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Más recortes, más mentiras: 4.000 millones de euros

Fuentes: Rebelión

Se anuncian recortes públicos en España para 2016 de 4.000 millones de euros, cantidad equivalente al salario anual de 4 millones de personas trabajadoras mileuristas. Todo por cuadrar el mítico déficit. La elocuente cifra se viene a sumar a otras medidas similares decretadas por el gobierno del PP liderado por Mariano Rajoy: 7.000 millones de […]

Se anuncian recortes públicos en España para 2016 de 4.000 millones de euros, cantidad equivalente al salario anual de 4 millones de personas trabajadoras mileuristas. Todo por cuadrar el mítico déficit.

La elocuente cifra se viene a sumar a otras medidas similares decretadas por el gobierno del PP liderado por Mariano Rajoy: 7.000 millones de euros en sanidad, 3.000 millones en educación y 2.000 millones en dependencia. No consideramos aquí las astronómicas subvenciones casi gratuitas al sector bancario y financiero así como otras bagatelas que han servido para llevarnos hacia una sociedad más desigual, insolidaria y empobrecida.

En cualquier caso, esos miles de millones de euros, para entenderlos cabalmente, hay que ponerlos en comparación con otros números económicos. De esta manera, fruto de ese contraste, podremos desenmascarar a los políticos que intentan justificar lo imposible desde perspectivas neoliberales. Con ello conseguiremos ver la compleja realidad barajando mayores elementos de juicio ponderado. Las mentiras vertidas alrededor de la crisis económica inducida por los mercados que padecemos desde 2008, quizá antes, se comentan por sí solas sin la ayuda de ningún técnico en la materia.

Nos daremos cuenta también de que esos 4.000 millones de euros que se roban a las clases medias y trabajadoras en beneficio de los más adinerados representan una minucia dentro de las siderales cantidades que arrojan otros conceptos financieros o económicos. Un dato más que llamativo para comenzar: cada año le cuesta a España la denominada corrupción, esa connivencia entre conductas políticas ilegales y empresas capitalistas pujantes, unos 87.000 millones de euros.

Se estima que el fraude fiscal en España ronda los 60 mil millones de euros y que 200 mil millones permanecen ocultos en territorios paradisíacos que acogen con los brazos abiertos a todos aquellos que quieren evadirse de retratarse con la Hacienda pública. Tal montante supone más de la décima parte del PIB español.

Los cálculos más fidedignos dicen que el 25% del PIB mundial se encuentra en el limbo de los paraísos fiscales, alrededor de 7 billones de euros. Las cifras son mareantes. Si hablamos de personas físicas, el estupor se incrementa a escala estratosférica: Bill Gates cuenta con una fortuna propia de 70 mil millones de euros y Amancio Ortega de 60 mil. Las oscilaciones especulativas en Bolsa hacen subir o bajar estos peculios casi a diario, si bien el dato no tiene la más mínima trascendencia en el escenario macroeconómico: todo queda en la elite.

Traducido a palabras, todos estos números quieren decir varias cosas muy significativas. Durante la crisis, los ricos son más ricos y los pobres más pobres. La desigualdad ha aumentado de forma espectacular. El déficit es un mito para detraer recursos públicos hacia las arcas privadas de los segmentos más poderosos de la globalización internacional.

Hay dinero y recursos suficientes para distribuir la riqueza de otro modo más equitativo. El problema crucial reside en que desde la época de Thatcher y Reagan estamos asistiendo a una nueva acumulación de capital en pocas manos, con el objetivo de privatizar cualquier actividad humana al tiempo que los derechos civiles, políticos, sociales y laborales se convierten en papel mojado. Cuantos menos derechos y mayor precariedad existencial más facilidad para la explotación con el subsiguiente alza en los márgenes de beneficio capitalista. El discurso ideológico del miedo mediante agentes y factores construidos a tal efecto, terrorismo, inmigración, refugiados y nacionalismo principalmente, hacen de soporte para dirigir las expectativas políticas hacia el redil de los populistas y salvapatrias de todo signo y condición.

Por el momento, todo está atado y bien atado: los verdugos siguen en el poder gracias a que la precariedad vital es tan urgente que invita a soluciones rápidas y poco meditadas. Cuando la emergencia acucia, lo más fácil es recurrir a quien tiene la sartén por el mango de las lentejas diarias: las ideas conservadores de aquí y ahora. La identificación simbólica de la víctima con su verdugo es una alienación comprensible y muy estudiada desde hace bastante tiempo. Romper este esquema cultural de subordinación política requiere acciones conjuntas de enorme complejidad: no resulta sencillo quebrar el cordón umbilical que une a siervo y señor, a esclavo y amo, a trabajador en precario y a empresario que solo busca su beneficio inminente a toda costa.

Coger la escurridiza realidad por los cuernos solicita de la persona crítica tomar conciencia de las invisibles relaciones sociales, políticas e ideológicas que conforman su entorno vital. Tarea de gigantes que jamás podrá realizar nadie a solas o por altruismo redentor desde su mera existencia particular. Sin movilización social y acción intelectual consecuente, ganarán los de siempre, populistas ganapanes o falsos carismas, lo mismo da que da lo mismo. Mientras aumente el solipsismo y la competitividad frenética, el sistema capitalista en su fase neoliberal tendrá suficiente tiempo para restañar sus heridas y tapar sus goteras. En esas cuitas estamos, salvar el pellejo propio sea como fuere.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.