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Entrevista a Josep Lluis Sirera, coautor de “El Teatro Talía. Un escenario para Isabel Tortajada”

«Muchos artistas hoy desconocidos dedicaron su vida al teatro»

Fuentes: Rebelión

Numerosos actores/directores de teatro conocidos y seguidos por el gran público en el siglo XX son hoy grandes desconocidos en el estado español. Una de las razones -apunta el catedrático de la Universitat de València, historiador del Teatro y dramaturgo, Josep Lluis Sirera- es que el teatro se ha estudiado desde el punto de vista […]

Numerosos actores/directores de teatro conocidos y seguidos por el gran público en el siglo XX son hoy grandes desconocidos en el estado español. Una de las razones -apunta el catedrático de la Universitat de València, historiador del Teatro y dramaturgo, Josep Lluis Sirera- es que el teatro se ha estudiado desde el punto de vista de la Historia de la Literatura. En países como Reino Unido, Alemania y sobre todo en América Latina, el problema está mucho mejor resuelto que en España. De ahí la falta de estudios sobre tramoyistas, escenógrafos, iluminadores, actores… «En España no hay escuelas y facultades de teatro con independencia de las específicamente dedicadas a la enseñanza de actores», afirma Josep Lluis Sirera.

Tal vez por ello actrices como Isabel Tortajada, que encarnó en los años 50 y 60 a personajes de las obras de Shakespeare, García Lorca, Bernard Shaw, y otras de la tragedia griega; o dirigió y formó a artistas aficionados que consagraron su vida al teatro, sean hoy desconocidas por la gente común. Le movía a la artista una fortísima vocación. Después de la jornada laboral en Radio Nacional de España, le dedicaba siete u ocho diarias al arte dramático en el teatro de la Casa de los obreros de Valencia. Otros muchos trabajaron gratis durante muchos años como «meritorios» para aprender el oficio. A rellenar el vacío dedican Josep Lluis Sirera y Remei Miralles el libro «El Teatro Talia. Un escenario para Isabel Tortajada» (Episkenion). El autor también ha escrito, en colaboración con Rodolf Sirera, «Cavalls de mar», «Silenci de negra», «El dia que Bertolt Brecht va morir a Finlandia» o «Benedicat».

-¿Por qué has dedicado un libro a la artista Isabel Tortajada?

Es un ejemplo de esos actores y actrices poco conocidos, que en situaciones muy difíciles (años 50 y 60 del siglo XX) se dedicaron en cuerpo y alma al teatro, no por dinero sino por amor a la profesión. Lo hizo con un rigor y exigencia máximos, para ella y quienes la acompañaban en la escena. Pensaba que el trabajo tenía que ser muy digno, aunque el local y el escenario fueran humildes, por ejemplo, un teatro aficionado de fin de semana. Todo ello exigía mucho trabajo. Y así durante 30 años. Cuando dirigió una compañía de jubilados de 70 años, también les exigía como a profesionales. No había para ella compañías de primera y de segunda.

-¿Qué aspectos resaltarías de su trabajo sobre el escenario?

En una primera fase, a partir de los años 50, Isabel Tortajada fue actriz. Llegó desde la radio, tenía muy buena voz y eso era muy importante, porque en aquella época el teatro era voz y texto. Le gustaban mucho los papeles dramáticos, aunque también tuviera que hacer comedia. Interpretó a Desdémona de Otelo, obras de García Lorca («La Casa de Bernarda Alba» o «Bodas de Sangre»); «La camisa», de Lauro Olmo; «Pigmalión», de Bernard Shaw; También actuó en tragedias clásicas como «Electra», de Sófocles; o «Medea», de Eurípides.

-¿Y como directora?

En la década de los 60, además de actuar fue directora «en la sombra», porque como mujer, siempre tenía por encima a un director principal, aunque sus conocimientos fueran mayores que el de éste. Como directora, Isabel Tortajada elegía las obras y dirigía los ensayos. A finales de los 70 desarrolló el proyecto de una escuela de teatro en Valencia. Constituyó una compañía con gente joven. Empezaron con un repertorio de obras entre las que destacaban «Doña Rosita la soltera», de Lorca; «Escuadra hacia la muerte», de Sastre; «Los salvajes en Puente San Gil» y «Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipciaca», de Martín Recuerda.

