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Nos estamos asfixiando

Fuentes: Entretierras

Me encontré con Ziad Abu Ayn una vez, y de lejos, en el pueblo que los y las jóvenes palestinos habían levantado sobre tierras expropiadas de Jerusalén, al que llamaron Bab al-Shams. Aquel día me sorprendió un arrebato de esperanza, pues Palestina, esa Palestina que los luchadores y las luchadoras volvían a levantar de entre […]

Me encontré con Ziad Abu Ayn una vez, y de lejos, en el pueblo que los y las jóvenes palestinos habían levantado sobre tierras expropiadas de Jerusalén, al que llamaron Bab al-Shams. Aquel día me sorprendió un arrebato de esperanza, pues Palestina, esa Palestina que los luchadores y las luchadoras volvían a levantar de entre los escombros de la ocupación y los asentamientos, no había muerto y no moriría.

Sentí que yo formaba parte del latido de vida que había tomado diversos nombres, pero que en definitiva, desembocaba en un mismo río llamado libertad: los palestinos, los sirios y los iraquíes quieren libertad. Pero la libertad adopta diferentes formas, difíciles de retener e insertar en un mismo contexto, y debido a las complicaciones de la situación y sus diversas trayectorias, se ha expandido la lógica de dispersión del significado. ¿De qué libertad hablan los iraquíes que hoy viven en medio de la lucha de los salvajismos sectarios, mientras sobre ellos planean los aviones estadounidenses, que les empujan a una mayor diáspora? ¿De qué libertad hablan los sirios, atrapados entre la espada representada por los barriles explosivos del régimen y la pared que representan los cuchillos de Daesh? Los palestinos, por su parte, están perdidos entre los estallidos populares sin líderazgo, como en Jerusalén, y los líderes que no saben dónde ir, cimentando la división y dividiendo las fuerzas. Y así, las resistencias de los palestinos contra la ocupación parecen no estar situadas en un mismo contexto y no tener un horizonte que delimite su camino. Ziad Abu Ayn y sus amigas y amigos de la resistencia fueron al pueblo de Turmus Ayya para resistir ante la confiscación de tierras. Llevaron consigo esquejes de olivo para plantarlos, pues dicho pueblo amenazado por la colonización ha vivido ya varias épocas de ataques de los colonos al árbol de la luz palestino. Por ello, decidieron resistir junto a la tierra contra los intentos de desposeerles de ellas.

Los palestinos no hicieron una manifestación contra la confiscación de tierras, como parecía en las fotos y vídeos, sino que fueron a plantar olivos. Llevaron pequeños esquejes y se arrodillaron sobre la tierra para cubrir sus heridas, cuando la máquina de represión israelí se abalanzó sobre ellos. Puedo imaginarme al hombre de unos cincuenta años con su espeso bigote y el pañuelo palestino enrollado en su cuello sorprendido ante los fusiles y las bombas de gas. Quería preguntarles por qué odian la tierra y sus aceitunas: ¿acaso su dios les había prometido una tierra que odiaban? Y si odiaban las aceitunas, ¿por qué habían venido a la tierra de la aceituna?

Pero esa conversación con los oficiales y soldados fue imaginada, porque las bombas de gas se esparcieron por el lugar y los soldados comenzaron a avanzar con máscaras que tapaban su cara para detener a los participantes en esa manifestación agrícola. Cuando el hombre se enfrentó a ellos, el humo de las bombas lo rodeaba. Una mano se alargó hasta su cuello para callar su voz, mientras otros lo golpeaban con los cañones de sus fusiles en el pecho y el estómago.

El hombre sintió que se ahogaba, y gritó que quería aire porque ya no podía respirar. Lo llevaron al hospital y allí murió.

Ziad gritó que ya no podía respirar y su inútil búsqueda de aire resume nuestro presente en Palestina, Siria e Iraq. «La libertad es el aire», dijo Ziad Abu Ayn antes de morir.

Tenemos derecho a preguntarnos qué ha hecho la Autoridad Palestina después del funeral nacional celebrado en honor del ministro asesinado, pero esa no es la cuestión, ya que nuestras expectativas son mínimas al ver cómo el aire ha desaparecido de Palestina, y cómo con él se han desperdigado los significados. El tema es que el mundo árabe en su totalidad se está ahogando en busca del aire de libertad que no encuentra. En Mosul y Bagdad, en Damasco y en Raqqa no hay aire. El aire se ha contaminado de la locura sectaria por un lado, y de la continua represión salvaje, por el otro. El pequeño Asad no ha dejado en Damasco ni una gota de aire. La otra cara de la moneda, el Califa daeshí, que no conoce más que una jurisprudencia, la de la sangre, la continua represión, con destellos del discurso nacionalista de estilo baasista, se ha convertido en sus manos en una represión real de cuchillo y piedras de lapidación. Barriles y cárceles donde se practican las más atroces formas de tortura por aquí, y cuchillos y piedras lapidarias por allá, y la región se adentra en el tiempo de la oscuridad y la demencia.

Ambos déspotas hacen realidad hoy el proyecto estadounidense que se anunció poco antes de la invasión de Iraq, cuyo objetivo es devolver la zona a la Edad de piedra. En cuanto a Palestina, donde los racistas israelíes han diseñado la ley que decreta el carácter judío del Estado -ley, que por cierto, incluye toda la tierra de Israel y no el Estado de Israel; es decir, Palestina-, la ocupación sigue con su política de represión absoluta que solo significa una cosa: la finalización de la limpieza étnica de Palestina iniciada en 1948.

Por eso, el grito de Ziad Abu Ayn vino a expresar esta situación: nos estamos asfixiando y queremos aire, porque ya no podemos respirar. Este grito palestino resume el grito del Levante árabe completo: la libertad es en primera instancia poder respirar. Es nuestro derecho al aire, nuestro derecho a hablar y nuestro derecho a nuestro país.

Igual que los israelíes sionistas arrebatan a los palestinos sus derechos, el despotismo y el fundamentalismo convierten a las personas en esclavos y les arrebatan su humanidad. Los y las jóvenes de la resistencia palestina han descubierto en Turmus Ayya que la lucha por plantar los esquejes de olivo no es solo una lucha por la tierra y el agua, sino también una lucha por el aire. La ocupación expropia el aire con gas y apaga los latidos del corazón con los cañones de lo fusiles. El despotismo y su homólogo daeshí y otras milicias arrebatan al ser humano su derecho a vivir.

Nos estamos asfixiando. Ese es el grito de todos los oprimidos, desde Eric Garner en Staten Island en EEUU hasta Ziad Abu Ayn en Turmus Ayya.

«Nos estamos asfixiando», gritó el palestino mientras prometía seguir con la resistencia. Nos estamos asfixiando y gritamos buscando aire, buscando una resistencia árabe global contra toda forma de despotismo.

Traducción del árabe: Naomí Ramírez Díaz.

Fuente original: http://entretierras.net/2014/12/30/nos-estamos-asfixiando/