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Entrevista a Enrique Dávalos, activista transfronterizo y profesor de Estudios Chicanos en San Diego (I)

«Nosotros crecimos bajo el signo del 1968»

Fuentes: Rebelión

Transcripción y edición Olga de la Sota.

La primera vez que recuerdo a Enrique Dávalos iba subido en un autobús escolar con un micrófono explicándole a estudiantes gringos lo que eran las maquiladoras, la dependencia de las mercancías del norte del trabajo semi-esclavo que hacía un ejército de mujeres provenientes de distintas zonas rurales de México. Yo acababa de llegar a la frontera San Diego/Tijuana y sólo había oído de segunda mano lo que era la industria maquiladora. Recuerdo la paciencia de Enrique con los estudiantes, su lucha, como la de todos, para hacerse entender en inglés, para que entendiéramos lo que pasaba allí, para que nos concienciáramos sin caer en la caridad o en la exotización de la miseria, con dignidad, con solidaridad. Al llegar a la colonia Chilpancingo – una colonia que está al pie de las maquiladoras y sobre la que se vertieron todos los desechos tóxicos de una antigua fábrica de baterías, generando enfermedades y malformaciones en una parte de los pobladores- Enrique explicó con suma paciencia a los estudiantes que las gentes que vivían allí no eran animales y que no se les debía hacer fotos como si estuvieran en el zoo, que hablaran con la gente, pero que lo hicieran con respeto.

Aquel viaje me transformó profundamente y no por la miseria, sino por la dignidad y la capacidad de lucha de las mujeres (y los hombres, pero en aquel entonces eran mayoritariamente mujeres) de la maquiladora, porque a pesar de estar sometidas a condiciones de explotación aberrantes sin protecciones sindicales, objetos de violencia en casa y en el trabajo, se habían levantado contra ese distema de opresión patriarcal, capitalista y neocolonial. A cualquiera que haya leído la sección de El capital sobre «el fetichismo de las mercancias» dejarían de darle vueltas las mesas, desaparecería el halo mágico de las mercancías, el jeroglífico social se le haría legible y comprendería que por detrás de todo lo que compramos a precios de saldo en San Diego hay explotación, violencia de género, destrucción mediambiental y racismo, pero que a pesar de eso las cosas podrían ser de otra manera si nos organizaramos bien a los dos lados de la frontera.

Después de aquel primer viaje he visto a Enrique muchas veces, en Tijuana, en reuniones de las trabajadoras de la maquiladora, en manifestaciones en defensa de la educación pública, en City College, en la universidad en la que enseña, en mi universidad presentando el documental Maquilapolis con un grupo de trabajadoras, una vez que la migra detuvo y deportó a una adolescente de 15 años en el tranvía de camino al colegio. Lo recuerdo moviendo la cabeza y diciendo «qué hijos de puta, la mandaron a Tijuana donde ni siquiera tiene familia y ni siquiera habla bien español». Por supuesto, uno no aparece en todos estos sitios por casualidad, sino que es el producto de múltiples y heterogéneas militancias e historias cruzadas. Esta es una entrevista de largo recorrido, un acto de insumisión y de resistencia contra esa frontera que no sólo separa y destruye vidas migrantes, sino que también trata de mutilarnos, cultural, histórica y espiritualmente. Por eso en esta entrevista también se cuenta el viaje de Enrique desde la resaca del 68 en México a la situación actual de la industria maquiladora, pasando por el manual marxista de Marta Harckneker, el maoísmo mexicano, la reforma política y la emergencia deslumbradora del zapatismo a mediados de los años noventa.

Como en todas las historias que se precien de serlo, la de Enrique es mucho más que sus peripecias individuales, es la historia colectiva de muchas y muchos. Hace poco volví a Tijuana con Enrique, bajamos en transporte público hasta la frontera y fuimos a la sede de Ollin Calli, un colectivo de trabajadoras y trabajadores de la maquila recientemente creado [1]. Entre autobús y autobús paramos a comprar tortillas frescas hasta que llegamos a la sede de Ollin Calli. El local de Ollin Calli está en una de las galerías del centro de Tijuana donde antes había tiendas para esos turistas gringos que ya no se atreven a bajar dizque por la violencia del narcotráfico, pero probablemente también por el miedo y la alergia que les produce la pobreza de los países latinoamericanos. Poco a poco, van llegando las trabajadoras de la maquiladora, todo el mundo trae algo para compartir, las cosas empiezan despacio, con calma, sin las prisas ni el tiempo acelerado del otro lado de la frontera. En las horas que siguen se inicia una animada discusión sobre las actividades del grupo, sus esfuerzos para autofinanciarse, los próximos tour maquileros en Tijuana, la nueva reforma laboral, un estremecedor informe sobre la violencia contra las mujeres en México y el autocuidado… Durante tres horas, sentado con estas trabajadoras y trabajadores, se aprende más de lo que es la globalización, el trabajo y la organización política que todo lo que uno pueda escucharles a los «especialistas» en fronteras, migración y explotación en nuestras universidades, porque lo viven y porque lo pueden teorizar a partir de lo concreto, sin abstracciones academicistas, pero con rigor y contundencia. Por eso, esta entrevista es también sobre y para Mago, Linn, Neri, Vicky, Alicia… las compañeras y compañeros de Enrique que, contra viento y marea, con muy pocos medios, siguen defendiendo la dignidad y la justicia en la frontera San Diego/Tijuana.

