La angustia de una madre y sus hijos en espera que baje la corriente del río para cruzar la frontera
Voy a cruzar porque dicen que hay una ley nueva en Estados Unidos y que pueden entrar niños, relata una madre que permanece con sus hijos en la Casa del Migrante Nazareth, en Nuevo Laredo, Tamaulipas Foto Sanjuana Martínez Nuevo Laredo, Tamps.
El caudal del Río Bravo no da tregua a los migrantes; lleva días crecido por las intensas lluvias y se ha cobrado la vida de varias personas. Pese al temerario bramido de la corriente, Vanessa Alvarado aguarda una señal para lanzarse al torrente y cruzar a Estados Unidos: Estamos esperando la respuesta de Dios. Él nos va decir cuándo.
La acompañan sus dos hijos: Olga de 11 años y Robert Isaac de 15. Llevan tres semanas viajando desde su natal San Pedro Sula, la capital industrial de Honduras, animados por la versión popular de que el gobierno estadunidense está aceptando niños: Tengo entendido que están dejando pasar con niños, máxime cuando hay una amenaza. Y la Mara ya quería a mi hijo y amenazó con violar a mi hija.
Si lograran cruzar, los dos hijos de Vanessa se unirían a los 50 mil niños que están en Estados Unidos en calidad de migrantes indocumentados en espera de una próxima repatriación, según dice el activista José Jacques y Medina, del Movimiento Migrante Mesoamericano.
Abogado y promotor fundador del Sindicato Nacional de Trabajadores Migrantes de la República Mexicana, de la Internacional Brotherhood of General Workers y del One Stop Immigration and Educational Center, Jacques es un incansable defensor de migrantes y en los meses recientes ha traído hasta el puente peatonal de esta frontera a tres familias para lograr su exitosa reunificación del otro lado del río Bravo.
Lo estamos haciendo para demostrarle al presidente Barack Obama que sí se puede. La administración estadunidense tiene la capacidad de resolver esta tragedia humanitaria, si hubiera voluntad. El gobierno de Obama ha sido el más represivo de todos, con 2 millones de deportaciones, dice mientras cruza el Puente Número Uno rumbo a Texas.
¿Qué ha pasado con los niños de esos 2 millones de migrantes deportados por Estados Unidos? Jacques contesta la pregunta dando una cifra: Los 11 millones de migrantes indocumentados han procreado 5 millones de niños ciudadanos de Estados Unidos. ¿Cuántos de ellos están en este momento abandonados en casas de acogida, alejados del amor de sus padres?
Esta es otra arista de la crisis de migración infantil que afronta el vecino país. Para el activista, el gobierno estadunidense se está equivocando, particularmente porque dice que quiere resolver una tragedia humanitaria con medidas policiales: El embajador Earl Anthony Wayne habla de aprehensiones, cuando el interés superior del niño exige que sean tratados de manera distinta. Los niños necesitan alimentación, donde dormir, educación, felicidad, distracción. Y nadie está pensando en eso, más que en repatriación. Es un grave error.
Información confusa
La avalancha de niños migrantes acompañados por sus madres o solos no se detiene pese a las advertencias del gobierno de Barack Obama. Y es que es imposible ponerle puertas al hambre, dice Sandy Vanegas, de 22 años, quien se dejó venir desde Tegucigalpa, capital de Honduras, cuando su hermano le confirmó hace unos meses que logró pasar a Estados Unidos con cuatro niños.
Carga a su hija de dos años, mientras la de cinco le jala el pantalón llorando pidiendo algo para comer. Quiere ir a Alabama para reunirse con su madre: Voy a cruzar porque dicen que hay una ley nueva y que están dejando entrar niños. Me voy a aventar por el puente. Pienso irme desde aquí en taxi y al llegar a la línea voy a caminar. Algunos dicen que los regresan, pero otros me han dicho que sí los están aceptando. El papá de ellas ni me ayudaba; vamos a cruzar para buscar un mejor futuro.
-¿Quién le dijo?
-Mi hermano pasó en abril con cuatro niños. Se fueron caminando por el puente, los recogió migración y ahora están arreglando permiso para poder estar allá.
