionalidad». Es decir: instituye un sistema de sistemas parciales e independientes que, por despreciar su contenido, es incoherente y ello se revela en las crisis. La enajenación/racionalización capitalista manifiesta con las crisis económicas o políticas «una relativa irracionalidad del proceso conjunto.» El dominio racional capitalista de la naturaleza significa la tentativa de explotarla sin tomar en cuenta los límites de los recursos naturales, la entropía («ley límite de la naturaleza», dice Enrique Leff) o las consecuencias imprevisibles y a veces catastróficas de la técnica. Este proyecto de ilimitado dominio racionalizante de todo se ha traducido en el literal exterminio de la physis (orden natural), en lo que algunos llaman «crisis ecológica». En conclusión: esa racionalidad instrumental enajenada e irracional pone en peligro a la humanidad.

La racionalidad productivista y cosificadora del capitalismo es, en realidad, profundamente irracional en varios sentidos, a saber:

1º Su supuesta ‘racionalidad’ se basa en ilusiones mistificadoras: en una imposible expansión productiva ilimitada (mitos del «progreso» o «desarrollo») dentro de una biosfera limitada;

2º Su estrecha racionalidad instrumental (que busca medios eficaces para maximizar/minimizar) homogeniza, cuantifica, instrumentaliza y cosifica lo más valioso en las diversas esferas de la vida (vida, libertad, despliegue de potencialidades humanas, belleza, salud, cultura, etc.), inhibiendo el desarrollo de una racionalidad axiológica y ambiental;

3º Su enloquecida «razón dominadora» se transforma en un mecanismo enajenado, fuera del control humano, que se vuelve contra la sociedad y la naturaleza, imponiendo el funcionamiento del capital («valorizar el valor») sobre el bien colectivo y la misma preservación de la vida.

En ese sentido, la irracionalidad capitalista es un peligro tanto para la humanidad como para la naturaleza. Pero volvamos a Marx y el metabolismo sociedad / naturaleza de la mano de Bellamy Foster.

LA ECOLOGÍA DE MARX

A partir del concepto de metabolismo sociedad / naturaleza, Marx desarrolló una ecología. John Bellamy Foster, marxista estadounidense y estudioso de las crisis económicas y ecológicas, investigando a fondo la obra de Marx para establecer las relaciones de ésta con la Ecología, descubrió, casi con sorpresa, La Ecología de Marx, como tituló a su libro. De acuerdo a esta investigación, Marx siempre ha pensado la relación del ser humano con la naturaleza como necesaria y como un conflicto determinado por el capitalismo. Ya desde sus juveniles escritos de 1844, Marx hablaba de la relación enajenada que existía entre la sociedad y la naturaleza gracias al capitalismo. Para el marxista y ecologista John Bellamy Foster el concepto de metabolismo que retoma Marx viene del químico alemán Justus von Liebig.

El barón Justus von Liebig (Darmstadt, 12 de mayo de 1803-Munich, 18 de abril de 1873) fue un químico alemán, considerado uno de los pioneros en el estudio de la química orgánica y de la relación de ésta con la agricultura.

El tema del metabolismo lo retoma Marx en sus escritos preparatorios a la escritura de El Capital y en esta obra plantea que el capitalismo instaura una fractura del metabolismo sociedad/naturaleza. Criticando a Malthus, Marx estudia la situación de la agricultura capitalista y descubre las investigaciones del químico agrícola alemán Justis von Liebig sobre la degradación del suelo.

«Bajo la influencia de Liebig, a quien estudió atentamente (…) Marx desarrolló una crítica sistemática de la ‘explotación’ capitalista (en el sentido de robo que no conserva los medios de reproducción) del suelo. Así, las dos principales exposiciones que hace Marx de la agricultura capitalista terminan con la explicación de cómo la industria a gran escala y la agricultura a gran escala se combinan para empobrecer el suelo y al trabajador.»

Marx afirma que la producción capitalista «perturba la interacción metabólica entre el hombre y la tierra, es decir, impide que se devuelvan a la tierra los elementos constituyentes consumidos por el hombre en forma de alimentos y ropa, e impide por lo tanto el funcionamiento del eterno estado natural para la fertilidad permanente del suelo.»

A partir de que comprende de que la agricultura capitalista progresa robando el suelo, arruinando las fuentes duraderas de su fertilidad, Marx elabora el concepto de interacción metabólica para explicar la relación entre el hombre y la naturaleza y cómo el capitalismo fractura tal interacción.

El metabolismo sociedad/naturaleza es una condición permanente de la existencia humana y se hace a partir del proceso social del trabajo que, independientemente del modo de producción dominante o de la formación social concreta, realiza las siguientes funciones: se apropia de las fuerzas naturales, de materia y energía; produce bienes; transforma las condiciones naturales; hace circular bienes; consume esos bienes y excreta desechos y contaminación (materia y energía degradada).   Resumo a Foster, que sigue a Marx, pero ahí están los elementos que señala Toledo: A, T, C, Co, E. Tal metabolismo asegura la vida, tanto de la sociedad como de la naturaleza.

Pero ese metabolismo es perturbado cuando la sobreexplotación de la tierra agota sus nutrientes y cuando, además, interrumpe el ciclo natural al devolver como desechos contaminantes.

Para Marx, el «ciego afán de beneficio» agota los nutrientes del suelo y obliga a abonar con guano de Perú los campos ingleses. La agricultura capitalista, dice Marx, «deja de sostenerse a sí misma» y «ya no encuentra las condiciones naturales de su propia producción en sí misma, surgiendo de modo natural, espontáneo y a mano, sino que éstas existen como industria independiente, separadas de ella.»

