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Minería marina: el nuevo desastre ecológico que se avecina

Fuentes: Ecoportal.net

Una de las razones que llevaron a mercenarios como Cristóbal Colón y los que le siguieron a buscar «perdidos» territorios, fue la firme creencia en mitos que aseguraban la existencia de legendarias tierras, como el «Dorado» o la Atlántida [1], en donde fastuosas construcciones estaban hechas totalmente de oro y piedras preciosas. Bastaron ese tipo […]

Una de las razones que llevaron a mercenarios como Cristóbal Colón y los que le siguieron a buscar «perdidos» territorios, fue la firme creencia en mitos que aseguraban la existencia de legendarias tierras, como el «Dorado» o la Atlántida [1], en donde fastuosas construcciones estaban hechas totalmente de oro y piedras preciosas. Bastaron ese tipo de tonterías para que, en su momento, el así llamado mundo occidental, comenzando por España, llevara a efecto una de las más devastadoras depredaciones, tanto de las sociedades, sistemas económicos, culturales, políticos y los ecosistemas que existían en lo que a partir de la así llamada conquista española se dio en denominar América o nuevo mundo [2].

Así, la estúpida creencia de que la gran Tenochtitlan nadaba en oro sólo porque los conquistadores fueron recibidos con pectorales, collares y todo tipo de joyería de ese metal [3], llevó a aquéllos voraces, ignorantes mercenarios, como ya señalé, a destruir tan magníficas, floridas culturas. No sólo se destruyó la antigua sociedad de intercambio tan bien establecida y equilibrada, sino que se alteró gravemente el ecosistema existente, modificando radicalmente cultivos, sistemas hidráulicos, hidrológicos, sistemas naturales de drenaje [4], además de la aniquilación de los importantísimos sistemas de intercambio, merced a los cuales, los nativos establecían eficientes relaciones sociales de producción que les permitían obtener, justo gracias a tal intercambio, todos aquellos satisfactores que hicieran pleno su diario existir. Pero los occidentales los obligaron a mercantilizarse, a pagar tributos en oro, plata, perlas, jade… ¡y desde entonces esa codiciosa, civilizada, occidental costumbre de adorar y pelear por el oro, se impuso a nivel global! Digamos que se dio la primera gran globalización económica de la historia de nuestra cambiante humanidad. Y eso provocó que había de hallarse oro en los territorios recién conquistados a como diera lugar y, una vez localizado, que se explotara por los métodos que se requirieran, fueran o no ecoamigables [5].

Así, se abrieron las entrañas de la tierra, hiriéndola con tiros y túneles de minas para extraer el tan ansiado amarillo metal y no hubo poder humano, ni natural, que parara tan brutal rapiña por apoderarse y explotar cuanta nueva veta se localizara. Por ejemplo, en los nacientes Estados Unidos, en varias ocasiones a los indígenas nativos se les desplazó de las tierras que se les iban dando por mera lástima cada que se descubría que estaban asentadas sobre auríferas zonas, ya que la ansiosa fiebre por hallar la siguiente, gran veta de oro para explotar y así tener una nueva generación de hombres ricos se imponía sobre los intereses de un «puñado de indios muertos de hambre», como era la típica forma en que los «blancos» se referían a aquellos pobres indígenas.

Y así, tras casi cinco siglos de los avances de la «civilización», la fiebre por el áureo metal aún no termina, claro, mientras no se le consiga fabricar industrialmente [6]. Y aunque aún se extraen considerables cantidades de oro en las minas auríferas que poseen varios países, aquéllas están estancadas o de plano en declinación. Por ejemplo, para el año 2003, la producción mundial fue de 2.590.000 Kg., menor en 10.000 Kg. a la del 2001, que fue de 2.600.000 Kg. y desde entonces, no ha logrado recuperarse. Para el año 2005 la producción total fue de 2.518.000 Kg. y para el 2006, de 2.467.000 Kg., las cuales ni siquiera igualaron a la del 2003. La disminución del año 2006 con respecto al 2005 fue de -2,02%. Pero del 2006 con respecto al 2001, la caída fue de 5,11%, es decir, la producción mundial de oro ha estado descendiendo significativamente debido al agotamiento de las minas de los más grandes productores, tales como Sudáfrica, Australia o Perú.

