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Entrevista a Joaquín Miras Albarrán sobre Praxis política y Estado republicano. Crítica del republicanismo liberal

«Mi libro es también un acto de voluntad reafirmada de pervivencia, no un melancólico añorar los viejos, buenos tiempos, la mitología de gestas épicas»

Fuentes: Rebelión

Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones aquí publicadas, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y Estado republicano. *** Hemos ido hasta ahora pasito a pasito. Aún quedan varios apartados que el lector podrá leer y disfrutar. Hablo […]

Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones aquí publicadas, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y Estado republicano.

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Hemos ido hasta ahora pasito a pasito. Aún quedan varios apartados que el lector podrá leer y disfrutar. Hablo de los relativos al ethos y la contemporaneidad, a Marx y el hegelomarxismo (del que ya hemos hablado), a Gramsci y a la reforma actual, temática de la que también hemos hablado. Pero me sitúo ya en el capítulo de conclusiones. Ya he abusado demasiado durante casi dos años. Cito las conclusiones y, si no te importa, las comentas brevemente, por si quieres añadir algún matiz.¿Te parece?

En primer lugar, sí quiero, más que añadir, expresar, expresarte, todo mi agradecimiento, a ti, Salvador. Gracias a ti, a tu paciencia, a tu buen trabajo, a tu elaboración, a tu perseverar, existe esta entrevista. Y gracias a ti, me he visto obligado a sistematizar ideas, a desarrollarlas, a extraer conclusiones, a atreverme a elaborar puntos que me daba un poco de vértigo trabajar

Pienso por ejemplo, en lo que, en las últimas secciones de la entrevista, he debido escribir sobre los microfundamentos, en la vida de todo ser humano de la «Negatividad». Ese resumen sistematizado de las ideas de Hegel, que quienes están conmigo en el seminario de lectura de Hegel, saben que no tenía elaborado.

Muchas gracias, Salvador, por toda tu mayéutica para conmigo.

Muchas gracias a ti, Joaquín, por tus más que generosas palabras. Si alguien tiene que agradecer paciencia, dedicación, tenacidad, documentación, inteligencia, lectura aplicada, profundo saber filosófico, mil muestras de amistad o diez mil referencias de interés, mayéutica de la buena, ese soy yo. Lo hago aquí: muchas gracias admirado y querido amigo. No te oculto que mi opinión del hegelo-marxista no era nada buena al empezar estas conversaciones. Me he dado cuenta de nuestro inmenso error; tuyo es el mérito.

Vuelvo a tu libro. Primera conclusión: La política como actividad y la polis o res publica como sociedad tienen el fin de generar una actividad que produzca en primer lugar un ethos y un orden que se asiente sobre un ethos.

Vale la pena desarrollar este punto.

Adelante con el desarrollo.

El ethos, el saber hacer o cultura material mediante la que se produce la totalidad del vivir. El ethos es producción común, intersubjetiva, y es el conocimiento que ponemos en obra en comunidad; es el saber hacer que orienta nuestra actividad común, intesubjetiva. Ese saber hacer comunitario que organiza un vivir, que organiza cada vivir histórico concreto, es lo que verdaderamente es la Constitución de una sociedad, es lo que verdaderamente define, determina el régimen político de cada comunidad.

La tradición res publicana, aristotélica, griega en general; y dentro de ella, los grandes representantes o continuadores de la misma, siempre han tenido presente que el ethos es el Estado. que la verdadera constitución política de toda sociedad no es la Constitución escrita, el conjunto de leyes que nosotros denominamos constitución. Sino la concreta totalidad orgánica de saberes que orienta nuestra praxis, tanto la producción como la reproducción. Lo dice así Hegel, quien nos recuerda que por debajo de la constitución legal, escrita, está la verdadera constitución de toda sociedad, que es la sittlichkeit -de «sitte»: «costumbres»-. Nos lo explica el republicano Rousseau, que define las moeurs o costumbres como la constitución de todo estado y las moeurs republicanas, como las constitutivas de una república. Lo explica Aristóteles, para quien la ley no es la que define el régimen, sino que ésta es orgánica, concordante, de cada tipo d régimen o forma ética de vida -ethos-; y que nos dice que cada cambio de ethos, produce un cambio de polis, que la polis ya no es la misma cuando cambia el régimen. Por ello, según Aristóteles, la política está al servicio del ethos, es subsidiaria e instrumento de la ética. Nos lo explica Antonio Gramsci que define el Estado como la suma de la Sociedad civil + la sociedad política.Es decir, el Estado político, cada estado político consiste, es, un ethos.

El ethos, la actividad que genera el vivir de cada comunidad es precisamente, eso, es precisamente el Estado. Y por eso las luchas, las luchas sociales, las luchas de clases, cuando son coherentes y conscientes, son luchas por el ethos.

Y esto ha sido siempre tenido en cuenta… siempre hasta la aparición del liberalismo. Que construye, contra la tradición, otro concepto de sociedad civil.

