Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
El discurso, ampliamente publicitado, de David Grossman en la conmemoración anual de Yitzhak Rabin realizada este mes, ha provocado una cierta deconstrucción refinada de sus «palabras de paz» por parte de sus críticos.
Grossman, uno de los principales escritores de Israel y mascarón de proa de su principal movimiento por la paz, Peace Now, personifica la cara benévola, torturada, del sionismo que en cuya supervivencia quisieran desesperadamente creer tantos apólogos del país – en Israel y en el extranjero, enérgicos y vacilantes por igual – a pesar de la evidencia de las masacres, Qana, Beit Hanoun, y otras, cometidas por el ejército israelí contra civiles árabes. Grossman posibilita que se crea, por un momento, que los Ariel Sharons y los Ehud Olmerts no son los verdaderos sustentadores del legado del sionismo, sólo una desviación temporal de su verdadero camino.
En realidad, desde luego, Grossman se basa en la misma vertiente ideológica que los fundadores de Israel y sus principales guerreros. Encarna los mismos valores angustiados del sionismo laborista que logró la legitimidad internacional de Israel mientras realizaba uno de los grandes actos de limpieza étnica de la historia: la expulsión de unos 750.000 palestinos, o sea de un 80% de la población nativa, de las fronteras del recién establecido Estado judío.
(Incluso historiadores críticos generalmente restan importancia al hecho de que el porcentaje de la población palestina expulsado por el ejército israelí fue, en verdad, mucho más elevado. Muchos palestinos expulsados durante la guerra de 1948, terminaron dentro de las fronteras de Israel sea porque bajo los términos del armisticio de 1949 con Jordania fueron anexados a Israel, junto con un área pequeña, pero densamente poblada de Cisjordania, conocida como el Pequeño Triángulo, o porque lograron volver a través de la frontera porosa con Líbano y Siria en los meses después de la guerra y se ocultaron dentro de las pocas aldeas palestinas dentro de Israel que no habían sido destruidas.)
Si se elimina la aureola con la que ha sido coronado por los medios liberales del mundo, no queda mucha diferencia entre Grossman y los estadistas más distinguidos del sionismo, que también exhibieron ostentosamente sus lamentaciones o credenciales de paz mientras, primero, desposeyeron al pueblo palestino de la mayor parte de su patria; luego lo desposeyeron del resto; después se aseguraron de que el acto original de limpieza étnica no se deshiciera; y hoy en día trabajan en el lento genocidio de los palestinos, a través de una estrategia combinada de su destrucción física y de su dispersión como pueblo.
David Ben Gurión, por ejemplo, organizó la limpieza étnica de Palestina en 1948 antes de mostrar muy en público su sufrimiento por la ocupación de Cisjordania y Gaza – aunque sólo haya sido por el daño demográfico que se infligiría al Estado judío como resultado.
Golda Meir se negó a reconocer la existencia del pueblo palestino al lanzar la empresa de asentamientos en los territorios ocupados, pero reconoció la angustia de los soldados judíos obligados a «disparar y llorar» para defender los asentamiento. O, como dijera: «Podemos perdonaros [a los palestinos] por matar a nuestros hijos. Pero jamás os perdonaremos que nos hagáis matar a los vuestros.»
Yitzhak Rabin, la inspiración más directa de Grossman, podrá haber iniciado un «proceso de paz» en Oslo (aunque sólo optimistas desahuciados piensen en la actualidad que la paz haya sido realmente su objetivo), pero como soldado y político también supervisó personalmente la limpieza étnica de ciudades palestinas como Lid en 1948; envió tanques a aldeas árabes dentro de Israel durante las protestas del Día de la Tierra en 1976, provocando las muertes de media docena de ciudadanos palestinos desarmados; y en 1988 ordenó que su ejército aplastara la primera intifada «quebrando los huesos» de palestinos, incluyendo a mujeres y niños, que lanzaron piedras a los soldados ocupantes.
Como ellos, Grossman se colude en esos crímenes de guerra originales cuando prefiere conservar lo que Israel tiene, o incluso extenderlo más allá, en lugar de enfrentar la verdad genuinamente dolorosa de su responsabilidad por el destino de los palestinos, incluyendo los cientos de miles de refugiados y los millones de sus descendientes.
Cada día en el que Grossman niega un Derecho al Retorno para los palestinos, aunque apoya una Ley de Retorno para los judíos, excusa y mantiene el acto de limpieza étnica que desposeyó a los refugiados palestinos hace más de medio siglo.
Y cada día en el que vende un mensaje de paz a israelíes que buscan su guía moral sin ofrecer una solución justa a los palestinos – y en lugar de hacerlo adopta como su rasero moral la prioridad de la supervivencia de Israel como Estado judío – pervierte el significado de la palabra paz.
