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La pesadilla interminable de los visados y pasaportes palestinos

No podemos volver a casa

Fuentes: The New York Times

Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Nadia Hasan y revisado por Caty R.

 

Hace 30 años dejé una vida confortable en Estados Unidos a cambio de un futuro incierto en Cisjordania. Israel y la Organización para la Liberación de Palestina acababan de firmar los Acuerdos de Oslo. Como muchos, vi la oportunidad para el pueblo palestino de construir una sociedad y una economía que conducirían a la libertad y a una Palestina próspera junto a Israel.

Como empresario palestino estadounidense me comprometí a hacer mi parte. Por lo tanto, me mudé a la ciudad Cisjordania de Al Bireh, donde mi familia ha vivido durante siglos. Aquí ayudé a la creación de una compañía de telecomunicaciones de 100 millones de dólares, que hoy tiene empleados a más de 2.000 palestinos. Realicé un MBA en la Universidad de Tel Aviv. Después construí un centro comercial de 10 millones de dólares -el primero de su tipo en los territorios palestinos-, empleando a más de 220 palestinos. Me casé y tengo dos hermosas niñas.

Ahora, las autoridades israelíes han decidido que mi vida aquí ha llegado a su fin.

Incluso después de la firma de los Acuerdos de Oslo y la creación de la Autoridad Nacional Palestina, Israel mantiene el control de todas las fronteras y de los registros de población palestinos. Nada ni nadie entra o sale de Cisjordania y Gaza sin un permiso israelí. Durante más de doce años he esperado a que Israel apruebe mi solicitud de residencia.

Los judíos estadounidenses, es más, los judíos de cualquier parte del mundo, pueden venir a Israel y tiene asegurada automáticamente la ciudadanía. Miles de judíos estadounidenses entran y salen de Israel libremente para vivir en asentamientos ilegales israelíes en medio de Cisjordania. Pero palestinos cuyas familias han vivido aquí continuamente durante siglos no disfrutan de este derecho. Necesito una credencial de residencia entregada por Israel para poder vivir con mi familia en la casa de mis abuelos en la Cisjordania palestina.

Durante 13 años he vivido aquí renovando mi visa de turista cada tres meses. El mes pasado un soldado israelí estampó en mi pasaporte estadounidense una visa de un mes y escribió en hebreo, árabe e inglés: «último permiso». Ahora me enfrento a una decisión terrible. Puedo irme, desarraigando a mi familia y abandonando mis negocios, para cuya construcción he trabajado muy duramente. Puedo irme solo y estar separado de mi esposa e hijas. O puedo quedarme aquí «ilegalmente», arriesgándome a que me deporten en cualquier momento.

Mi situación no es única. Hay miles de palestinos en un limbo similar. Muchos tienen menos opciones que yo. Mis hijas tienen ciudadanía estadounidense. Nosotros podemos volver a Estados Unidos. Pero vine aquí con una misión y continúo con la intención de jugar un rol en el desarrollo de la economía palestina, en poner fin pacíficamente a la ocupación militar israelí y construir un Estado Palestino.

Las políticas israelíes desalientan a personas como yo. Según el grupo israelí por los derechos humanos B’Tselem, la política oficial israelí desde 1983 ha sido «reducir al máximo la aprobación de solicitudes de reunificación familiar» de palestinos. B’Tselem señala que sólo en los últimos 6 años, más de 70.000 personas han solicitado un permiso para emigrar a Cisjordania y Gaza con el fin de reunirse con sus familias. Sus solicitudes o han sido denegadas o, como la mía, languidecen.

Cada palestino que se va reduce lo que los israelíes llaman abiertamente la «amenaza demográfica» de una creciente población palestina. Pero Israel necesita entender que la amenaza real no procede de la demografía, sino del control de un pueblo entero, de la separación de las familias y de los obstáculos que pone en el camino del desarrollo económico.

Israelíes y palestinos están destinados a ser vecinos. Un vecino no puede conseguir su seguridad condenando al otro a las privaciones y la desesperación. Muchas personas como yo -dueños de negocios, educadores, artistas y otros- a los que Israel deniega la entrada, vienen a construir puentes, no muros. Nosotros vinimos para invertir en una vida mejor después de la ocupación y en un futuro prometedor, tanto para los niños palestinos como para los israelíes.

 

Sam Bahour es coeditor de «Homeland: Oral Histories of Palestine and Palestinians.»

Texto original en inglés: http://cosmos.ucc.ie/cs1064/jabowen/IPSC/articles/article0047322.html

Nadia Hasan y Caty R. pertenecen a Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, la traductora y la fuente.