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No os desentendáis de la guerra

No es nuestra manera de hacer las cosas

Fuentes: TomDispatch.com

Traducido para Rebelión por Carlos Riba García.

Estados Unidos ha estado en guerra -conflictos importantes con fuerzas de combate sobre el terreno e intervenciones menores, disparos esporádicos, ataques aéreos, asesinatos selectivos con drones, ocupaciones, operaciones aéreas especiales, conflictos sin implicación directa* y acciones encubiertas- prácticamente sin interrupción desde el comienzo de la guerra de Vietnam. Esto significa más de 50 años de experiencia bélica modelo estadounidense; sin embargo, muy pocos en nuestro entorno se han preocupado por extraer las conclusiones más obvias.

Con los registros históricos existentes, esas conclusiones deberían estar mirándonos fijamente a la cara. Sin embargo, se trata de palabras que no se pueden decir en un país comprometido en una visión del mundo estrictamente militar, en continua expansión de sus fuerzas, en un énfasis en ser los primeros en el desarrollo y el despliegue de la última tecnología de destrucción y en un ciclo repetitivo de un abanico de conflictos bélicos que van desde las invasiones en gran escala, con ocupación territorial incluida, a la contrainsurgencia y las guerras subsidiarias, para volver a empezar.

Entonces, aquí ya aparecen cinco lecciones sencillas -ninguna de ellas aceptable en lo que en este país se conoce por discusión o debate- que podrían extraerse del último medio siglo de participación estadounidense en todo tipo de guerra:

1. Independientemente de cuál pueda ser la definición del modelo estadounidense de guerra, no funciona. Nunca ha funcionado.

2. Independientemente de cómo se planteen los problemas del mundo en el que vivimos, esos problemas no se resuelven. Nunca se han resuelto.

3. Independientemente de la frecuencia con que se acuda al uso de la fuerza militar para «estabilizar» o «proteger» o «liberar» países o regiones, siempre se trata de una fuerza desestabilizadora.

4. Independientemente de que Estados Unidos se jacta de su maquinaria bélica y sus «guerreros», los militares estadounidenses son incapaces de ganar las guerras en las que se involucran.

5. Independientemente de que los presidentes de EEUU casi siempre elogian a sus fuerzas armadas como «la mejor fuerza de combate de la historia», la evidencia está ahí: no lo son.

Y aún hay una lección mas: si como política de gobierno tomáramos al pie da la letra las cinco lecciones anteriores y paráramos unas guerras interminables que agotan la economía nacional, al mismo tiempo encontraríamos una solución de largo plazo a la crisis de la Administración de los Veteranos (AV), el sistema sanitario que cuida de ellos. Este no es un tema del que se hable entre nosotros, pero la AV se encuentra en una crisis financiera y sanitaria que, en el contexto actual, no tiene solución, independientemente de lo que se pueda hacer. La única solución de largo plazo consiste en acabar con esas guerras interminables que el pueblo de EEUU seguirá pagando durante las décadas futuras, ya que el costo en cuerpos rotos y vidas destrozadas se traduce en cuidados médicos a cargo de la VA.

Héroes y renegados

Una advertencia. Pensad lo que queráis sobre la guerra y el modo en que EEUU hace la guerra, pero tened en cuenta que los estadounidenses estamos dentro de una máquina de propaganda militarista en la que apenas nos damos cuenta del espacio que esta ocupa en nuestra vida. Dentro de ella, solo ciertas opiniones, ciertos pensamientos, son aceptables, e incluso posibles en cierto sentido.