En la siguiente tabla, se muestran algunos de los principales productores y la cantidad de oro que se extrajo de sus minas con respecto a los años 2005 y 2006:

Producción de oro (ton)

País 2005 2006 % var.
Sudáfrica 296 275 -7,09
Australia 263 251 -4,56
Estados Unidos 262 260 -0,77
China 224 240 7,14
Perú 207 203 -1,93
Indonesia 167 167 0,00
Rusia 156,5 152,6 -2,49
Canadá 118,5 104 -12,22
Papua N. Guinea 66,7 66,7 0,00
Ghana 63,1 63,1 0,00

Como puede observarse, los 10 principales productores, que en conjunto aportaron 1782,4 toneladas de oro en 2006, el 72,24% del total (2467 ton), tuvieron casi todos disminuciones importantes en la obtención del aurífero metal, siendo las caídas más fuertes para Canadá, Sudáfrica y Australia. Sólo China logró aumentar su producción, aunque no tan significativamente, en tanto que Indonesia, Papua Nueva Guinea y Ghana la mantuvieron.

Esta declinación se da en momentos en que el preciado metal sirve no sólo para la fetichista satisfacción humana de lucirlo en costosa joyería, lujosa artesanía o para la acuñación de monedas conmemorativas y medallas de celebraciones, sino que también tiene importantes aplicaciones en la electrónica, tales como la fabricación de tarjetas madres y circuitos computacionales. De hecho, debido a la creciente demanda, se ha buscado reciclar el oro empleado en viejas computadores y equipos electrónicos que lo emplean. Particularmente países como China, Pakistán y la India emplean contaminantes, antiecológicos métodos de recuperación, los cuales provocan más daños a la salud de los trabajadores que los realizan y al medio ambiente, que las pírricas cantidades obtenidas, pero así de alta es la demanda y el «beneficio económico» logrado justifica tan graves daños [7]. No solamente eso, sino que con tal de extraer hasta el último gramo de oro de agotadas minas, se usan brutales métodos masivos y sumamente destructivos, como la dinamitación de cerros completos y la aplicación de cianuro para la separación del metal del material rocoso, como es el caso de la infame actividad que está haciendo la empresa «Minera San Javier», filial de la canadiense «Metallica Resources», en el mexicano estado de San Luis Potosí, la cual está destruyendo de esa forma el emblemático cerro de San Pedro, el que, incluso, figura en el escudo de la capital potosina, como símbolo inseparable de su historia [8].

Pero, por si fuera poco, con las constantes, recurrentes crisis económicas que han ido debilitando gradualmente la estabilidad de lo que antes fueran las «divisas fuertes» (hard currency), tales como el dólar o el yen y hasta el mismo euro, muchos bancos centrales, como el ruso o el chino, incluyendo la tradicional reserva de oro estadounidense, han hecho de dicho metal nuevamente una fuente de atesoramiento de valor, muy a la manera del antiguo «patrón oro», que no estaría expuesto a las fluctuaciones de las divisas, las cuales dependen de que el país de origen tenga una economía «sana», algo cada vez más infrecuente en nuestros tiempos. Véase que ya hasta la bolsa de valores china ha sufrido tres fuertes caídas en lo que va del año, lo que evidencia que no hay «milagros económicos» permanentes (Ver en Internet mi artículo «Hacia una nueva recesión estadounidense y mundial», en donde expongo las causas de la nueva crisis que está tomando lugar en los Estados Unidos).

Todo lo cual sirve de excelente pretexto para que modernos gambusinos, totalmente despojados de todo escrúpulo o consideraciones morales y mucho menos ecológicas, hayan salido con la genial idea de extraer el oro del fondo del mar, en donde, aseguran, existe suficiente metal amarillo para seguir con el uso tan intensivo y extensivo que tiene en nuestros días. Y vaya que está teniendo la así llamada minería marina gran auge, pues los costos de extracción del áureo mineral en tierra están incrementándose debido a que cada vez se deben de hacer más profundos los tiros de las minas para hallarlo [9], y a pesar de que por su escasez los precios han subido considerablemente (por ejemplo, en 2005 una onza valía 445 dólares y en la actualidad ronda los 603 dólares), en algunos casos la disminuida extracción no compensa el dinero invertido a la hora de hacer los mineros sus felices cuentas. Uno de tales emprendedores buscadores de oro es el señor David Heydon, un australiano que abrogándose el derecho de escudriñar el fondo marino, alegando que a nadie le pertenece, está aplicando un método masivo de perforación, en el cual se emplea un robot submarino que pesa seis toneladas y tiene una altura de tres metros, que con un enorme taladro deshace en cuestión de minutos la capa rocosa del lecho marino, levantando tremendas cantidades de arena y roca molida que se desparraman por todos los alrededores y tardan varios días en volver a asentarse, si no es que el referido robot vuelva a perforar en otro nuevo sitio para la tan ansiada búsqueda del oro y levante aún más material pétreo y arenoso. Tales infames perforaciones se realizan justamente en donde apagadas fumarolas marinas se ubican, pues desde hace unos años, por desgracia, se halló que son fuentes mucho más ricas de metales, tales como el oro, la plata, el cobre y el zinc, entre otros.