El capitalismo fractura la relación metabólica entre la sociedad y la naturaleza.

Ese metabolismo, afirma Marx, refiere «al proceso ‘natural’ de producción como intercambio material entre el hombre y la naturaleza.» En ese intercambio, el flujo productivo depende del flujo natural (de sus ciclos de regeneración), por lo que se regula para garantizar la reproducción de los recursos naturales y, por ende, de la sociedad. Sin embargo, el capitalismo supone una fractura de ese metabolismo pues el intercambio metabólico se desequilibra y rompe: la producción capitalista saquea a la naturaleza y no le devuelve nada.

El capitalismo no sólo enajena al hombre de sus productos, de su actividad económica o de sus fuerzas esenciales, también enajena a la sociedad de la naturaleza. Esa fractura se expresa también en la división entre la ciudad y el campo: se saquean los recursos naturales del campo, sin permitir su regeneración pero contaminando a las ciudades, y los ríos que están cerca de ella, con los desechos (naturales, humanos e industriales) que tenían que ser devueltos al campo.

«Para Marx, dice Bellamy Foster, la fractura metabólica relacionada en el nivel social con la división antagónica entre ciudad y campo se ponía también de manifiesto a un nivel más global: colonias enteras veían el robo de sus tierras, sus recursos y su suelo en apoyo a la industrialización de los países colonizados.»

De hecho, los procesos de despojo y proletarización con los que el capital se impone implican la división entre el campo y la ciudad industrial, la migración de campesinos para hacinarse en las metrópolis como obreros industriales, generando las condiciones para una fractura irreparable en el metabolismo social del que depende la vida misma.

¡El capital provoca una fractura metabólica!

El capital enajena a la naturaleza y la explota a tal punto que provoca una fractura metabólica que de inmediato se manifiesta como deterioro ambiental y destrucción de ecosistemas. Su insaciable sed de ganancias y de recursos naturales lo llevan a expandirse por el mundo entero, a volverse imperialismo que busca controlar y saquear a la naturaleza, ampliando de esta manera la fractura metabólica hasta volverla global y un peligro para la supervivencia de la especie humana. Esa fractura metabólica provocada por el capitalismo se expresa a gran escala en el ecocidio acelerado y global así como en el cambio climático.

¡Gobernar el metabolismo social!

De hecho, con esta idea del «metabolismo social» la ecología de Marx apunta incluso hacia la idea de la sostenibilidad como nuevo criterio de racionalidad ambiental o ecológica. Así dice el propio Marx en el texto ya citado del tomo III de El Capital:

«La libertad en esta esfera (el reino de la necesidad natural) sólo puede consistir en esto: en que el hombre socializado, los productores asociados, gobiernen el metabolismo humano con la naturaleza de un modo racional, poniéndolo bajo su propio control colectivo, en vez de estar dominados por él como una fuerza ciega; realizándolo con el menor gasto de energía y en las condiciones más dignas y apropiadas para su humana naturaleza.»

En el párrafo citado Marx anuda: la racionalidad ambiental (menor gasto de energía), con la racionalidad democrática (control colectivo) y la racionalidad axiológica (condiciones dignas), que se le contrapone a la «fuerza ciega» de la racionalidad instrumental enajenada y enajenante del capital.

Como se puede apreciar, Marx no es un adorador del desarrollo de las fuerzas productivas porque sus criterios económicos están «en contra y más allá del capital» y porque para él «la cuestión principal era la interacción metabólica entre los seres humanos y la tierra.»

Por eso Marx llega a hablar de cuidar la tierra para legarla a las generaciones venideras:

«Mirada desde una formación socioeconómica superior, la propiedad privada de la tierra en manos de determinados individuos parecerá tan absurda como la propiedad privada que un hombre posea de otros hombres. Ni siquiera una sociedad o nación entera, ni el conjunto de todas las sociedades que existen simultáneamente son propietarias de la tierra. Son simplemente sus poseedores, sus beneficiarios, y tienen que legarla en un estado mejorado a las generaciones que les sucedan, como boni patres familias (buenos padres de familia)».

Para Marx la auténtica riqueza eran los valores de uso y, por supuesto, la naturaleza los produce o es su base. Gracias a Liebig, Marx concibió la destrucción de la naturaleza y el despilfarro energético, lo que le permitió no caer en el ensueño de la abundancia de recursos naturales. Por eso enfatizó el problema del agotamiento de los suelos y cuestionó la deforestación. Por ello mismo, Marx nunca asumió el punto de vista capitalista de las externalidades (la naturaleza es un don gratuito), sino que, más bien lo criticó. Justamente por esta concepción, Marx incluso propuso reciclar o reutilizar los desperdicios de la producción… No es, tampoco, mera casualidad que Marx considerara la posibilidad, en Rusia, de desarrollar alternativas a la agricultura capitalista, que no respeta el metabolismo, a partir de las comunas, que sí lo respetan. En esa misma línea de ideas, propuso con Engels reunir la ciudad y el campo.

«La abolición de la antítesis existente entre la ciudad y el campo -decía Engels, siguiendo a Marx- no es que meramente sea posible. Ha llegado a ser una necesidad directa de la propia producción industrial, del mismo modo que se ha convertido en una necesidad de la producción agrícola y, además, de salud pública. Al actual envenenamiento del aire, del agua y de la tierra únicamente puede ponérsele fin mediante la fusión de la ciudad y del campo, y tan sólo esa fusión cambiará la situación de las masas que ahora languidecen en las ciudades y permitirá que sus excrementos se utilicen para la producción de plantas, en vez de para la producción de enfermedades».

