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Musical triste de Gaza

Fuentes: Rebelión

Un día después de la matanza israelí en la franja de Gaza de 19 civiles, entre ellos ocho niños y cuatro mujeres, Sergio Yahni, mi amigo judío, me escribe desde Jerusalén para decirme: «La guerra que Israel lleva contra la población civil palestina en Gaza no es, tal como declara el Gobierno de Ehud Olmert, […]

Un día después de la matanza israelí en la franja de Gaza de 19 civiles, entre ellos ocho niños y cuatro mujeres, Sergio Yahni, mi amigo judío, me escribe desde Jerusalén para decirme: «La guerra que Israel lleva contra la población civil palestina en Gaza no es, tal como declara el Gobierno de Ehud Olmert, una respuesta a los misiles kassam que dispara la resistencia palestina. Es un episodio más en la guerra total que lleva el sionismo contra el pueblo palestino La guerra contra el Líbano el último verano alteró la estabilidad del Gobierno de Israel y la credibilidad de su ejército. Los ataques militares lanzados contra la franja de Gaza forman parte de un esfuerzo por reconstruir la estabilidad política y reestablecer la credibilidad de los militares». Su denuncia se une a la de otro judío, activista de los derechos humanos, Yossi Wolfson, quien afirma que «el Gobierno israelí fuerza la emigración de familias palestinas a otros países para debilitar su resistencia y su crecimiento demográfico». Wolfson hace este señalamiento poco después de que el ciudadano palestino Rami Yazbak, residente en Yenin, hiciera público que los israelíes no permiten que su esposa -española- y su hija- entren en Cisjordania, impidiendo la reunificación familiar.

La realidad cotidiana en los territorios ocupados ha sido vivida de nuevo por una delegación de la ONG vasca PTM-mundubat, comprobando que la agresión sionista contra el pueblo palestino se desarrolla en todos los frentes: mientras la muerte y la destrucción son la obra de la aviación y la artillería israelí, desoyendo los llamamientos de Naciones Unidas, la limpieza étnica continúa de la mano de leyes que discriminan y expulsan de su tierra los palestinos. Es de este modo que la estrategia sionista de sustituir a un pueblo por otro en tierras ocupadas, mediante la inversión demográfica forzada sigue su curso, al tiempo que la guerra sigue siendo la vía favorita de un sionismo que no por casualidad niega la intervención de una fuerza de interposición en el conflicto.

Ciertamente, la negativa del Gobierno de Israel, al que ha sido incorporado la organización fascista Israel Betenu liderada por Avigdor Liberman, de dar una oportunidad a la iniciativa de Zapatero, Chirac y Prodi, revela que las matanzas israelíes no quieren testigos y menos aún obstáculos: todavía tienen mucho que matar. Así, las palabras de Ehud Olmert al decir que la rechaza porque no acepta «la internacionalización del conflicto» es sencillamente un acto de cinismo. No hay en el mundo un conflicto más internacional que el israelo-palestino y más peligroso para la paz mundial. El Gobierno de Israel, además, utiliza las bombas y los asesinatos extra-judiciales para crear crisis y tensiones en la sociedad palestina, la cual se divide en si la respuesta debe ser también armada o estrictamente política. Todas las veces que las fuerzas políticas palestinas avanzan hacia acuerdos intervienen los israelíes para sembrar la división. La guerra es por consiguiente la herramienta favorita del sionismo: con ella obtiene conquistas territoriales, cohesiona a su propia sociedad, divide a la palestina y provoca respuestas -algunas terroristas- que le sirven para presentarse como víctima.

