Recomiendo:
0

Naturaleza como capital

Fuentes: Rebelión

Cuando se sostiene que el actual modelo de desarrollo que orienta las políticas económicas y sociales en América Latina no es sustentable y que más bien nos condena al empobrecimiento, muchos alzan la voz para oponerse, incluso recurriendo a la descalificación. Una de las acusaciones más comunes es el rótulo de «estar en contra del […]

Cuando se sostiene que el actual modelo de desarrollo que orienta las políticas económicas y sociales en América Latina no es sustentable y que más bien nos condena al empobrecimiento, muchos alzan la voz para oponerse, incluso recurriendo a la descalificación. Una de las acusaciones más comunes es el rótulo de «estar en contra del desarrollo». Sin embargo nuestras economías pueden crecer mucho, nuestras exportaciones pueden diversificarse y ocupar plazas importantes en los mercados del mundo, incluso, podemos ser un punto estratégico por donde pasa el comercio mundial entre los distintos continentes, y no obstante, ser un continente pobre, donde abunda la exclusión y en el que la desigualdad es una constante histórica desde los tiempos de la conquista española. Como sostiene el premio Nóbel de economía 2001, J. Stiglitz, a pesar de las promesas realizadas en las últimas décadas del siglo XX en cuanto a la reducción de la pobreza, el actual número de pobres se ha incrementado en 100 millones de personas. Al mismo tiempo que la economía mundial ha crecido en un promedio de 2,5 puntos porcentuales anuales.

Ante esto, los ideólogos del crecimiento económico insisten en la necesidad de redoblar los esfuerzos para acelerar la expansión de la economía. Uno de los problemas con que se topa esta idea es la disminución de la capacidad productiva de los ecosistemas naturales. La información que proviene de organismos internacionales no deja de ser preocupante: la mitad de los humedales del mundo se destruyeron en el siglo pasado; la actividad forestal y la sustitución por especies exóticas han reducido los bosques mundiales a casi la mitad; cerca del 9% de las especies mundiales de árboles están en riesgo de extinción; la deforestación tropical excede los 130.000 kilómetros cuadrados por año; la flota pesquera es 40% mayor a lo que los océanos pueden sostener; cerca del 75% del stock mundial de peces marinos está siendo sobre explotado o están siendo capturados en sus límites biológicos; la degradación de los suelos ha afectado a dos tercios de los suelos agrícolas mundiales en los últimos 50 años; el 20% de los peces de agua dulce se ha extinguido, y está amenazado o en peligro de extinción.

Debemos hacer notar necesariamente que esta presión sobre los ecosistemas se ve favorecida por algunas características que rigen la contabilidad de la inversión y del consumo. En los modelos de evaluación macroeconómica, no está considerado el costo real que significa la extracción de los recursos naturales. Es así como la disminución de la selva tropical, en la medida que tenga como objeto la producción de alguna mercancía para la exportación o el consumo en el mercado interno, será registrado como un incremento en el ingreso económico sin que se haga el menor descuento por la pérdida de un capital natural difícilmente recuperable.

Un paso importante es tomar conciencia de estos problemas, a fin de que podamos cambiar nuestras conductas y hábitos culturales. Para ello es importante revalorizar nuestras riquezas y utilizarlas de manera inteligente y racional. En esta dirección, se debe disponer de información adecuada que favorezca una asignación eficiente y racional, no para cualquier desarrollo, sino para el «buen desarrollo» que provea educación, salud y alimentación, no sólo para esta generación sino también para las futuras, buscando mantener la productividad de nuestra riqueza natural.

Marcel Claude
Director Oceana, Oficina para América del Sur y Antártica