Como podemos ver, el comunismo de Marx ya era, también, un ecocomunismo

Cuando Marx esboza la transformación y superación del capitalismo, subraya la necesidad de abolir el trabajo asalariado (fin de la explotación), la creación de una sociedad de trabajadores asociados donde la libertad de cada quien sea la condición de la libertad de todos (reino de la libertad) e insiste en la urgencia de terminar con la alienación de los seres humanos con la tierra (restauración de la relación metabólica).

JAMES O’CONNOR Y LA SEGUNDA CONTRADICCIÓN DEL CAPITALISMO

Otra vertiente muy rica del marxismo ecológica es la que ha abierto el ecosocialista James O’Connor. En su libro Causas naturales subraya la importancia de las Condiciones de Producción y cómo el desarrollo capitalista las devasta en lo que llama la segunda contradicción del capitalismo.  

Condiciones de producción

Como se sabe, Marx distingue Fuerzas Productivas (FP), Relaciones sociales de producción (RSP)… y Condiciones de producción (CP). Estas CP abarcan tres elementos:

1) La fuerza de trabajo o condición personal de producción, considerando su bienestar físico y mental, con su socialización y calificación técnica. El capital la vuelve mercancía, para comprarla y lucrar con ella; sin embargo, ésta no se produce ni reproduce para venderse en el mercado. Ello abre un espacio al conflicto social: como sujeto, el trabajador puede auto-valorarse en la lucha, pero reducido a un objeto o mercancía es regido por la ley del valor y sólo tiene un valor mercantil (salario).

2) La tierra y, por extensión, la entera Naturaleza, como condición física externa de la producción, con su biodiversidad y ciclos de generación y regeneración. El capital también la convierte en mercancía para sacar utilidades, pero la Naturaleza no se auto-produce ni se reproduce para venderse en el mercado. Por lo mismo, se abre igualmente un espacio de disputa social sobre la Naturaleza. Para el capital ésta se ve como contribución a la producción, con un doble uso: como riqueza natural de medios de subsistencia (tierra fértil, ríos con peces, etc.) y como riqueza natural de instrumentos de trabajo (ríos navegables, madera, metal, etc.). No obstante, la Naturaleza también puede ser valorada como bien común, comunal, de la sociedad o incluso de la humanidad.

3) La infraestructura social y cultural que configura las condiciones comunales generales que posibilitan la producción, como medios de transporte, espacio urbano, educación, etc. Tampoco se producen y reproducen para venderse en el mercado, pero el capital intenta volverlas bienes privados y mercancías regidas por la ley del valor, con precio y fines lucrativos. Se abre, asimismo, un espacio de conflicto social entre las tendencias a privatizarlas y lucrar con ellas y las luchas por defenderlas como bienes sociales y servicios públicos.

Es verdad que estas CP no fueron tan importantes en los análisis de Marx, pero actualmente son centrales en la teoría económica: el capital y los economistas neoclásicos siguen buscando cómo ponerle precios a los paisajes, al agua, a los bosques… De hecho, la asignación de esas CP, y particularmente de los recursos naturales, es una cuestión política: una choque de fuerzas sociales en donde el capital pretende privatizarlas y volverlas mercancías mientras que nuevos movimientos sociales (ecologistas, feministas, urbanos, campesinos, indígenas) pugnan por defenderlas como bienes comunales, servicios públicos, bien social. La cuestión de la propiedad privada de las CP remite a la política porque es el Estado el que pone a disposición del capital esas CP.

Una de las funciones básicas del Estado es garantizar la existencia de las CP como propiedad privada y mercancías cuando son lucrativas para el capital, y asumir la producción y reproducción de las mismas cuando no son directamente rentables.

El Estado, entonces, regula a las CP, de modo que su cuidado, legislación o asignación al capital es una decisión política. Eso hace que las CP estén politizadas: su descuido o lesión provocan crisis de salud, ecológicas o de servicios que pueden volverse crisis económicas, si la crisis afecta la realización de la ganancia, o crisis políticas, si se deslegitima al grupo gobernante. Recordemos que en Bolivia el intento de privatizar el agua abrió una crisis política y la caída del Gobierno, así como un proceso revolucionario.

Neoliberalismo y condiciones de producción

Con el Estado neoliberal, que pretende abandonar la esfera económica, se dejan las CP al capital, abriendo nuevos espacios de conflictos sociales porque las comunidades y organizaciones civiles luchan contra ello, sumándose en un momento determinado las fuerzas políticas organizadas. Un ejemplo actual de ello son las «guerras del agua», en donde se lucha por y contra la privatización y mercantilización del recurso. Como el Estado burocrático y político neoliberal tiende a asignar las CP al capital (a la inversión privada) por decisiones políticas, éstas pueden ser impugnadas por la sociedad civil, esto es: por los nuevos movimientos feministas, urbanos, indígenas, campesinos, etc., que tienen su propia lógica de acción social, que reivindican el interés público, el Bien Común, los derechos comunales. En conclusión: el desarrollo de las CP determinadas por el Estado neoliberal, el capital y la sociedad civil genera nuevos conflictos y contradicciones sociales, que, dice O’Connor, «giran en torno a la definición de ‘interés general'», cuya interpretación implica también una lucha: por el crecimiento, el Desarrollo, el Progreso, la libre empresa, la libertad individual, o bien, por el decrecimiento, la biodiversidad, el Bien Común o los bienes de las comunidades. Dado el poder del Estado en las CP, sólo otro tipo de Estado, bajo el control democrático de la sociedad civil, puede reconstruir a la Naturaleza y nuestra relación con ella.