Luis Martín-Cabrera: ¿De dónde vienes? ¿Cómo te formas políticamente?

Enrique Dávalos: Mi familia tiene una composición dual; la familia de mi madre procede de una catástrofe de Costa Rica, por la que se vieron obligados a emigrar y terminaron en México. Del lado de mi padre es una familia indígena del norte de México, de los indígenas tepehuanos, que en la Revolución Mexicana vivió una tormenta caótica. Mi padre terminó prácticamente solo en la Ciudad de México, donde se levantó hasta más o menos la clase media, y ahí, con mi mamá, creó una familia de un montón de hijos que surgimos al calor del movimiento estudiantil de 1968.

LMC: ¿De qué catástrofe se trataba en Costa Rica?

ED: Una catástrofe natural, un terremoto muy grande que hubo en el siglo XX y que destruyó un montón de cosas, incluyendo las propiedades que ellos tenían.

LMC: Tu padre, ¿vivía en un ejido?

ED: Vivía en un pueblo y trabajaba como ayudante de una de estas tiendas que llevaban productos para que las haciendas vendieran a los peones, que estaban prácticamente esclavizados. Como el salario nunca les alcanzaba para comprar lo mínimo para subsistir, se convertía en un sistema de deuda. Las tiendas de la hacienda compraban los bienes de distintos lados. Y uno de esos lados era una tienda en donde trabajaba mi abuelo, y mi papá trabajaba con él llevando las mercancías y poniéndolas para que las llevaran, y que después sirvieran de base para mantener la opresión de los indígenas acasillados que trabajaban en las haciendas en el norte de México, en el Estado de Durango.

Nosotros crecimos bajo el signo del 1968 en México. Mi familia se dividió; mi papá, algunas de mis hermanas mayores y mis primos se alinearon con el gobierno, y celebraron que el gobierno asesinó a los estudiantes. Jamás supieron la magnitud de lo que había ocurrido y quisieron aceptar la versión oficial de que había sido un enfrentamiento de estudiantes contra policías. La otra mitad de mi familia, incluyendo a mi mamá y parte de mis hermanos, hablaron con los estudiantes y fue con esa parte con la que yo me alineé.

LMC: ¿Eras estudiante en el 68?

ED: No, era todavía muy pequeño, eso me agarró cuando estaba todavía en sexto de primaria. Yo lo único que recuerdo eran las manifestaciones cerca de la casa, los estudiantes corriendo, los policías persiguiéndolos.

LMC: ¿En qué barrio era eso?

ED: Eso era en San Bartolo Atepehuacán, que se encuentra cerca de la Basílica de Guadalupe, y también cerca de uno de los campuses más grandes de las universidades de México, el Instituto Politécnico Nacional. Un elemento que jugó un papel fundamental en mi educación en el 68 y en la educación de miles fueron las historietas del famoso Rius. Yo no, pero los novios de mis hermanas grandes tenían la colección completa de Los Supermachos y de Los Agachados, que eran como doscientos cómics, y trataban de todo tipo de asuntos: espirituales, políticos, alimentarios… Era una combinación de una burla realmente graciosa de la cultura priista imperante con una educación sobre temas candentes de distinto tipo y explicados, bien documentados, bien pensados.

LMC: No eran hechos a bote pronto.

ED: No. Tenían su buen estudio. Pero al mismo tiempo estaban precitandos de una manera extremadamente fácil y digerible; entonces era una combinación letal, porque la gente se volvía adicta a ellos. Por eso el gobierno tuvo que cerrarlos.

LMC : ¿Dónde salía?

ED: Salían en la Ciudad de México, y me imagino que en otras ciudades. De hecho me sorprende que algunos estudiantes del Yo soy 132, de repente, hablan de estas historietas, de las originales, no de los libros que hizo después. Esa fue buena parte de mi educación política. Otra parte fue que yo empecé a trabajar joven, pues tenía que trabajar para mantener mi carrera; entonces fui al Politécnico y terminé de electricista. Yo soy electricista, yo sé hacer instalaciones, arreglar motores, poner los cables y los arrancadores que se necesitan para que funcione una fábrica… Aprendí bastante.

LMC: Entonces, ¿cuándo empezaste a trabajar?

ED: Entré a una escuela preparatoria, vocacional se le llamaba, que al mismo tiempo que te daban la carrera para ir a la universidad, también te daba el entrenamiento técnico. Así cuando terminé la Prepa ya tenía una cédula profesional de electricista, y en el último año empecé a trabajar. Después, en la carrera, mientras estaba estudiando, seguí trabajando. Trabajé en algunas fábricas, en departamentos de mantenimiento de hospitales, y eso me sirvió mucho.

LMC: ¿Y en qué año más o menos fue eso?