Esas fumarolas, cuando están activas, son una especie de géiseres marinos que constantemente están arrojando agua hirviente, acompañada de minerales, lo cual las vuelve altamente corrosivas e imposibles de explotar. No así las fumarolas apagadas, las que sí están en condiciones de que el referido robot las haga añicos en segundos. Así que con la ya documentada información de la riqueza [10], sobre todo aurífera, que puede extraerse de tales sitios, mucho más que en tierra firme, Heydon fundó la empresa Nautilus Minerals, con la cual pretende, casi casi, adueñarse del fondo marino que no forme parte de las aguas territoriales de país alguno y demoler a sus anchas cuanta fumarola apagada se encuentre para, según él, hacer el gran negocio de su vida y contribuir una vez más, a una nueva fiebre aurífera, pero esta vez en el lecho marino, con muchos más altos rendimientos. Para ello, Heydon se basa en pasadas prospecciones que muestran que tales sitios contienen oro a razón de 10 partes por millón, siendo que, en promedio, los depósitos terrestres sólo contienen una parte por millón. En conferencias que tan emprendedor marino minero dicta ante futuros y potenciales inversionistas, les asegura que el big money espera. Las realiza mostrando un documental, en el cual un pobre cangrejo marino que está a punto de prensar con sus tenazas a un caracol marino para alimentarse de él, se enfrenta, de pronto, con el monstruo mecánico que se encarga de demoler las rocas, cuya destructiva acción avienta violentamente al pobre animal, quien es envuelto, además, por una densa nube de arena y del material desecho, para regocijo de los presentes, quienes inafectados por la antiecológica escena, se frotan las manos con los números que acompañan tan deleznable acción, y que muestran los altos porcentajes de metales que el material triturado contendrá, una vez separados aquéllos. Así, se aprecia que un 12,2 % de los metales separados durante tal perforación fueron cobre, 4,2% son zinc y una sustancial proporción de ellos son oro y plata, todo lo cual les hace brillar los ojos a compañías exploradoras, banqueros, compañías aseguradoras y demás capitalistas aventureros ávidos de hallar el siguiente gran negocio. Heydon les explica cómo se efectúa ese tipo de minería marina: el robot perforador se acerca a uno de las apagadas fumarolas, se pone a triturar material rocoso, el cual es extraído a la superficie por medio de una tubería de acero de 30 centímetros de diámetro y de hasta de más de dos kilómetros de longitud, succionado por potentes bombas. Luego es depositado en un barco especialmente acondicionado, el cual está siendo construido por una de las empresas que se han asociado a Heydon, una compañía dragadora belga, Jan de Nul, que podrá almacenar hasta ¡24,000 toneladas de roca molida en sus entrañas!, lo que da una idea de que las perforaciones se llevarán indiscriminadamente. El material obtenido es llevado luego a tierra para ser separado y ¡todos felices y contentos, a disfrutar a lo grande de los metales y las ganancias logradas! De momento, para los trabajos exploratorios, Heydon emplea un barco más pequeño, de menor capacidad.