La segunda contradicción del capitalismo

La relación con las CP define lo que James O’Connor llama la segunda contradicción del capitalismo.

De acuerdo a la 1° Contradicción del capitalismo, el desarrollo de las FP choca con las RSP, por lo que se generan crisis de sobreproducción, que obligan a reestructurar a las propias FP y las RSP.

-Las FP (la producción en exceso) chocan con las RSP (la circulación se frena e impide la realización de la ganancia).

-Este tipo de crisis es la causante de los movimientos sociales tradicionales, de los trabajadores, ya que el capital frena la producción con su secuela de desempleo, caída de salarios, miseria.

-La crisis y reestructuración implica más explotación trabajo más flexible y precario) y los trabajadores se limitan a luchar por el empleo, las condiciones laborales y el salario.

-Un socialismo no ecológico sólo lucha por nuevas RSP y el crecimiento de las FP, con una justicia distributiva.

De acuerdo a la 2° Contradicción del capitalismo, el desarrollo de las FP y las RSP chocan con las CP, por lo que se generan crisis de escasez, que obligan a reestructurar a las FP, las RSP y a las mismas CP.

-Las FP y las RSP entran en oposición con las CP: la naturaleza y sus ecosistemas sufren deterioro ecológico, la fuerza de trabajo sufre daños físicos y mentales por contaminación, la infraestructura o capital social se privatiza y vende sus bienes y servicios generando más miseria.

-Este tipo de crisis es la causa de nuevos movimientos sociales: ecologistas, urbanos, feministas, campesinos, indígenas y de sectores de trabajadores, ya que la afectación de las CP implica desatención de salud y seguridad, devastación y contaminación ecológica, así como deterioro o descuido de infraestructura social (con sus graves consecuencias como en Nueva Orleans y Tabasco).

Luchas de los nuevos movimientos sociales

La crisis y reestructuración de las CP implica incrementar la privatización y mercantilización de los servicios públicos y de la naturaleza, afectando la reproducción social de la fuerza de trabajo y la reproducción de la naturaleza, de modo que los nuevos movimientos sociales luchan por: 1) la salud y la seguridad de los trabajadores, 2) contra la privatización, agotamiento o contaminación de los recursos naturales (disputas por tierras y bosques, agua, transgénicos, desechos tóxicos, etc.), y 3) contra la privatización y mercantilización de la infraestructura social (salud, educación, etc.), que consideran bienes comunales o interés público.

-Un socialismo ecológico lucha por nuevas RSP y el control democrático de las FP y las CP, por una justicia distributiva y productiva, pero tiene su vertiente anticapitalista romántica y cuestiona a la tecnología y al progreso.

Por la segunda contradicción se hace visible la tentativa de convertir en mercancía a las CP (a la Naturaleza, la fuerza productiva humana y el capital social o infraestructura) a través del Estado. Por esa intervención estatal, las CP se politizan y se vuelven objeto de disputa política.

-Permitir que las CP se conviertan en mercancía es abrirle la puerta al capital para que se apropie de ellas y las domine, dejando de ser bienes sociales, naturales o servicios públicos para convertirse en medios de lucro.

-Permitir que las CP sean privatizadas, es aceptar que el capital prive a la sociedad de sus bienes sociales, arrebate a las comunidades sus bienes naturales o quite a la sociedad los servicios públicos; además, es permitir que sean explotadas, degradadas y destruidas por la lógica de las ganancias que se concentran en un grupo social oligárquico y minoritario.

En conclusión: el capital perjudica o destruye sus propias CP por la lógica de acumulación y ganancias, por su propia dinámica daña o destruye a la Naturaleza, la fuerza productiva y a la propia infraestructura social: arrasa con bosques, contamina ríos, lagos, lagunas, erosiona al suelo, afecta la salud, la educación, la vida urbana de las mayorías, incide negativamente en la familia, la vida comunitaria, los servicios públicos. El hecho es que las CP son cada vez más dañadas, menoscabas, destruidas, perdidas.

Desarrollo desigual y combinado de las crisis ecológicas

En relación a los efectos ambientales del desarrollo desigual, cabe señalar que los desastres ecológicos se dan principalmente en el tercer mundo por el desarrollo desigual y combinado del capitalismo; por desastre ecológico se entiende 1) problemas de agotamiento de recursos naturales y 2) problemas de contaminación. De hecho, los países dependientes o del tercer mundo son concebidos como meros proveedores de materias primas (recursos naturales), impulsando en ellos economías exportadoras, de explotación intensiva, desequilibradas y fragmentadas, sin leyes o derechos que protejan efectivamente la salud o la naturaleza. De ahí la deforestación mundial y acelerada a partir de la fase colonizadora del capitalismo, la destrucción acelerada de bosques tropicales lluviosos o de otros tipos, etc. En estos países hay una expansión de monocultivos que degradan la fertilidad de la tierra, como en el NE de Brasil con la industria azucarera. O bien se promueven cultivos para la exportación, marginando el cultivo para la subsistencia, agotando los pozos de agua y provocando un desastre ecológico: tierras desertificadas, hambruna, muerte, como en Sahel, África occidental francesa. Existe asimismo una rápida explotación de combustibles fósiles, destruyendo ecosistemas, contaminando todo y provocando recurrentes desastres ecológicos, como ocurre en México.

En relación a los efectos ambientales del desarrollo combinado, es necesario considerar que el capital combina formas socioeconómicas para ser más rentable, p.e.:

1) Provoca la emigración del campo a la ciudad, del Sur al Norte, de México a EE.UU., con una doble afectación a las condiciones de producción y ambientales:

a) una mayor explotación de la fuerza de trabajo y de la naturaleza,

b) el abandono y descuido de las tierras laborables.