Por ejemplo, fijaos en la reciente liberación del sargento Bowe Bergdahl después de cinco años de cautiverio en la red Haqqani. Mucha de la controversia que rodea a este hecho, se debe en parte a que fue intercambiado por cinco antiguos oficiales talibanes mantenidos durante largo tiempo -sin cargos y sin juicio­- en la Isla del Diablo estadounidense, la prisión de Guantánamo, en Cuba. Se ha sugerido que el sargento Bergdahl desertó de su unidad en el Afganistan rural, y sencillamente se marchó andando. Algo que para los que se oponen al trueque y al presidente Obama convierte el «intercambio con terroristas» en lo más vergonzoso. Cuando nos enteramos de la acción de Bergdahl, nuestras opciones son esencialmente condenarlo por «renegado» o por casi ofrecerse como «prisionero de los terroristas», o ignorarlo y asumir el «apoyo a los soldados», y recibirlo como un «héroe» de guerra. Y todavía hay una tercera opción.

Según su padre, antes de ser capturado, los mensajes que el sargento enviaba a su casa reflejaban una creciente decepción con los militares. («El ejército de EEUU es lo más ridículo del mundo. Es un ejército de mentirosos, de tipos que te apuñalan por la espalda, de idiotas y matones. Los pocos buenos sargentos se están marchando tan pronto como pueden y nos dicen a los soldados que hagamos lo mismo.») Es evidente que además se sentía cada vez más incómodo con al guerra que EEUU libraba en ese país. («Lamento todo lo que pasa aquí. Esta gente necesita ayuda, pero han conseguido que el país más engreído del mundo les diga que ellos no son nadie, que son estúpidos y que no tienen la menor idea de cómo hay que vivir.») Cuando Bergdahl abandonó su base, es posible que dejara una nota en la que expresaba lo que sentía. Se ha informado de que antes de eso le dijo a alguien de la unidad: «Si este despliegue cojea… me voy a ir andando a las montañas de Pakistan».)

Eso es lo que sabemos. Es mucho más lo que no sabemos. Sin embargo, habiendo concluido el sargento Bergdahl que la guerra no era en beneficio de los afganos ni de los estadounidenses y que él no debería haber participado en ella, ¿es posible que, con toda su ingenuidad, dejara su arma y abandonara su puesto y empezara a caminar, no en dirección a la libertad, sino para caer directamente en manos de sus cautivos? El hecho de que él pueda ser un héroe militar o un renegado, sino alguien que con sus pies votara sobre los méritos de la guerra -modelo EEUU- de Afganistan no es una cuestión que pueda ser analizada con calma aquí. Del mismo modo, quienquiera que haya tomado una posición como esa en esta cuestión, no solo en relación con nuestros casi 13 desastrosos años de guerra en Afganistan, sino también toda la actividad bélica de Estados Unidos, sería visto como un renegado. No obstante, el sentimiento de los estadounidenses respecto de nuestras guerras, la deserción de nuestros soldados, nuestra actitud guerrera, nuestras fuerzas armadas en su configuración real, no son temas apropiados de conversación, ni tampoco una opción que deba ser considerada.

Durante algún tiempo, el tema de que la población estadounidense está agotada con nuestras guerras más recientes fue un lugar común de la opinión oficial y de la información relacionada con las elecciones, pero de esto es muy poco lo que puede extraerse. En respuesta a esta atmósfera, hace varis años que el presidente, su administración y el Pentágono están «dejando» las guerras importantes y operaciones de contrainsurgencia para favorecer los ataques con drones, o las incursiones con unidades especiales, o las guerras indirectas, todo ello en cualquier lugar del planeta (incluso mientras continúa la planificación de futuras guerras de tipo muy diferente). Pero la guerra en sí misma y las fuerzas armadas estadounidenses, siguen estando en lo más alto de la agenda de EEUU. Las soluciones basadas en el uso de la fuerza continúan siendo la respuesta expeditiva a los problemas globales; en este caso, la única consideración es el tamaño de la operación (en lo que en este país pasa por ser un debate, quienes se oponen al presidente regularmente le ponen la etiqueta de «débil» por no aumentar la presión militar en la zona que va desde Ucrania y Siria hasta Afganistan).