¿Qué concepto?

Para el liberalismo, la sociedad civil es un agregado de personas dirigido por la mano invisible del mercado, algo automático, natural, innato o connatural al individuo, y que configura un vivir predeterminado, siempre el mismo, que por tanto está excluido del hacer político. Pero para la tradición, y para Hegel y Marx y para Karl Polany, el padre de la antropología económica, y para Gramsci, y Lukács… la Sociedad Civil es la verdadera constitución política, es el Estado.

El ethos o vivir en común deliberado y decidido entre todos es el elemento fundamental de la política y en torno a su creación se dirimen las luchas de clases, los bloques y alianzas de clase.

La finalidad de las luchas sociales, por lo menos las luchas de clases inspiradas en la tradición política helénica, republicana, ha sido dirimir cómo iba a ser el vivir en común. El vivir: esto es, el hacer, la actividad que produciría la comunidad, y que nunca se consideró neutro. Por tanto, ha tenido inherentemente como fin, reelaborar el saber hacer, las normas práxicas, sus objetivos. Recordemos que las luchas de clases de la antigüedad tenían como finalidad poner límites, generar mesura, dominar el crecimiento ilimitado de las riquezas, desarrollar un vivir sobrio en consecuencia, el eú zen, o Vida Buena. Y desde luego, distribuir lo producido con mesura. La riqueza, el despilfarro, el lujo, el ansia de posesión y de consumo ilimitado, era considerado el peligro que destruiría la comunidad, y así lo expresa la filosofía clásica, que se desarrolla en paralelo a la génesis de la polis, la res publica, y la democracia.

Precisamente insiste en esto un pensador marxista, discípulo declarado de Georg Lukács -del Lukács de la Ontología, la Estética y El Joven Hegel– y de Hegel, de Hegel y de Aristóteles, Costanzo Preve. Lo hace en la última obra por él escrita, poco antes de morir…

Falleció a finales de 2013.

Sí, el 23 de noviembre. En esa obra de la que hablo declara explícitamente proseguir la elaboración comenzada por Lukács: Una nuova storia alternativa della filosofía. Il cammino ontológico-sociale della filosofía. Obra publicada en 2013, el año de su muerte. Y de la que hay reciente traducción al francés (2017).

Esperemos alguna traducción al castellano o a cualquiera de las otras lenguas españolas.

Preve, filósofo de profesión, tenía el privilegio de saber griego, moderno y antiguo. Y escribe en este libro páginas hermosas, agudísimas, sobre la filosofía helénica y helenística, sobre los fines de la misma, etc. Y destaca, recalca que el pensamiento democrático tenía esta finalidad, la mesura, la vida mesurada, poner límites al crecimiento desmesurado de las riquezas, que, se sabía, destruiría la comunidad.

No puede haber alternativa de sociedad -alternativa de Estado- si no hay, si no se lucha por crear una alternativa de eticidad, de cultura material de vida. Lo saben todos los autores conscientes de copertenecer a esta tradición de pensamiento, aristotélica, aristotélica y hegeliana. Lo sabe Antonio Gramsci, que considera condición indispensable para lograr un orden nuevo, una sociedad auto regulada, la existencia previa, hegemónica -en ello consiste ls hegemonía- de un vivir, de un saber que guíe el vivir, nuevo, distinto, alternativo al generado por la clase dominante y que es el que ahora hegemoniza el vivir.

Otra cosa es el ciclo de revoluciones que se generan durante el siglo XX.

¿Por qué otra cosa?

Luchas sociales, todas ellas, tan imbuidas, a pesar de todo, por la hegemonía cultural del capital, que consideraron universal, válida para todos los tiempos, la forma de vida desarrollada por el capital, y creyeron que bastaba con alcanzar el desarrollo productivo del capital, el industrialismo, y las propias relaciones sociales que organizaban internamente la actividad productiva en la fábrica, sin poner en crisis su modo de vida, pensando que bastaba con redistribuir el producto. Todas esas luchas -«ilusiones heroicas» aparte- generaron sociedades, estados, industrialistas, desarrollistas, modernizadores, que calcaron sus expectativas de las del capital y compitieron por alcanzarlo y superarlo en sus propias premisas y objetivos, sin poner en duda sus tecnologías, su forma de vida: su ethos, su Constitución, la verdadera constitución de un Estado. Luchas encabezadas por honestos dirigentes -de la socialdemocracia a la Komintern y sus herejías, pasando por los FLN, y los Baaz, y el panarabismo en general, el honesto nasserismo, el anarcosindicalismo…. La historia, el siglo XX, ha sido como ha sido. Nosotros mismos, tú y yo, somos herederos de una de esas tradiciones y de esas luchas, la comunista. Si estamos reflexionando ahora mismo, es como resultado de nuestra experiencia de lucha. Y si tratamos de abrir vías al futuro, si hemos retornado sobre los textos escritos de una tradición clásica, grecolatina, en otro tiempo considerada perro muerto por el cientifismo, y hemos descubierto en ellos la potencia de su discurso es, también como resultado de esas luchas, de esa historia, de esas resistencias; y de su derrota y callejones sin salida. Somos herederos de tradiciones, y de luchas cuya dignidad está fuera de duda. Y nuestra independencia de criterio respecto del mundo existente, y respecto de la propia tradición de la que