2) Pero el capital emigra de EE.UU. a México, de Norte a Sur, de las metrópolis a las periferias tercermundistas, con afectaciones ambientales:

a) El capital se impone sin respetar leyes laborales o ecológicas, sobre-explotando la fuerza de trabajo, agotando recursos y contaminando,

b) el capital crea zonas industriales que son también zonas contaminadas.

«En síntesis, dice James O’Connor, desarrollo combinado significa exportación de la contaminación y exportación de productos peligrosos, tanto medios de producción como medios de consumo. Lo que se transfiere de norte a sur no es sólo capital y tecnología sino también un conjunto de costos sociales y ambientales.»

¡EL CAPITALISMO ES EL ENEMIGO DE LA NATURALEZA!

Podemos decir, entonces, que el capitalismo entra en contradicción con la naturaleza y se vuelve su enemigo encarnizado en planos esenciales como los siguientes:

1. Racionalidad económica contra lógica natural

La naturaleza, como una totalidad autorregulada y cambiante, funciona con una lógica natural de conservación, mantenimiento y recuperación a largo plazo que se manifiesta en todo ecosistema, lo que permite el desarrollo, la diversidad y la evolución de la vida.

En cambio, el capitalismo funciona con una racionalidad económica a corto plazo que minimiza costos y maximiza ganancias, extendiendo esta lógica al planeta entero, lo que provoca la fractura del metabolismo social y que la naturaleza sea literalmente agotada y contaminada. De hecho, el capital tiende a privatizar y mercantilizar todos los recursos naturales, a los que considera cosas gratuitas, para que sean literalmente consumidos (exterminados) y le generen beneficios inmediatos. Para el capital, tanto los recursos naturales de los que se apropia y usa, como los desechos que produce y descarga en la naturaleza, afectando procesos ecológicos de conservación y regeneración, no entran en sus cálculos productivos (son externalidades).

El capitalismo y la naturaleza no sólo tienen racionalidades distintas sino contradictorias: la racionalidad capitalista, destructora y despilfarradora de energía y materia, choca con la lógica regeneradora de la naturaleza a un punto tal que la devastación capitalista no permite la regeneración natural, amenazando la existencia de la biodiversidad y de la propia especie humana.

2. Desequilibrios capitalistas contra equilibrios naturales

Los ecosistemas naturales, como conjuntos de organismos interdependientes que viven en un mismo hábitat, son sistemas estructurados que alcanzan una cierta estabilidad dinámica, un equilibrio, que permite la conservación de la vida y su regeneración. Para que ese orden y equilibrio se mantenga se requieren dos factores: a) que permanezca estable el número de individuos de las especies que forman a la comunidad biológica, y b) que no existan cambios repentinos en las condiciones físicas de los ecosistemas.

En cambio, el capitalismo, como modo de producción y de cultura, es un sistema productivista desequilibrado y desequilibrante que extermina a un ritmo desenfrenado la biodiversidad planetaria, arrasa con ecosistemas enteros y altera el medio ambiente hasta romper milenarios órdenes naturales, tanto locales como planetarios, como el clima terrestre.

3. Alta entropía capitalista contra regeneración y baja entropía natural

El capital funciona con ciclos cortos y rápidos de producción, circulación y reproducción ampliada, buscando realizar sus ganancias (D à D’). Esta acelerada temporalidad del capital implica una muy alta entropía, es decir: mucha pérdida de materia y energía.

En cambio, la naturaleza tiene ciclos largos y lentos de equilibrio y regeneración de la vida. Esta temporalidad de la naturaleza significa una baja entropía: poca pérdida de materia y energía. Como dice Jorge Riechmann, el tiempo del capital choca con los ritmos temporales de la naturaleza:

«Sucede que el ‘cortoplacismo’ del proceso de valorización choca con el largo plazo de las condiciones de sustentabilidad, y los rápidos ritmos de la circulación monetaria colisionan con los ritmos peculiares y no acelerables de los ciclos naturales.»

Por eso, si para el capital el tiempo (acelerado y breve) es dinero, para la naturaleza el tiempo (lento y prolongado) es vida: mantenimiento, regeneración y equilibrio ecológico. Es cierto que la vida y la propia existencia humana están sometidas al principio de la entropía: a la degradación, desintegración y deterioro de energía y materia. Sin embargo, mientras los seres vivos y los ecosistemas mantienen la vida y la regeneran a partir de su propia desintegración, el capitalismo es un sistema que despilfarra energía y materia en cantidades tan grandes y tan rápidamente que acelera la entropía y bloquea los ciclos de regeneración naturales.

4. Necrofilia capitalista contra biofilia natural

La naturaleza, como desarrollo de la diversidad viviente, es la propia expresión de la biofilia: cuida, regenera y desarrolla la vida.

El capital, como dominio de la cosa sobre lo vivo, es necesariamente necrófilo, es decir: prefiere lo muerto (la mercancía, el dinero, la máquina) sobre lo vivo. Por eso, los capitalistas y otras personificaciones del capital son necrófilos.

Cabe recordar que los seres humanos somos naturaleza viva, frágil, animal, creativa y consciente, cuya biofilia es negada por la fuerza enajenada y necrófila del capitalismo. Por eso, luchar por la naturaleza, por la conservación de ecosistemas y la biodiversidad, por la Vida, también es luchar por la naturaleza humana, por el libre e igualitario despliegue de sus potencialidades, por la afirmación de una vida humana plena y el derecho de gozarla.

-Ante esta agresión capitalista al medio ambiente, ¿cuál es la situación de los ecosistemas, hoy día, en el mundo?