Lleva un mes en México, se vino en puro autobús y ha seguido la ruta migrante con estancias cortas en albergues dirigidos por distintas órdenes religiosas. Lleva tres días en la Casa del Migrante Nazareth, ubicada cerca de la línea fronteriza, dirigida por los misioneros Scalabrinianos.
El sacerdote Luiz Kendzierski dirige este albergue desde hace seis meses. El mes pasado recibió mil 100 migrantes, especialmente centroamericanos, pero también mexicanos deportados. Reconoce que hay un fenómeno nuevo de migración infantil: por aquí han pasado 250 niños y 500 mujeres: Es una tragedia humanitaria y a los gobiernos de Estados Unidos y México les agarró de sorpresa. No imaginaban todo esto. Hay hacinamiento. Ya los rebasó. Esa es una prueba de que no están dejando cruzar nomás así. Los están deteniendo. La gran mayoría son hondureños. La situación en Honduras es muy difícil, caótica. La violencia es muy fuerte y la gente está saliendo por eso.
Por los pasillos de la casa, los migrantes esperan. Hombres, mujeres y niños intentan entretenerse conversando, jugando y haciendo planes sobre su viaje al llamado sueño americano.
En este momento la recomendación es clara: la corriente del río Bravo significa la muerte para aquellos que se arriesgan a pasar: La corriente ha crecido mucho estos días. No hay cómo cruzarlo. De metro a metro y medio ha subido a tres o cuatro metros, con aguas mucho más violentas y revueltas. Muy complicado para cruzar.
Maltrato en México
Los hijos de Alicia lloran. El de cuatro años exige atención. Está fastidiado, un poco enfermo de gripe, molesto. Acaban de llegar deportados, después de haber pasado 13 días en las oficinas del Instituto Nacional de Migración del Puente Número Uno de esta frontera.
La experiencia fue horrible, según cuenta Alicia procedente de Honduras: Nos tenían en un cuartito hacinados. Había como 40 personas. No veíamos la luz del sol. Dormíamos colchoneta sobre colchoneta, encima de otros. Horrible. La cobija y las colchonetas sucias, con pulgas, piojos. Los baños en el mismo cuartito, insalubres, con mal olor, súper asquerosísimo, sin puertas, se veía todo. Todo apestoso. Bastante feo.
Sus hijos de cuatro y dos años se enfermaron y traen varias infecciones. Ambos nacieron en México y, por tanto, migración le permitió pagar una multa para salir: Tenía mucho miedo, porque allí estaban quitando niños para llevarlos al DIF. Hay mucha injusticia. Es muy difícil. Sólo uno sabe por qué sale de su país. En mi caso por la inseguridad. En Honduras no se puede vivir.
Alicia está decidida a volver a intentarlo, esta vez en lugar de caminar por el puente se piensa lanzar al río cuando la corriente baje: Si me regreso a Honduras no tengo nada que ofrecerles a ellos, mientras intentándolo y Dios nos permita llegar, hay una oportunidad para que estudien, para que sean alguien.
No quiere volver a vivir la humillación de la deportación de las autoridades estadunidenses: «Son tremendos, ni aunque les lloremos, no les importa, ni tampoco los niños. Casi nos sacan arrastrados de allá. Una chava se agarró del poste de la luz para que no la regresaran y les gritaba: ‘Me están lastimando'». El policía le dijo: ¡Suéltate y camina!. Y traía niños, de nada le sirvió. Nos sacan casi cargando. Se sufre. Duele más cuando tratan mal a los hijos.
Vanessa Alvarado sigue esperando la señal de Dios para cruzar. Va directo a Houston a reunirse con familiares. Dice que si vuelve a Honduras la Mara los matará a todos, porque hace un mes interpuso una denuncia contra ellos y eso es sentencia de muerte. Está angustiada, temerosa, ansiosa por resolver su problema de supervivencia. No puede contener el llanto. Su niña la abraza, su hijo la tranquiliza: Pronto vamos a cruzar, ya lo verás: Dios nos va a iluminar para saber cuándo.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2014/07/06/politica/008n1pol