-¿Qué relevancia tuvo su trabajo respecto a los contenidos, al teatro que se veía habitualmente durante el franquismo (década de los 50)?

Su gran mérito radica en que, en una situación (teatralmente) muy difícil, cuando los teatros estaban desapareciendo en Valencia, Isabel Tortajada se queda con una compañía de aficionados y en lugar de hacer obras para entretener al público, pone en escena piezas de teatro español contemporáneo y clásico. La gente tenía a su disposición teatro de revista -por ejemplo las actuaciones de Celia Gámez-, pero si querían ver a Buero Vallejo o el «Don Juan Tenorio», sólo podían ir a la Casa de los Obreros.

-¿En qué contexto surge la Casa de los Obreros (a partir de la temporada 1962-1963, Teatro Talía)?

El nacimiento se vincula al catolicismo social de principios del siglo XX. Es el momento en que, con León XIII a la cabeza, el catolicismo intenta romper con su carácter retrógrado y acercarse a los obreros. Crean escuelas de Formación Profesional (por ejemplo los salesianos), donde se instruye a los hijos de los trabajadores. Se crean sindicatos católicos con diferentes servicios y funciones, como economatos. Pero al terminar la guerra civil, se prohíben todos los sindicatos (también los católicos) excepto el falangista. Sólo pueden ponerse en marcha actividades culturales. Uno de estos espacios con los que cuenta la iglesia católica es la Casa de los Obreros, que aparece en 1928, donde se representó teatro desde el primer momento.

-¿Cuál es la relación de Isabel Tortajada con el teatro de la Casa de los Obreros?

En 1953 la «fichan» para la Casa de los Obreros por su buena voz y presencia. Allí empieza a hacer teatro (inicialmente quería ser cantante de ópera). Entra con mucho prestigio, de hecho, es una de las primeras mujeres que ingresa como locutora en Radio Nacional en Valencia, donde se convierte en la voz de la mañana. Así pues, llega a la Casa de los Obreros como «estrella» de la radio, donde participa en la compañía de aficionados. Después de tres años en el teatro, se marcha a Madrid con su marido, el actor Antonio Iranzo. En la capital trabaja con actrices como María Fernanda Ladrón de Guevara, por eso cuando regresa a la Casa de los Obreros sabe mucho más teatro que los que están a su alrededor. Dirige «en la sombra» y cada vez más actúa. Se convierte en un referente. Durante 25 años mantiene la afición al buen teatro, de texto y repertorio, en Valencia.

-¿Había una vocación fuerte detrás esta trayectoria?

Isabel Tortajada fue un ejemplo de las mujeres artistas en la España del franquismo. Cuando vuelve de Madrid ha de trabajar y criar a su hija, ella sola. Profesionalmente se dedica a la radio, pero después le dedicaba siete u ocho horas diarias al teatro. Eso habla de la gran fuerza de su vocación. Con lo que se pagaba en taquilla por las obras de las compañías de aficionados, les daba para un desayuno a la semana.

-¿Cómo era el teatro de la España franquista?

Las obras teatrales entre los años 50 y el final del franquismo tenían como motivo principal el entretenimiento, igual que en el cine. Un entretenimiento «acrítico». Las obras son «flojas» y buscan una risa fácil, como «La Venganza de Don Mendo», de Pedro Muñoz Seca. Pero esto no quiere decir que no se trate de teatro ideológico. Otro ejemplo es «El famoso Carballeira», de Adolfo Torrado, «La tonta del bote», de Pilar Millán Astray; «Las que tienen que servir», de Alfonso Paso; «Madre Paz», de Joaquín Dicenta (hijo); «Don Magín el de las magias», de Jacinto Benavente; «Mariquilla Terremoto», de los Hermanos Álvarez Quintero… Hay muchas obras de estas características. Hay además obras que transmiten una visión conservadora y los valores de la familia tradicional.

-¿Hay en las obras que dirige/representa Isabel Tortajada alguna diferencia respecto a la tendencia general?