Otro activista por la paz israelí, Uri Avnery, diagnostica con aguda perspicacia en un artículo reciente el problema posado por Grossman y su índole. Aunque Grossman quiere la paz en lo abstracto, observa Avnery, no ofrece soluciones sobre cómo puede ser asegurada en términos concretos y no presenta indicios de cuáles sacrificios él u otros israelíes tendrán que aceptar para lograrla. Su «paz» es vacua de contenido, un simple artefacto retórico.
En lugar de sugerir que Israel debiera hablar al respecto con los dirigentes elegidos de los palestinos, Grossman arguye que Israel debería hablar, sin hacer caso de estos últimos, con palestinos «moderados» con quienes los dirigentes de Israel puedan llegar a un arreglo. El objetivo es encontrar palestinos, cualesquiera palestinos, que estén de acuerdo con la «paz» de Israel. El proceso de Oslo con ropa nueva.
Parecería que el habla de Grossman pueda representar un gesto hacia una solución sólo porque los actuales dirigentes de Israel no quieren hablar con nadie del lado palestino, sea «moderado» o «fanático.» El único interlocutor es Washington, y es pasivo.
Si las palabras de Grossman son tan «vacuas» como las de Ehud Olmert, Avnery no ofrece ningún indicio sobre las razones para el tono evasivo del autor. En realidad, Grossman no puede tratar de soluciones porque casi no existe un público en Israel para el tipo de plan de paz que podría ser aceptable incluso para los palestinos «moderados» con los que Grossman anhela tanto que su gobierno hable.
Si Grossman fijara los términos de su visión de la paz, podría quedar claro para todo el mundo que el problema no es la intransigencia palestina.
Aunque los sondeos muestran regularmente que una mayoría de los israelíes apoya un Estado palestino, son realizados por encuestadores que nunca especifican a la audiencia consultada lo que podría significar la creación del Estado mencionado en su pregunta. Del mismo modo, los encuestadores no piden a sus encuestados israelíes ninguna información sobre el tipo de Estado palestino que cada uno imagina. Esto hace que la naturaleza del Estado palestino del que hablan los israelíes sea casi tan vacía de contenido como la cautivadora palabra «paz.»
Después de todo, según la mayoría de los israelíes, los gazanos gozan de los frutos del fin de la ocupación israelí. Y, según Olmert, su propuesta «convergencia» – una retirada muy limitada de Cisjordania – también habría establecido la base para un Estado palestino en el lugar.
Cuando se consulta a los israelíes sobre sus ideas de planes de paz más específicos, sus respuestas son abrumadoramente negativas. En 2003, por ejemplo, un 78% de los judíos israelíes dijo que favorecían una solución de dos Estados, pero cuando se les preguntó si apoyaban la Iniciativa de Ginebra – que prevé un Estado palestino muy limitado en menos que la totalidad de Cisjordania y Gaza – sólo un cuarto lo hizo. Apenas más de la mitad de los supuestos votantes izquierdistas del laborismo respaldó la Iniciativa de Ginebra.
Este bajo nivel de apoyo para un Estado palestino apenas viable contrasta con los niveles consistentemente elevados de apoyo entre los judíos israelíes para una solución concreta, pero muy diferente, del conflicto: la «transferencia,» o limpieza étnica. En los sondeos de opinión, un 60% de los judíos israelíes favorecen regularmente la emigración de los ciudadanos árabes más allá de las fronteras, hasta ahora indeterminadas, del Estado judío.
Así que no deberíamos permitir que falsas esperanzas nos adormezcan si Grossman nos advierte que «una paz sin alternativa» es inevitable y que «el país será dividido, aparecerá un Estado palestino.» Es casi seguro que el Estado de Grossman sea tan «vacuo» como la idea de paz de su audiencia.
La negativa de Grossman de enfrentar la falta de simpatía del público israelí por los palestinos, o desafiarla con soluciones que exijan de los israelíes que hagan verdaderos sacrificios por la paz, merece nuestra condena. Él y otros gurús del movimiento por la paz dominante de Israel, escritores como Amos Oz y A B Yehoshua, han fracasado ante su deber de articular a los israelíes una visión de un futuro justo y de una paz duradera.
¿Cuál es entonces la salida del impasse creado por la beatificación de personajes como Grossman? ¿Qué otros caminos quedan abiertos para aquellos de entre nosotros que nos negamos a creer que Grossman está ante el mismo precipicio frente al cual temblaría todo activista cuerdo por la paz? ¿Podemos mirar hacia otros miembros de la izquierda israelí en busca de inspiración?