ED: Terminé mi preparatoria en 1970 más o menos. En uno de los empleos que teníamos nos fuimos a huelga. Eran básicamente puros jóvenes parecidos a mí en aquel momento, y querían despedirnos a todos. Era un proyecto gubernamental en México, por el que el gobierno tenía que definir su sistema eléctrico entre Europa o EEUU, y, por supuesto, se alineó con EEUU. Entonces terminamos teniendo electricidad de 110 voltios y 60 ciclos. Pero no todos los aparatos en México estaban diseñados para tener esa electricidad. Se hizo una campaña masiva gubernamental, casa por casa, yendo a checar cada aparato eléctrico, televisores, refrigeradores, tocadiscos,… para darles la instalación necesaria para que pudieran funcionar cuando la nueva electricidad viniera. Entonces contrataron a miles de técnicos electricistas para que hicieran eso, con la promesa de que cuando termináramos se nos iba a permitir trabajar en el sistema eléctrico público, que era el único que había, en la Compañía Mexicana de Electricidad. Pero cuando terminamos nos dijeron que no, que a la calle. Entonces poco antes de que sucediera, nos organizamos, nos movilizamos, peleamos y formamos un sindicato. Esa fue una parte de mi educación muy importante, sobre todo porque por semanas, cuando salíamos de trabajar, nos reuníamos fuera del local sindical, y mientras nuestro líder sindical negociaba con el gobierno, horas quedaban ahí discutiendo, afuera estábamos todos los demás, y ahí se daban unas asambleas donde se discutía todo, de manera espontánea: desde si existe Dios o no, hasta cosas como si Cuba está bien o está mal, o si la mujer debe llegar virgen al matrimonio o no. El 90% éramos hombres jóvenes. Yo ya tenía lo de Rius, que me ayudaba a defenderme (risas), y eran buenas discusiones. Ahí fue donde decidí que no quería estudiar para ser ingeniero y me decidí por entrar a Sociología con la idea de que me iba a permitir aprender cómo hacer una revolución y cambiar el país. (risas)

LMC: Y lo de la huelga, ¿cómo terminó?

ED : Se vendió el tipo, nos dieron en la madre, nos corrieron y ahí se acabó aquella historia. Llegó a mis manos un libro que creo que es muy común en mi generación en México, además de Rius, un manual althusseriano, de Marta Harnecker. ¡Me lo sé de memoria! Entré a la universidad y empecé a militar con un grupo maoísta.

LMC: ¿En la UNAM?

ED: En la UNAM. Mi hermana ya estaba militando en ese punto en esta organización maoísta, en realidad nomás seguí sus pasos. Pero, de alguna manera, mi primera decisión como activista fue porque un día, cuando yo todavía no militaba, me habló por teléfono y estaba angustiadísima porque a uno de sus compañeros lo habían metido en la cárcel y necesitaban no sé qué tantos miles de pesos para tratar de sacarlo. Era dinero que había juntado por un montón de tiempo de mi trabajo de electricista. No sabía qué iba a hacer con él, pero yo estaba orgulloso de mi dinero. Entonces me habla y me dice si se lo doy. Fue una decisión personal difícil, pero se lo di. Después me metí al grupo, y empecé a militar, con el Frente Popular Revolucionario. Ahí entré a conocer la dinámica de la izquierda, las contradicciones con el trotskismo. Ahí me aprendí la fauna, todo el zoológico de los distintos grupos. El grupo se definía como marxista, leninista, estalinista y Pensamiento Mao Tse-Tung. Y nos leíamos las Cinco Tesis Filosóficas; me soplé las obras de Mao, las escogidas, los cuatro volúmenes famosos; compré las obras completas de Lenin y las tuve por mucho tiempo; leí bastante. Me leí de Stalin, pero realmente nunca me hizo mucha gracia.

LMC : ¿Y cuál era la correlación de fuerza entre los distintos grupos de izquierdas? ¿Qué espacio ocupaba el maoísmo mexicano? Estamos hablando de los ’80, ¿no?

ED: Estamos hablando del principio de la reforma política, del principio de los ’80. Después del 68 surgen muchas guerrillas en México, fue la madre de la guerrilla. Son asesinados cerca de 5,000-6,000 ex-estudiantes, otros 5,000-6,000 terminan de académicos en distintas escuelas de México, muchos terminan como militantes y se crea toda la insurgencia popular, obrera y campesina, entre 1971 y 1977 más o menos.