Mientras tanto, el vuelco de fondos hacia el futuro de las fuerzas armadas y su capacidad de combate en una escala planetaria sigue estando pasmosamente por encima del de cualquier otra potencia o de cualquier combinación de potencias. Ningún otro país puede acercarse ni mínimamente a EEUU; a Rusía, no, por supuesto; tampoco a China ni a Europa, a la que ahora el presidente Obama insta para que amplíe su gasto militar, el mismo presidente que acaba de pedir 1.000 millones de dólares suplementarios para reforzar la presencia militar de EEUU en la Europa oriental.

En un contexto como este, sugerir el fin del fracaso del poder militar de EEUU en las últimas décadas sin cuestionar el apoyo al Pentágono y el complejo militar-industrial supondría el argumento más increíble de la historia, sencillamente una puñalada por la espalda. Es algo que se intentó después de la guerra de Vietnam, que dio origen a un vasto movimiento pacifista en Estados Unidos. Al menos, en esa época era posible responsabilizar de la derrota al movimiento contra la guerra, a los medios «liberales» y a los políticos cobardes y de visión estrecha. Sin embargo, la versión «puñalada por la espalda» de la guerra nunca se sostuvo del todo, y en todas las guerras que siguieron a la de Vietnam el apoyo a los militares por parte de la clase política nunca fue tan unánime ni tan grande la obligatoria necesidad de «apoyar a las tropas» -desde la izquierda, la derecha y el centro-: una explicación como la de más arriba habría sido ridícula.

Un fracaso record e inimaginable

La única opción disponible era ignorar lo que tendría que haber sido obvio para todo el mundo. La historia consistía en un record de fracasos capaz de pasmar la imaginación, y el notable silencio que se abatió sobre todo el asunto. Por tanto, analicemos uno a uno estos puntos:

1. El modelo estadounidense de guerra no funciona . Solo preguntaos: ahora, después de casi 13 años del ataque a las Torres Gemelas del 11-S, ¿hay menos o más terroristas en el mundo? ¿Es más o menos común la existencia de grupos al estilo de Al-Qaeda? Esos grupos, ¿están más organizados o menos? ¿Cuentan con más o con menos integrantes? Obviamente, las respuestas a estas preguntas son más, más, más y más, De hecho, según un reciente informe de RAND, solo entre 2010 y 2013, la cantidad de grupos yihadistas ha aumentado en un 58 por ciento, el número de sus combatientes se ha duplicado y el de sus ataques casi se ha triplicado.

El 12 de septiembre de 2001, Al-Qaeda era una organización relativamente pequeña, con unos pocos campos en uno de los países feudales posiblemente más atrasados del mundo. Hoy día, los grupos yihadistas y los formados al estilo de Al-Qaeda controlan zonas significativas de Siria, Iraq, Pakistan e incluso Yemen, y también están floreciendo y extendiéndose en zonas de África.

O probad con preguntas como estas: ¿es Iraq un país tranquilo, libre y aliado con Washington, con bases permanentes de soldados estadounidenses en su territorio? ¿O antes bien es un país dividido por luchas intestinas, asediado, ruinoso, cuyo gobierno es amigo de Iran y cuyas zonas dominadas por los sunníes están controladas por un grupo aún más extremista que Al-Qaeda? ¿Es Afganistan un país tranquilo, próspero, liberado bajo la égida de EEUU o después de casi 13 años los soldados estadounidenses siguen allí luchando contra el talibán, un movimiento minoritario al que es imposible derrotar una vez destruido -porque no puede dejar de luchar la «guerra del terror»- y la guerra ayuda a resucitar? ¿O está acaso Washington auxiliando ahora a un gobierno débil, corrupto y centralizado en un país que vuelve a tener cosechas record de adormidera, la planta de la que se extrae el opio?

Pero no nos vayamos por las ramas. ¿Quién, salvo algunos «neocons» que continúan entusiasmados con las glorias de la «marea» iraquí, reclamarían una victoria militar para este país -incluso limitada- en cualquier sitio y momento en este siglo?