Desde luego que lo que Heydon no muestra, son también los potenciales daños que tan invasivo, destructivo método provocará en el mar, pues las enormes nubes de polvo y arena levantadas por la acción perforadora, se desparraman por todas partes, formando lo que un científico, el señor Rod Fujita, perteneciente a la organización Defensa del Medioambiente, ha bautizado como smog marino, el cual será tan perjudicial tanto para las aguas, como para las especies marinas, que de hacerse las explotaciones en escala industrial, como Heydon planea, podría tardar hasta ¡40 años en asentarse en el fondo! Así que imaginemos que todo ese polvo y arena disueltos puedan, por ejemplo, invadir las branquias de peces o sus aparatos digestivos, y matarlos irremediablemente, que cubran la luz solar, tan necesaria para las colonias coralíferas, matándolas igualmente por la falta de luz solar, así también como para el plancton, el cual vive de la fotosíntesis que realiza con dicha luz y que es el primer eslabón de la cadena alimenticia marina, lo que en un caso ya extremo, pudiera provocar la muerte de toda la fauna oceánica. Por otro lado, muchos de esos sitios en donde se pretende perforar, ni siquiera se han investigado completamente y se desconoce qué otras especies pudieran habitar en él, las que quizá ni siquiera se han descubierto. Esas y otras fatales consecuencias irían provocando, como señalé, una lenta muerte de buena parte de la fauna marina, lo que, indudablemente, provocaría un desequilibrio ecológico oceánico de insospechadas consecuencias que, finalmente, redundaría en nuestra propia existencia, pues más del 70% de nuestros alimentos provienen del mar, además de que es regulador del clima y parte vital del ciclo hidrológico. No se conforma Heydon con todo el daño hecho ya a los mares del planeta – ni con el daño ecológico, en general, ya ocasionado en tierra y aire -, cuyo fondo está plagado de basura, además de que buena parte de las aguas negras producidas por innumerables ciudades se depositan allí, no, aquél tiene que seguir contribuyendo a su destrucción.

Sin embargo, a su favor, alega que los ambientalistas y grupos ecologistas que lo critican, lo hacen sin saber a «ciencia cierta» el impacto que la minería marina va a tener.

Cínicamente declara: «La mera verdad es que este tipo de minería tendrá un mínimo impacto en el mar y en el medio ambiente. Se daña más al planeta con las explotaciones terrestres». Sí, claro, tiene razón en que la minería terrestre ha destruido, como ya dije, desde tiempos antiguos, brutalmente grandes extensiones de zonas boscosas y selváticas, además de la contaminación de los ríos y lagos que sigue por el llamado beneficio metalúrgico (o sea, el método para separar los metales del material rocoso), pero ello, de ninguna manera justifica que ahora se pretenda provocar un nuevo daño, ahora al mar, sólo porque ya se hace en tierra. Por «razonamientos» tan inmorales como los de Heydon es que hemos llevado al planeta al borde de un colapso ecológico cada vez más cercano y terrible [11]. De todos modos, muy acomedido, Heydon, por su cuenta, le está pagando a un equipo de eficientes biólogos marinos, para ¡nada menos que certifiquen con sus investigaciones que ningún daño de importancia provoca la biología marina! Esto es ridículo, pues es como si el mayor fabricante de organismos genéticamente modificados, Monsanto, pagara a grupos de científicos para que certificaran la inocuidad de su maíz transgénico. Es absurdo, pues ¿cómo podrá creerse en la objetividad de sus resultados?, porque seguramente deberán reportar sus científicos pagados, en todo momento, que no hay daño por la actividad de su patrón, pues de otro modo, no recibirían su paga.

Puede darnos una idea de la falta de ética profesional, la opinión emitida por una de sus científicas, la señora Cindy Van Dover, del Laboratorio Marino de la Universidad de Duke, la cual declara enfática: «En cuanto a los caracoles que existen en las fumarolas apagadas, pues seguramente también viven en otros lados, así que no hay por qué preocuparse. Además, estos sitios periódicamente son afectados por erupciones submarinas, así que las especies que allí pudieran habitar, seguramente están muy bien adaptadas para condiciones muy rudas de vida o para eventuales desastres. Y de todos modos, si una de esas apagadas fumarolas es destruida, pues no es algo infrecuente, así que si eso sucede, que son destruidas por medios naturales, pues que se haga minería en una que otra, la verdad, yo no le veo mayor problema» (el subrayado a sus desafortunadas declaraciones es mío). Así que si este tipo de ética profesional va a ser la misma que aplique Heydon en su aventurerismo minero, pues es muy probable que se avecine un nuevo desastre ecológico del que, como dije, ni siquiera se conozcan las consecuencias que tendrá.

Lo peor de todo es que algunos científicos serios, como el mencionado Fujita, a pesar de que han advertido de ese problema a organizaciones de protección ecológica, tales como Greenpeace o Conservación Natural (Natural Conservancy), extrañamente no han obtenido respuesta alguna de tales organismos, quienes mostraron muy poco interés en el asunto [12].