A mí me tocó vivirlo en la parte urbana, pegando volantes, con engrudo, poniendo carteles en contra del Estado en las zonas obreras, yendo a montón de reuniones, de convenciones,… Llegaron chingo de organizaciones campesinas y obreras, estaba muy efervescente. Cuando Luis Echeverría hizo su campaña electoral, en 1971, fue muy pesado porque no tenía oposición de ningún partido, ni siquiera el PAN compitió en aquel entonces, y el tipo no podía ir a ningún lado en la campaña electoral sin que hubiera protestas. Incluso en más de una ocasión, le pusieran fuego en las carreteras. Estaba muy tensa la cosa. Entonces en 1976 sube López Portillo, y lo primero que hace es abrir la reforma política. La parte fuerte era reconocer al Partido Comunista. Entonces el PC se asienta fuertemente y una parte muy grande de la izquierda se «legaliza» y se convierte en el Partido Comunista de México, que entonces era una fuerza tremenda, porque tenía (eran migajas, pero eramos bien pránganas, pobres) presupuesto del gobierno. Se desarrolla y los «pescados» (miembros del PCM) dejan de ir a las asambleas en las colonias o en las escuelas, dejaron de participar en estas reuniones puesto que ya estaban en otras esferas, habían entrado fuertemente en lo institucional, tenían dinero. Ganaron mucha fuerza, pero al mismo tiempo perdieron prestigio, pues abandonaron muchas trincheras, no supieron mantener sus contactos con las bases. O las mantuvieron, pero las transformaron. En lugar de ser un sindicato o asamblea de comunidad, era más bien como el distrito electoral. Pero sí levantaron un aparato fuerte. Antes de eso, la distancia entre el PC y el resto de la izquierda existía, pero aunque estuviéramos peleados, estábamos en la misma liga. Después de eso el PC se despegó del resto. Entonces se dio una fuerte discusión en la izquierda no reconocida, y los maoístas son los que tomaron la cachucha de la denuncia. Para mi grupo, el Frente Popular, en términos prácticos, era tan enemigo el gobierno como el PC. Todo esto se vino a juntar con la famosa teoría de los tres mundos que salió en China, que decía, al menos esa versión nos llegó, que según el gran timonel Mao Tse-Tung (aunque, la verdad, yo nunca leí nada de él que dijera eso) había ahora dos imperialismos, el socialimperialismo y el imperialismo norteamericano, pero que este último estaba en decadencia, y el primero estaba de subida y era más peligroso. Entonces había que centrar las fuerzas en denunciar y en derrotar al socialimperialismo. Eso se traducía en concreto en México en que había que pegarle duro al PC, porque el PRI estaba en decadencia. Era barroco, totalmente absurdo el análisis, pero ese era el que teníamos.

Todo lo que elaboró Bettelheim sobre la construcción del capitalismo en Rusia, bastante sólido, era irrefutable, en términos de que Rusia no era socialista, que era un capitalismo de Estado, y ahí se daba la divergencia más fuerte con el trotskismo, que era la otra ala que existía en aquel entonces. El trotskismo tenía fuerza en México, había una tradición muy fuerte, y además, una cosa que siempre nos apantallaba, es que los trotskistas leían mucho más que nosotros. Leíamos al camarada Mao Tse-Tung, dos o tres libros, Bettelheim, y otros… Pero estos cuates leían a cien millas por hora, estaban muy bien preparados, hasta la fecha. Tomaban el asunto de la práctica teórica con muchísima rigurosidad. Y eran mucho más abiertos en todo lo de la vida cotidiana.

LMC: ¿Y tenían penetración popular en las colonias?

ED : Más en la clase media. Sí tenían, sería injusto decir que no, pero es difícil decir quién tenía más penetración, porque el maoísmo se arraizó en muchos frentes populares, en Monterrey, en Zacatecas, en la Ciudad de México, en Chiapas. Yo no sé cómo después cambió, pero el ejército zapatista estuvo muy vinculado con toda esta experiencia, aunque al final fueron trotskistas los que se quedaron con el aparato urbano del ejército zapatista. (Aunque para eso renunciaron a ser troskistas para denominarse zapatistas).

Los trotskistas tenían fuerza, aquí en California tenían mucha fuerza. Aquí los movimientos populares de los 70, de los 80, y lo que había en la universidad eran básicamente trotskistas. Yo estaba allá, en la Ciudad de México y nos llegaban las peticiones de solidaridad con las luchas aquí, y eran la hoz y el martillo de la IV Internacional o de algún otro grupo trotskista. Sí tenían penetración, pero yo creo que su manera de accionar los llevaba más a la clase estudiantil. Y en términos de qué hacer frente al PC, nos sorprendían mucho porque nosotros éramos los radicales, los comunistas eran los vendidos, y los trotskistas… era impredecible qué iban a hacer. Estaban tratando de resolver la contradicción de cómo no caer en el ultraizquierdismo, pero tampoco terminar como el PC. Estaban en ese debate. Pero desde acá, donde estábamos nosotros, se veía como ping-pong. Unos iban mucho para un lado, otros iban mucho para el otro lado, y se estaban escindiendo a cada rato .

Eventualmente mi grupo entró en una descomposición tremenda, le pegó muy duro cuando Mao Tse-Tung perdió el poder en China. Cuando sube Hua Kuo-Feng y aparece la Banda de los Cuatro, y Albania rompe con China, mi partido se divide, porque una parte del partido se queda con China, y la otra parte se queda con Albania, con el camarada Enver Hoxha . Cuando pasó eso mucha gente, incluyéndome a mí, pensaba que se necesitaba un paradigma más amplio, estábamos ya muy reducidos. Entonces yo me salí de ese partido, renuncié a esa tradición y después de eso milité en una organización básicamente estudiantil por muchos años, que también era maoísta, pero no se declaraba maoísta, y muchísimo más inteligente. Es la organización que encabezó la huelga de la universidad, cuando la UNAM tuvo un año de huelga. En aquel entonces no tenía nombre, se llamaba la Bola, y estaba muy orgulloso de no tener nombre, porque lo hacía muy flexible. Luego se autonombró «En Lucha», y tiene su periódico con figuritas de Marx, Engels y Lenin. No aceptaba a Stalin. Era maoísta, pero bastante crítico. Trataba de interpretar. Tuvimos toda una discusión sobre el famoso libro de Lenin, sobre ¿Qué hacer?. En Lucha criticaba durísimo que al libro se le interpretaba muy literalmente; que se pensara que Lenin hablaba de la necesidad de que la estúpida clase obrera tuviera un grupo de intelectuales revolucionarios que vinieran a transformar sus esfuerzos espontáneos y dedicados al fracaso para convertirlos en un movimiento revolucionario que iba a ser capaz de trascender y llegar al poder. Muchísimos grupos se lo tomaron en serio, tanto estalinistas como maoístas parecidos al mío, y realmente creían que su papel era ser vanguardia de la clase obrera. En Lucha tenía muchísima más visión, y trataba de explicar mucho más lo que realmente Lenin había querido decir, cuál era la relación entre los grupos de activistas y la comunidad a la que buscaban no vanguardizar, sino formar parte y colaborar con ella. La relación era más dialéctica, era más un proceso de relación entre masas y activistas; algo muchísimo más interesante .