provenimos, a la que pertenecemos, pero no bobamente, se debe sin duda a esa gran experiencia comunitaria que constituyó, a las limitaciones históricas que pusieron al descubierto, y que generaron nuestra perplejidad y que alimentan nuestra reflexión. Bueno, así reconsiderada, así reformulada, como lo hace Georg Lukács, Antonio Gramsci, o Ersnt Bloch, con su consciencia de eticidad -como lo hace Preve-, o Arthur Rosenberg.

Otro de tus referentes sobre el que nos has regalado textos sensacionales.

Gracias. Como lo hace Karl Marx, cuyo gran estudio del capital insiste en la organicidad inmanente de los elementos civilizatorios creados por el capital, a comenzar por el valor trabajo y el mercado, que los convierte en no extrapolables, so pena de reproducción del capitalismo; así reconsiderada, la comunista me parece una tradición histórica de experiencia y de pensamiento imprescindible para las luchas que esperan a la humanidad. No como Leyenda Soteriológica -aún menos como «Teodicea del Mal»-, ni como Parnaso de Iconos para camiseta. Pero solo lo es así reformulada, reintegrada al seno de la gran tradición praxeológica, no sin actualización a partir de las experiencias del siglo XX, cuya más asombrosa realización ha sido la chusca desaparición final, incluido el transformismo del industrialismo desarrollista chino. Desde luego, nada hay que recriminar a quien trate de persistir en el sostenimiento del modelo leniniano como la forma de entender el comunismo. Pero está datado históricamente y conduce a la extinción, como se extinguió la variante iusnaturalista: hoy, decir esto no es una profecía. El comunismo del siglo XX -que es, dentro de la revolución integrada, dentro de la colosal Revolución Pasiva que han padecido las diversas alternativas de lucha del siglo XX, la que a mi me interpela- ha tenido un final más que chocante, por decirlo de alguna manera: cómico más que trágico.

¿Por qué? ¿Dónde está su comicidad?

Elites de profesionales que se autodisuelven, diluyen como un azucarillo, declaran su empresa en suspensión de pagos y convocan concurso de acreedores. Pero hay que pasar de ese primer estadio de sarcasmo provocado en nosotros por esto, debemos preguntarnos qué es lo que ha llevado a esta situación. Es la concepción subyacente, común también a todas las otras ramas que constituyeron proyectos de lucha, y que consiste en la aceptación de la Modernidad, en la hegemonía civilizatoria del proyecto cultural capitalista. La interpretación de la Modernidad como el periodo histórico que alberga en su seno un automatismo que produce, ya desde sí misma, las condiciones objetivas, materiales de la sociedad futura -el «desarrollo de las fuerzas productivas»-. O un automatismo que produce ya la subjetividad cultural que es capaz de enfrentar al rival; una clase obrera revolucionaria, tal cual, ya, ella es; o un automatismo que genera unas necesidades antropológicas «radicales», que, creadas por el capital automáticamente, lo desbordan -el tramposo modelo de Agnes Héller-. O un automatismo que produce a la vez ambas cosas. Este fue el marco intelectual del comunismo del siglo XX, con las excepciones intelectuales conocidas, citadas, que nos han enseñado a pensar salidas. Pero el ethos cultural capitalista es orgánico del capital. Y las diversas subjetividades, tal cual ellas son, sus necesidades, creadas por el capital, son orgánicas del capital. Hay que crear previamente otra subjetividad, otro ethos hegemónico, a partir del malestar de los seres humanos existentes, desde luego. Los administradores de las empresas político institucionales en que se convirtieron las fuerzas comunistas, con sus decisiones finales, solo extraían conclusiones a la vista del libro de cuentas, del alcance posible de una política que partía de un determinado modelo o paradigma.

Mi libro es una modesta aportación a esta reformulación, a ese necesario «transformar preservando» en que consiste toda continuidad histórica de una tradición de pensamiento y praxis, que nace antes del siglo XX, a partir de una tradición praxeológica anterior aún, la clásica, y surge precisamente como concreción de aquella para hacer frente al capitalismo. Es, también, un acto de voluntad reafirmada de pervivencia, no un melancólico añorar los viejos, buenos tiempos, la mitología de gestas épicas. Pero lo dejo aquí.

Lo de modesta aportación, querido amigo, es un ejemplo, otro más, de tu modestia, la primera virtud del intelectual concernido que va en serio, en el decir, que comparto, de un maestro de los dos, Manuel Sacristán.

Respiremos un poco, descansemos. Seguimos luego con más conclusiones.

De acuerdo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.