2. Las guerras modelo estadounidense no han resuelto ningún problema. Se puede decir que en estos años ninguna operación militar o acción de fuerza ordenada por Washington ha resuelto un solo problema en algún sitio del mundo. De hecho, es posible que cada movimiento militar realizado por Washington solo haya aumentado los problemas mundiales. Por caso, no es necesario centrarse en la obviedad de que las operaciones especiales con drones en Yemen han conseguido que zonas rurales de ese país se hayan volcado hacia Al-Qaeda. En lugar de eso, ocupémonos del «éxito» de Washington en el asesinato de Bin Laden en una operación especial realizada en Abbottabad, Pakistan. (Dejemos de lado el hecho de que la operación fuera excesivamente militarizada: un supuesto Bin Laden fue abatido en su guarida pakistaní sobre todo, es posible asumir, porque la gente de Washington temía que alguna vez tuvieran que llevarlo a un tribunal civil de EEUU para que respondiera por sus crímenes.) Ahora sabemos que como parte de la caza de Bin Laden, la CIA puso en marcha un proyecto ficticio de vacunación contra la hepatitis B. A pesar de que se comprobó la inutilidad de ese plan, una vez que se hubo desvelado hizo que los yihadistas locales se pusieran tan nerviosos en relación con los equipos médicos que empezaran a matar a trabajadores de varios grupos de vacunación contra la poliomelitis, un proceder que desde entonces se expandió hasta las zonas nigerianas controladas por Boko Haram. En este sentido, según el especialista en salud pública de la Universidad de Columbia Leslie Roberts, es muy posible que «la desconfianza sembrada por la vergonzosa campaña realizada en Pakistan haya retrasado 20 años la erradicación de la polio, dando lugar a que se produjeran 100.000 nuevas infecciones que podrían haberse evitado». A partir de entonces, la CIA prometió que no volvería a hacerlo, pero ya era demasiado tarde; de cualquier modo, ¿quién puede ya creer a la CIA? Esta fue, para ser benévolos, una consecuencia no prevista de la caza de Bin Laden pero, allá donde se mire, invariablemente inesperado, este es el sello distintivo de todas las campañas estadounidenses.

Del mismo modo, el espionaje de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, por sus siglas en inglés), otra forma de intervención global utilizada por Washington, ha hecho muy poco nada -los expertos están convencidos de ello- para proteger de ataques terroristas a los estadounidenses. En cambio, sí ha hecho, y mucho, para dañar los intereses de las corporaciones tecnológicas.

3. El modelo estadounidense de guerra es desestabilizador. Solo echad una mirada sobre los efectos de la intervención de EEUU en las guerras del siglo XXI. Por ejemplo, está claro que la invasión de Iraq en 2003 desencadenó una brutal y sangrienta guerra civil entre sunníes y chiítas en toda la región (así como la Primavera Árabe, se podría decir). Un resultado de esa invasión y la subsiguiente ocupación, como también las guerras y los enfrentamientos civiles que siguieron: la muerte de decenas de miles de iraquíes, sirios y libaneses, mientras partes importantes del territorio sirio y algunas de Iraq han caído en manos de grupos armados de Al-Qaeda o, en su mayor parte, de un grupo al que los métodos de esa organización le parecen no lo suficientemente extremos. Por tanto, buena parte de los territorios petroleros del planeta ha sido desestabilizada.