LMC: Y el tema de la lucha armada, ¿se discutía?

ED: Cuando yo entré ya habían pulverizado a la guerrilla, por tanto se daba la discusión en abstracto. Estaba muy viva la experiencia de Chile; el asesinato de Allende. Más bien veíamos que eventualmente iba a haber un enfrentamiento armado con el Estado, y que grupos como el PC y otros grupos no estaban contribuyendo a hacer eso, sino que están desarmando a la clase obrera. Entonces lo que se necesita es que, mientras estás teniendo un trabajo en las masas, también organices estructuras clandestinas y semiclandestinas que en el caso de una represión puedan sobrevivir, que puedan mantener la continuidad de lo que está sucediendo. El asunto de las armas no se veía como prioritario. La discusión que se daba mucho era si el movimiento insurreccional debería empezarse en las ciudades y extenderse los campos, o al revés, empezar en los campos y extenderse a las ciudades. Hasta ese momento se podía hablar de la posibilidad o no, de la necesidad o no, o cómo se iba a hacer, pero éramos básicamente antifoquistas. En eso también Vania Bambirra educó bastante a la gente, que escribió sobre cuál era la vinculación real entre el Movimiento 26 de Julio y el trabajo que estaba haciendo Santamaría y los demás en la ciudad. Más bien lo veíamos por ahí. No se trata de un foco que ilumine, sino más bien como un movimiento que se va desarrollando, y ese movimiento es el que te va dando la pauta de cómo en el futuro se haría lo de las armas. Por el momento, pensábamos, hablar de tomar las armas era un suicido y una pendejada.

Había este grupo que se volvió después muy importante, que venía de la experiencia del MIR en Chile, el Movimiento Izquierda Revolucionaria, que no eran ni trotskistas, tampoco eran maoístas, y se definían como guevaristas, y además en todo esto siempre estaba Cuba presente, porque las discusiones sobre Cuba eran interminables.

LMC : ¿Y cómo eran las posiciones?

ED: Desde los que decíamos que era capitalismo hasta los que decían que era el socialismo más puro; pero todos, hasta los más supercríticos, sentíamos un respeto profundo al proceso revolucionario, un respeto absoluto a Fidel. No importa que no sea socialismo, lo que tienen es increíble. Lo que han sido capaces de crear, en términos de soberanía nacional, en términos de bienestar social, merece mis absolutos respetos. Una cosa era ser crítico, pero otra cosa era que ante un cubano empezaras a ser crítico, y si decías cualquier cosa de Fidel Castro, te decía: «con el Caballo no te metas». Será el demonio, pero es mi demonio y me lo respetas.

Toda esta discusión se daba mucho en la UNAM. Amo profundamente la UNAM, es una universidad increíble. Fui a dar a la Facultad de Ciencias Políticas, que era fruto de la diáspora de los profesores latinoamericanos que habían tenido que escapar de las dictaduras y fueron a dar ahí, a esta facultad. Entonces mis clases eran con maestros de Bolivia, de Argentina, de Uruguay, de Brasil, de Colombia,… Era una riqueza teórica increíble. Estaba Marini, Cayetano Llobet, Luis Gómez, Agustín de la Cueva… Mi mundo era alrededor de lo que ellos nos enseñaban. Formaron a toda una generación de marxistas, nos abrieron los ojos en muchísimos sentidos, los abrieron a un montón de perspectivas del marxismo. De hecho, la discusión dentro de la facultad era alrededor del marxismo. A Max Weber lo respetábamos un poquito más, pero a Comte y a todo este positivismo, los de la Tercera Vía,… simplemente los despreciábamos. De hecho una de mis materias se llamaba Gramsci, otra materia Lenin, era lo que estudiábamos. Y me aventé tres semestres, creo, estudiando el tomo I de El capital. Ahí es donde conocí a toda la izquierda que se podía, desde los radicales, los anarquistas, Althusser, la «revolución teórica de Marx,» los aparatos ideológicos del Estado, y el Marx joven y Marx viejo… Horas y horas discutiendo sobre si había un Marx joven y un Marx viejo. Y todo esto se complementaba con una práctica, porque la Universidad estaba abierta a los movimientos populares. Cuando éstos querían escapar de la represión, bienvenidos a la Universidad, ahí llegaban, ahí los recibíamos y estaban en su casa. Y salíamos los activistas e íbamos con ellos salón por salón, y no había cuidado de ningún maestro que no nos dejara entrar en su salón. Interrumpíamos la clase a la hora que nos diera la gana y hablaban los trabajadores. Y pasábamos el bote y se llenaba. Pocos años antes de ser admitido a la UNAM, el presidente Echevarría trató de entrar a la Universidad para reconciliarse con los estudiantes por la masacre de 1968 . Pero lo apedrearon literalmente, ¡al presidente de México! Salió con toda la cara rota y el rector de la universidad Soberón a cuatro patas, escondiéndose debajo de los coches, a patadas los estudiantes. Y había dos maestros jóvenes que fueron claves: uno era Javier Fernández, que después se va a convertir en el líder de este grupo estudiantil, En Lucha; y Alán Arias, que fue el maestro más brillante que tuve, era increíble la capacidad que tenía para articular un discurso y combinar las distintas aportaciones de los grupos de izquierdas. Muy brillante, pero más tarde terminó en el PRI, y terminó siendo uno de los asesores del Gobierno de la nación para tratar de chingarse a los zapatistas. Cuando más me clavé participando fue en la famosa huelga de Magisterio, una huelga increíble a finales de los 80. Entonces llegaban a la Universidad, dormían en los salones de clase, miles y miles de ellos.