Vuelve a aparecer Uri Avnery. Afirma que hay sólo dos campos por la paz en Israel: uno, sionista, basado en un consenso nacional y arraigado en Peace Now de David Grossman; y lo que llama un «campo radical por la paz» dirigido por… bueno, él mismo y su grupo de unos pocos miles de israelíes, conocido como Gush Shalom.
Al oírlo, podría aparecer la tentación de inferir que Avnery designa su propio bloque por la paz como no-sionista o incluso anti-sionista. Nada más lejos de la realidad, sin embargo. Avnery y la mayoría, si no la totalidad, de sus partidarios en Israel están incondicionalmente en el campo sionista.
La esencia de toda paz para Avnery es la continuación de la existencia y del éxito de Israel como Estado judío. Esta rigidez limita sus ideas sobre el tipo de paz a la que debería aspirar un activista «radical» por la paz israelí.
Como Grossman, Avnery apoya una solución de dos Estados porque, desde los puntos de vista de ambos, el futuro del Estado judío no puede ser garantizado sin un Estado palestino a su lado. Por eso Avnery está de acuerdo con un 90% del discurso de Grossman. Si los judíos han de prosperar como una mayoría demográfica (y democrática) en su Estado, también los no-judíos deben tener un Estado, en el que puedan ejercer sus propios, y separados, derechos soberanos y, consecuentemente, abandonar toda demanda contra el Estado judío.
Sin embargo, a diferencia de Grossman, Avnery no sólo apoya un Estado palestino abstracto, sino un Estado palestino «justo» concreto, lo que para él quiere decir la evacuación de todos los colonos y una retirada total del ejército israelí a las líneas de 1967. El plan de paz de Avnery devolvería Jerusalén este y toda Cisjordania y Gaza a los palestinos.
La diferencia entre Grossman y Avnery al respecto puede ser explicada por su diferente entendimiento de lo que se necesita para asegurar la supervivencia del Estado judío. Avnery cree que una paz duradera se mantendrá sólo si el Estado palestino corresponde a las aspiraciones mínimas del pueblo palestino. A su juicio, los palestinos pueden ser persuadidos bajo la dirección correcta a aceptar un 22% de su patria histórica – y de esa manera se salvará el Estado judío.
De por sí, no hay nada malo en la posición de Avnery. Lo ha animado a tomar un papel dirigente e impresionante en el movimiento israelí por la paz durante muchas décadas. Ha cruzado valerosamente por encima de líneas nacionales de confrontación para visitar a la dirección palestina sitiada cuando otros israelíes no se atrevieron. Ha adoptado una posición valiente contra el muro de separación enfrentando a soldados israelíes junto a activistas por la paz palestinos, israelíes y extranjeros. Y a través de su actividad periodística ha destacado la causa palestina y educado a israelíes, palestinos y observadores extranjeros sobre el conflicto. Por todos esos motivos, hay que elogiar a Avnery como un genuino conciliador.
Pero existe un serio peligro de que, porque los movimientos de solidaridad con Palestina no han comprendido los motivos de Avnery, éste los siga guiados más allá del punto en el que contribuye a una solución pacífica o un futuro justo para los palestinos. En los hechos, podría ser que ese momento ha llegado.
Durante los años de Oslo, Avnery estaba desesperado por ver que Israel completara su supuesto acuerdo de paz con el líder palestino Yasir Arafat. Como ha argumentado a menudo, creía que sólo Arafat podía unificar a los palestinos y persuadirlos a aceptar la solución de dos Estados: un gran Israel, junto a una pequeña Palestina.
En la realidad, la posición de Avnery no estaba tan alejada del grupo claramente no-radical de Oslo, de Rabin, Peres y Yossi Beilin. Los cuatro consideraban a Arafat como el hombre fuerte palestino que aseguraría el futuro de Israel: Rabin esperaba que Arafat mantendría el orden entre los palestinos en sus guetos por cuenta de Israel; mientras que Avnery esperaba que Arafat forjaría una nación, democrática o no, que contuviera las ambiciones palestinas de territorio y de una solución justa para el problema de los refugiados.
Ahora que Arafat ha desaparecido, Avnery y Gush Shalom han perdido su solución prefabricada para el conflicto. En la actualidad, siguen respaldando los dos Estados y apoyan los vínculos con Hamas. Tampoco se han desviado de sus antiguas posiciones sobre los temas principales – Jerusalén, las fronteras, los asentamientos y los refugiados – aunque ya no existe el cemento, Arafat, que supuestamente los mantendría unidos.
Pero sin Arafat como su hombre fuerte, Gush Shalom no tiene idea de cómo encarar los problemas inminentes de faccionalismo y de una guerra civil potencial que provoca la interferencia de Israel en el proceso político palestino.