Abre la puerta a autores más importantes, españoles, como Edgar Neville, con obras como «El baile». Se trata de una comedia agridulce en la que se representan problemas sentimentales y personajes complejos. Es la historia de un trío, en la que al fallecer la mujer de uno de los protagonistas, queda finalmente la hija con dos padres, que han de criarla. Isabel Tortajada es actriz y se dirige a sí misma en las representaciones. En los años 60 también incorpora a un autor de la República, Alejandro Casona, que se exilió después de la guerra y volvió a España en la década de los 60. Encarna dramas de Casona, como «La dama del alba», de fuerte componente dramático y poético. Además, la compañía de Isabel Tortajada trajo a Lauro Olmo para la puesta en escena de «La camisa» en el teatro Alkázar de Valencia. Interpreta «Los caciques» (obra de antes de la guerra) y «Las señoritas de Trevélez», ambas de Arniches. También obras de autores de teatro a las que recupera, como Elena Arcediano.

-¿Supone esta obra un punto de ruptura?

«La camisa» cuenta la historia de un barrio de chabolas en Madrid, en 1959. Encontramos a un pobre señor en paro, con su familia, que sólo tiene una camisa con la que asiste a las entrevistas de trabajo. La camisa está cada vez más gastada. Su mujer emigra a París para ganarse la vida, pero él se queda en España ya que considera que el exilio es una traición. Realmente es una obra muy dura y amarga, que causó mucho escándalo en la época (los primeros años 60). La versión oficial de la emigración, divertida y amable, se mostraba en películas como «Vente a Alemania Pepe». Hay obras de teatro que transmiten el mismo «mensaje», como «Las que tienen que servir», de Alfonso Paso, donde aparecen las criadas españolas que se van a trabajar a las bases estadounidenses de Torrejón de Ardoz. «Los derechos de la mujer», de Alfonso Paso, se burla de esos derechos. En «La camisa», por el contrario, es una mujer la que hace de cabeza de familia, incluso sale del país para sacarla adelante.

-¿Qué vínculos se establecían entre el teatro y la radio?

En los años 50 fue muy importante el radioteatro, al que también se dedicaba Isabel Tortajada. No contamos con el repertorio de obras, dado que no se grababan. Se hacían en directo: sainetes, buen teatro clásico y en verso (del Siglo de Oro, romántico…). Todas las emisoras de radio contaban con un cuadro de artistas de teatro. Es importante recordar que una buena parte de los dobladores de cine proceden del teatro radiofónico (el doblaje lo impone Franco, y se mantiene desde la guerra civil hasta hoy). Cuando la gente no tenia dinero para ir al cine o el teatro, se sentaba (toda la familia) frente a la radio, para escuchar obras dramáticas, musicales, concursos… Lo mismo que hoy ocurre con la televisión. Era el modo en que la gente se entretenía.

¿En qué consistía la «vieja escuela» de actores de teatro?

En los años 40-50, para ser actor o actriz había que ir a una compañía de teatro. A los pocos días le decían al aprendiz que cogiera una lanza y se pusiera de comparsa. Después le iban dando pequeños papeles, y aprendía poco a poco el oficio. A eso se le llamaba ser «meritorio». La gente de provincias se dirigía a las grandes compañías de Madrid, sabiendo que no iba a cobrar. Todo era vocación. Al cabo de mucho tiempo, se les empezaba a pagar algo. Cuando Isabel Tortajada monta, a finales de los años 70, una compañía para que los jóvenes trabajen, esto resulta una novedad. Les enseña a moverse, hablar, ser protagonista de la obra. En los años 80 llegaron ya las Escuelas de Arte Dramático. La gente que pasó por esa «vieja escuela» la recuerda con cariño. Consistía en aprender de los mayores. Hasta hace tres décadas no se utilizó el vídeo en la formación de los actores.

-Por último, ¿de qué modo se aprendía el oficio?

La manera de aprender era ver «in situ» la representación. No había otra posibilidad. Es lo que hacían los «meritorios», y era muy duro. Otra ventaja consistía en que la profesión se aprendía desde dentro. Los aprendices veían muchas obras, hasta el punto de que un «meritorio» podía asistir en la Casa de los Obreros a unas 40 representaciones anuales. Todo era muy sacrificado, y además se generaba una cierta rutina. Cuando alguien pasaba cuatro años llevando una lanza, cambiar costaba mucho. Es conocido que un actor, fantasma del padre de Hamlet en la representación de Adolfo Marsillach, lo pasaba muy mal ante los cambios que le planteaba el director: calzarse los coturnos y atravesar una pasarela móvil por encima del escenario con una armadura. Tenía que hacerlo diariamente y lo llevaba fatal.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.