De acuerdo con datos del ecologista Víctor Toledo, el 45% de ecosistemas del planeta están afectados (en gran parte, por la dinámica destructora del capitalismo), de modo que sólo el 55% de ellos es el que da sustento a la vida. Sin embargo, si se mantiene el mismo ritmo de producción capitalista actual, se calcula que en 2025 los ecosistemas vitales habrán disminuido a un 30%.

Ello significa una terrible disminución de agua potable, de tierras cultivables, de biodiversidad, de alimentos, es decir: una significativa baja de la capacidad sustentadora y regeneradora de la vida.

EL ECOSOCIALISMO COMO PROYECTO DE UNA NUEVA CIVILIZACIÓN

Por todo lo anterior, el ecosocialismo es el proyecto de una nueva civilización que al mismo tiempo que intenta detener la suicida irracionalidad capitalista trata de imponer una emergente y necesaria una Racionalidad ambiental, que sea también una Racionalidad axiológica (valorativa) así como una racionalidad democrática, que cuide los ecosistemas y la justicia social, desplazando la lógica del valor de cambio (mercantil y necrófilo) por la del valor de uso (calidad de vida y biofilia).

Una tendencia marxista organizada que asume la perspectiva ecologista y ecosocialista es la de la IV Internacional. Existen varios documentos al respecto, discutidos internacionalmente y votados en Congresos, a partir de los cuales la IV Internacional se ha redefinido como Ecosocialista, colocando la cuestión ecológica como central. En el penúltimo Congreso de la IV Internacional se discutió centralmente sobre el cambio climático.

Algunos de sus pensadores destacados que han escrito al respecto son Daniel Bensaïd, Michael Lowy y Daniel Tanuro. El propio Michael Lowy ha estado muy comprometido en este proceso, como lo demuestra su participación en el resolutivo «Ecología y Socialismo» del XV Congreso Internacional de la Cuarta Internacional de 2003, el primero que adopta una resolución especial sobre esta cuestión en un extenso documento que describe la realidad de la crisis ecológica (los cambios climáticos, la contaminación del aire, la contaminación del agua y la degradación de los suelos, la destrucción de los bosques, la biodiversidad amenazada y la catástrofe industrial y el riesgo nuclear), plantea las causas estructurales de la crisis (la lógica productivista del capitalismo), los logros y limitaciones del movimiento ecologista y un programa de acción cuyos ejes centrales son: la defensa del servicio público; la lucha contra la contaminación; la defensa del empleo; la lucha por la tierra; el abolir el sistema de la deuda, y democracia y largo plazo. En este documento, y en la concepción entera de Michael Lowy, se reafirma una idea de ecosocialismo que recoge la tradición marxista y busca su sustento último en las luchas de los trabajadores:

«¿Qué es entonces el ecosocialismo? Se trata -explica Lowy- de una corriente de pensamiento y de acción ecológica que integra los aportes fundamentales del marxismo, liberándose de las escorias productivistas; una corriente que entendió que la lógica del mercado capitalista y de la ganancia -así como la del autoritarismo tecnoburocrático de las difuntas «democracias populares»- son incompatibles con la defensa del medio ambiente. En fin, una corriente que, criticando la ideología de las corrientes dominantes del movimiento obrero, sabe que los trabajadores y sus organizaciones son una fuerza esencial para toda transformación radical del sistema.»

La insaciable sed de ganancias del capital así como su irrefrenable productivismo y consumismo ha topado con sus límites naturales y sociales abiertamente manifiestos con el calentamiento global y el ecocidio planetario en curso. Los trastornos en el complejo y delicado sistema climático provocados por las crecientes emisiones de gases de efecto invernadero y la devastación de la naturaleza están causando un cambio climático que ha abierto una nueva era geológica, el Capitaloceno (Alvater), en la que es posible que la especie humana desaparezca. Abandonamos el estable Holoceno y entramos en un caos climático en el que la temperatura global del planeta tiende a aumentar amenazando a gran parte de la vida de la Tierra.

Debe quedar claro que el calentamiento climático global no es una posibilidad sujeta a controversia: es un hecho plenamente corroborado por la comunidad científica. El cambio climático no es, tampoco, una hipótesis para el futuro o un fenómeno pasajero sino un proceso irreversible que ya está ocurriendo. Las modificaciones detectadas en el clima no suceden o perturban a una parte del planeta: es un cambio global que afecta a la entera biodiversidad de la Tierra y, como parte de ella, a toda la especie humana.

Efectos del calentamiento global

Este calentamiento global en curso no se reduce, por supuesto, a la eventualidad de tener noches o inviernos más cálidos sino que tiene ya consecuencias desastrosas para la biodiversidad y la especie humana, por ejemplo:

1) Acentuadas sequías que afectan tanto a cultivos como a bosques, volviéndolos vulnerables a plagas e incendios…

2) Un aumento drástico de la frecuencia e intensidad de los incendios forestales, que contribuyen directa y sustancialmente en el incremento de las emisiones de CO2.

3) La disminución de cosechas de cereales: en 2002 las altas temperaturas en la India y EEUU significaron una reducción de 96 millones de toneladas de cereales, el 4% del consumo mundial.

4) Un incremento de la frecuencia y destructividad de los huracanes en EEUU, México y América Central a partir de las dos últimas décadas del siglo XX.

5) Un importante crecimiento de desastres naturales relacionados con el clima, como inundaciones.