Mientras tanto, la guerra que EEUU libra en Afganistan y las incursiones de asesinatos selectivos con drones en las zonas tribales fronterizas con Pakistan han desestabilizado a ese país, que hora cuenta con su propio y feroz movimiento talibán. Al principio, la intervención norteamericana de 2011 en Libia parecía triunfar, tal como antes lo habían hecho las invasiones de Iraq y Afganistan. El autócrata libio Muammar Gaddafi fue descabalgado del poder, que cayó en manos de los rebeldes. Como el de Iraq y Afganistan, sin embargo, ahora Libia es un quebradero de cabeza, y está dividido en zonas dominadas por grupos armados y generales ambiciosos que combaten unos con otros; un país decididamente ingobernable, una verdadera herida abierta en el norte de África. Las armas del saqueado arsenal de Gaddafi han ido a parar a las manos de rebeldes islamistas y yihadistas extremistas en una amplia zona que va desde la península de Sinaí hasta Malí, desde la costa mediterránea de África hasta el norte de Nigeria, donde se atrinchera Boko Haram. Es posible incluso, como ha hecho Nick Turse, seguir el rastro del crecimiento de la presencia militar de EEUU en África y relacionarlo con la desestabilización en zonas de ese continente.

4. Las fuerzas armadas de EEUU no pueden ganar las guerras que emprenden. Esto es tan obvio (a pesar de que no se habla de ello) que no tendría que ser explicado. Las fuerzas armadas estadounidenses no han ganado ninguna confrontación importante desde la Segunda Guerra mundial: el resultado de las guerras de Corea, Vietnam, Afganistan e Iraq van desde las tablas hasta la derrota y el desastre. Salvo un par de campañas en las que se combatió contra un enemigo inexistente (Granada y Panamá), nada -incluyendo la «Guerra global contra el terror»- podría ser calificado de éxito, en su acepción más amplia. Esta es la verdad en términos estratégicos, a pesar del hecho de que EEUU controlaba el espacio aéreo, los mares (donde este aspecto era revelante) y casi cualquier campo de batalla donde pudiera encontrarse el enemigo. Su poder de fuego era abrumador y su posibilidad de perder en combates en pequeña escala prácticamente igual a cero.

Sería una locura imaginar que este record representa la norma histórica. Nada de eso. Sería más relevante sugerir que el tipo de guerra imperial y de pacificación en las que Estados Unidos se ha involucrado en tiempos recientes, a menudo contra movimientos insurgentes pobremente armados y apenas entrenados (o atentados terroristas), es sencillamente imposibles de ganar. Ese tipo de confrontación parece generar su propia resistencia. La brutalidad de los soldados estadounidenses, e incluso sus «victorias», simplemente accionan a modo de cartel de reclutamiento en favor del enemigo.

5. Las fuerzas armadas estadounidenses no son «la mejor fuerza [de combate] que el mundo ha conocido» o «la mayor fuerza de liberación humana que el mundo ha conocido», o cualquier descripción similar que el presidente de EEUU se siente regularmente obligado a emplear. La explicación del porqué de esto está en los cuatro puntos desarrollados precedentemente. Una fuerza militar cuyo modelo de guerra no funciona, no resuelve problemas, desestabiliza dondequiera que vaya, y nunca gana simplemente no puede ser la más grande de la historia, más allá del poder de fuego que consiga reunir. Si necesitáis una prueba más convincente, fijaos en la crisis y los escándalos vinculados con la Administración de Veteranos, el fruto visible de una fuerza sumida en la frustración, la desesperación y la derrota; de ningún modo portadora del estandarte del triunfo y la victoria.

Para la paz, ni un céntimo

¿Existe un record como este? Más de medio siglo de guerras del modelo estadounidense libradas por las fuerzas armadas más poderosas y potencialmente más destructivas del planeta, y las cuentas no cuadran; el resultado es menos que nada. Si cualquier otra institución de EEUU tuviera semejante tarjeta de presentación sería rechazada como si de una plaga se tratara. En realidad, si examináis el tratamiento que reciben aquellos veteranos deshechos por las guerras que sus fuerzas no ganaron, la AV tiene una historia de éxito mucho mejor; aun así, recientemente su administrador jefe fue obligado a renunciar en medio de un escándalo y un enorme incendio mediático.