Tampoco tendrá una respuesta si la marea en la calle palestina se vuelca contra el espejismo de los dos Estados ofrecido por Oslo. Si los palestinos buscan otros caminos para salir del actual impasse, como comienzan a hacer, Avnery se convertirá rápidamente en un obstáculo para la paz en lugar de ser su gran defensor.
En los hechos, una tal tendencia está lejos de ser segura. Pocos observadores informados del conflicto creen que la solución basada en las líneas de 1967 seguirá siendo factible, en vista del afianzamiento de sus colonos en Jerusalén y en Cisjordania, que ahora son casi medio millón. Incluso los USamericanos han admitido en público que la mayor parte de los asentamientos no pueden ser deshechos. Es sólo cuestión de tiempo antes de que los palestinos lleguen al mismo cálculo.
¿Qué harán en este caso Avnery y los duros de Gush Shalom? ¿Cómo reaccionarán si los palestinos comienzan a demandar a voces un solo Estado que incluya a israelíes y palestinos, por ejemplo?
La respuesta es que los pacifistas «radicales» necesitarán encontrar rápidamente otra solución para proteger su Estado judío. No existen demasiadas:
* Existe la de «Continúa con la ocupación no importa lo que pase» de Binyamin Netanyahu y del Likud;
* Existe la de «Sellad a los palestinos en guetos y esperemos que en última instancia terminen por irse por decisión propia,» en sus encarnaciones de Kadima (dura) y del laborismo (blanda);
* Y está la de «Expulsadlos a todos» del aviador Lieberman, el nuevo Ministro de Amenazas Estratégicas de Olmert.
Paradójicamente, una variación de esta última opción será la más atractiva para los pacifistas desilusionados de Gush Shalom. Lieberman tiene sus propias posiciones fanáticas y moderadas, según la audiencia y las realidades del momento. A algunos les dice que quiere que todos los palestinos sean expulsados del Gran Israel para que esté sólo a disposición de judíos. Pero a otros, particularmente en la arena diplomática, sugiere una fórmula de intercambios territoriales y de población entre Israel y los palestinos que crearía una «Separación de Naciones.» Israel recuperaría los asentamientos a cambio de la entrega de algunas pequeñas áreas de Israel, como el Pequeño Triángulo, con su densa población palestina.
Una versión generosa de un intercambio semejante – aunque sea una violación del derecho internacional – lograría un resultado similar a los intentos de Gush Shalom de crear un Estado palestino viable junto a Israel. Incluso si es poco probable que el propio Avnery sea tentado por este camino, existe un verdadero peligro de que otros en el campo «radical» por la paz prefieran este tipo de solución al sacrificio de su compromiso a cualquier precio con el Estado judío.
Pero afortunadamente, no importa lo que diga Avnery, su campo de la paz no es la única alternativa a la falsa angustia de Peace Now. Avnery no está más cerca del borde del abismo que Grossman. El único abismo que encara Avnery es la defunción del Estado judío.
Otros judíos sionistas, en Israel y en el extranjero, han estado tratando de resolver el mismo tipo de problemas que Avnery pero han comenzado a moverse en otra dirección, lejos de la solución de dos Estados condenada a la ruina, hacia un Estado binacional. Unos pocos intelectuales destacados como Tony Judt, Meron Benvenisti y Jeff Halper, han comenzado a cuestionar públicamente su compromiso con el sionismo y consideran si no forma parte del problema en lugar de su solución.
No están solos al hacerlo. Pequeños grupos de israelíes, más pequeños que Gush Shalom, abandonan el sionismo y se unen alrededor de nuevas ideas sobre cómo los judíos israelíes y los palestinos pueden vivir pacíficamente juntos, incluso dentro de un solo Estado. Incluyen a Taayush, Anarquistas contra el Muro, Zochrot, y elementos dentro del Comité Israelí contra la Demolición de Casas y el propio Gush Shalom.
Avnery espera que su campo de la paz pueda ser la pequeña rueda que pueda impulsar la gran rueda de organizaciones como Peace Now en una nueva dirección y al hacerlo, empujar a la opinión israelí hacia una verdadera solución de dos Estados. En vista de las realidades en el terreno, parece ser muy poco probable. Pero algún día, ruedas que actualmente son más pequeñas que Gush Shalom podrían comenzar a impeler a Israel en la dirección necesaria para la paz.
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Jonathan Cook es un escritor y periodista basado en Nazaret, Israel. Su libro: «Blood and Religion: The Unmasking of the Jewish and Democratic State,» ha sido publicado por Pluto Press. Su sitio en la Red es: www.jkcook.net
http://www.zmag.org/content/showarticle.cfm?SectionID=107&ItemID=11435