6) Un creciente número de muertes y enfermedades: la Organización Mundial de la Salud ha calculado que el calentamiento global causa 150.000 muertes al año

Posibilidades catastróficas del calentamiento global

1º Un número inmenso de seres humanos afectados por inundaciones de islas y ciudades costeras, por hambrunas provocadas por la reducción de los rendimientos de los cultivos, por incendios y sequías, por violentos huracanes, por la falta de agua potable, por migraciones masivas, por la propagación de enfermedades. Por eso existe el riesgo de «una caída drástica de la población».

2º El deshielo de la Antártida provocaría que el nivel del agua subiera hasta cinco metros, terminando con islas y ciudades costeras.

3º Una variable no considerada por el Panel Intergubernamental del Cambio Climático para sus proyecciones es el descongelamiento del permafrost: de 10 millones de kilómetros cuadrados cubiertos de tierra congelada desde hace 11.000 años, en regiones cercanas al Polo Norte, casi totalmente en Alaska y Siberia, con millones de toneladas de metano debajo de sus hielos.

Hay más posibilidades catastróficas, todas ellas planteadas y valoradas por científicos. Algunos consideran un cambio climático abrupto: ya sea por el derrumbe de la circulación termohalina, que permite el flujo de calor de las zonas tropicales a las polares, provocando una glaciación en el norte; o por un acelerado e irreversible deshielo (Antártida, Groenlandia, Ártico), que elevaría varios metros el nivel del mar. Otros estudiosos piensan que si alcanzamos 5ºC de incremento en la temperatura global se podrían liberar enormes cantidades de clatratos (formados por moléculas de agua y metano) que se encuentran a 250 y 500 metros bajo el océano con explosiones de la magnitud de bombas nucleares. Otros investigadores plantean el crecimiento de áreas anóxicas, con bacterias anaerobias, que liberarían en la atmósfera el gas SH2 (ácido sulhídrico) hasta niveles letales para la especie humana y otras formas de vida, con la posibilidad del envenenamiento de la atmósfera.

ECOSOCIALISMO O ECOCATÁSTROFE

De no poner un límite a la producción capitalista, de no detener y desarmar la máquina productivista y destructiva del capitalismo, de no estabilizar el cambio climático, una catástrofe ecológica de proporciones mayúsculas, que nos puede llevar al fin de la civilización y de la especie humana, se aproxima. La diversidad y magnitud de los problemas ecológicos actuales nos ofrece un amplio espectro de posibilidades catastróficas:   derretimiento de glaciales que pone bajo el agua a las ciudades costeras; aniquilación de la mayor parte de selvas y bosques; aire irrespirable o generalizada escasez de agua potable en las megalópolis; agotamiento de tierras fértiles y hambrunas masivas; efectos negativos y mortales de los transgénicos en los humanos o en las cadenas ecológicas; cambios climáticos devastadores; desastres de la industria nuclear; etc. La civilización moderna se encuentra en una encrucijada: o es capaz de terminar con la destructiva y enajenada lógica capitalista, reinventando un ecosocialismo democrático, o corre el riesgo de sufrir catástrofes que la lleven a la barbarie, que bien puede ser la de los despotismos «ecologistas» que impondrán una dictadura que limite las necesidades y consumos, o bien la del tribalismo de los sobrevivientes.

La resolución: «El cambio climático capitalista y nuestras tareas», del penúltimo Congreso de la IV Internacional es uno de los más documentados, trabajados y discutidos. Es, también, uno de los más importantes. Con ello se hace claro que la izquierda socialista que asumió con toda responsabilidad la enorme cuestión de la crisis ecológica, actualizando y precisando su proyecto socialista ha sido la IV Internacional.

En dicha resolución se dice que la estabilización del clima a nivel lo menos peligroso posible requiere una disminución drástica del consumo de energía, y en consecuencia, de la producción material. Al mismo tiempo, se requieren energía y otros recursos para asegurar el derecho al desarrollo de tres mil millones de hombres y mujeres que viven en condiciones indignas de su humanidad y que son las primeras víctimas del calentamiento global. El sistema capitalista es incapaz de atender estos dos desafíos. Atenderlos simultáneamente equivale para él a resolver la cuadratura del círculo. Para poner en práctica un plan de transición mundial hacia un sistema energético ahorrativo y eficiente, independientemente de los costos, basado exclusivamente en fuentes renovables y capaces de satisfacer las necesidades fundamentales de la humanidad, son indispensables medidas anticapitalistas radicales. La herencia envenenada de 200 años de desarrollo capitalista basado en los combustibles fósiles produjo el cambio climático que concentra la crisis de la «civilización» capitalista exhibiendo el potencial de destrucción social y ecológica de este sistema que no puede identificar las necesidades humanas y atenderlas. La combinación de crisis económicas, climática y alimentaria en el marco de la ley de población capitalista lleva en sí la amenaza de una catástrofe humanitaria mayor, incluso el riesgo de una caída en la barbarie.

El cambio climático resalta, a la vez, la urgencia de una alternativa socialista mundial y de una ruptura radical del proyecto socialista con el productivismo. La saturación del ciclo del carbón y el agotamiento de los recursos no renovables significan, en efecto, que, a diferencia del pasado, la emancipación de los trabajadores ya no es concebible sin tomar en consideración las principales contingencias naturales.

En esa resolución se señalan las tareas de los militantes de la Cuarta Internacional desde la perspectiva ecosocialista:

  • Sensibilizar a los militantes de los movimientos sociales para concientizar a las masas y contribuir a la construcción de una movilización de masas sobre el clima.

  • Construir una corriente de izquierda que vincule la lucha sobre el clima con la justicia social. El cambio necesario no puede conquistarse sin la movilización y la participación activa de los explotados y oprimidos que constituyen la inmensa mayoría de la población.