Tal como pasó en Iraq, Washington manda a los marines, libera a los demonios y después se asombra de que las cosas hayan ido tan mal, como si no tuviera responsabilidad alguna de lo sucedido. A propósito, no penséis que nunca nos advirtió nadie. Por ejemplo, ¿alguien recuerda a Amr Moussa, secretario general de la Liga Árabe, cuando en 2004 dijo que, con su invasión y ocupación de Iraq, Estados Unidos había abierto las «puertas del infierno»? ¿Alguien recuerda el importante movimiento contra la guerra en EEUU y el mundo que trató de parar el lanzamiento de la invasión, los cientos de miles de personas que tomaron las calles para advertir del peligro antes de que fuese demasiado tarde? De hecho, su participación en esas manifestaciones contra la guerra garantizaba a cualquiera que a partir de entonces le fuera imposible aparecer en las páginas de opinión de los principales periódicos para debatir sobre un desastre que había anticipado. Las únicas personas a las que se les pedía que comentaran los acontecimientos eran aquellas que los habían organizado, o defendido a tambor batiente, u opinado muy débilmente sobre ellos.

De paso, no penséis ni un instante que la guerra nunca ha solucionado un problema ni alcanzado un objetivo de algún régimen imperial, tampoco que algunos países no hayan encontrado regularmente la victoria por las armas. La Historia está llena de ejemplos de este tipo. Entonces, ¿qué si algún procedimiento que aún debe ser comprendido ha cambiado algo en el planeta Tierra? ¿Qué si resultara que hay algo en la naturaleza de una guerra imperial que excluye la victoria, el logro de objetivos, la «solución» de problemas en el mundo actual? Visto el record estadounidense, se trata de un pensamiento digno de ser tenido en cuenta.

¿Y en cuanto a la paz? Ni un céntimo por vuestros pensamientos en relación con ella. Si sugirierais quitar, digamos, 50.000 millones de dólares para el estudio de la paz de los nada menos que 500.000 millones que el Pentágono recibe cada año para atender su presupuesto básico, todo el mundo se reiría en vuestra cara. (Tened en cuenta que esta cifra no incluye el presupuesto de la Comunidad de Inteligencia de EEUU -cada día más militarizada-, ni el presupuesto del Departamento se Seguridad Interior -cada día más militarizado-, ni los omnipresentes costos ocultos que incluyen, por ejemplo, el arsenal nuclear estadounidense, subsumido en el presupuesto del Departamento de Energía.)

Pensar que las soluciones posibles de los problemas globales y la posibilidad de formular estrategias ganadoras puedan surgir de cualquier sitio dentro de las fuerzas armadas de EEUU o de la seguridad del estado nacional, después de 50 años de fracaso imperial, de 50 años de problemas sin resolver, guerras no ganadas y objetivos no alcanzados, de 50 años de cada vez más inestabilidad y destrucción, de 50 años de vidas perdidas o rotas (de nuestros compatriotas y de otros que no lo son) es una vana quimera. Nunca en la vida.

No os desentendáis de la guerra. No es nuestra manera de hacer las cosas.

Tom Engelhardt es uno de los fundadores de American Empire Proyect. Es autor de The United States of Fear y de una historia de la Guerra Fría, The End of Victory Culture (a partir de la cual se ha adaptado parte de este ensayo). Dirige TomDispatch.com, del Nation Institute. Su último libro, en coautoría con Nick Turse, es Terminator Planet: The First History of Drone Warfare, 2001-2050.

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* Los conceptos de «guerra sin implicación directa» o «guerra subsidiaria» (proxy war, en el original en inglés) utilizados aquí aluden a un tipo de conflicto en el que una potencia interesada en que una situación -incierta, a veces- en cualquier lugar del mundo se decida en favor de los intereses de esa potencia sin implicarse en el terreno con unidades de combate. (N. del T.)

Fuente: http://www.tomdispatch.com/blog/175854/