Yo me tardé un chorro en hacer la licenciatura, iba muy despacito, trabajaba, era activista, entonces tomaba pocas clases. Entré en la universidad en 1977, y terminé la licenciatura en 1987. Y seguí militando. Después me metí a dar clases, buscando una escuela lo más radical posible, y fui a dar a un experimento educativo que se llamaba Colegio de Ciencias y Humanidades, que pertenecía a la Universidad, pero que había sido fundado después de 1968. Una parte de los maestros que allí daban clases eran exguerrilleros que habían sobrevivido a la represión, y todo el enfoque era de pensamiento crítico, de vinculación popular, dábamos pocas clases tradicionales y dedicábamos más tiempo con los alumnos a enseñarles a investigar. Era una Prepa, pero avanzadísima. Y ahí di clases muchísimos años, doce o trece, de Historia. Cuando entré había una huelga de los estudiantes. Las oficinas estaban tomadas, yo no podía ir a la oficina a pedir trabajo. Entonces tuve que ir a un salón, allí escondido en el fondo, y me dijeron que sí, que podía dar clases. Ahí fue donde aprendí todo lo de Paulo Freire y todo lo que los argentinos psicoanalistas aplicaban a la educación, la teoría de los conocimientos significativos, lo que era el aprendizaje. Era toda una escuela muy importante que se desarrolló en oposición al conductismo.

LMC: ¿Y eran exiliados argentinos los que lo introdujeron allí?

ED: Ya eran mexicanos. Había uno famoso, Gerber, que era nuestra biblia, más que Freire. Esto se combinó con mi participación. Ya sentía bastantes tensiones, porque con todo lo que había aprendido del marxismo ya no estaba muy de acuerdo con lo que el grupo En Lucha proponía. Yo ya me sentía medio inquieto en relación a cuál era la figura de Lenin en todo esto. Al final me mantuve básicamente a favor de Lenin, pero quería conocer otras cosas.

Después tuvimos un rompimiento grande. En 1994 fue uno de los últimos años en que el PRI se atrevió a organizar una protesta proletaria por el día de los trabajadores. (Tú sabes, el PRI, partido oficial, se las daba de revolucionario). Todos los años eran ellos los que lo organizaban, pero cada año estaba más difícil porque los proletarios protestaban. La protesta originalmente en los 70 era un desfile oficial controlado por el gobierno, entonces los grupos independientes teníamos una marcha del 1º de mayo independiente. Pero ya teníamos diez años de neoliberalismo, que había empezado en 1983, con Miguel de la Madrid. Cuando él entró al poder en 1983 se creó una huelga obrera bastante extendida que fue derrotada. Pero cuando el PC ganó el registro empezó a promover la idea de que, en lugar de tener una marcha independiente, deberíamos estar aquí, en el desfile oficial, porque allí estaban las masas, y debíamos hacer trabajo allá adentro. Entonces hubo una fuerte discusión sobre si debíamos hacerlo o no. Nosotros lo veíamos como aliarse con los sindicatos oficiales.

Pero la marcha del gobierno cada año se convertía en más militante, y se quedaba más chiquita la marcha independiente, donde estábamos nosotros. Entonces, aunque no era nuestra táctica, vimos que donde estaba la gente era en la otra, que estaba surgiendo algo. La dirigencia de En Lucha se negaba a verlo queriendo defender la parte independiente. En 1984, cuando pasaba un contingente de trabajadores, unos activistas le aventaron dos bombas molotov al presidente de México y quemaron la puerta del Palacio Nacional. Fue un escándalo, una cosa muy grande, y ahí fue cuando me salí del partido, de En Lucha, porque cuando hicimos balance de lo que había ocurrido ellos lo vieron como algo menor, sin apoyo de masas . Otros lo vimos como la manifestación de un enorme descontento. Era una marcha del gobierno de medio millón de personas, y de ese medio millón probablemente el 80% era gente acarreada. Pero, de todas maneras, el grupo restante era grande, estaba protestando y estaba militante. Y de ahí había salido el asunto de los bombazos. Nos peleamos por eso y terminé con esa militancia.