Mientras tantos, las acciones de Nautilus Minerals suben y suben, convencidos sus inversionistas de que será el nuevo gran Dorado, imperturbables por los devastadores efectos que ese big money provocará en el planeta y, desde luego, en su salud, que ni todo ese big money completo podrá remediar.

Publicado en Socialismo o Barbarie, 06/06/07

Notas:

[1] Ésta mencionada siglos atrás, por ejemplo, por el filósofo griego Platón en su obra «Diálogos».

[2] Unas de las obras originales que, a mi parecer, narra los brutales cambios en todos los niveles impuestos por los españoles, ¡a sangre y fuego, por supuesto!, entre pueblos indígenas como el de los mexicas, es el libro escrito hacia 1550 por el oidor Alonso de Zorita, titulado «Los señores de la Nueva España», muy obligada obra para todos aquéllos deseosos de conocer ese otro holocausto indígena que tomó lugar muchos siglos antes del ya muy conocido judío, pero que como en aquel entonces no había tecnologías que permitieran testimoniar aquella terrible, infame carnicería y destrucción, por eso es que no impacta tanto actualmente.

[3] Metal que en realidad en tierras mexicas no era tan abundante como la plata, por ejemplo.

[4] Consecuencia de esa brutal modificación a los sistemas hidrológicos naturales, fue que la ciudad de México, ya bajo el régimen español, sufrió varias fuertes inundaciones durante los siglos que siguieron. Todavía actualmente muchas zonas de la inmensa zona metropolitana de la ciudad de México tienden a inundarse.

[5] Claro que si en la actualidad todavía el ánimo de proteger a la naturaleza antes que cualquier otra cosa no es tan generalizado, imaginemos que en ese entonces aquellos mercenarios de lo menos que se preocuparían sería de la naturaleza, lo que sí hacían los pueblos conquistados.

[6] De acuerdo con el doctor en física estadounidense Joe E. Champion, es posible mediante la llamada transmutación de los metales, una suerte de alquimia antigua, transformar las arenas negras de las minas de oro agotadas justamente en oro, por métodos que apuntó en su libro Producing precious metals at home, obra que fue publicada en 1994.

[7]En pueblos chinos como Guiyu, es muy común la quema a cielo abierto de plásticos y tabletas de silicón, con tal de recuperar oro mediante ese muy contaminador, rudimentario proceso, el cual produce un denso humo negro muy venenoso y sumamente dañino al medio ambiente y a la salud. También baños de ácido se aplican a esos desechos a las orillas de los ríos para recuperar el áureo metal, contaminándose permanentemente sus aguas.

[8]Lo que tiene sin cuidado al gobierno panista del estado, el cual ha dado libre vía a la empresa para actuar, con tan impune dolo, que incluso ha llevado a varios habitantes del lugar a ser encarcelados ilegalmente, inventándoles falsos cargos, sólo por defender a su estado de las brutales acciones destructivas y antiecológicas de la minera.

[9] En minas agotadas, se practica una minería hormiga, que son personas, sobre todo campesinos, quienes mediante rudimentarios, anticuados métodos, logran extraer de tales minas, durante varios días de arduo trabajo, pequeñas cantidades del metal, que luego venden a los compradores. Algo así sucede en el pueblo del Tunalillo, cerca de Saltillo, ubicado en el mexicano estado de Coahuila. Estos mineros en pequeño dicen que el dinero ganado justifica tan penosa, paciente labor, pues el kilo de oro se les paga entre 100 y 110 mil pesos. Pero para las grandes mineras, tan poco oro extraído de tales minas, no justificaría la inversión requerida.

[10] Ya hay precisos mapas que muestran en dónde están localizadas las fumarolas apagadas.

[11] Ahí está, por ejemplo, el calentamiento global, debido al cual, los fenómenos climatológicos tan destructivos como ciclones, huracanes, tornados y torrenciales lluvias, son cada año más frecuentes, pues prácticamente es una manera extrema que el ecosistema tiene para regular la falta de humedad que dicho calentamiento provoca en muchas áreas, aunado a la brutal deforestación de selvas y bosques, pues tómese en cuenta que cada día son talados, destruidos o incendiados 40 kilómetros cuadrados de áreas verdes a nivel mundial.

[12] A menos, claro, que pueda significar para tales organismos, un beneficio económico la actividad de Heydon o que también haya contratado los servicios de «científicos» pertenecientes a ellos, para confirmar que su actividad no provocará ningún daño, lo cual sería francamente deleznable.