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Obama: ¿Cambio o concertación?

Fuentes: Rebelión

    Pocos actos han resultado tan quijotescos en la historia reciente, como el lanzamiento de la candidatura presidencial de Obama. Teniendo como única experiencia política relevante un par de años en el Senado, siendo miembro de una minoría y careciendo de maquinaria o recursos, éste decidió enfrentarse a la todopoderosa y multimillonaria maquinaria Clinton. […]

 

 

Pocos actos han resultado tan quijotescos en la historia reciente, como el lanzamiento de la candidatura presidencial de Obama. Teniendo como única experiencia política relevante un par de años en el Senado, siendo miembro de una minoría y careciendo de maquinaria o recursos, éste decidió enfrentarse a la todopoderosa y multimillonaria maquinaria Clinton. Sin embargo, ganó la candidatura demócrata, para luego prevalecer contra un partido como el republicano que había ganado siete de las últimas nueve elecciones presidenciales.

¿Cómo lo logró? La suerte, desde luego, estuvo de su lado. La crisis de Wall Street fue como una gigantesca ola que vino a empujar su tabla de surfista. No obstante, todas las crisis del mundo no hubiesen bastado para empujar su candidatura si antes no hubiese sabido construir una potente maquinaria y difundir un claro mensaje. Ambas cosas, desde luego, estuvieron entrelazadas.

La maquinaria fue tan atípica como novedosa: diez millones de personas interconectadas en una red social por Internet. Ello no sólo resultó una fuente de recursos inagotable, sino también un mecanismo de movilización capaz de arrasar con las estructuras partidistas tradicionales. En este sentido, Obama se inscribe dentro de esa emergente sociedad mundial de los David que a través de la Internet y de las redes sociales ha logrado triunfar sobre los Goliat del mundo actual.

En esta sociedad, de rasgos profundamente progresista, encontramos los ejemplos emblemáticos de Lori Wallach o Jody Williams, quienes por las vías anteriores lograron prevalecer o poner en jaque a importantes factores de poder internacional.

A través de la Internet, la primera logró aglutinar a más de ciento cuarenta agrupaciones y ONG del mundo entero para expresar su rechazo a la globalización en Seattle en 1999. Ello desencadenó un proceso que en los años siguientes habría de movilizar a centenares de miles de manifestantes en Londres, Washington, Filadelfia, Los Angeles, Praga, Melbourne, Gottenburgo o Genova.

Williams, por su parte, logro organizar por intermedio del correo electrónico a más de mil organizaciones de derechos humanos y de control de armamentos en cinco continentes. Por esta vía propulsó la imposición de una prohibición internacional sobre el uso de las minas terrestres. Ello, prevaleciendo contra la oposición de las cinco mayores potencias mundiales.

Obama forma parte de esta estirpe. También él logró derrotar a fuerzas que lucían imbatibles, a través de la Internet y de su extraordinario talento como organizador de redes sociales. Desde luego, más allá de la organización y de la tecnología de la información, lo que hace posible a la sociedad de los David es la presencia de un mensaje poderoso. Y el de Obama fue el del cambio.

Obama es producto de una esperanza de cambio, que logró derribar las murallas de lo que se visualizaba como una sociedad mayoritaria e inexpugnablemente conservadora. Como bien señala el Premio Nobel de Economía 2008, Paul Krugman: «Hay que tener en cuenta que la elección presidencial de este año era un claro referéndum sobre filosofías políticas y venció la filosofía progresista» (El País, 9 noviembre 2008).

Al igual que Franklin Delano Roosevelt en 1933, Obama encarna un mandato claro: la puesta en marcha de un ciclo político liberal (progresista, en la acepción que tiene el término en Estados Unidos). Tal como refería la revista Time: «La coalición que llevó a Obama a la presidencia es tan tenaz como las que condujeron a la victoria a las dos últimas coaliciones políticas dominantes: las que eligieron a Franklin Roosevelt y a Ronald Reagan. La mayoría de Obama es tenaz por una razón clave adicional: su connotación liberal» (24 noviembre, 2008). Sin embargo, a diferencia de Roosevelt y Reagan, quienes estuvieron amparados por importantes estructuras de poder, Obama es hijo único de las expectativas que desató.

El mayor enemigo del cambio es, desde luego, la concertación. Cuando se enfatiza la integración de posturas divergentes, lo primero que se pierde es la consistencia de propósito. Es aquí donde Obama el concertador entra en conflicto con Obama el propulsor del cambio. A la búsqueda de consensos lo empujan tres elementos: su temperamento conciliador, su predilección por la presidencia de Lincoln (conformada por un Gabinete de pesos pesados con visiones disímiles) y la magnitud misma de la crisis confrontada.

No obstante, una Administración Obama en la que participen Hillary Clinton, Robert Gates y James Jones y en la que proliferen los clintonianos y se propicie el consenso bipartidista, puede garantizar cualquier cosa menos un cambio. Una presidencia de estas características entraría en contradicción con su historia personal y con la esencia de su campaña.

La trayectoria de Obama es, en efecto, la más liberal que haya evidenciado candidato Demócrata alguno desde los tiempos de George McGovern. Su trabajo comunitario en el Sur de Chicago (el Harlem de esa ciudad), su cercanía a figuras y a asociaciones de izquierda y la orientación de su record de votación en los senados de Illinois y de Washington, hablan por sí solos. De hecho, era considerado como el más liberal de los miembros del Senado Federal. A ello se une su estrategia de campaña, que lo convierte, como señalábamos, en un hijo dilecto de la sociedad de los David.

Ojalá Obama escuche a Krugman, cuando en el artículo citado señalaba: «En estos momentos muchos comentaristas recomiendan a Obama que tenga cuidado. Confiemos que Obama tenga suficiente sentido común para ignorar esos consejos». Todo parece indicar, sin embargo, que la cautela lo ha constreñido dentro de una tónica de concertación. El riesgo involucrado en ello es evidente. Una historia extraordinaria de ascenso podría desembocar en un mandato convencional, sin proyección relevante de cara a la historia.

Diplomático y académico venezolano. Embajador en Madrid y ex Embajador en Washington, Londres, Dublín, Brasilia y Santiago de Chile. Autor de dieciséis libros en relaciones internacionales.