Básicamente desde entonces sigo cercano a ellos, pero no he encontrado una organización donde me pueda meter. Me salí con un grupo, pero no pudo mantenerse y se dispersó. Yo me quedé militando nomás como individuo, sin poder encontrar una cosa organizativa, más con grupos de maestros en el terreno académico. Después en el 91 vino el derrumbe de la Unión Soviética y de todo el bloque soviético. Ya sabíamos que era capitalismo y todo lo que quieras, pero fue muy espectacular. Y yo me alejé, me sentí bastante perdido. Es cuando comencé a estudiar Historia a la Maestría. Yo quería estudiar Historia para olvidarme de todo, para alejarme lo más posible de la política. Entonces me fui a meter a la sexualidad de los aztecas, y de eso hice mi tesis. Ingenuo yo, pensando que me desligaba de la política. Entrando en la sexualidad fui a dar con Foucault. Regresé por la otra puerta, pero con un concepto de la política muchísimo más amplio. Y quienes me hicieron regresar fueron los zapatistas. Justamente en 1994 al menos medio millón de personas en México nos electrificamos por los zapatistas y fue un retorno de la política militante.

LMC: ¿Y lo estaban esperando o fue una sorpresa?

ED: Era el momento más oscuro. Salinas de Gortari estaba celebrando el Tratado de Libre Comercio y no teníamos la más remota idea de que algo así pudiera existir. Cuando dieron la noticia el 1 de enero fue una absoluta sorpresa. Y empezamos a leer sus manifiestos en La Jornada, que los condenaba en el primer editorial por aventureros, pero al mismo tiempo publicaron sus escritos. Y cada escrito que publicaban era una bomba. Te decían la realidad de una manera que no habías escuchado antes, cambió radicalmente la forma del discurso revolucionario en México. Hasta entonces los eslóganes, como los del camarada Lenin, eran muy cuadrados, muy cerrados, muy dogmáticos. Abrieron la política. Ahora todos los discursos del Yo soy 132 tratan de ser poéticos, se trata de hacer literatura cuando estás haciendo manifiestos políticos. Los zapatistas abrieron esto. Yo veía los manifiestos, y es que no les podías quitar ni una coma. Y no solo estaba de acuerdo hasta en la última coma, es que cuando hablan de la salud, o de lo que sea, están tan bien documentados…

LMC: ¿Y se vivía como una ruptura con el marxismo o como una continuación por otros medios?

ED: Al principio como una absoluta ruptura. Entiende el cambio social desde la perspectiva indigenista. Yo estaba más o menos bien armado por todo mi trabajo con mis estudios sobre las culturas indígenas de México, pero de todas maneras era como si de repente te cambiaran todas las variables, ¿dónde quedaba el proletariado? Pero con el paso del tiempo el zapatismo con toda su novedad teórica y práctica, que es riquísima, tenía que enmarcarse en una tradición radical, en una tradición de cambio social. Al final en el año 2006 se convirtió en Abajo y a la Izquierda, que ya era muchísimo más familiar. El debate entonces era socialismo o anarquismo, qué es el anarquismo. ¿Es, como muchos leninistas decían, una estrategia estúpida que nomás te lleva a la derrota? ¿O la sociedad sin estado ese es el objetivo, la meta? Abren toda una discusión en ese sentido. Entonces ya para mucha gente, incluyéndome a mí, fue regresar a los ríos de los que uno se había nutrido, pero mucho más enriquecido, muchísimo más. La izquierda en México después de los zapatistas es totalmente diferente.

LMC: Marcos salió de la UNAM. ¿Teníais conocimiento de quién era, en qué grupo militaba?

ED: Yo no sabía nada de él. Era profesor de la UAM (otra universidad pública en México), pertenecía a un grupo que en Chiapas había desarrollado bastante lucha política. Yo entiendo que su grupo viene de una matriz maoísta, pero quienes a final de cuentas se identificaron plenamente con los zapatistas fueron los trotskistas. De hecho los trotskistas en México se dividieron, una vez más, y la mitad de ellos, incluida Rosario Ibarra, la madre de mayo que tenemos en México, una mujer increíble, se fueron con los zapatistas, y se convirtieron en el Frente Zapatista. El aparato que estaba en el zapatismo fuera de Chiapas eran los trotskistas de antaño. Yo tiendo a pensar que en el año 2006 cometieron un error garrafal en México en la relación que tuvieron con López Obrador, que les hizo perder una enorme cantidad de apoyo. Fue terrible lo que pasó. Era el movimiento social más importante de México con el completo apoyo de muchísimos grupos.

LMC: ¿Por qué no se crea un espacio de convergencia entre el ala más progresista del PRD y el zapatismo?

ED: Yo no creo que el PRD sea capaz de buscar y poder establecer una alianza con grupos como los zapatistas. Las limitaciones que tienen por la cantidad de compromisos institucionales les impiden poder hacer algo tan creativo. Sus bases son otra cosa, pero el aparato ya no quiere ni a López Obrador, mucho menos a los zapatistas . A los zapatistas es a los que les tocaba, ellos son los que tienen mucha más perspectiva son los que tienen mucha más claridad de lo que está pasando en México, tenían millones de seguidores dispuestos casi a la muerte por ellos.