La fuerza ocupante presentada como víctima es el gran giro cínico de este conflicto. El verdugo aspira a un estatuto de inocencia en nombre de su pasado. Ocurre, sin embargo, que esta estrategia acentuada tras el 11 de septiembre, está ya fracasando. Así lo demuestra la reciente resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas que condena los ataques de Israel en Gaza, aprobada por 156 países, con 7 votos en contra y 6 abstenciones. Frente a esta resolución que tiene un fuerte contenido moral y una dimensión política indudable por lo aplastante de los resultados, los gobiernos de Israel y Estados Unidos han reaccionado con ira. Es verdad que los sionistas y quienes les apoyan tienen la satisfacción de saber que en el Consejo de Seguridad -órgano que en verdad «gobierna» de manera no democrática Naciones Unidas- el poder de veto de Estados Unidos impide nuevas resoluciones condenatorias contra Israel. Pero eso es sólo el fruto de una situación injusta y anti-democrática, no el resultado del parecer real de los gobiernos del mundo.

Lo que está ocurriendo en Gaza estaba anunciado. El abandono de la franja de unos cincuenta kilómetros de largo por menos de diez de ancho -las 21 colonias de Gaza fueron el fruto del afán sionista fusionado con la promesa del Antiguo Testamento de construir el Gran Eretz bíblico- no fue por razones morales y de justicia, por rectificación de un error. Fue una decisión tomada porque la demografía de un millón y medio de palestinos frente a ocho mil colonos en un espacio minúsculo hacía imposible la continuidad por razones económicas y de seguridad. Pero marcharse nunca significó para el sionismo dejar que las posibilidades humanas y materiales construyeran un futuro para los palestinos de Gaza. Al contrario, la Gaza rodeada de tanques y bases militares, aislada y desamparada, es y será siempre el recurso para la venganza y para la obtención de victorias militares fáciles. Sharon ordenó la salida de Gaza no para preparar soluciones de negociación para la paz, sino porque llegó a la conclusión de que debía preparar las condiciones para otros cincuenta años de conflicto en los que Israel seguirá anexionando tierras y clavando estacas sobre el corazón de Palestina. Salir de Gaza fue tan sólo un movimiento táctico en el tablero.

Israel ha hecho tanto daño a Gaza que no es extraño que las posiciones más radicales sean las que tienen mayor apoyo. Hamás ha sabido aprovechar los estragos de la fuerza ocupante para la consolidación de su propio discurso y dotar de base social real a sus prácticas militares. Buena parte de sus actividades son tachadas de terroristas por su modalidad indiscriminada. Pero Israel al matar sistemáticamente a civiles inocentes es desde luego un Estado terrorista, no hay nada que le de una superioridad moral sobre Hamás. Si esta última tuviera aviones, tanques y artillería, tal vez sus acciones no serían vistas como terroristas sino como representación de un contendiente legítimo.

Nunca he defendido los atentados de Hamás en territorio israelí, pues además de rechazables moralmente me parecen políticamente suicidas. Pero también digo que Israel es una sociedad enferma a la que se trata como si fuera un sano faro democrático en Oriente. Es verdad que la mayor parte de su ciudadanía quiere la paz o al menos normalizar las relaciones con los países vecinos e incluso con los palestinos. Pero no está en disposición de hacer una paz justa que contemple la retirada de las colonias de Cisjordania y la proclamación de un Estado palestino plenamente soberano. Quiere la paz, pero perpetuando una posición de dominio, tal es su soberbia emanada de la promesa divina. Quiere la paz pero negando la dimensión humana del adversario que es visto colectivamente como un pueblo al que masacrar. Lo ha dicho el 18 de noviembre Avigdor Liberman: «Israel debe exterminar a los líderes de Hamás, abandonar definitivamente la Hoja de Ruta e ignorar al presidente palestino Mamad Abbas. Los líderes de Hamás deben desaparecer, irse al paraíso todos ellos».

Mi conclusión es clara. Frente a la prepotencia de Israel no bastan las palabras. Desde la comunidad internacional deberían ejecutarse sanciones para obligar los sionistas en el poder a algo muy sencillo que es clave para la paz mundial: cumplir las resoluciones de Naciones Unidas.