  • Conducir la lucha ideológica contra el neomaltusianismo verde, en defensa de los pobres y de los derechos de las mujeres.

  • Introducir la cuestión del clima en las plataformas y las luchas de los movimientos sociales.

  • Hacer de las reivindicaciones sobre el clima un eje de la izquierda sindical, en la perspectiva de una lucha anticapitalista que trascienda el punto de la redistribución de la riqueza.

  • La transferencia masiva de tecnologías limpias hacia los países dominados y el financiamiento de la adaptación a los efectos del cambio climático en los países requiere que se compartan los haberes y saberes a escala mundial, y en consecuencia que haya afectaciones sustanciales a las ganancias capitalistas.

  • Las emisiones de los países dominados no podrán alcanzar la reducción de al menos un 30% en relación con las proyecciones si el modelo capitalista de desarrollo no es replanteado.

  • Debemos oponernos a la salida tecnologicista e integrar todos los grandes desafíos ecológicos en una perspectiva de desarrollo verdaderamente sustentable.

  • Denunciar la contracción que hay entre los planes capitalistas y el diagnóstico de la situación elaborado por los científicos.

  • Combatir la culpabilización individualizante, pero asumir la sobriedad energética en la medida de lo socialmente posible.

  • Desarrollar una práctica de auxilio popular en caso de catástrofe.

En el XVII Congreso Mundial de la IV Internacional, celebrado en el 2018, se presentó entre otros documentos una propuesta de resolución sobre la alternativa ecosocialista, discutiéndose sólo el apartado sobre «La Estrategia ecosocialista y el Programa de Transición», la parte de tareas políticas de un documento mucho más extenso. En la introducción de este texto se plantea que la destrucción capitalista ha llegado a umbrales críticos y riesgosos para la supervivencia de la civilización actual, pero prevalece, contra los fatalismos y pesimismos, una visión de lucha y posibilidad de superar esta crisis civilizatoria acabando con el modo de producción y reproducción capitalista e instituyendo el ecosocialismo.

Para aclarar nuestra idea de ecosocialismo se empieza por plantear nuestros objetivos estratégicos ecosocialistas. Por eso se establece, en primer lugar, el objetivo de cambiar la relación sociedad / naturaleza para cuidar a ambas e instituir, sin capitalismo, una gestión racional, temperada y prudente del metabolismo que existe entre la sociedad y la naturaleza. Como se puede apreciar, la racionalidad a la que alude es la de Marx, que es racionalidad ambiental (con el menor gasto energético), racionalidad democrática (control colectivo) y racionalidad axiológica (con dignidad humana). En el documento para el Congreso de la IV Internacional se le agrega a esa idea de racionalidad el que sea temperada (que implica automoderación colectiva como fin del consumismo) y prudente (apelando al principio de precaución en la producción).

De esta concepción se derivan otros objetivos estratégicos tales como: abolir la gran propiedad privada del sector energético, los recursos naturales, el sector crediticio y de los saberes para impulsar una transición de sistema energético, de modo que se pase del actual sistema energético capitalista, es decir: privatizado, centralizado, apoyado en los combustibles fósiles o nucleares no renovables y contaminantes, a otro, ecosocialista, que esté socializado, descentralizado, sustentado en energías alternativas renovables y no contaminantes, como la energía solar. También se propone acabar con la producción dañina o inútil (como la de armamentos); superar la división entre la ciudad y el campo; cuidar y gestionar colectiva y democráticamente los suelos, el agua, energías, los recursos naturales, etc. Después de establecer tales objetivos estratégicos, se propone un conjunto de demandas y propuestas para un Programa de Transición que permita avanzar en la conciencia y la organización anticapitalista (transición energética, frenar magaproyectos extractivistas, soberanía alimentaria, impulsar la agroecología, gratuidad de energía y agua, etc.) hasta la conciencia ecosocialista.

Posteriormente examina a los sectores en lucha como potenciales sujetos ecosocialistas, considerando a los trabajadores asalariados (en los que debemos vincular la lucha por sus demandas tradicionales con demandas medioambientales), los campesinos y pueblos originarios (a los que se reconoce como los más comprometidos con la lucha medioambiental y climática) y las mujeres (que son la vanguardia en todas las luchas sociales y ecosociales). En esta perspectiva se valoran las experiencias autogestivas y autonómicas que deben articularse con la lucha ecosocialista para cambiar al sistema capitalista.

La tarea política central es, en consecuencia, buscar convergencias que unan las luchas sociales y las ecosociales en una perspectiva anticapitalista, feminista y ecosocialista.

CONCLUSIONES

Karl Marx, acusado de productivista y adorador del desarrollo de las fuerzas productivas, era, sin duda, un ecologista.

Según hemos visto, en efecto: Marx incorporó la perspectiva ecológica a su crítica de la economía política del capitalismo. Y esa perspectiva crítica resulta orientadora para entender y tratar de resolver la crisis ecológica actual.

Finalmente, no cabe duda que un pensamiento marxista ecologizado, nos ayudará a enfrentar los graves riesgos que supone el desarrollo del ecocidio y del llamado cambio climático. Para enfrentar esos peligros no sólo se requiere cambiar al sistema capitalista sino tener un proyecto global y alternativo a él: el Ecosocialismo. Y el propio Marx nos brinda elementos cruciales para el mismo con su potente propuesta de gobernar el metabolismo sociedad / naturaleza con una nueva racionalidad: radicalmente democrática, ambiental y centrada en la vida, tanto de la especie humana como de los ecosistemas del planeta Tierra.

¡Cambiar la vida!

¡Transformar el mundo!

¡Cuidar a la Naturaleza!

 

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