Cuando sacaron «la otra campaña» estuvo muy bien porque al principio lo plantearon como independiente de las campañas políticas, iban por su lado. Querían unificar a la gente, no importaba con qué partido. Lo menos importante es quién suba al poder. Lo importante es que la base esté unificada. Eso estaba bien, y hubo intelectuales importantes que dijeron que nadie debería condenar a los indígenas por mantener la autonomía, cuántas veces en la historia de México han sido manipulados y después reprimidos a favor de otros grupos sociales. Tienen todo el derecho a mantenerse independientes. El problema es cuando la otra campaña se convirtió anti López Obrador, el popular candidato del PRD . Eso fue lo que le dio en la madre. En el caso de Atenco los zapatistas se pusieron súper sectarios. El grupo de Atenco estaba con la otra campaña y cuando el gobierno los reprimió, los progresistas del PRD y otros grupos llegaron para ver qué hacían para pelear. Y se les dijo: los que quieran apoyar a Atenco deben meterse en la otra campaña. Mi colectivo, el grupo que había salido de En Lucha muchos años antes, La Fogata, seguía más o menos activo , y editamos los primeros libros zapatistas en México, tres tomos, de los documentos zapatistas. Pero manteníamos la postura de que tenía que darse unidad. Y el subcomandante Marcos mandó directamente que nos expulsaran de la otra campaña en una carta. La cantidad de insultos personales, directos, infundados que nos aventó… Hasta la fecha todavía no entiendo. Eso era muy raro. Esto lo digo porque creo que la lectura de la realidad que en ese momento preciso hizo la dirigencia zapatista estaba muy permeada por una especulación sobre el futuro de México, más que por ver realmente dónde estaban las masas. Y ahí les hizo falta, yo creo, un poquito de maoísmo. Ellos estaban totalmente convencidos de que López Obrador iba a ganar, y entonces lo que estaban haciendo era prepararse para que cuando subiera este neoliberal, empezar la resistencia contra él. Y nunca ganó. López Obrador hizo mucho mejor trabajo en replegarse como lo hizo, a pesar del tiroteo tan duro que le dieron dentro y fuera de su partido, mantuvo las fuerzas y aquí está vigente. Los zapatistas tuvieron que replegarse con la cola entre las patas porque jamás fueron capaces de reconocer que la habían regado. Y tampoco aclararon nada. Las aclaraciones sonaban defensivas y pobres. Se metieron en una dinámica tan pesada que ahorita no están participando en el 132. Se sienten como si no fuera su lucha, ellos no la crearon, no quieren. Fue un golpe durísimo para ellos.

LMC: ¿Hasta qué punto la negativa total de organizarse para tomar el poder no es un síntoma de un fallo de estrategia de los zapatistas?

ED: Eso es un gran debate. Uno de los referentes del debate es Raúl Zibechi. Tiene un escrito impresionante, muy completo, sobre la revolución en Bolivia y habla de que las tres fuerzas en juego en Latinoamérica son el Estado neoliberal, los Estados progresistas y el movimiento de masas, no solo indígena. Y habla mucho de que lo que permitió al movimiento en Bolivia derrocar a Sánchez de Lozada fue justamente su horizontalidad, que viene de la tradición aimara. El asunto, creo yo, no es negarse a tomar el poder, sino en entender qué es el poder, dónde está, y que corrosivo resulta el apoderarse del estado sin contar con una fuerza autónoma. El asunto es socavar el sistema pro capitalismo desde adentro y desde fuera, y la especialidad de los zapatistas era hacerlo desde afuera sin negarse a coordinar con otros.

Yo creo que si el análisis que hicieron los zapatistas en el 2006 no hubiera sido tan trotskista, hubieran podido tener más oportunidades de poder seguir como iba la corriente y no estarían en esta situación en la que están. No quiere decir que se hubieran subordinado a López Obrador, o que hubieran apoyado al PRD en Chiapas, que ya era el PRI; no quiere decir que no denunciaran todas las atrocidades que estaba haciendo el PRI junto al PRD, pero no pelearse con las bases del PRD, no permitir que la burocracia perredista tuviera armas para aislarlos de las bases perredistas que simpatizaban con los zapatistas .

LMC: Entonces el problema ya no es autonomía versus política de Estado, sino una cuestión de estrategias y alianzas.

ED: Absolutamente, es como lo veo yo. Podían haber mantenido toda su estrategia y una enorme simpatía de las bases del PRD, pero sin pelearse con ellas .

LMC: ¿Tú crees que eso alienó a las bases urbanas del zapatismo?

ED: Muchísimo. El síntoma más claro es Rosario Ibarra de Piedra, ella tuvo que romper con Marcos porque ella admira a López Obrador. Y admiraba a los dos, pero en un momento dado la pusieron entre la espada y la pared. No podían tratar así a López Obrador, era una persona respetada por millones. No es él, es la base que representa. Y él está haciendo un esfuerzo. Además él no había hecho en ese momento grandes chingaderas; el PRD sí, pero él siempre había jugado con cierta independencia del PRD.

[1] http://ollincallicm.blogspot.com/

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